miércoles, 5 de octubre de 2016

Las mil cosas con A

Leo dos años después y no entiendo nada, jeje. Menos mal.

Por primera vez cuento la historia de Ana. En gran parte es por Luisa, su madre, quien tiene noventa y un años y hoy, 13 de noviembre, enfermó sin remedio.
Me decidió también lo que a través de Ana ilustra mi vida, recordando momentos ocultos en cuanto escribo para E y S, a quienes de paso tal vez no les entregaré esto.

En una nota aquí al lado (¿Una novela?) la llamo M por respeto y error, pues no es su sigla y confunde con otra mujer de los cuadernos, nietos. 
Nunca doy nombres, esta vez sí: Ana. Cierto, apareció en la fantasía sobre un nuevo mundo a punto de nacer. Lo hizo por buenas razones.
No inventé lo demás sobre el pasado sugerido allí, que de cierta, extraña, segura forma duró treinta y cinco años.
Desde apenas vernos estuvimos de una u otra manera juntos. Éramos quinceañeros y recién tenía el novio ideal para un padre como el suyo, empresario de cepa, culto y ultrautoritario sin parecerlo.
Si inconscientemente yo aspiraba a algo cuando me le acerqué, a final de clases lo había olvidado con una tristeza que desconocía. La esperaba el muchacho tres años mayor, con auto y finas ropas. No percibí cuán nerviosa se puso al encontrarlo, espiando mi reacción. Sutilezas de ese tipo me pasarían inadvertidas muy seguido en adelante. 
La escuela alivió el dolor, pues eso era, no importa si parece absurdo. Dos años luego contó algo más o menos así:
-En horas, o minutos, no sé, decidí que el noviazgo aquel salía sobrando. Pero no podía terminarlo apenas empezar. No temía a mi padre, ni en eso ni nada, y sí a los ordenamientos que me sembró, como dice mamá. Mide bien, entonces, cuál fue tu impacto en mí. Las circunstancias nos ganaron a los dos. Conforme preparaba al novio, cedías al encanto de la Princesita (L) (Siluetas)." 
A se confesaría tras mi inesperado final con L, cuyo arribo no pudo apartarnos. Sin clara conciencia entendí entonces porqué, al menos en parte, fue posible el principesco idilio. En parte, subrayo, pues mi rol de soldatito conquistador resultaba fundamental.
Cursi escena. Las princesas son natural born killers, y quienes van en su persecución, pobres almas como yo. 
Lo que no ofrecía Medea (jeje) era proporcionado por Ella. 
L y yo apenas nos veíamos fuera de la escuela y el hogar de Ana se me abrió sin reservas. Ambas vivían en un barrio señorial y por meses Felícitas (Desde la azotea (como cuaderno por separado)) creyó que mis escapes eran para encontrar a Mede (más jeje). Luisa cobijó enseguida al muchachito atolondrado. Luchaba contra los mandatos que el padre inculcó con esmero en su pequeña, y me tomo por perfecto aliado.  
Como muchas otras cosas esta música la conocí con Ana, y me recuerda sobre todo nuestro último tiempo.
Pasamos incontables horas en el cuarto de Ella, a cuya plena intimidad accedía así. No pocas veces lo compartí a solas, penetrándome con sus aromas y sensaciones (en luces y sombras, telas, objetos, horizontes de ventanas) recreando un amor que tenía rostro de L y al marearse olvidaba las preguntas, obvias, gritonas.
Jamás pasé mucho más allá de la puerta en la principesca casa, que entonces imaginaba idéntica a esa tan desparpajadamente ofrecida.      
Felícitas me exhibió el burdo truco en cuanto supo en dónde gastaba las tardes. Procedí a una reglamentaria defensa ante ella y ante mí. Como buen jovencito triunfé en la parte que me correspondía y Felícitas, siempre puntual a las necesidades de su hermano postizo, nunca más tocó el tema. La Princesita me asesinó una mañana frente a la puerta de la escuela y A corrió a rescatar el cadáver (¿suena estúpido?; anden, vívanlo, Ohsis, a los en ese momento dieciséis años.)
De viaje, tardaría meses en enterarse y me buscó en la universidad. El guiñapo no se reponía, se lo comió a besos allí mismo y contra todo sentido común en la época, le hizo el amor donde primero pudo.
No hay final feliz en ningún capítulo de este extenso cuento. Debí marcharme a la fábrica-pueblo y luego lejos, y ella terminó haciendo lo que planeó: casarse con quien crear una ordenada, próspera familia. Yo me había esfumado para entonces y no fue por eso que se resolvió, creo. Siglo y medio de conciencia histórica en una familia produce cosas muy raras, como hacer cálculos amorosos a tres, cuatro, cinco décadas, y velar por su cumplimiento. Por periodos la madre le hacía el trabajo sin advertírselo. En otros se permitía cartas cuyo propósito, pensaba insensatamente, yo advertía. Para los demás echó mano a su oficio de espía, apareciendo cuando era imprescindible, a ratos en secreto.  
Luisa solía tensar la cuerda más de la cuenta, sin necesidad, y durante mi ida a provincia me invitaba a dormir. 
Volvía entonces a la privacidad de los primeros veinte años de A, usando su cuarto . Me acostaba en ella a cada visita, encantado por las claves: muñecas, cajitas con collares y pulseras, hojas entre libros y cuadernos, recuerdos de vacaciones, regalos que conservó por un especial significado; el cepillo que recorrió cien mil veces el cabello, la mecedora de niña a solas, nuestras cartas guardadas con cariño en un cofre. Al juntarnos para siempre después supe que agregaba detalles al lugar: el primer muñeco, que se había llevado y devolvía, las conchitas de sus últimas vacaciones... Había una única regla: no estar allí al presentarse ella. 
Si yo desaparecía un relativo largo plazo, me seguía el rastro. No tenía dudas: J sería suyo cuando ella quisiera.
-Me preparaba para esto -dijo la noche que el sueño recoge. 
Ustedes no nacían todavía, nietos, Él y el Nuevo volaron por sí mismos y preparé la primera de esas locas aventuras que continuarían fantásticamente con el Níger y mi abuelo.
En verdad yo hacía la mochila y en verdad ella traía una. Me adivinaba, pues durante nuestros cada vez más continuos encuentros no le hablé del viaje.
El sueño es fiel también a su comportamiento al entrar. Ni media pregunta. Iría adonde dijera. 
Lloró sin detener su tarea.
-Perdón. 
-No digas eso -pedí mientras por mi cabeza atravesaban los treinta y cinco años.
-Hasta la muerte -dijo en cierto momento. Un año después ya no estaba.
      Esto fue lo primero que nos arrebató al descubrir musicalmente el África negra.
Sobreviví, Cosa, porque eso nos juramos.
A Luisa le prometo que contaré la historia según se debe. Es no de dos sino de tres y aun en la muerte significó un canto a la vida. 
-0-
Luisa me regañará por decirlo o pensarlo y no lo puedo evitar: sentirme culpable de su temprana marcha. 
No es sólo en la vejez cuando entra a mis sueños. Nada ha sido tan constante.
Cada mes en el número de día que se la llevó, esta casita permanece cerrada por para los demás incompresibles motivos, y Baaba Maal suena y suena.
