viernes, 18 de marzo de 2022

“-¿Qué vamos a hacer con el país, Sandra?". 2005-2006

 

No queda ya sino que los herederos de Lucas Alamán se hagan gobierno por primera vez en ciento cincuenta años y aparezca un presidente de la república, Vicente Fox, ante el cual Santa Anna brillaría como un diamante, que avergüenza al país una vez tras otra. Las peores, al presumir como los envíos de nuestros migrantes a la Unión Americana, aumentando 193.4% durante su gestión, permiten que México desplace a la India como el mayor receptor de remesas en el mundo.

Son ingresos sólo comparables a los del petróleo que el mismo oscuro personaje dilapida, y sirven para mantener los sacrosantos índices macroeconómicos, superando 166% el saldo de la deuda externa. Entretanto el número de desempleados crece en seis millones y nuestra desigualdad económica se equipara a la de Botsuana, África.

Para entonces en los Estados Unidos se funda la organización Mujeres Hermandad Comité de Defensa de Elvira Arellano y la Familia Inmigrante. Elvira Arellano es una indocumentada mexicana que se ha refugiado en una iglesia de la ciudad de Chicago para evitar la deportación dispuesta por un juez. Decidida a dar la lucha contra una orden que la separaría de su hijo nacido ya en ese país, la mujer se ha convertido en la representación de unas seiscientas mil madres en su misma condición y de la difícil disyuntiva para sus cerca de tres millones de hijos menores de edad.

A fines de ese mismo mes Antonio Pérez Ramírez, originario de una pequeña población del estado de Veracruz, se vuelve un símbolo al perder la vida al borde sur del Bravo por una de las cinco balas que desde el lado estadounidense de una garita le dispara un agente de la Patrulla Fronteriza. Con su imagen va la de los treinta y ocho migrantes muertos también durante los últimos treinta días en el desierto de Arizona.

Una periodista entrevista a una mujer en un hospital de ese estado. Se llama Sandra, es de Michoacán, tiene veintiocho años de edad y “se vio obligada a viajar a EEUU, con seis meses de embarazo”.

“Sandra: A uno le dicen que no está difícil, que nada más son dos noches, que llevemos un garrafón de 4 litros de agua. Pero no, no alcanza, se queda uno a veces sin agua. Así me pasó a mí. Nos quedamos 4 días caminando, día y noche, y dos días nos quedamos sin agua. Yo venía embarazada y mi bebé se me murió en el estómago …”

La periodista le pregunta:

“-¿Qué vamos a hacer con el país, Sandra?

“-Verlo cómo se destruye” –responde.

Está exhausta por una vida que casi coincide con la transición a la democracia que todavía un año después, en julio de 2006, se presta al fraude en las elecciones presidenciales.

Pero ella y sus ciento diez millones de paisanos de ambos lados de la frontera, tienen un pasado del cual extraer enseñanzas a montones. ¿Era menos triste el panorama cuando los soldados de Polk se marcharon con la mitad del territorio nacional en sus mochilas? ¿Está surgiendo de los actuales, desafortunados tiempos, una generación dispuesta a hacer una nueva Reforma?

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Sigue en La crisis civilizatoria que se acusa brutalmente dos sexenios y medio luego.

Unos años atrás Sandra y sus compañerxs desaparecieron de escena desplazados por corrientes migratorias todavía más crudas, con un tren de la muerte, fosas comunes, campos para internamiento y rutas multiplicadas, cuyas víctimas son centroaericanxs a quienes redescubrimos como hermanxs.

Que el reto es global lo sabe ahora hasta el AMLO de visión estrecha, quien gracias a la pequeña izquierda a su lado y ecos posrevolucionarios, en 2018 planteaba barbaridades como reeditar el Plan Marshall y el Puebla-Panamá y se descubre como actor mundial y así un nuevo Lázaro Cárdenas, caricaturezco ¿todavía o por secula, seculorom?