domingo, 22 de octubre de 2017

De amor-es

Saco la calculadora: ocho horas para dormir, diez o doce haciendo mis cosas, tiempo de socialización, cero. Entonces queda claro por qué vengo aquí todos los días durante un buen rato.
Escribo seis cuadernos buscando que quede algo necesario y sus espacios hacen lugar a notas sueltas y diarios. Este le habla a las dos mujeres que más quise y a Suertudo, el gato muerto cuando cumplía diez meses.

Conté cómo a los quince años Ana y yo nos enamoramos a primera vista y creí que no era correspondido pues no la merecía. Una semana después la Princesita desplegó su corte asesinándome luego y ella, A, vino al rescate para vivir juntos los once meses que su padre tardó en entender.
Durante los cinco años de imposibles a continuación mi Julieta acuñó la frase Caminamos porque tropiezas y cuando quise robármela se casó haciendo una promesa cuyo lenguaje cifrado decía Terminaremos juntos
Para cumplirla tendríamos otros once meses, medio siglo después. Demasiada buena historia como para olvidar la fecha en que murió su protagonista femenina: 22 de diciembre de 2000.
Intenté reconstruir debidamente ese tercer acto y no hubo manera. Ahora pido a la segunda mujer, P, Tic o Inesperada, más que viva a los treinta y dos años, regrese y hablemos de los tres, mientras Suertudo el gato, con eternos diez meses de edad, se pasea por aquí.
Leyendo estos diarios la Seño dijo que sé mucho de música. No es así, ¿verdad, Tic compositora? Repito y repito. De hecho debería poner ahora al Mr. con lo común al hablarte, Ana, y a los tres nos aburriría.
Contigo, Inesper, nuestros encuentros virtuales al amanecer terminaron cuando hace poco tuve el último brote de quijositosis pasional, gracias justo a la Seño. Desde luego no te ofendió, porque el amor entre nosotros perdió su sustancia carnal al marcharte en 2008, y el único intento nuevo terminó mal, con tu Cuac odiándose en el espejo. Júzguense bien, entonces, los arredros de la Seño y míos para explayarnos como en varios sentidos nunca antes. Olvido invitarla a estos juegos pues Jamás pierde el estilo y vaya a saberse dónde anda.
Uau, cuántos corazones grabados en mi tronco, parecerá a quien olvide que tuve un curriculum amoroso de cincuenta y siete años, respondiendo a la angustia crónica y sus revelaciones.
¿O es culpa tuya, Ana? Sonríe de esa espléndida manera que acostumbra entre los pocos con quien intima. Como tú, P, por razones radicalmente distintas. Allá la seguridad personificada y acá un colmo de timidez.
-0-
Por segunda ocasión perdí el paraíso, pude morir otra vez y me recuperaba cuando sonó el timbre y asomé a la ventana. Nuevamente acudías a mi salvación, hasta siempre, como a los diecisiete años, según creíste entonces y pensabas ahora, romántica en grados inimaginables para una mujer que era sentido práctico puro.
Por buenos motivos equivoco la fecha, advertí, apenas un poco: febrero de 1998.
Repetiste la práctica. Medio siglo no es nada, decías a lo famoso tango, y mi "febril mirada" contestaba Deja el bandoneón, amor, esto se llama planeta tierra.
Solo eso queda de mi intento por contar los once meses, A. Es que repito o le doy demasiada importancia a las  sensaciones que experimentaba. Probaré de otra forma.
Tenías cincuenta y un años y para hermosa seguías pintándote sola. Bueno, más bien debo decir: ya ni la chingabas; vaya madurez, tan bien plantada.
Para variar con vestidos confeccionados por Luisa, elegantes a punta de sencillez, en algodón en un febrero que lo reclamaba, blanco con pespuntes naranjas, ¡no!, pues como escribió el Mr., "¿Quién de ellos pretendería llevarte (...) vencerte (...) impresionarte...?"
De tus ojos no salían llamaradas, porque del gris a los colores fuego, solo las cenizas, chata, ya muerto el que se atreviera a mirar cara a cara.
Mucha dosis tú para cualquiera y tan incondicional con quien convertías en un fantástico personaje.
Nos habíamos citado meses atrás, por única vez en ventisiete años. Cierto, plazo tras plazo cada uno estuvo al tanto del otro. Y verdad también: nuestras vidas corrieron por aparte.
