viernes, 4 de marzo de 2022

Gastó el tiempo en vano, Quevedo

¿A qué tanto magno poema sobre el tema, don Francisco?

Te llamé, ma, no por nostalgia y menos en razón a otra cosa -el Edipo lo cumplí con las montañas del valle, quedó aclarado-. Quería vernos un rato donde quiera que los lugares nos guarden. La muerte no nos mata, sabemos. Junto a ellos, momentos. ¡Cuántos! Revisando cuadernos topé este, en el cual no participas:    

Hubo un tiempo en que Ana presumió que me iba mal de dinero. Tenía razón y no, pues a mi entonces única cría y a mí nos bastaba con poco. Lo dedujo de nuestro inesperado encuentro. 
No nos habíamos visto en seis o siete años y aunque sabía que por accidente yo vivía cerca de ella, evitaba aparecerse. Luisa le pidió pasar a la carnicería, justo en los bajos de mí edificio. Jamás me enteré si fue a propósito, pues ya advertí que su madre acostumbraba esos trucos con nosotros.
Iba sola y casi chocamos. No olvido su mirada sobre mi niño. Es un sol, decía, y concentró la atención en él, quien andaba por los dos años. Rubísimo, desprendía un airé beatífico que intento recoger en Desde la azotea, y ella se enamoró. Lo afirmo sin dudas ni declaraciones de Ana. 
Fue un momento muy extraño también para mí. El tiempo se revolvía dudando hacia dónde circular. ¿Pudo ser nuestro niño, nacido en otra y contra la existencia de su propia niña, mayor que él? Le sonreía acariciándole el cabello y los brazos, mientras soltaba palabritas cariñosas y preguntas naturales y buscaba en la bolsa lo que no habría manera de materializar. Tomó sus manos para acariciarse el rostro, al fin volteó a mirarme y repitió, ahora usando la voz.
-Es un sol.
Todavía me costaba enorme trabajo andar donde estaba seguro no regresaría y solo la proximidad del hijo hacía que consiguiera moverme y hasta ser feliz, tanto como nunca. Ahora estuve hermoso a mi vez, y eso saltaba las normas allí fuera y no en el departamento que el gurisito volvía un pequeño paraíso.

Ve, ma. Esos diez minutos pueden llevarme por las escaleras al departamento antes o más tarde, entre mil otros. Lo hacen a cuentagotas aquí, en los cuadernos. 

¿Sabías lo aficionado que, muchachito, era a esa calle del hoy llamado Centro Histórico de mi ciudad? Inusitadamente corría entre un poco más atrás y el sur, deteniéndose, vaya casualidad, en la esquina que poco antes yo frecuentaba por ti, terca perseguidora del sueño roto. Ni cuenta te dabas que esta tu tercera cría -cuarta, contando a la muerta cruzando los Pirineos- evitaba seguirte escaleras arriba paseándome al pie de los cuartitos empleados por mujeres para cumplir su significativo oficio. Algunas terminaron reconociéndome bajo la conveniente oscuridad de esas cuadras y me revolvían el cabello con aire maternal. 

¿Cómo saber que años luego las toparía de refilón subiendo una, dos, tres veces por semana a autobuses cuyo destino era el cielo social? Imagíname en ellos, con rumbos distintos, para descubrir al país cuyos secretos estuvieron vedados a mis ojos. 

¿Volvemos a la primera calle aquélla y su alvorozo o me acompañas al mediodía del súbito encuentro con Ana? Anda, sube con tu nieto y conmigo las escaleras que apenas tuviste tiempo de conocer, pues sufrimos tu abyecto abandono -jeje.

SIGUE