jueves, 17 de marzo de 2022

En resumen

Tras varias notas fallidas, consecutivas, quiero decir, pues ya se sabe que lo mío es equivocarse, jeje.

A ver si puedo explicarme, para yo solito, se entiende, en estilo Mero, que no solo Pessoa tuvo heterónomos.

Da clase citar al portugués aunque uno no lo haya leído sino en memes. Claro, también así calan sus palabras. Pongamos, por ejemplo: "El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ Que hasta finge que es dolor/ El dolor que en verdad siente."

Wikipedia lo trata privilegiadamente, con buena pluma y sapiencia -¿sí?- y basta para nuestro objeto -en justo plural, que soy cuando menos dos-. Dice allí: "Si después de morirme quisieran escribir mi biografía/ no hay nada más sencillo./ Tiene sólo dos fechas/ la de mi nacimiento y la de mi muerte./ Entre una y otra todos los días son míos". Con eso tiene para rendirle culto, siendo quien soy, si bien  luego aparece al polo contrario y ya no me representa: "Toda mi vida gira en torno a mi obra literaria, buena o mala, lo que sea, lo que pueda ser. Todos (…) tienen que convencerse de que soy así, de que exigirme sentimientos —que considero muy dignos, dicho sea de paso— de un hombre común y corriente es como exigirme que sea rubio y con los ojos azules", porque afirmo existir solo por la vagancia, convertido en calles, sin obra ni progreso alguno. 

Esperen, que me desvío habiendo comenzado en mi cabeza con cinco hombres -ahora recuerdo, hay una presencia femenina por heteronomía: Monelle encarnándome-. A los susodichos sumo a Samarago, Ibn Simbad y Jack Kerouac.

El Nobel lusitano es fuer porque concibió La muerte de Ricardo Reis, descubriéndome cierta cuestión fundamental: los seres humanos son peso físico según la época. Lean la novela y notarán que Reis resulta incomprensible sin su ancho cuerpo.  Heteronimísimo, entonces, pues las fotos usuales  muestran a Pessoa como un flaco hecho y derecho. 

Aunque hay una distinta.
Ésta si corresponde -el bigotillo y la pajarita decepcionan, ¿verdad?, jeje.

Paso a Ibn, mi amigo marroqui -de padre subsahariano no olviden, que eso le da un encomiable toque exótico, jeje.- Era nervudo y no sé cuánto contó en ello nuestra identificación, y su inusitado amor por el Kerouac viajero servía también a la mutua empatía, no porque yo recién me había topado a la vez con los libros del tránsfuga bostoniano, meras palabras en mi caso y no un acicate para las sinbadescas aventuras a que cada vez más se atrevería él.

Gracias a ellos dos, aclaré antes muchas veces, pude vivir años casi sin salir del departamento donde las crías crecían, sin pisca pessoniana, jeje. Que ellos andaran la legua y el ilustre portugués fuera casi pura palabra. Yo seguía convertido en calle, ahora "en contemplación", entrecomillo, pues por ventanas y recordándolas o imaginándolas las frecuentaba tanto como siempre.

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-No repitas -dice Juan, desesperado conmigo aunque no lea estas cosas ni nos comuniquemos más que una vez por año.

-Algunos Cuadernos, como el presente, tienen cientos de entradas, ocultas en su mayoría, y me pierdo. Escribí no sé cuántas cosas sobre un mismo tema. Tú, tranquilo. Total, estamos en La Calzada de los Misterios.

-Ok, ok -responde mientras circula por la Calzada a solas y no lo comunica a nadie. Yo, ya vemos...

Di por terminada la Última gira y continúo. Sus escenarios ya no son los que acostumbré por años: parques, patios universitarios, sindicatos, organizaciones vecinales y uno que otro antro donde leer sin pena La pasión según FB y anexas. Ahora se reducen a una pantalla de computadora y los audios que escuchan diez o veinte, habituales, calculo. 

Ayer hice Sin eufemismos, Europa, y no tengo idea dónde irá. Hay varias notas sobre el tema. Entre otras América y el Nacimiento de la Modernidad o ¿De que habla realmente El Quijote? 

¿Por qué me dedico a cosas así si soy pura calle "atemporal"? Para conservarme, deduzco. Ese entrecomillado inquiere al conocimiento ajeno a mí, de científicos atentos al universo y el átomo, realidades a primera vista contradictorias. Es porque hay un tiempo humano inmerso en el del planeta, ambos infinitesimales y únicos a nuestros ojos como existencia casual. 

Al Ricardo Reiss narrado y quizá auténtico lo caracteriza su ancho, despacioso cuerpo y juro que vi a la generación de mis padres e incluso hermanos moverse con ritmo lento. ¿Fue así siempre antes, en todos lados? No, tengo también por seguro. 

El circular de las horas y los días en criaturas como nosotros...

Tiempo de caminar dice esto:

Se deshizo (yo en tercera persona) del barullo de sábanas y mantas, anduvo los seis pasos hasta la puerta y al entrar en la sala topó con el golpe de la calle, certificación del valle inmenso y la ciudad que lo desbordada, entre los gruesos restos de la noche sólidamente construida con los días, que era mucho más que las costras de café en la taza o el altero de colillas. Sin reparar en ella, al cruzarla, en torno a la mesa vinieron cachos de veladas repetidas: la jactancia de una ficha de dominó tronando al cerrar inesperadamente, Tal con la mirada puesta quién sabe dónde, la obsesión de cosas perdidas en el silencio o en el desmayo de las palabras, la ojeada de él hacia fuera para cerciorarse de que la promesa en la comba grande de la noche seguía en su sitio. Luego los cojines gritones por coloridos, tirados sobre la alfombra, y la evidencia de la singularidad del día, patente en la media docena de cajas de cartón con las tapas por fuera. Hasta la ventana, que se abrió precipitando la mañana apretada al vidrio, desesperada de aguardar, para barrer los restos de la víspera, disputándose los huecos hacia donde resbalaban las rutinas.
En el camino de regreso, acumulada en su memoria o en la del departamento, la música que los acompañaba maniáticamente: un muchacho indagando la desolación y el vértigo con sus juegos de palabras en otro idioma, las diestras guitarras y la voz profunda del hombre vestido de negro, al modo de los campesinos en domingo de un lugar distinto y próximo, o en un punto preciso las rabietas y la desolación del piano del negro niño un par de años atrás, entre los cuales Ella, sentada en un pozo de sombra, se balanceaba todavía en el placer de entregarse al fin al jolgorio de criaturas contrahechas, traviesas, gozosas, malintencionadas, que le habían hecho gestos desde niña y que tal vez no eran sino la promesa o el camino, de veras, a la zotehuela donde los tiestos y los canarios y las gallinas y la abuela que los criaba.
Entonces la cocina, su ventana más bien intrascendente, sus chucherías, y en la tarja, igual que en un cuadro donde todo lo demás resultaba trasfondo, el vaso pringoso con su pozo de leche con chocolate, en la cual el hombre veía la figurita dulce y de dejo solitario del hijo atravesando la puerta de espaldas en la luz temprana de unas horas antes, de su mano rumbo a la escuela.
Él y solo él, en verdad. Ese niño sin quien habría mero caos.
Y luego cree certificar lo obvio: esa mañana y las innumerables minucias que andaban por ella iniciaban un viaje al interior mío, de los objetos, la luz, etcétera, mezclándose con millones previas, y cuando años luego convocara al momento, mi memoria seleccionaría a capricho, presumiendo reconstruirlas. 

SIGUE