-Cómo enflacaste -decían quienes me encontraban tras un año que nunca expliqué donde había pasado. Hoy siguen con eso.
Tarde o temprano, Ana, lo contaré todo.
Viejamente viviendo de prestado, declaro aludiendo al abuelo y un gran tipo. Es literatura. En sombra me representé hace mucho y desde 1998 hasta yo atravieso mi cuerpo.
-0-
Como acostumbro, sumo poco a poco elementos de la historia. En este caso al final les daré forma. 
El tiempo se comporta caprichosamente, sabemos todas y todos -la insistencia en precisar el género no es moda y mi relación con A sirve de muestra- y segundos pueden volverse horas, o viceversa. 
No seré tan detallista como debo pues esto resultaría eterno, y empiezo por nuestras iniciáticas miradas. Yo jugaba en el patio donde cumplía el último ciclo preuniversitario y ella, entrando al primero de dos que fueron costumbre justo hasta entonces, recibía las bienvenidas a una novedad. 
Estudié allí desde el kinder, como se le decía, y me había ganado fama del simpático que no debe faltar en una escuela. Ahora voluntaria o involuntariamente canalizaba una alharaca con tonos muy altos, conforme al momento, y Ana volteó para ubicar a quienes evitaría en el futuro.  
Representación de la responsabilidad, tenía un doble reto y también una herramienta para desolemnizarse: ser bellísima. En cierta medida se lo debía a su madre, pues la belleza si no hay quien le dé alimento, al modo de cualquier cosa, florece pobremente. De Luisa el brillo imprescindible y una vitalidad corporal arrebatadora, que poquísima mujeres poseían. Mar y más mar, bronco y tierno, la criaron entre árboles y muros trepados a pulso, montañas-resbaladillas, luchas cuerpo a cuerpo contra quien quisiera divertirse o liarse en verdad, aquí sí más allá del género, y danza tras danza sin pretensiones profesionales.
Cuando contra los pronósticos asistió a la fiesta que festejaba el comienzo de cursos, bailamos.
-Marejada -fue la palabra que se me vino a la cabeza apenas tocarla. Yo también conocía el tema a fondo (Trópicos).
Al terminar fui a sentarme, para su desconsuelo porque los moscardones revoloteaban. Y siguió detrás mío. 
-¿Ya?
El muchachito tenía miedo y entendió jalando una silla. Sin darnos cuenta aquella noche abonó y mucho el interés de la Princesita, que no estaba allí y recibiría a cambio detallada reseña de su celestina.
Así no la hubiera visto con el novio, me sentí igual que en mis desesperadas peleas con la corriente: solo capaz de admirar a su borde, experimentado esa proximidad al kraken.
La música era una nada despreciable contribución a mi vieja melancolía que se instalo de cuajo. Me refiero mucho a ella, nietos; a ambas, pues.
-¿A qué la atracción por un pequeño patán? -le pregunté tiempo después. 
-Los ojos te delataban.
Ahí encontró eso, la tristeza añeja, al fondo de una desbordada alegría. 
Descubrirnos nos había tomado nada, en resumen. En su caso bastaron las miradas a lo lejos del primer día. Luisa hacía enormes esfuerzos por impulsarla hacia el disfrute, el desenfado, la irresponsabilidad, de plano, sino había alternativa. No era difícil, en consecuencia, que alguien como yo le llamara la atención, si había un extra; por ejemplo, el dolor.
Volviendo al principio: sentí su mirada cuando mudaba. La intrigó el quinceañero cuyo único recurso era jugar. No había poder de por medio, ni agresividad, y el gusto por las luminarias parecía mera naturaleza. Parecía, ya sabemos, E y S, y Luisa, que se agrega ahora.
A la vez, pienso, contaba el reciente compromiso, pues el noviazgo para Ana se presentaba así, auspiciado por su padre. Era demasiada carga y si la prepararon para llevar toneladas, el a cambio no suponía renuncia excepto que... Sobredimensiono, desde luego, por darle un aire dramático a nuestra encuentro.
Simplemente estaba muy joven para embarcarse en lo que por lo demás contradecía el mensaje del propio padre: Se autosuficiente y triunfa. Ya habría tiempo para eso. Mientras quería... ¿qué? No tenía idea, quitando la relativa importancia, y no más, de recibir conocimientos en gran parte adquiridos antes. 
Ni una tarea le vi hacer y así las tardes podían dedicarse a revolotear en casa, o de dársele la gana, donde fuera. De modo que fui el perfecto compañero. No lo sabía aquella mañana y sí llegada la fiesta, una semana luego, al marcharse, claro, porque fue para probarlo. 
¿Que debió decirme? Eso creyó y traduje mal sus señales. Cómo pedir entendimiento a quien tenía miedo por carretadas y la figura de un atildado, guapo universitario tatuada en la imaginación.
Dos días después L desplegó su corte. Ahora que lo escribo me asombra: había transcurrido una semana escasa.
-Estuvo insoportable -contó Luisa cuando casi medio siglo más tarde recordamos juntos.
(Leo porque le dije a mi hermanita Dany que leyera. Y comprendo cuánto escribo para mí, suponiendo que ustedes, nietos y Luisa, conocen todos los cuadernos, incluida la nota por la cual vine aquí. Así es esto.) 
El martes primero estaba en la puerta al llegar yo.
-Hola -dijo. 
Pensé que era casualidad, y no. Me esperaba para en los cinco minutos disponibles cerciorarse de que el daño causado se repararía.  
Incapaz de herir a otro, en cualquier circunstancia habría hecho algo parecido y aprovechaba su impulso para tender un puente.
Echamos a andar juntos por silenciosa orden de ella, que quería informarle a la escuela nuestra proximidad, empezando por mí. Sino me hubiera interesado veinticuatro horas atrás, era suyo con ese mero gesto. 
B entre bellezas, pudo titularse el año.
Había varias notables diferencias entre A y L, quien todavía no se manifestaba. Una, niña, la otra, mujer que empieza a florecer. Aquélla de moda y ésta clásica. 
La Princesita me traería universal reconocimiento. Ana el respeto generalizado. 
En mi clase había una joven también guapísima y a kilómetros de cualquiera, R, cuya osadía en todos los órdenes, empezando por el sexo, acabaría llevándola al psiquiátrico. Éramos la reina y su paje y desesperaría al verme con L.
-¡Baboso!, ¿no ves lo que tienes al lado? 
-Es mucha mujer -respondería yo.
A se daba cuenta ya el martes que tratamos y al sincerarnos tras el momento de pasión en la universidad, me regañaría. Sería un coraje doble porque según ella éramos pares y desesperaba ante la incapacidad para defenderme del exterior que se cebaba en mis gruesas fragilidades. 
-Cuántos Te quiero solté y cuántos Cuidado con esa arpía- diría entre nuestra revoltura en su auto estacionado. -Sin palabras, es verdad, pero evidentísimos. 
De momento tenía suficiente con nuestra complicidad que nos volvía sospechosos para los demás.
-Somos amigos -me defendía.
-¿Al chile? Porque esas miradas por las ventanas entre clases...
-Sáquense a la verga -terminaba yo el asunto toqueteando sud bragueta o sus nalgas para iniciar un juego, si se trataba de hombres.
