Hoy comí con mis crías y nietos y unos amigos suyos. Alguien recordó "el más destartalado autobús concebible" y estuve a punto de ganarle la baza trayendo a cuento el que tomé entre Fez y Nuadibú.
Callé pues ese paseo solo lo conocieron Ana, la Tic y otras tres o cuatro personas. Durante cierto tiempo tuvo sentido mi silencio, que no escondía sino ocasionales permisos para aprovechar las visitas a papá y mamá cuando regresaron a su tierra. Ella me los echaría tontamente en cara. Creo escucharla:
-¿Tú, que presumes abandonar a tus niños apenas lo indispensable? ¿Y cuántos pares de zapatos habrías podido comprarles?
-Fueron dos semanas y gasté tres pesos -le respondería en la absurda discusión.
Luego intenté confesarme, presumiendo, y me tiraron a loco:
-Marruecos y por ahí. Qué estupidez.
Juan habría estimado mis pequeñas aventuras y no estaba cerca entonces.
El Tamasgha, ni más ni menos. En catorce días y sin ver a nadie parecido a esta mujer.
Era mejor olvidarlo, ciertamente. Aunque aquél camión bien merecía estar en la memoria de cualquier occidental.Al volver a casa esta noche encontré el mensaje de una amiga animándome a seguir grabando los cuadernos y por curiosidad me asomé a ver cómo le fue al último esuerzo. Había un único comentario al pie:
Así como guardé en secreto los breves viajes, quise mantener lejos del mundo laboral mis viñetas y demás. Al final tuve que apelar a ellas.
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