Tenías una hija, yo dos, varones. Tú, un esposo, o eso seguía creyendo pues para variar mal entendí lo que el A lenguaje cifrado estuvo seguro de transmitir.
-Vamos -escuché apenas abrir.
-Estás loca.
-Siempre.
No, no representaría el antiguo papel.
-Anda, ven -cambiaste el tono.
-Hay un café a la vuelta.
-No hagas esto, por favor. 
Por favor. Era horrible, tenías razón, y caminamos en silencio hasta tu auto, sin magia. Entonces te salió el Perdón que reproduje en un viñeta por aquí.
El beso fue forzoso, largo, tristón, buscándonos entonces.
Regresar al cuarto de azotea y entregarnos a los cuerpos fue una gran idea. Ninguno de los dos había experimentado con alguien más las viejas sensaciones. Y así vinieron también juegos, giros, acentos, que deliberadamente, al parecer, olvidamos al separarnos.
Expliqué ya cómo cambié mi arquetipo femenino para evitar convocarte. Había corrido especialmente de la pieles aduraznadas. Son eléctricas, ¿sabes?
Qué escándalo de buenura la tuya, mujer, jeje. Engrosaste un poco por la edad. Un poco nada más y de sobra para que en tu cuerpo marea este yo se bamboleara ya no a lo borracho sino como si me metiera morfina.
-0-
Increíble que en tu diario olvidara esto, Ana. Lo descubrimos en el único viaje juntos cuando jóvenes y me condujo unos años más tarde al más fantástico lugar que conocí en aquella ciudad, guiando a un obrero afronorteamericano recién bajado del autobús desde su natal Detroit. No daba con la dirección del hermano y don Otis me abrió las puertas.

Fracaso otra vez. 
Estamos a 26 y hace cuatro días hasta los teléfonos se silenciaron. Bueno, el fijo no, que ese cabrón de Suertudo a juegos le dijo ¡Calla!, y como no estoy para cumplir sus caprichos -súper jeje-, ni lo reporté -así seguirá, Espartaco felino, hasta que me lleve la chingada. 
Que no guardo lutos, afirmo, y mírenme. Cada mes hace diesiete años el día 22 desaparezco, dentro o fuera de casa. No lo olvidé siquiera viviendo con la Tic, ¿cierto, P? Abro el cestito donde guardo las pocas cosas tuyas que conservo, Cosa, y nos miro en ellas.
Siento exactamente igual que con mi don Gato: de una inconceible manera muere lo más vivo alrededor. 
Los lutos sanan, dicen, y como escucho muchas pendejadas, ni en cuenta esa. 
Tu enemigo mayor, Espartacus, el miau amarillo culpable de llevarte aquella vez a urgencias, se para horas en la ventana frente al escritorio. Le agradezco comprenda y lo odio por creer que alguien puede suplirte. Quiero poner fotos y de hacerlo, las tuyas serían puñaladas. Contigo, como con Ana, el secreto es transfigurarlos.
Lo fue también al marcharse P. A pura pérdida ando, así la procurara. "Vete de mí, no te detengas a mirar las flores rojas del rosal", díjete estilo Bola de Nieve, Tic, y ¡tómala, barbón!, exclamaría Él, jeje. De amor era.
(No hay manera de subirlo y solo el Suertu la compartió en vivo conmigo: http://www.mojvideo.com/video-bob-dylan-this-dream-of-you/d2153e88fddfb343b8cb#)  Aunque no lo dijo, la Seño vino para conocer a un viejo que la intrigaba. Tener relaciones era requisito, pensó, y nos sorprendimos por el resultado. Acompañarnos a lo lejos complementaba una breve historia entrañable. Tenía algo ausente en nosotros tres: mortalidad. No peleamos a mordidas con los otros, y quise transmitirle nuestra experiencia mientras adquiría la inestimable suya. 
¿Nos vino de cuna? El asperger es compañía difícil, ¿no, Inesper?; el mundo empresarial está compuesto por lobos, ¿me equivoco, Cosa?, y yo... sobro ahora. ¿Qué dices tú, Suertudo, lidiando con gatos callejeros y vecinos que les ponen veneno a unos y otro?
¿Adónde voy con estas cosas? A ninguna parte. De eso trata el diario.