Las compañeras multiplicaban varios tantos la lata y había que torearlas de otra manera, claro, en tan pudibundas épocas.
 Ana no escucharía muchas canciones del Baaba.
La cuestión se volvió delicada con mi noviazgo. Durante semanas evitó el trato, a pesar de cuánto me empeñé en mantenerlo. La Corte vigilaba y yo encontraba el modo sin delatarme. 
-Mientes. Fueron siete días exactos. Después fui distante pero estuve ahí -cortaría A en este punto. -Durante un mes -agregaría sonriendo. 
Sí, hasta que me resolví a timbrar en su casa. Tocaba el piano para su padre y Luisa y yo aprovechamos. Era la primera vez que la veía y se apresuró a comunicarme que sabía mucho de mí por Ella. Exageraba o, siendo precisos, extendía a placer una semana.
Al aparecer A, Luisa había puesto en acto la primera escena de una obra sin término: El hijo adoptado. Nos miró alternativamente sorprendida y no, retitulando aquello como La conspiración.
Qué fría fuiste, Cosa. Por fortuna tu madre te conocía mejor que tú y quedaste obligada a presenciar tres horas de amistad entrañable naciendo de la nada.
-Entonces nos vemos por aquí mañana -me dijo Luisa en la puerta, luego de improvisar una tertulia preparada "días atrás" para tres, jeje.
Menuda rabieta hiciste, supe mucho más tarde. Rabieta ilustrativa, iluminadora, la calificaría Luisa. Pagué por ella al día siguiente, hasta diez minutos antes de que subieras al "estupido camión escolar" (A, op. cit., sp., jeje).
-Nos vemos a las cinco -dijiste con un gesto suavizado, casi normal.
Mil detalles en todo, efectivamente. Esta vez L mirándonos de soslayo a unos metros con su inaugural, mudo A una princesa se le trata como a la mismísima reina
Tuvimos la tertulia los dos, porque Luisa se hizo humo al primer descuido: una mirada entre nosotros. No olvidaría esa charla imposible de otra manera. Empezó por un desliz y apenas entendimos que tu madre no volvería, fue competencia y a continuación preguntas, fugaces historias compartidas, comentarios sobre los pájaros en el jardín o el sol tendiéndose a nuestros pies. 
Continuaba entonces la forma de entendernos sin palabras y así, luego, intuirnos
No exageré un gramo al escribir sobre el amor por L. La duda es cuánto de A le trasladaba sin darme cuenta y cómo podía conciliarlas en mis adentros. 
Al cabo de un tiempo y con su proverbial delicadeza R preguntó:
-¿Siquiera te la fajas bien?, ¿la dedeas, le chupas las tetas y eso?
-¿Eh?
-Eres un pendejo.
Casi no nos tocábamos y cerca de culminar la relación entendí que a ella no le disgustaría hacerlo tan prolijamente como mi amiga sugirió. Había comprensibles razones para no me preocuparme por el tema, aclaré en la viñeta citada. ¿También de que no fuera invitado una sola vez a su hogar o de que sus hermanas no me santificaran según las reglas?
Los demás presumían un futuro matrimonio y yo evitaba pensar en nada más allá de la eternidad. Ana dudaba y el segundo ciclo escolar lo hizo en otro país.
Para entonces yo era un universitario en brutal desconcierto (Islas). La Princesita debió sentirlo, yo no visitaba a Luisa y mis cartas a Ella se volvieron rutinarias.
Cuán bobos resultan Siluetas y estos apuntes. Del amor, primero habría que hacerse preguntas y luego... ni idea. ¿Basta decir Ana, primera y última, treinta y seis años, sin ella no se entiende nada?
A su regreso cualquiera pensaría que iniciaba un largo idilio y le di unos meses nada más. Los suficientes para devolverme la conciencia sobre mis agujeros -para mal y bien, entienden ustedes tres y lo hizo ella acariciándolos inútilmente.  


Qué desesperación estirando su mano sin encontrar la mía. Entendía lo que yo atravesaba en cuanto desapareció el dolor simplón, despreciable, causado no por L sino por los noventa y nueve días del cuento en Cinema Paradiso, y ofreció acompañarme tras el profundo otro, que disparaba los demás. Pero hasta ella tenía límites y cuentas propias, un destino previsto contra quien luchar. 
Tomé el camino más fácil y me dejó marchar. Luisa hacía lo indecible por recuperar a ambos, así que también desaparecí de su vista.
Incluso entonces A cuidaba no perder mi rastro y por momentitos nos rencontrábamos con la delicada pasión descubierta juntos.
En uno de ellos, el último, pareció que todo se podía, guiándome por donde ella andaba a ciegas. Fue al recibir la oferta de la fábrica-pueblo (Sin salida). 
-No enderezo el rumbo, ¿eh? -le dije entre broma y risa, pues no estaba seguro si entendía. 
A punto de ofenderse me tiro al piso a cosquillas.
-Sí, llevó seis años esperando que te vuelvas un hombre próspero y mañana mismo paso a la tienda, la de telas por ahora, para redecorar mi casa. De amueblarla en la de enfrente hablamos luego. Papa y mamá no tienen mal gusto, a final de cuentas.
Había salvado la prueba de abrazar un cuerpo poderoso con mi modesta humanidad. Enamorado hasta la borrachera, impedía que se perdieran los estímulos alrededor y así introducía un ritmo muy semejante a la quietud.
Ana empequeñecía, pues, como cualquier mujer al entregarse y su oleaje era suave y continuo. Se licuaba exteriormente ablandando las carnes y mojándolas con sudor fresco, de joven trabajada por el cariño y la holgura, y todo en demora, los profusos bellos claros le servían de terminales nerviosas.
"Qué bonito cielo, qué bonita luna, qué bonito amor", dice la canción para briagos en fin de semana.
Estábamos a domingo, yo volvería del trabajo el sábado a mediodía y la llamé pidiéndole una disculpa. Me avergonzaba de mí y mi espanto y confirmé: la pareja sería siempre algo a que aspirar sin fortuna. 
-Se esperaba tanto de ti -dijo un imbécil a mis cincuenta y tantos años. Qué fáciles a la apariencia somos, o son, pues esas partituras jamás las toqué.
Se preocupó tanto como el conocimiento sobre mí demandaba, fue a casa de mi familia por primera vez y pedí a Felicitas mentir. Lo hizo mal adrede y sin resistencia dejó que subiera al cuarto. Yo era un animalito temblando por dentro. Lloró horas enteras, contra la certeza de que empeoraba mi estado. La acaricié sobre mis piernas, de costado, hincado en el piso, por ver si el dulce tiempo entrando desde nuestro pequeño jardín le servía para recordarse y recordar al cálido mundo que estuvo siempre en torno suyo, también conmigo, y a sorbitos me ayudaba con palabras. 
-Era natural... Saldré, lo juro... Es mejor a solas... 
A releía una y otra vez los papelitos que escribí en esos días. 
Saltó cuando dije que no quería seguir maltratando mi imagen ante ella. 
-¡Burro! ¡Cada día te quiero más!
Finalmente se rindió.
-Está bien. Pero promete que me buscarás si necesitas.
Le escribía, por épocas a diario. En una carta anunció que tenía novio. Eso significaba matrimonio probable. Se casó a los veinticuatro años, entre un posgrado en química y la fábrica de su padre. 
