jueves, 13 de julio de 2017

Carta a Juan o París, Texas

¿Sirve a los demás contar mi proceso? Sino carece de sentido exhibirlo aunque sea semi encubierto.
 
Llevaba veinte años peleando con lo que pretendiéndose una novela no hacía sino buscar entre mi vida. De cuando en cuando la mostraba a M, quien por prudencia guardaba sus opiniones. Finalmente la orillé.

-Es París, Texas -dijo, harta.

No importa si atinaba, solo el mensaje. Bueno, pensé, en adelante cuidaré que mi historia personal no repita la fórmula de una gran película, o tendré que tirarla a la basura.
Travis es bien conocido en los Cuadernos y no por identificarlo conmigo. Ahí lo tenemos, siempre referido a la Inesperada y sufriendo donde ella más ama.
Una segunda secuencia recoge lo que efectivamente
había e identificaban con el entonces treintón yo.
-Uau -pensaba cuando me lo decían. -Estas personas no entienden nada, sin faltar M, incluso así sean premonitorias y adelanten el reloj y lean lo que Ella terminará representando aquí en su transito desde Tiempo de caminar. Aquí, preciso, letras adentro, con las cuales recreo, no transcribo, historias personales y colectivas.
Ayer escribí a Juan:

¿Te acuerdas, compañero? Olvidé dónde estamos. ¿En casa de C? 

Por décadas fuiste mi mejor amigo y quizá todavía conservas el encargo de entenderme como nadie más. Creo haber correspondido y posiblemente sigo haciéndolo, a pesar de nuestros últimos, breves, significativos correos.

En los Cuadernos solo tú apareces, de entre quienes formamos una cofradía. Hasta hoy viajero inmejorable, cumplirías el Casi Memphis mientras yo parecía vencido por la otra gran batalla, según le llamo.

¿Recuerdas esto? Para Juan y para mí en aquéllos años, autobuses, trenes y caminos a pie, igual si duraban dos días que veinte minutos, nos condujeron a paseos estelares, por todo tan desconocido. Él cuidaba mencionarlo completando la impresión de que estar a su lado era mirar un espejo donde los demás se descubrían frente a inimaginables precipicios.
Te vi hace poco tras mucho tiempo y estabas
fisícamente perfecto. Sabes, en consecuencia, que puede rejuvenecerse. ¿Preparamos algo para los próximos veinte años, sin país, pues para ambos se nos perdió?

¿Y ellas y ellos?

Solo, y precisamente, C se marchó para siempre.

Rencontré a varios recién. Ahí tienes a David, cuarto de nuestros nostálgicos dominós en el departamento donde Él y Ella cuando no cumplíamos los treinta, escuchando con terquedad al Zita. Para solidarios ese carnal de ácido, raro humor.

Dale y dale negreando la canción hasta que amanecía.    

-0-

Vuelvo a París, Texas, y no temo imitar a aquéllos decidores que no entendían viéndome atravesar desiertos cuya real naturaleza conoce mi amita Tic, la del revolucionario proyecto en Santa Fe, Nuevo México, adonde me lleva ahora.

Como sabemos, en algunos hay camellos y en otros combis hippies.

Aseguro que viví el paraíso con las crías y aclaro también en Fotografía: 

Tenía una eterna pregunta hecha fotografía: un sonriente pequeño de tres años está a horcajadas sobre el hermano de diez, que con melancólicos ve a cámara.
Pasaron años y la imagen se respondió diciendo: Cuánto diera porque pudieran levantarse hacia la calle tomados de la mano, dejando para siempre atrás nuestro brutal peso muerto.
Creé con Ella una no familia, estás enterado, Juan, de la cual y por supuesto formabas parte, como David y muchas otras y otros. Empezamos justo en aquellos dominós, a los que Él se sumaba a motuo propio para una genial noche caer de la silla rendido por el sueño a sus tres años de vida.
Ayer comí con él, el Nuevo y los que sigo llamando nietos no importa si nos vemos solo cada eclipse solar. Volví a ser un odioso terco para intentar convencerlos que verdaderamente la Revolución avanza incluso en México, más allá de cuanto todo se fuera a la mierda ¿hacia 1982 o poco después?
Escucha a estos abogados de derechos humanos. ¿El neoliberalismo los acogota? ¿No van más allá?