-0-
Lo que escuchamos era obsesivo para el más conspicuo de mis bebedores compadres y comadres. Podía levantarse cien veces a colocar la aguja en ese último track, con una delicadeza inconcebible atendiendo al trastabilleo con que hacía el camino a la consola, jeje.
Es viernes social. En tiempos que no compartimos iba fiesta tras fiesta sin importar el día, o a salones de baile o tocadas, o dominós o lo primero que se presentara. A veces alcanzaban el amanecer o plena mañana o seguían hasta cuando los cuerpos aguantaran, porque mis alcóholicos y mariguanos amigos y amigas, algunos derivando a drogas más fuertes, no tenían límite. 
Fueron muy frecuentes antes de que llegaras y cuando ya no estabas, Ana, y para cuando la Tic llegó los había olvidado. Después aguanté solo lo necesario para acompañar a los jóvenes, no pocas noches en la casita.
Consumí mi dosis de por vida y ahora me gusta escucharlas como fondo. No faltan siendo esta una privada.
Esta es una letra genial, como su compositor, ¿no, Juan?
No viene a cuento el asunto con nosotros, a menos que Espartacus tenga aficiones secretas y esté ahora no jodiendo en la azotea -hablo de paciencia, que lo esterilizaron- sino allí donde frente a mí, un piso arriba, montan hoy el espectáculo.
Abro la puerta al patio para ventilar el ambiente y tu carnal y enemigo a muerte, Suertu, me mira de esa forma que ahora sé tienen cada uno a su manera todos los gatos. Pregunta por ti y el gesto se le enternece leyendo el mío.  
El último sismo nos dejó nerviosos. Hablo en plural recordando lo que ayer me contó una vecina sobre sus continuos mareos. P jamás los había sentido hasta venir conmigo y le empavoreció incluso el apenas perceptible primero. Si a nadie debía tenérsele confianza, conforme al rasgo de su personalidad, que la tierra también resultara una amenaza era demasiado. 
La lectura se hace en un momentito. Yo pajareando necesito algo más. Veía tus fotos, Inesper. Algunas terminaron en verdad confundiéndose con las de Betty Blue, que intercalé en los diarios. Por lo sabido, no pondré de ninguna de las dos, excepto esta tuya.
Hermosa sonrisa, ¿no crees, Ana?
-¿Me quieres, changuita? -preguntaba a A en broma, pues a lo serio ni loco podría, creyéndome siempre favorecido por la suerte y nada más. Ella callaba apenada con la ignorancia hasta en esas pequeños reflejos de una cultura populachera. 
¿Así dónde quedaba su añeja mexicanidad, ideada mucho antes de que el grueso del país escuchara algo al respecto? P era otro extraño producto nacional. Nació donde las veleidades mesoamericanas producían rasquilla y desde niña andaba a canciones very mexican curious. Ya ni para qué decir yo, tragándome entera la patraña entre gaitas asturianas, válgame dios.
Pa todo damos, amores. Nomás don Gato se salva, que de patria a él le bastaba la privada. 
Ora sí nos rayamos. Va don Chava, ¡y con el Chicote acompañándolo!
Al fin soy viejo, porque como tal me asumo, y siento orgullo cuando lo digo. Costó trabajo reconocerlo. Ustedes fueron la clave, creo.
-0-        
Esta mañana la Tic, su enano, N, y yo compartimos una video llamada, Ana. ¿Imaginas recursos como ese, a tu disposición? 
No escogí la canción accidentalmente y debo guardar los motivos -ah, Cuac, con tontos misterios, jeje.
Hoy la Inesper estaba al teclado, cantando algo compuesto para ti, que algún día se escuchará por ahí. Tiene una letra repetitiva y el secreto está en su monotonía, sus suspensos y la fuga tras fuga. P usa otra vez ambientes desérticos, que cuadran contigo, según interpreta ella. Del continuo va el asunto.  Ana-continuo, pues. 
No pudo terminar porque N vino corriendo a ver si el títere hecho hombre regresaba. Jugamos, la Tic pidió una foto tuya para mostrársela al pequeño, que quedo comprometido a agregar esa figura a su teatro.
-0-
Sin Suertudo el caos del departamento alcanzó niveles inenarrables. Lo que cae al piso ahí queda con un amable saludo por recordarme quién soy. 
Hoy un amigo debió esperarme en la esquina para darle datos que necesitaba. 