Para entonces yo había descubierto el Santo Lugar.
Veintiséis años después... 
Siempre supe que era mucho más que yo y ella abandonaría el camino trazado sólo al final. 
Por ello, pongamos de ejemplo, una declaración suya me habría hecho correr de L sin a cambio juntármele. El matrimonio no podía impedirse pues incluía la maternidad, y conmigo sobraba hasta imaginarlo excepto en los meses al regresar. Confrontó al padre y hasta Luisa terminó rindiéndose. Sí, B sería inmejorable para sus hijos. ¿Pero cómo controlarme o violentar mi destino?
Hizo cuentas, entonces. En cuanto la única hija se librara de ella y el negocio familiar garantizará que Luisa tendría una holgada vejez, nos cumpliría a los dos. Estuvo segura meses antes de presentarse aquélla noche y así no había casualidad en el momento preciso en que llegó. 
Todo debía ser perfecto y me siguió los pasos secretamente. Las horas previas estuvo en una cafetería desde donde controlaba mi ventanal. 
Loco yo y desquiciada ella. De casa al lugar adonde íbamos "adivinó" casi cada próxima acción. La miraba con creciente intriga. 
-Es que te quiero tanto -recitó vez tras vez cuando la cosa se hizo de plano sospechosa. -Mejor te llevo yo -dijo al fin colocándose delante mío al bajar del autobús. Para ese momento no necesitaba explicaciones y entre cosquillas la conduje hasta un muro. Amanecía...
He sobrevivido a muchas pérdidas. La tuya fue la única sin posible retorno, A. El que durante treinta y años te perteneció, hoy no soporta la pena, nuevamente. ¿Cuántos duelos preciso para reponerme? El último lo guardaré cuando te alcance.     
FIN
Queda por contar el año juntos, su muerte y mi duelo. Será en otro lado, Luisa y nietos.  
-0-
En estos cuadernos solo tú llevarás nombre entre las mujeres que amé. Porque sí, también a ellas las quise y respeté sin falta el principio: no traspasar hacia ti los cuerpos y almas que generosamente se me daban. Cincuenta y cuatro contigo cumplo ahora, Ana. Una vida, pues. Toda, si hablamos de romance. 
Eras mi alfombra mágica, le dije a alguien aquí, por ocultarte. Si hago crónica y no ficción, vuelvo a preguntarles cómo, nietos. Únicamente A puede responder bien a bien, y hace mucho no está. 
Interroguen entonces a P, la Inesperada. La fantasía forma parte de la realidad, ¿saben? ¿Cuánto traslade de Ella a ella? Todo: juntos, el dolor oculto, nuestra comunicación silenciosa, la terquedad en liberarla; al rencontrarnos, la imaginación mística.
Estuviste siempre en un plano tan profundo, A, que cuanto pasó este hombre te fue participado. Hasta hoy y mañana. 
Contigo hice el regreso a mi cuna. Para ti no guardé secretos. Abierto en dos me tuviste, me tienes mientras aguardas. 
Como cualquier muerte, la tuya detuvo el tiempo. Sigo en esa mañana de 1998. 
-0-
Eras el tema intocable, Ana. ¿Cometo un terrible error ahora? Tu madre dice que no, quizás por cuánto nos quiere.
Corrijo: para los cuadernos te convertirás en A y haré por esconderte. Recogeré lo que a través nuestro habla de otra cosas. El resto es nada más para nosotros y Luisa su único testigo. 
Revivirte en palabras, eso se puede al menos un poco. Estás dentro. Siquiera algo fuera. 
¿Te alcanzo hasta aquella mirada que fue fracción de segundo? En situaciones así el o la otra preguntan ¿Por qué no yo? 
Habíamos desayunado unas gorditas donde doña Marta luego de bajar la loma a bromas, como todo durante el año, así las condiciones demandaran prudencia.
Despertaste primero, también según era usual, y cuando yo lo hice te peinabas en el quicio. Tu pelo negro descubría su pardo contra los rayos de sol y la piel aduraznada se descubría sin más.
No había por qué temer así que aprecié menos que lo común mi mucha fortuna teniéndote. Debía dedicarme al guión del paquete con el cual ayudaba a nuestros humildes gastos, y me dio flojera. 
Ya olía a café, claro, y mis camisas estaban dobladas sobre la mesa, de modo que habías ido por ellas disfrutando su fragancia campesina, pues sin falta lo hacías.
De haberme lanzado solo a la aventura quién sabe cómo estaría para entonces, y ese día no di mentales gracias por tu presencia, según acostumbraba.
Vuelta a nuestra ciudad, acordamos una semana atrás, tras el llano descanso que terminaría cuando resolvieras.
Trazaste planes en mi cuaderno, que repaso ahora. ¿De verdad podía vivirse con plenitud los muchos años por venir, a la manera de ése? Sí. No te habías preparado en balde durante tanto tiempo y yo estaba seguro que no cometería más tontos errores.
A pulso nos lo ganamos y los grandes retos estaban adelante.
-0-
Doy la impresión de que nuestra aventura tenía aires clandestinos. Era así pues en este país abandonar los cauces en cualquier condición obliga al sigilo.
En aquella zona hacía poco se produjeron dos masacres y el ejército y el narco estaba por todas partes. Yo hacía una tarea simple que esos grandes poderes y otros pequeños podían considerar molesta. Cualquier cosa les incomodaba, a final de cuentas. 
De locura tenía mi participación, además en lugares que me desorientaban por completo, como buen citadino. 
Digerí las cuatro horas de terracería. Caminar cerro arriba otras tantas fue un suplicio. Tú hiciste el recorrido sin problemas, encantada con hasta lo más sencillo y te acogieron mejor que a mí -eso sí no me gustó, ¿eh?, jeje. 
Ay, mujer, Luisa seguro tenía una bomba no de aire sino de vida para inflarte desde niña.
-Ese hombre quiere volver a las suyas -pensabas al inicio y fue muy fácil evitarlo: empujándome como un borrego que le recuerda al pastor sus obligaciones.
Cinco o seis días tardamos en hacer el amor y cuando pasaron los momentos para mí complicados, hablaste de ello. 
-Mi garañón que no dejaba pasar oportunidad...
-Estaba un poco estresado, jeje.
No me equivoqué a los quince años: eras mucho más que yo. Te ganó mi errático modo de ver y conducirme y cómo señalaba una realidad inexistente para tu clase o la mía. Uso el término con clara conciencia: inexistente.
A los barrios de Filiberto, el Santo Lugar y demás fueron algunos jóvenes cuyas familias tenían dinero y posición. Eran bien recibidos y podían andar años entre mundos obreros y campesinos. Les pasaban de noche, así hicieran mucho por ellos y los quisieran, como versiones alternativas de sus nanas y jardineros. La voluntad no jugaba en el asunto. Para apreciar un perfume fino o un escritorio tallado con delicadeza siglos atrás, se requiere algo más que cursos y años de frecuentarlos. Igual pasa con los seres humanos en su distinta calidad social.
A ti también se te ocultaban aquellos hombres y mujeres y solo observándome echabas atrás en un esfuerzo de percepción. Habías experimentado cosas semejantes en otro temas conmigo. El pequeño hombre que todo hacía chuecamente era ventana hacia planos inexplorados.
