jueves, 26 de mayo de 2022

Casi Memphis, antes de Juan

Queda como prueba de qué tan mal escribo y cuán tontamente presuntuoso puedo ser.

¿Es por querer sacar algo bueno de mi estúpido comportamiento entonces -y ahora, jeje? 

Casi Memphis, Tennessee.

Mi país esta hecho a retazos del que me adjudican, dijo José Emilio Pachecho, según recuerdo. El escritor, saben ustedes, era mexicano, noción cuyo equivoco sentido interpreto al usar Suave patria (https://coahuilacultura.gob.mx/wp-content/uploads/2021/06/Plaquette-La-Suave-Patria_La-patria-con-cuerpo-de-mujer.pdf) y otro elocuente poema secundario que en su estribillo nos obligaban a recitar a coro cada lunes en la escuela primaria durante los años 1950 (https://www.memoriapoliticademexico.org/1940-Credo-Ricardo_L%C3%B3pez_Mendez.pdf). 

No quiero repetirme y remito a viñetas dispersas en estos cuadernos para entender cómo la complejísima realidad vapuleada por nuestro espíritu nacional, se dilataba y estrechaba con el tiempo. Detrás, inexcusable "horror", agregó Pacheco, evitando olvidar los siglos a nuestra espalda, no importa cuánto cada quien se apropiara de la entelequia.

En el otoño de 1968 yo tenía un valle y dos trópicos con agujeros plagándolos. Así subí al avión que por primera vez me llevaría "al extranjero", hecho entonces para mí de sueños societarios y el decadente monstruo adonde iba: Europa. Era, en consecuencia, un Cristóbal Colón al revés y pagaría caro la experiencia. ¿Realmente al revés? 

Hicimos escala en Houston y por la ventanilla no podía creer lo que veía. Un joven rubio, alto, guapo, descargaba maletas con mono laboral. Espié la reacción en los cuatro junto a quienes momentáneamente formaba el clásico paquete de viajeros acostumbrado entonces -"Visite setenta países europeos en veintiún días" (jeje, por si acaso), presumían los promocionales-, recordando mis usuales diatribas:  

-Nada más extendido aquí que el racismo. ¡Ciegos!

¿Sí? 

-¿De dónde sacaste las gafas negras? -valía preguntarme ahora, cuando mi pobre seguridad personal se iba al caño. -¿Qué seré de aquí en adelante? El don nadie contra quien me ha protegido durante veintiún años la Suave, como hijo de exiliados españoles. ¡Válgame el cielo!

Exageraba pues recibiría trato de mediterráneo o algo por el estilo, pasado por la playa, claro, y afortunadamente solo al abrir la boca hallaría Fray Bernardinos de Sahagún prestos a señalar mi descompostura por nacer americano. 

En cualquier caso eso resultaba secundario. La cuestión estaba dentro.    
Perdón, me adelanto y debo volver a los cuatro aquéllos: una pareja defeña -de Distrito Federal, capitalina urbe en nuestra Suave-,
como yo, y madre e hija gudalajareñas -o sea, nacidas en la ciudad que odiaba nuestro tamaño, riqueza, cosmopolitismo y profunda, extensa contaminación indígena. 

La pareja, modélicamente mestiza -mucho de sangre originaria y algo española con toques negroides- era simpática, liberal, más o menos instruída. Las dos mujeres, ama de casa y cría guapilla que podía quedar para vestir santos, provincianas y sin cultura, hacían honor a su raíz como altaneras güeras de rancho, conforme se les dice por una blancura que tamizó el sol campirano.

No descubrí reacción ninguna ante el joven houstoniano, deduciendo que para ellas y ellos parecía normal y, en consecuencia, continuarían así las tres semanas de no aventura y harta foto.

Iban blindados, pues. Yo, que debía quedar al menos un año, no, por lo dicho y mi más terca acompañante, alias Angustia, y cuando el bicho aéreo divisó al Viejo Continente empecé a sufrir como dios manda. Nervio desnudado, digamos, ocres, magentas, verdes muy maduros, golpearon mi paleta de luces y colores, suave y cálida, y el reticulado perfecto del campo, contra una memoria compuesta por montañas y planicies abiertas y en apariencia semidesiertas, me condujeron casi hasta la sin razón. 