Antes y al más puro estilo clase media mexicana alguien venía a hacerse cargo de la limpieza regularmente y todavía hace poco un joven compañero sin trabajo pasaba de cuando en cuando. Desde que cerré la puerta ya no hay coto. 
Ana me habría protegido de eso e intentaría evitarme apremios económicos. ¿Cómo haría yo para prohibírselo? ¿Viniendo aquí cuando los tiempos apretaban? Sus reparos por mi supuesto orgullo macho quedaron en nuestra juventud y entendía las razones de negarme a ser un mantenido. Que J lo mal pasara sería otra cosa, y aun así... ¿O corregirías el estilo del Perseguidor, jeje?
¿Y tú, Inesper? No nos conoceríamos. 
En caso, desde luego, que la promesa se cumpliera tal cual y no te hubieras equivocado, Cosa.
¿Le doy a la memoria de los once meses, cuando menos un rato?
Gracias por la música, Mal nombrada.
El cuarto de azotea pertenecía al departamento que, reuniendo dos, tuvo doble planta para tu matrimonio. No harías una nueva vida sobre los recuerdos y tu hija se sentiría incómoda cuando regresara. 
Gastar en rentas era vil dispendio o para quien no tenía recursos, y yo me negaba a un nuestro nido salido de tu bolsa, jeje. Encontraste una buena oferta a cambio y así se te hizo llevadero compartir los gastos por la casita al fondo de una primera deshabitada y su hermosísimo patio de higueras, arcilla y luces maravillosas día y noche, gracias a la delicada iluminación que dispusiste. Era, adulterado, el del sueño aquél, ¿recuerdas, Tic?
Tomé un trabajo emocionante y muy bien pagado para mis modestas costumbres. Diez horas a conciencia sobraban, regresándote por las noches un compañero pleno de estímulos. Sin saber que resultaría así, había aceptado porque mis crías cursaban sus últimos estudios a costa de papá y mamá -el resto lo asumieron ellos voluntariamente. 
Una semana cada dos marchaba a la ciudad provinciana donde el pequeño quiso quedar a solas -imposible negárselo al sumun de la responsabilidad (jeje y para nada jeje, pues así fue siempre)- y en consecuencia tenías mucho tiempo para tí. Recibiste entonces capacitación en derechos humanos y viajabas un poco para ello, coincidiendo con mis ausencias.
El contrato mío terminaba en diciembre, para completar tres años -ahora se entienden los motivos de adulterar la fecha para nuestro diario: que se registrara lo que perdí-. Diciembre, vean nada más las dos. Ya estaba libre, sugerí ir contigo a ese último viaje y te negaste.
-Moverse en esos lugares requiere experiencia. Nos arriesgarías a los tres -fue la por lo demás obvia explicación, que sumaba a tu compañera.
Supongamos que no hubieras sido guapa o no tanto, ni inteligente ni decidida. Me dolerías igual. 
Respecto a nosotros cuesta mucho explicar ciertas cosas. Las insinué en el diario anterior. Alfombra mágica, te llamo allí. Nunca traspasé hacia otra las humanidades que amorosamente se me entregaban, advierto vaya a saberse dónde.
Por ejemplo, no hay minuto junto a ti, Inesper, con la presencia de Ana, incluso ahora. Al conmemorarla cada mes durante tu estancia, yo desaparecía. Estaba ella por entero, más allá de mí. Caminaba, reía, se miraba al espejo, hacía mil veces el viaje con el cepillo por su pelo, que relumbraba casi como los ojos o la piel, recién restregada, podría pensarse a cualquier hora. Y etcétera hasta el infinito. 
Algo semejante será con Suertudo cuando logre confrontarlo. 
Me enamoraba y corría con la imaginación a participártelo. Eras mi alfombra mágica porque sin ti no volaría en las demás. Te llevaste los temores, hasta el último de ellos.
Cuando P soltó aquella frase que nos hizo pasar de sobrina y tío adoptados a amantes, sino te hubiera conocido, Ana, no existiría continuación. Casi le triplicaba la edad y pertenecíamos a generaciones con hábitos entre los cuales se abría un abismo. Y no estoy refiriéndome solo al placer ni mucho menos. Lo que me tramitiste fue la fe en mi humanidad.
Por supuesto el Perseguidor quedaba muy grande a una criatura en todo pequeña. A hombre bueno y entregado nadie podía vencerme. Eso creía equivocadamente, pero bastaba creer.