No compartías mis ideas ni antes ni al final del viaje. La mirada excéntrica sí. Quizás ahí residió el misterio y hasta femenino y masculino tuvieron fronteras indecisas entre los dos. Cuesta mucho explicar esto último porque parece cuestión meramente biológica. Para ti, entonces, las B bárbaras declaraciones no lo eran tanto.
-Soy más madre que ustedes -había dicho frente a una mesa de puras madres. -Y más mujer -en otra de solo mujeres.   
Nuestros mayores desafíos estaban en el futuro, por intuir cosas así; porque no habíamos resuelto problemas primitivísimos para cada uno de los dos y por las puertas despejadas juntos. 
Nos faltaba a la vez rehacer el camino de nuestro pasado. Al principio yo estaba exhausto, dormía muchísimo, teníamos poco tiempo a solas y nuestra conversación era callada, de lejos con frecuencia, gracias a la larga práctica. 
Después nos dimos unos días para eso y como había riesgo de quedarnos a vivir descubriendo las intenciones que una y otro advirtió o no, se convino en dosificarnos. 
Imitaron el trino (ahora no recuerdo cuál), brincamos conforme nos enseñaron y habíamos hecho antes. Al fondo un carro militar batallaba contra el suelo resbaloso y las gallinas corrían desatinadamente. No pasa nada, aseguraban los pájaros. Cierto, un par de disparos decían muy poco, pero cómo saber cuándo pasarían a lo siguiente y nuestra experiencia era muy pobre. 
Fue para proteger mi miedo que escogiste la pequeña quebrada. Estuvimos quietos allí un rato, escuchando alejarse a los fantasmas. Entonces tu pie falseó y con la mirada me dijiste.
-0-
Quienes más sabían dijeron que cometimos un error. Fue la reacción instintiva y el cumplimiento de lo acordado con la comunidad. 
Hasta entonces nuestra presencia fue pública, por protección. Aun así ya habíamos corrido antes a escondernos, siguiendo indicaciones.
Los soldados mataban o violaban de tanto en tanto, sin más criterio que el capricho. A esos güeritos remontados podían respetarlos o no. 
Te dejé ir, Cosita. Se sigue viviendo porque es ley y porque mientras uno permanezca estarás ahí, treinta y seis años transcurriendo a la vista.
Un tiempo me dediqué a imaginar cómo habrían sido los días después de aquél. 
Entonces llegaron los nietos, ¿verdad, E y S? Hasta mis hijos estaban aburridos de mí. Nunca fui tan humilde como entonces, para que tuviera derecho a Ellos. 
Se me creía un desastre aun con los niños. ¿Quién crió a esa par de grandullones, pensaba en silencio? Si hubieras estado, Ana, qué grandes momentos te habríamos dado y cuántos el pequeño de tu hija, nacido un poco más tarde.
Solo aparecías frente a mis piojitos.
-Mira -decía para ti en cada una de las mil gracias y experimentos que hacíamos los tres, o dos, pues con frecuencia iba alternándolos en nuestros paseos para dedicarle a cada uno tiempo completo. 
Reviviste, pues, y luego te hice la única manera de soportar el duelo por perderlos para siempre, pues así creí sería. Me abracé a ti semanas sin reposo, y recordé y recordé, en el mayor viaje que haya hecho.
Una vida no basta para reconstruir lo vivido, en cualquiera. Contigo podría pasarme de aquí hasta mi muerte rearmando.
Hace poco escribía un diario a la Inesperada. Cuántas cosas tuyas iban allí: la aldea, el piano, el mapa, tomado de nuestro departamento a los veinte años; tu figura, que no correspondía a las fotos, según advertía; el futón, regalo para mis cincuenta; los encuentros a puntuales seis de la mañana, hora de despertarnos durante el viaje, y así tu escucha.
Otra viñeta, Milagrosa, te estaba dedicada también, con adulteraciones, porque contigo fueron los besos en el barrio bravo y contigo corrí al Metro, el hotel, la habitación.
-0-
Hoy es tu día, cosa, y faltan dos meses para que se cumpla la fecha exacta. No tengo adonde ir ya más y dos versos vuelven a mi cabeza:
"Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas"
Gabriel Celaya.
"Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo."

César Pavese
Tu última mirada me pidió seguir. No te traicionaré. Quedan los pájaros, la luz, el bullicio, la noche. 
Con ellos volveré a la quebrada, al pueblo, a la casita si se puede.        
Dije tantas veces Adios.
Hice un último esfuerzo, juro, y creí que nos salvaría a los dos. Fallé otra vez.
Como ves, quiero quejarme y no hay contra quién, incluido yo, buen tipo a final de cuentas.
-0-
Fallé, dije melodramáticamente. Una vez me regañaste por eso.
-¿Qué sería el hombre que quiero, sin fallar? Caminamos los dos porque te equivocas. 
En verdad lo creías, así que no estoy a solas con la locura, jeje.
¿Cómo en concreto sobreviví? Salto el complicado proceso de explicar tu muerte ante las autoridades sin recurrir más que a los contactos hechos para el viaje. 
A esta mujer no la conociste, A.
Año y medio antes me había expulsado del paraíso y jamás la vida fue tan triste, teniendo cerca al hijo pequeño, con quien compartía todo. Camino a mi nuevo departamento pasaba por enfrente del que fue nuestro o por su escuela o donde lo llevaba a entrenar. Era una moderna Llorona y no quería alejarme. Finalmente Él, Ohsis, y la ma de ustedes ofrecieron llevarme con ellos a mi gran ciudad. Llegó el invierno y una gripe común estuvo a nada de matarme, cuando sin darse cuenta ellos se refugiaron en otro lado.
Ana no me encontraba, al fin dio conmigo y traté inútilmente de ocultármele. 
-Espera a que esté bien por completo -le pedí. 
-¡Ni loca!
-Entonces volveré a marchar.
-¡Eres insoportable! -dijiste cerrando la puerta con una media sonrisa, imagino, pues echabas a andar el plan que habías preparado.
Yo no lo sabía y encontré trabajo para de nuevo enviarle dinero al ya no tan chiquito. Las cosas no volverían a ser igual, entendí, y con Él la relación se había vuelto madura.
Apenas recuperadas las fuerzas te busqué tontamente, porque tú estabas al tanto de cada B día. En todo caso nos encontramos muy seguido, mientras sin comunicármelo vendías la fábrica y colocabas el dinero en acciones seguras, para Luisa, tu hija y nosotros. 
Mis trabajos eran buenos, los hacia en casa y en un año permitieron reunir suficiente para garantizar los estudios del Nuevo.
El papá de tiempo completó había desaparecido en aquél exilio, tú en cualquier momento regresarías a lo tuyo, pensaba, y me comprometí en el viaje del que fui informado por accidente.
Te lo conté poco antes de irme, sin mayor explicación. Eras una cínica, jeje.
-¿Por cuánto?
-No sé. 
-Ah.
Ahí, en la desenfada respuesta debí comprender. 
No te he descrito, Cosa, y el parco dibujo de tu cuerpo puede prestarse a equivocaciones, pues no eras una mujer ancha. Bueno, me referí al pelo, los ojos, la piel. ¿Es que falta tu voz? Sí, y la boca, la nariz, las orejas, el cómo te movías.