-No terminamos de entender -dice uno- que tú puedes tener a comunidades campesinas administrando como empresas colectivas, desde abajo, un producto que tiene impacto en el mercado (...) Estamos construyendo el Estado...
Pasó un siglo del asalto al Palacio de Invierno, las fuerzas productivas se desarrollaron a grados extraordinarios, no necesitamos más capitalismo estatal y a cambio hasta Bolivia, nuestra mejor utopía a mano, sabe que el imperialismo no es un tigre de papel y basta con que cualquier loco desde Washington D. C. "apriete el botón".
Digo dirigir estos blogs a nietos reales y adoptivos, consciente de que los primeros se acercarán si tengo suerte y por casualidad cuando acompañe a la Tic en su aventura. Aquellos dos años y medio juntos irán por supuesto en mi mochila, amosoramente acomodados. El resto del tiempo cuyo curso siguen no tendrá registro mío pues en este caso pude verlos levantarse rumbo a la calle. 
Ah, el Travis yo, que no soy personaje cinematográfico y así viajo con cierta comodidad y a bromas insoportables para los gestos señudos y bienvenidas por hermanitas y hermanitos adquiridos como descendientes. 
Cúlpeseme de muchas cosas y no de incumplir el pedido sobre los tres grandes males civilizatorios: destruirlos.
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En Casi Memphis decía también de ti, entrañable amigo:

Su primer viaje al extranjero lo hizo conmigo y aguardando que nuestro avión despegara tradujo el entusiasmo en un comentario:
-¡Quieren robarme la experiencia con música de elevador!
Yo vacilaba entre lo aprendido y mi natural estupidez y sólo gracias a él recordé que el mundo no dejaría nunca de ser ancho y ajeno, y que nada había tan falso como nuestra moderna pretensión de recorrer largas distancias con familiaridad, sin prevenir a los sentidos y la razón. Así se marchaba sobre el vació.
Tan visiblemente arrancado de casa, quienes lo topaban se sentían incómodos, ni más ni menos que ante un poblador del más primitivo, recóndito lugar. Los otros nos esforzábamos por presentarnos como cosmopolitas, esa especie que cuando lo es en verdad encarna una extravagancia cercana a la extraterrestre: condenados, bíblicos, errantes vagabundos.
Imagina, pues, cuánto me sorprendió que tuvieras cuenta de banco. Yo aborrecía esas instituciones nacidas bien a bien con la modernidad -tras 1492, entonces-. Eran la trampa a cuyo alrededor giraba el sistema y pronto ellas y sus instrumentos más elaborados -bolsas de valores, paraísos fiscales, etc.- dominarían todo y, según diría un mutuo conocido, las personas comunes y corrientes no hallaríamos cómo resistirlas:
-Uno no puede darse bofetadas contra los bonos.
Llegaba a tal extremo mi instintiva desconfianza, que para cobrar aquella curiosa beca en dolares gracias a la cual viviría por años hiciera circo maroma y teatro cada mes acompañado por mis crías, quienes se divertían vendiendo los cascos de refresco acumulados, para tomar el autobús a nuestra gigantona ciudad natal.
Hoy, agosto 2 de 2021, este modesto, hermoso, ubicuo departamento donde remato la vida y hasta la pandemia sirvió a hermanitas y hermanitos como posada, oficina, hotel de paso, se quedó sin electricidad y para restaurarla debía correr bajo la lluvia o pedirle ayuda al vecino con una extensión.  El hotentote termino siendo yo, ¿ves? Contradictorio orgullo el mío, que horas antes entró a una librería donde se sentía en un cementerio.
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Pasan casi veinticuatro horas exactas y tengo miedo. Entre muchas cosas que atraviesan mi cabeza está la preocupación por los espejos. No hay equilibrio mental sin ellos y al mismo tiempo son el mayor peligro para mantenerlo. 
Estaba muy casado al regresar a casa y no pagué la luz. Eso representaría un extra en el diario esfuerzo de este como cósmico solitario en tiempos Covid. Para colmo olvidé la compra , cuya autoestima precisa cierto buen aspecto para habérselas con la calle y así tales y cuales cosillas más. , un supervivencia que precisa . No puede vivirse sin ellos