-0-
Tengo cruda por los halagos que sin querer queriendo aquí -no, no pondré "hago", jeje- me disparo -salió casi igual, jeje; entonces borro para poner: me dispenso, que de paso es más correcto, jejeje.
Día de aldea mágica para P y N y los acompaño por la camarita. Al llegar fueron saludos, fogones, adultos atareados y niños jugando entre mangles, sus pies sobre árboles frondosos o en el estero, el río que cae por las piedras que mil años limaron -ando liricón, jeje.
Ahora a pura música y baile la traen y valen esas palabras al inicio de Desde la azotea: de noche los beduinos escuchaban las historias de Simbad el Marino y había oleajes en su desierto. ¿Te llega el eco, Ana? 
Es inevitable: me parecen dos amigas ideales, de haberse encontrado. En mis delirios digo que les sirvo como puente. ¿Sí, Tic?
-0-
Traigo esa canción que debe estar entre las mejores y dediqué a la Seño. Demasiado buena para no compartirla entre nosotros, así se escuchara mil veces en mi casita durante los últimos meses y ande por otros diarios.
¿La siguiente resistió el paso del tiempo? Sí.
Ayer acompañé a la Inesperada, pues. Hay otros diarios dirigidos a ella, a los que se entra por ese link, donde hablo de su aldea mágica. Consecuentemente, no repetiré, jeje.
Una nota más tiene los juegos musicales con N. O para exactos, lo que yo le envío y él usa contra la espantada mirada de su ma atestiguando como hago trizas los gustos musicales de un niño.
-Pasa el día percutiendo cuanto encuentre -dice la individua.
Quería abuelo para esa cosita, ora aguántese, ya no ma-dame, jeje.
Volvamos al principio con la música que los tres amamos.
¿Te gustaba también, Suertudo?
Ese pequeño, hermosísimo ser murió por una estupidez, tan repetinamente como tú, A. 
-Déjelo ir -dijo la Seño.
Entiendo que no comprendiera. Vean, por favor, el video a continuación en la lista. Sin sonido, mientras escuchan el otro.
No tuve un gatito, nunca quisé tener un gatito. Sigo odiando la cultura de la mascota, cada vez más, observando al amarillo callejero que ronda y a todos los otros animales en nuestra privada, con sus miserables existencias. El Suertu y yo apostamos a algo distinto y fue un triunfo hasta esa pinche madrugada. No lo acosté contra mí, como habría hecho con los hijos o los nietos. Su animalidad parecía protegerlo de enfermedades bobas. Se curará, pensé todavía dos o tres horas antes, viéndolo esforzarse en el arenero, y lo dejé allí con solo caricias y palabras dulces. 
Cuando yo era niño los gatos se purgaban por sí mismos, comiendo pasto. ¿Dónde iba a encontrarlo el Suertu, cien metros a la redonda? Debí tratarlo como a humano, criatura frágil, porque en eso convertimos a las mascotas, o ellas lo eligieron así, según aseguran por ahí.
Salí de viaje y durante una semana estuvo encerrado. Cuando llegué meó mi cama descardamente. 
-El contrato era otro -quiso decirme.
Te lloraré hasta el último día, Espartaco.
Creo ver actos de libertad por todas partes, dicen con sorna hace mucho. Sí, cómo no, ciegos estructurales.
Inventé todo, pues: Ana no retó a su padre a los dieciesiete años por defender mucho más que el amor; la Tic no estuvo en Santa Fe con un beduino que usaba camioneta hippie para andar mundo con el hermano parapléjico, etcétera. 
-Estamos condenados a la esclavitud.
-Chinguen a su padre y madre. 
Los cadáveres también se desentierran.
-0-
Reúno dos de los pocos momentos contastantes en nuestra vida, Johanna... ah, no, perdón: Ana, jeje.
En uno teníamos veinticuatro años, Xime abrió la puerta y le planté dos sonoros besos, sin percibir todavía su asombro. 
-Fueron al mercado.
-¿Entre los dos podemos hacer las maletas de esa chamaquita?
-Luisa horneó unas galletes riquísimas -dijo rumbo a la cocina para evitar responderme y, mientras, le hacía pregunta tras pregunta sobre ella y los suyos, para completar el cuadro que tenía a medias.
Escuchamos cómo ustedes entraban y no me adelanté porque un príncipe espera a pie firme por la diosa que adora, jeje.