Busco en el tumbaburros y de piel quedas registrada como pantone 94-c, tal vez, jeje. O sea, un blanco que se pasa de maduro, digamos, casi moreno por nuestras latitudes y contra la herencia inmediata, pues por estirpe Luisa y tu padre llevaban siglos en estas tierras y en ambos el mestizaje se veía a leguas. 
Por eso con los años iría gustándome la piel de color fuerte: para que no te buscara en otras. Conservé las cejas y pestañas pobladas, cierto, pero tuvieron modalidades distintas a las tuyas.
Quizá los grandes pechos de mamá me previnieron y contigo encontré el justo medio. 
Dije también a qué sabías por fuera y así puede intuirse el cómo dentro. Boca y sexo más bien pequeños, los labios copiaban el buen dibujo de tu padre, y el arco superior coqueteaba.
Tus ágiles ademanes y los ojos coronaban ese humanidad cuya convocatoria hace absurdo todo lo demás.
El sueño es muy plácido y me despiertan las hormigas con quienes me amigué y se pasan de confianzudas andando por mi cuerpo. Vengo aquí y escribo.
Hace rato se hace el amor donde primero hay manera. Antes era un lío y por eso tu auto resultó un reto. Lo asumiste como terapia al moribundo. Dos años sin un recatado beso siquiera y ahora estabas sobre mí en el asiento delantero. 
-0-
Sobre la cama estuve recordando dónde vivías y por qué; las ciudades natales de tus padres; tu reacción a mi infarto a los cuarenta y algo; cuándo te divorciaste... y el primer día, otra vez. 
Sentí tu mirada o la descubrí. Era alegre, me asombró y quedé encantado. 
El rudo juego con los compañeros no se enteraba del asunto y fui a dar metros allá sin perderte de vista. Tu grupo echó a andar y seguías volteando.
Pertenecías a un mundo inusitado para mí, y la belleza y el aplomo hablaban de muchas cosas inimaginables, un poco a lo Felícitas, en extremos opuestos. R hermosísima, otras compañeras muy guapas también, como luego L, y había cierto misterio en ellas, por la holgura que les abrillantaba el pelo o hacía tersísima su piel. Ninguna era flor salvaje. Tu tampoco pero eso tenía algo muy maduro en el caso tuyo. 
¿La chica especial usaba sus primeros momentos de nueva escuela para fijarse en mí? El ego no importaba, juro. Ni siquiera pensé si alguien lo percibía. Es que eras tan otra cosa.
Transmito cosas que te explicaban. Suenan clasistas y están relacionadas con la largura del recuerdo familiar explícito. A mí me tomó tiempo encontrar a la tatarabuela Teresa, y a espaldas del bisabuelo Sandalio no veo nada. En tu casa o las de tus tíos había retratos que recogían a tal y cual en 1800, 1850, etcétera. Una bisabuela paterna dejó un diario. ¡Mujer escribiendo cuando los pater familia míos eran analfabetas!
No tenías nana, porque esas cosas debían quedar en el pasado, así los prósperos o cultos posrevolucionarios siguieran acostumbrándolas (o L, primera generación de rica casa). O porque Luisa se hacía cargo y odiaba la sobreprotección o la feminización habituales. 
A cambio por años te dio clases un mentor. 
-La educación se volvió basura hace mucho -decía tu padre. -La escuela es para socializar y nada más. 
Tu casa era bonita y recatada. A diferencia de la de L no lucía hacia el exterior con el prodigo jardín, la fuente, los balcones. Se guardaba y hacía un uso prudente del desnivel, en tres plantas concebidas para separar privacidad e intimidad y a padres de hijos. El reino tuyo estaba arriba, con el hermano al costado contrario. 
Perdón por referirme a estos asuntos. Pasé tantas horas allí.
Como Luisa y tú saben, altero la fecha del rencuentro. Lo hago para que coincida con mi transtierro. En realidad hay unos años enmedio, instrascendentes excepto porque durante ellos garanticé la llegada de mis hijos tan lejos como sus vocaciones desearan. Generosos, apenas les fue posible se mantuvieron por cuenta propia.
Vuelvo ahora a cuando te divorciaste. Lo planeabas al pedirme encontrarnos en la casa de mis padres, que habían vuelto a su país. Fue otra decepción para ti, pues estaba enamorado de M. No hablábamos de esos temas sino para mantenernos informados. Debieron pasar dos años. 
-Pero si era obvio -dijo Luisa después. 
Claro, seguías una línea recta, con objetivos precisos, y yo andaba en círculos. Estabas segura de mí y yo ni me atrevía a soñarlo. 
-¿Y si en algún momento antes le hubiera pedido reunirnos? O, bueno, que dejara a su marido, porque los hijos no los compartí con nadie.
-Depende, creo. Lo seguro es que te confesaría sus planes.
-¿Usted hablaba de eso con ella?
-Nos conoces... nos conocías muy bien a las dos. Las cosas importantes se intercambiaban en silencio. Aunque eras uno de nuestros temas predilectos. ¿Y tú se la mencionabas a otros?
-Sí, como mi amor imposible o mi alfombra mágica, ya sabe. 
-¿De veras nunca imaginaste que se juntarían?
-No. Y por entonces no fantaseaba con nada.
-Te creo pero me cuesta trabajo.
-La época que andaba muy mal, aquella en que el farsante me durmió, ¿se acuerda?, soñaba mucho con ella.
-Ay, J -me dijo, pues así me llamaban ellas.
-Suena mucho a El amor en los tiempos del cólera
-¡No! Nada que ver. 
-Perdón.
Cuántas disculpas entre nosotros tres, Ana.
Luisa tiene ahora noventa y un años y me sobrevivirá, creo.
No preciso. Creo ver en nuestra dictadura perfecta un giro moralizador hacía 1950, que impacta la vida pública y a las clases medias. Los ricos o prósperos, sobre todo si son cultos, conservan su liberalidad o acompañan el aire del crecimiento y la guerra fría en naciones metropolitanas, con su primera cultura adolescente y roquera. Eso en los sesentas, y para los setentas un alivio en que prospera el movimiento gay y el feminismos, hablando, siempre, de clases no populares, que tienen otros ritmos, me parece. 
Suelto tal parrafada para explicar porque Ana no fue mi amante cuando tuvo esposo. La infidelidad era siempre dolosa entre nuestra burguesía, y A y su pareja no se andaban con bajezas.
Yo, típico clasemediero de izquierda, tampoco la practicaba aunque había moda entre mis amigos y amigas, a lo derecho si eran hippiosos o a trasmano si le rezaban a una secta.
Bueno, hablo ya de los ochentas, cuando no tuve más a quien rendirle cuentas. 
¿No era peor el platonismo? Seguramente, si bien en nuestro caso había al menos algo de cumplido amor, y yo, insisto, ni percibía el suyo ni aspiraba a tenerla. 
Describo, ejemplificando un día de los diez años que pasé en provincia y quedaba a dormir donde Luisa. Lo hacia a veces, desde luego, pues venía seguidísimo.
