De modo de no gastar el truco, suelo hacerlo una de cada tres Navidades. Lleno la caja y huelgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los otros dos, ni modo, paso hambres.
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Esta vez me di a los derroches y a principios de agosto ya empieza la sequía. Para aguantar de aquí a diciembre del año que viene junto periódico, hago colección de colillas, busco un zagúan a propósito y practico la más rentable forma de estirar la mano.
-No, Señora Conmiseración, deje de pasearse por aquí. ¿No ve que disfruto también dormir a cielo abierto y tener pretexto pa platicar con los que sueltan la moneda y con los que se la guardan, da lo mismo? Y total, sigo holgando, ¿no?
De pilón los nietos se divierten como locos en las pijamadas con la Jornada y El Universal de manta, descubriendo los secretos de la noche gorda.
En la última temporada como ésta fue que el Emi se enamoró pa siempre de la luna y el Sebas aprendió a tocar la armónica.
Qué hueva si siempre pudiera ir al súper, dormir en cama, rasurmarme y peluquearme, enverdecer por falta de aire y sol.