Jamás te vi perder piso hasta ese día. Demudada es una justa palabra para ti ahí con las cestas. Mal interpreté como siempre y en Sr. Seguridad di la orden.
-Vámonos.
-Me voy a casar. 
Luisa se había acercado haciendo que no escuchaba y con los brazos rodeó a quien creía moriría -exagero pero no mucho.
-Vaya, hasta que te dignas. 
El golpe debió demolerme, en efecto, y no lo hizo pues si me atreví a tanto ante ti era porque encontré al fin la patria prometida -repito, jeje- y ni tú, pluscuanperfecta, hacedora del Perseguidor, futura alfombra mágica, valías lo suficiente para echarla a perder.  
A tal punto te odié y me pareciste despreciable, que Ana fue a dar ¡al mismo saco de la Princesita!, por el breve tiempo necesario para devolverme la memoria.  
El otro momento... oh, ya lo conté, jeje. Cumplías la última frase de aquél, celebérrima ya en los diarios, al seguirme hasta la calle.
Las visiones de Johanna, dice el Mr. Vaya que sí.
Y ahora vamos contigo, Tic. ¿Cómo, sino hay tacha en el idílico año? 
-No -contestarás. -También hubo.
Conservo los correos que mandabas. Aparezco de las más desagradables formas y en el extremo resulto un aprovechado. Hasta "muérete", se lee allí. Te sabía cósmicamente sola y temí. No respondías y tu maestra buscaba sin éxito. Recordé París, Texas, la película.
(Aprovecho todo, sí, jeje.) Eras Travis en potencia.
Respeto las historias y aun así me excedo. Es el tono almibarado, que en cualquier cosa busca acentos dramáticos. Bueno, drama nunca falta hasta tratando de lo más simple entre dos, que bien puede ser uno solo contemplándose. Dramático yo conmigo y mi alma, hablando a los muertos, un distante amor acariciándome por el híper y Ry Cooder que musicaliza, contra días insustanciales, en espera.
-¿En espera de qué?
-De una ráfaga de viento que despeje mi mirada o me lleve o no haga sino tirar la taza para dejar los restos y certificar con ellos cómo nada alrededor se altera y así cuán perfecto es el instante, cuelga y cuelga.
Puf, de esta salgo poeta, jeje.
-0-
¿Es tiempo de dar fin al diario, amadísimas?
P responde que no. La acompaña y Ana debe seguir hablándole a través mío.
Me cuca esa Inesperada, sabiendo cuánto bien me hacen los recuerdos. Entonces que le toque a ella, jeje.   
-Estoy muy contada.
-Acá entre nos, aburre tu historia, sí. 
-Te salvan los mil kilómetros de por medio. Sino, te daba.
-De eso pido mi pan.
-Y no lo agarras. 
-¿A qué la agresión, alma por quien desvelo?
-No seas payaso y dime, por ejemplo...
-Uy, ya me saliste con una cursilísima canción.
-No era mal músico.
-No estoy burlándome.
Si a ustedes nadie las hurtó del J Cuac, me intrigaban sus hombres y al pensarlas con ellos habría querido preguntarles en estilo Perales, entre una tristeza parecida a la suya. 
-El de Ana se te adelantó, al menos.
-No y ni siquiera diré que la perdí.
De cierta manera vista, nuestra historia debía producirse como lo hizo. En lugar de cuento, yo merecía un título de película al revés: Nacido para perder, jeje.
-Cuestión de estilo -contestarás, Tic.
Con el video se antoja una foto, más jeje.
 
Porqué no puedo poner suyas, me lleva la chingada, jejeje.
¿Hago que cantes lo de siempre como siempre? El que calla otorga. En "canon", pues, tres segundos.
Chale, ahora, sin regularle el volumen, no sale bien. ¿Medimos por compases? Solo dos, mejor. No, no, como quedamos, desde luego que sí.
La calle tenía una sola cuadra, P,  a cuya mitad se abría otra más corta todavía y apenas transitada. El movimiento tendía hacia su último tramo y torciendo rumbo al sur, digamos, encontraba la jauja de los negocios, todos con cierto toque distinguido.
Digamos, subrayé, pues nuestra ciudad empezó a perder allí su retícula perfecta, debido a la señorial avenida que el señorial señor extranjero plantó rumbo a su trono, soberbio parque indígena arriba, hasta donde coronaba. 