Llamaba para cerciorarme que mi visita no sería incómoda y L sistemáticamente, no importa las condiciones, a veces poco propicias, decía Claro, no hay problema. (Un tiempo me tentó la idea de que la madre vivía a través nuestro, y estaba equivocado.)
Cuando subía a la habitación, por regla me tensaba, estuviera o no el padre. Puf, siempre hay desvíos esperando en este cuento. ¿Por qué el consentía una costumbre tan a su manera incierta, pues también era consciente de lo que yo significaba? La bisabuela del diario pertenecía a su rama y aquellos hermosos cuadernos se dedicaron a un amor imposible. El hombre los conservaba cariñosamente, conmovido con la historia. Por ellos no negaría a nadie el derecho a cumplir o recrear sus sueños. A mi modo yo representaba al amado aquél.
Como sea, iba a la habitación donde apenas entrar disponía de lo que, insisto, nadie tuvo, quitando a Luisa y su hija. Bastaba el olor. No fue tan puro incluso cuando pasamos un año juntos, a los veinte, como advertí. Era ella trasegada por sí misma, una etapa tras otra.
No sabía que A alimentaba el cuarto para mí con su presente. En ocasiones me daba cuenta que recién había dormido allí y así tal o cual detalle era un refresco. Apenas eso. Luisa me daba indicaciones claras que yo no entendía. 
-Te fijas en la cestito negro -advertía. Se refería a uno entre media docena típicos en Sinaloa. Tenía nuevos caparazones de caracol. Empezó a coleccionarlos cuando le hablé de mis ranchos en la playa, y lo olvidé. 
El sello allí era, justo, su aire marino. Una caja de vidrio tenía una maravillosa colección de arenas, hecha por ella. Y así.
Consciente profundidad en la historia, solo posible para clases como la suya, señalé antes. Así se crean recovecos imperceptibles para gente llana como yo. El amor de Ana, todo en ella, tenía ese toque. 
-Soy tuya porque estaremos juntos en el año cinco mil -podría haber dicho. 
Química de profesión, empresaria ejemplar, se permitía un romaticismo rayano en la cursilería.   
Su compañero en el viaje era un "hijo del pueblo al que oprimen cadenas". Mitologías de orígenes opuestos, confundiéndose.
Muy seguido después de mi noche en su recámara, aparecía. No es que Luisa le informara. Tenían por rito despedirse antes de dormir, se enteraba naturalmente y de haber planes para visitar a la familia en sábado y no durante el reglamentario domingo, los respetaba. Entonces con cierta frecuencia la veía acompañada por su niña y algunas veces por su marido.
Aclaro que por buen tiempo, los hogares de los tres estaban muy cerca. La Ella del departamento nació y creció también en esos rumbos, si bien pertenecía a una clase media tan media como la mía. Por ello fuimos a dar allí. 
Relativa casualidad pues en mi desesperación adolescente había migrado al rumbo, gracias a Ana y a la liberalidad que encontraba entre algunas familias prósperas. 
Como observan, nietos, retraso la descripción de los encuentros.
Bien sabes, Cosa, que para mí la vida es sagrada y soporté cualquier cosa con tal de respirar. Quizá por ello apena doblemente hacerla sin chiste como en estos días. Te imagino aquí, en la casita que adoro y no habría conocido de haber permanecido tú. 
Absurdo tras absurdo. 
De ti solo hablaba a X, un amigo a quien hace mucho no veo. Desde que empecé esto para Luisa, vengo cada noche. 
Nadie me ha querido en realidad, sino tú. Qué privilegio. 
A veces es muy, muy difícil seguir. 
Todas y todos traemos la profesión por dentro, ¿verdad?  La de tu ma, por ejemplo. 
-0-
Leo y me doy cuenta de un terrible error: claro que su amor no era un secreto para mí. Sí, a cambio, que pensaba cumplirlo alguna vez. ¿Cuando viejos? Jamás tuve mirada tan lejana. 
No podía medir tampoco cómo era la relación con el esposo, a quien por fuerza quería, pues no habría mantenido un vínculo vacío. 
Yo representaba al amor juvenil, inmaduro, pensé, y al cariño fraterno imposible de romper. O quizá se parecía a mí, convirtiéndome en su sostén. 
Fuera o no así, explico a ambos.
De los quince a los veinticuatro años -ni más ni menos- estuvimos enamorados seminconfesamente al principio y sin tapujos luego. Y todos los obstáculos se metían entre nosotros, casi sin excepción, míos. Éramos una pareja en el más estricto sentido, asomándonos al abismo y los más dulces nichos del otro, para aprender lo inconcebible en cada caso. Dos mundos antagónicos enriqueriéndose por entrevero. 
Por ella vencí miedos que pensé no podría superar y juntos compusimos grandes canciones. ¿Hombre de la pandereta?, decía Dylan, o ¿Gloria?, Patty Smith. Aquí estoy, respondía cada quien.
Nuestro viaje a Nueva York lo hicimos en el año que compartimos cuanto había. Deberían vernos, príncipes en sombras por la ciudad. Primera, rudísima cuadra de Harlem, ahí te va el par de güerrillos. ¿Que dormir en Central Park era dosis solo para locos? ¿Que en Brooklyn el turismo se pagaba con sangre?
O en nuestra propia gigantesca urbe. ¿A la Candelaria de los Patos a menos que parieras a Satánas o el Bofe? ¿Que hacer toda una noche el amor en el Parque Polanco, únicamente en sueños?
Unidos, Marte o Plutón, si se nos daba la gana. Creímos. Por qué las grandes apuestas, para lo que en verdad se necesitaba arredros, eran cuestiones muy distintas, simplísimas a veces.
Esas corrían por mi cuenta y siempre salí del salón con las bolsas vacías o sin pantalones, de plano -sáquese de aquí, Mr. contagiador, jeje-. A intentaba darme la mano y yo, de por sí avergonzado, ante ella me sentía peor que un timo.   
¿A qué me refiero? ¿A tomar el cielo por asalto, erradicar el cáncer o algo por el estilo? No, por supuesto. Se trababa de pequeñísimas cosas entre una humanidad desamparada como condición originaria y una sociedad sin concierto ni mínima justicia. Cosas personales, casi siempre, que daban sentido a modestas personas como nosotros, pues hasta Ella era modesta, contemplada a través de la Historia o en el presente de tres o diez mil millones de congéneres. Si Cleopatra no pesó más que Rutilia, primer joven campesina en trabajar para mi familia, nosotros representábamos plumas, de tan cómodas existencias que nos tocaron.
La Princesita le adelantó el futuro a este hombre. Una a una las pluscuamperfectas se me acercarían y andados media docena de pasos saldrían corriendo al recordar urgentísimos pendientes. Ana apenas probar mis roturas, como literal drogadicta volvía por nueva pus. Por ahí tocábamos el lado más siniestro y el más enternecedor de nuestra especie.
¿A qué el afán por las princesas? Juro que no era yo soldadito quien pedía primera audiencia. Era tan, tan pobre el ejército masculino, que hasta un raso decente parecía apetitoso.
No hay mejor palabra que hembra. Ana hembra, punto.
Juntos, vivimos en el edificio de departamentos que su padre y Luisa tenían y que después, uniendo los dos superiores, abrigaron a su segunda familia (estaban en sobradas condiciones de comprar una casa pero saldría estúpidamente cara en rumbos usuales para ella y el esposo, y detestaban colonias más modernas -ese yo, historia sobre historia).