Algo semejante experimentó Colón. "Todo [aquí, respecto a nuestras tierras] es tan diforme como la noche al día", dice su diario, que no pena, vibra emocionado pues el hombre materializa los sueños despertados por Marco Polo dos siglos atrás.

Él encontraba tierras y humanidades sobre quienes triunfaría, ajustándolas a una realidad avalada por la Biblia, cuyo supremacía, que hasta entonces retan con ventajas Confucio, Buda, Mahoma, confirma. Yo me rindo, salvaje al cual se condena y debe reverenciar cuanto tope a lo largo de ¡doce meses sin motivo o pretexto!

Reducido éstos a ocho, no haré su crónica sino en tanto demande la cuestión a ilustrar ahora. 

Empiezo con la primera ciudad donde nos aventaron, o poco antes, cuando le hice al Dylan Thomas de un cuento adolescente, volviendo trocitos la libreta en que papá y mamá anotaron contactos de los cuales valerme. No eran despreciables pues ese exilio español y las consecutivas migraciones obligadas por el infame acuerdo de Guerra Fría, aventaron almas al subcontinente a miles tras miles, regándolas, así o asá organizadas, con quienes ellos tenían relación en su empeño por volver, que no resultaría quimera.

-0-

Me detengo preguntándome si puedo con esto. Porque había un problema extra, íntimamente relacionado: los quinientos años entre el marino genovés y yo. Su viaje inició la mayor expoliación de nuestra historia, cuyos beneficios se materializaron en cuanto mis sentidos observaban o intuían. ¿Cómo lidiar con tan monumentales, diversas obras: arquitectónicas, agrícolas, industriales, artísticas, ideológicas..., de arquetipos e idiomas sacralizados?

Para 1900 en México todavía se contabilizaban cuatrocientas lenguas y variedades dialectales, que de una u otra forma seguían conservándose, pero nos negábamos a reivindicarlas tras siglos procurando su desaparición. Y con ellas, etnias a montones, de rasgos físicos propios. Los occidentales veían allí indiada a secas. Nosotros, en cambio, debíamos cuidarnos de reconocer siquiera a escandinavos, alemanes, italianos... con naciones hechas y derechas.

Por fortuna, mis orígenes y el momento que cursaba, recién pasado el mayo estudiantil, introducía un gran matiz en la percepción: había dos Europas sociales, desde hace mucho confrontadas a muerte. ¿Me reconocería la popular?

La imaginación había tomado el poder pero apenas durante un breve de momento y derrotada dejó mensajes pesimistas que mi juventud creía hallar por las calles convertidos en desconfianza.

Días antes un mexicano en París, Milán, Praga, Berlín, era recibido como hermano cuya casa se alborotaba también. Ahora volvía a resultar el despreciable tercermundista de siempre.

Los pormenores del viaje importan porque era en el día a día donde me confrontaba con ese apabullador universo y debería buscar anécdotas ilustrativas al respecto, pero sobrando también las rascuaches -palabra hermosísima ésta- del veinteañero provinciano y otras cuya aspereza iba pos absoluta cuenta propia, no encuentro cómo escogerlas y, menos, tratar con ellas. 

Una habitación asombrosa a mis ojos por pequeños detalles, tal muelle yendo hacia sus cimientos siglos atrás gracias al marino que me contaba la historia noruega deslindándola de Occidente y muchas  cosas así serían oro puro si fuera Proust o Joyce, jeje. 

Si hablarles, por ejemplo, de quien renombré Ibn Simbad y nuestros paseos por barrios argelinos, suena bien, no descubriría nada mayormente significativo. Las tercas mañanas en el museo de los impresionistas podrían y muy mucho, pero... 

En fin.           

Para otro momento valedero: El siniestro conejo.