Algunos conocían el barrio tan bien como yo. Mejor, no. Ana lo detestaba con entera razón, si bien para ella la cosa en principio era de clase, o de abolengo, si quieres, adjuntado el Odiamos cuanto huelga a cultura francesa.
Iba por allí exclusivamente en búsqueda de J, cada seis meses, cuando mucho, y aquel día juro que la vi en 1844 como señorita huyendo de sus iguales para, por desgracia, no dar en un retruécano urbano popular, sino allí, presuntuosa ralea reunida, jeje -uf, quiero llorar reconstuyendo el momento; borra ese par de canciones que animan la peor sensiblería, jeje. (Dime cuánto recuerdas y te diré qué tan viejo eres.)
Teníamos diecinueve años, creo, y me le había desaparecido por buen rato. Dobló la esquina como si fuera mi madre con un bastón en la mano. Yo estaba en las mesas de fuera entre los corifeos, tristeando sin demostrarlo.
-Ay, dios -pude pensar sino llegará al modo de siempre: puntual, urgente, sin contemplaciones esta vez. -Qué tan todo eres -dije para mí. -Pasaste una goma y no queda nada más que tú, al rápido paso, o detrás tuyo van cayendo los edificios y el cielo, éste para rehacerse devolviéndome el nuestro -chale; sí que me puse profundo. 
E intuí: habría rapapolvos para todos, ¡Estúpidos zanganos!, jeje. Los conocía de vista, si acaso, y no paró mientes, como decíase en el siglo XIX. Lejos de sentirme mal, resplandecí conforme avanzabas. No era cualquiera: merecía que la mujer sin par me quisiera y a ese grado. 
¿Acepté que estaba a tu altura? Sí, durante mi extraordinario viaje hecho en minutos, mientras el cielo volvía ciertamente a su lugar y no era ya decorado del barrio.
-No más -me dije aún antes de alcanzar la esquina. Los tres próximos años serían todavía más difíciles que los anteriores y por completo otros, así a primera vista parecieran iguales. Al Ana-J amor le esperaba un lugar secundario. De hecho siempre lo tuvo, y al mismo tiempo sin él antes y ahora todo resultaría muchísimo más difícil. Tu reconocimiento, ahí estaba la cuestión, o tu espejo, si se quiere.
Démosle un giro romántico al largo paseo en que aproposito olvidaste el auto y caminamos treinta cuadras hasta nuestro antiguo cuartito. Estaba dispuesto a ir a espaldas tuyas y al poco andábamos de la mano. En silencio, eran palmas y dedos quienes establecían la charla, comedida, mero acompañante, como los besos, inapropiados para esa puritana ciudad si escogían una avenida repleta y al segundo se dieron contra una pared.
-¡Ya, cógetela, cabrón! -gritaron, como se acostumbraba.   
Ese día, demasiado trompo yo para tan pendeja uña llamada vida, digamos usando la chidísima frase popular. Qué importa si era la changuita, tú, pues, de quien venía el alcanfor. Hay cosas, chula, que nomás de un modo -sabe qué pulga me picó, mi Chorre, pero que me dio, me dio, jeje.
-0-
Hubo un tiempo en que Ana presumió que me iba mal de dinero, Tic. Tenía razón y no, pues a mi entonces única cría y a mí nos bastaba con poco. Lo dedujo de nuestro inesperado encuentro. 
No nos habíamos visto en seis o siete años y aunque sabía que por accidente yo vivía cerca de ella, evitaba aparecerse. Luisa le pidió pasar a la carnicería, justo en los bajos de mí edificio. Jamás me enteré si fue a propósito, pues ya advertí que su madre acostumbraba esos trucos con nosotros.
Iba sola y casi chocamos. No olvido su mirada sobre mi niño. Es un sol, decía, y concentró la atención en él, quien andaba por los dos años. Rubísimo, desprendía un airé beatífico que intento recoger en Desde la azotea, y ella se enamoró. Lo afirmo sin dudas ni declaraciones de Ana. 
Fue un momento muy extraño también para mí. El tiempo se revolvía dudando hacia dónde circular. ¿Pudo ser nuestro niño, nacido en otra y contra la existencia de su propia niña, mayor que él? Le sonreía acariciándole el cabello y los brazos, mientras soltaba palabritas cariñosas y preguntas naturales y buscaba en la bolsa lo que no habría manera de materializar. Tomó sus manos para acariciarse el rostro, al fin volteó a mirarme y repitió, ahora usando la voz.
