jueves, 29 de junio de 2017

Ana primera. 2

"Musicalicé" Ana primera con las canciones que el Mr. grababa mientras transcurría la historia. Esta no debería ir aquí necesariamente y la versión es tan buena y poco conocida en México que merece saltarse el orden.
Recuerdo que no presumo ningún conocimiento medianamente serio sobre el Sr. Dylan, pues los mexicanos escuchamos muy poco de su música, lo vemos cada diez años y nuestra cultura es ajena a la de él, quien tampoco sabe nada de nosotros, jeje. Hasta dudo que los propios estadounidenses entiendan mayor cosa de este hombre, de su música y su generación. 
No digo así que sean superiores a los demás. Simplemente hicieron una profesión. De la hechura de la BigMac tampoco deben comprender gran cosa quienes no fueron  premiados con tal maravilloso oficio, jeje.   
Tengo enormes problemas para emplear los viejos textos que deberían sustentar nuestros cuadernos, E y S. No hay cómo rehacerlos, y mal escritos, algunos hace sesenta y dos años, dan al traste con cualquier buen propósito.  
Nuestro trabajo termina siendo, entonces, obra de un viejo, cuyos asuntos devoran al niño, el joven, el hombre maduro, desde los cuales hablaba en principio.
Quizá me salven cartas y nostalgias de Ana que, ya saben, se extendieron por treinta y séis años. Empezaron a hacerlo, en realidad. Anoche estuve reconstruyendo mi primera juventud usándola a ella como referencia. Fue rarísimo. La memoria se contradecía según desde quién miraba. 
-No, no estuve allí, puedo jurarlo -pensé, por ejemplo, al recordar nuestro gran movimiento estudiantil. Y lo había hecho, con Ana, que seguía en la universidad. Cuán doloroso fue, dicho sea de paso, por motivos que espero explicarles.
Detuve nuestra historia en 1966, a los diecinueva años de ambos. Era razonable. Vinieron tiempos accidentados, en que nos veíamos muy poco.
Bueno, dejé fuera el breve idilio que siguió tras nuestro encuentro forzado por Luisa en un mercado, muy para rematar la etapa.
Volvimos al cuarto de azotea, primer, maravilloso cobijo, esta vez sin abandonar las casas familiares. Cada tarde sin falta se nos encontraba allí, si alguien hubiera buscado, claro, jeje. 
Ahora separarnos fue un acto natural. Ana completaba su romántica imagen de mí: Bajará a los infiernos, confío -bien pudo agregar-, para la mutua salvación; es El perseguidor versión clase media mexicana -más jeje-; todo aguantará ese pequeño loco. 
Menudos sustos se iba a llevar, a pesar de cuánto tino tuvo. El caos en que el muchachito avanzaba sirvió realmente después. Claro, faltando ella, significaría nada.
La canción que debió ir.
No son mis avatares lo que debo contar y esa declaración anterior requiere mil matices y así cambiaría por entero: yo no perseguía; estaba defendiéndome como un acorralado. A simple vista todo parecía hecho a manera para mí y muchos más y no era así, incluida Ana, de rica cuna, con el porvenir bien dibujado y en algo que la apasionaba. Cuando los estudiantes estallaran, dos años luego, exhibirían cuán duro resultaba vivir en nuestra dictadura perfecta, que se extendía a hogares y relaciónes entre personas, condenando a mujeres, homosexuales y niños, si bien a los últimos nadie, ni quien más consciente era, pretendía rescatarlos. 
Combinadas esa expectativa y seguridad suya y mi naturaleza problemática produjeron que yo regresara a las estupidas andanzas en el falso barrio bohemio y los jardines universitarios, que volví a frecuentar para hacerme el simpático, beber y jugar, apostando siempre por los más rudos o casanovas o cualquier otro detritus. 
Afortunadamente las pequeñas cosas tienen efectos extraordinarios y al echarse a andar los cineclubes, mi vida mejoró. 
No fui yo quien le llevó la nueva buena a Ella, pues continuaba sintiendo que era una gracia inmerecida ... y porque sabía también cuanto me velaba en secreto. 
Los dos iniciamos por aparte un viaje fantástico, que pronto fue compartido, en las propias salas o charlando como seres de cierta manera distintos, al atisbar realidades y perspectivas reveladoras. (Resulta curioso cuánto desprecio publicamente las influencias artísticas y hasta qué grado me transformaron.)
En ese territorio más allá de nosotros, nos reinventamos.   
-0-
Esto va siendo ya mucha autobiografía, nietos, y no era lo que se pretendía. ¿O sí, de entresacar?          
SIGUE