-Es un sol.
Todavía me costaba enorme trabajo andar donde estaba seguro no regresaría y solo la proximidad del hijo hacía que consiguiera moverme y hasta ser feliz, tanto como nunca. Ahora estuve hermoso a mi vez, y eso saltaba las normas allí fuera y no en el departamento que el gurisito volvía un pequeño paraíso.
No cuento más pues no resulta fácil. Para nuestros efectos, Inesper, basta decir que a la Ana empeñada en comprender al país e inevitablemente niña de bien, mis tenis viejos le revelaron nuestras estrecheces, jeje.
-Me dijo Luisa que la llamas de vez en cuando. 
Contuvo el lugar común y dejó entreverlo, Deberías pasar a visitarla, y correspondí con cortesía.
-Un día de estos vamos por allí, ¿verdad, piojo?
Fui solo -ahora, Real Academia, cómo aclaro, jeje- porque con los hijos tuve una impertérrita regla: mi vida amorosa más allá de su mamá, no existe, antes, durante o después. Delicadamente, haciendo un circunloquio ostensible a cien kilómetros, Luisa preguntó por las finanzas familiares.
-Espero que cuando mucho en un año el enano aprenda a limosnear -dije y nos carcajeamos por la obvísima intención de ella y, necesariamente, de su pequeña.
-0-
Pongo el link al diario y a cuanto escribo, para tres centenares de contactos, entre ellos amigas y amigos, algunos virtuales desde hace mucho. Hay un obligado, cierto eco, y así nos visitan con frecuencia. Son ya de la familia, digamos. 
Mañana me toca otra vez aldea mágica en vivo. Esta tarde acompañé allí a la Tic y su chiquito, que debían entregar unas cosas. Fui mi tercera o cuarta relación con el exterior desde el domingo pasado, incluyéndote, Inesper, pues anteayer hubo un tú a tú por camarita. 
Fiel a mí, estoy en criris para bien y para mal, informo también a Ana, quien juraría anda ahora por aquí, de tanto recordarla.
Hice una carta a los hijos despidiéndome. Tal vez la necesite si se cumple una propuesta que recibí. De concretarse, no conducirá adonde quería. Les hablo de ti, P, porque tarde o temprano terminaré a tu lado. La vergüenza desaparece contigo y no me apena presentárteme ni en el peor estado, como posiblemente será el caso, jeje.  
¿Te enorgullece don Perseguidor que no persigue nada, A?
Nunca pude entender a quienes terminan decepcionados. Tampoco hoy, y ni siquiera cargo contra mí por poco resistente. La realidad es dura, muy dura, y nadie nos prometío un jardín de rosas, digamos apelando a una famosa película.
Hablé de los hijos por primera vez en estos díarios y para referirme a ellos tengo un cuidado extremo incluso en mi trabajo personal más serio. Los llamó allí Él y el Nuevo y trato de verlos como criador y no como padre, papel que detesto, pidiéndoles perdón por haberlo representado.
Soy sombra, insisto una y otra vez en Desde la azotea. Subí a ella apenas niño, para no abandonarla sino en sueños, entre los cuales bajo a hacer la vida. No es retórica. Hoy veo muy poco a ese par de hombres extraordinarios, según podría comprobar si necesitara.
A cambio nadie sino yo conoce la azotea. Incluidas ustedes, Ana y Paula -de ahí viene la P, olvidemos los remilgos-. Quizá al igual que todos, mi vida tiene compartimientos estancos, desconocidos entre sí, pues.
Jamás llevé a un niño, un adulto, el perro que no tuve, a casa de Luisa, y solo por casualidad durante nuestro último año alguien cercano vio a A conmigo. El llanto por ella fue en solitario o compartido con su madre. Caras vemos, adentros no conocemos.
De ti, Inesper, supo mucha gente y si todos sospecharon, solo a dos amigos se abrió este departamento para asomarse a la historia.
Podría decir otro tanto de Ella y yo, aunque mil personas presenciaran cada tramo entre nosotros durante una década. Suelen recordarla como ser maléfico y no entienden nada.  
Cansa, realmente cansa lidiar con imágenes estereotipadas.
¿Entendieron el discurso? Yo no, jeje.