Escuchando a Babaa Maal se harán una idea, nietos, del clima en ese lugar. La terraza tenía una vista hermosisima, al sur y oriente. Nuestro mapa sexual contaba con innumerables espacios, pues fue Ella quien me acostumbró a despreciar la cama, que por lo demás apenas usábamos -duelas, alfombras, cojines, telas artesanales, solían retenernos. 
Fue un año muy productivo para mí, que reorienté el camino factible, olvidando los estudios, de por sí desastrosos, según les conté. Buscar la revolución donde quiera que se presumiera, era la no tan ingenua idea, entretanto me daba una cierta formación para el trabajo, haciendo pininos. No más parasitismo, dije, y logré aun reunir lo poquito requerido por el viaje al cual nos animamos pues el hermano de ella, mayor, vivía en NY -claro, pronto hubo que mudar de cobijo, jeje.
Todo ideal, entonces y gracias también a Luisa, quien nos amparaba. Hasta que el padre se enteró. Confiaba a ciegas en A pero eso le resultó demasiado. 
-Es normal, Cosa.
-¡Subnormal!, dirás. Cumplo al pie de la letras sus planes.
-Ana, por favor -terciaba Luisa. -Tienen toda la vida por delante.
-¡Claro que no! Este señorito está patológicamente predispuesto al desastre. Y lo digo como piropo.
Yo no sabía si reír, llorar, enojarme, y terminé con una propuesta razonable y así mentirosa.
-Probemos.
-No -contestó por mera fórmula, con la espalda hacia mí, dándole vueltas a su cabeza.
-¿No confías en él?
-En ese tema, para nada.
-Es su departamento -insistía el ponderado.
-Y de mamá.
-Ana... 
-¿Vas a confrontarlos entre sí?
La rudísima concluyó la escena como siempre y como nunca se esperaba: llorando, en el cuarto esta vez.
Entré.
-Cosa, por favor.
-¿Comprendes qué significa? -me retó cara a cara.
-Que no estoy hecho para ti.
Me dio una bofetada. 
-Eso es rebajarme de la peor manera. Es un No me mereces.
-¡Al revés!
-J, J, J, pareces tan idiota a veces.
Ahí surgió la certeza que terminó bautizándome. 
Estuvimos en el cuarto hasta el amanecer, casi quietos.
Más alimento al romanticismo de Ella.
Traduje aquello como Le arruino la vida y en meses regresé a mis bobas correrías.
-No te cuidaré -dijo cuando me ayudaba a empacar. -Si me quieres, lucha. 
-¿Con qué? -pensé. 
Nos detuvimos en la puerta a la calle. 
-Eres mi amor. Eso no lo borrará nadie. Ni tú.
¿Cuánto estaba enamorada de su amor, al que yo cada vez más le servía? ¿Cuál sorpresa? ¿No hacemos lo mismo todos y todas?
Para vernos la iniciativa debía tomarla yo. Fue más fácil de lo calculado, aunque al regresar con mis padres volví a las mentiras y así al falso barrio bohemio, etcétera, y planes y tareas declinaron hacía una cierta farsa. Si hablaba de guiones y trabajos editoriales, pongamos, daban por supuesto aspiraciones en el cine independiente o la literatura. Me defendía y mi ángel para cierto tipo de personas echaba el esfuerzo por tierra. 
-Pásame algunos textos tuyo -decía un gerente editorial.
-No tengo nada para mostrar.
-Lo que sea.
Tres o cuatro frases afortunadas le bastaban para animarme. 
-Llevamos dos años, sabes, con el proyecto para rodar X -ahora hablaba un honesto director en noviciado. -Pásate por casa para que leas el guión. 
Menudo enredo interminable, jeje.
No tenía inclinaciones al alcoholismo o la drogadicción pero un trago y una sala atascada de humo mariguanoso caían bien para el olvido, y mis nuevas costumbres se relajaron. 
A no hacía preguntas el par de veces por semana que nos reuníamos. Deseo acumulado los dos, empezábamos y terminábamos repasando nuestro mapa.
-0-
Leo lo que escribí. Qué horror, Cosa. Nos mato de vuelta.
-0-
30 de octubre hoy, Ella, Luisa y nietos. Faltan cincuenta y cuatro días y no todos serán festivos como este. Un poco antes entregaré impreso a L el cuadernito que le hago, donde habrá algunas cosas tomadas de aquí. 
-0-
Por la mañana en otro lugar escribí, mi seño:
Las historias se entrecruzan y apagando esto Natural asoma a su puerta, por el volumen de mi música, creo. Mira con ternura, como viene haciéndolo otra vez hace meses, y si busco en el correo quizá encontraré unas líneas de la Inesperada, que apenas entendió comportamientos de nueve años atrás y de hace muy poco.  
¿Qué diría la Niña, apenas regresada a sus tierras con una hija, o Mía, que está a trece mil kilómetros, si leyeran los cuadernos ahora? Habría que pedirles recordarán mi melancolía en las fotos de infancia, para sumarle la ahora obvia.
A los treinta y ocho años discutía vivamente con el mejor amigo entonces. Para él la vida se reducía a las mujeres.
-Porque no tienes hijos ni conoces el Santo Lugar ni un largo etcétera -que incluía a mi hermano pequeño y mi abuelo. 
Una tal Ana no se habría sorprendido en absoluto con mis argumentos. Los avalaría.
-El amor pasional o romántico -habría dicho-, para ser digno de tomarse en cuenta, se alimenta de eso otro que siempre, siempre, preside la vida.
Así escribí. Por dos años estuviste escondida entre el semilfalso regreso de la Inesperada.  
Nuestra historia completa la conté a muy poca gente, si hablamos de quienes tienen orígenes como los tuyos o los míos. Antes de que murieras, porque eras una mujer casada y no podía saberse qué tan pequeña es la pequeña burguesía -perdone el préstamo, Don Luis- y sus filtros hacia arriba. Después te convertiste en tabú, excepto con las dos prostitutas a quienes me aficioné por motivos que comprendes a la perfección recordando a otras dos, entrañables. A casa de una te llevé y se trabó una cierta amistad entre los tres. Fue cuando a ratos escapaba del primer paraíso para mostrártelo.
M encontró una carta que te acababa de escribir. Está dirigida a T, pensó, pues sin vivir juntos éramos pareja. 
-La hice hace mucho -le mentí sin aclararle más, buscando cómo explicar lo perceptible si los celos no obraran, pues mis amorosas frases no pedían por ti ni sentían nostalgia.
Las dedicaba a mi alfombra mágica para terminar hablando de M, quien interrumpió. Había previas, que se explayaban sobre ella. Todas iban al cesto, porque si tú entenderías, no venían a cuento. 
De conservarlas copiaría una para apreciar con exactitud cómo hacías el viaje con J también en ese plano.
Épocas y más épocas A-J. El primer paraíso. Lo cito a dosis en Desde la azotea y transcurrió circulando arriba y abajo por el país.
Ya tenías fecha para tu boda y por una vez, por una, me dije que te robaría. Era capaz de cualquier cosa, creía y la verdad no estaba muy lejos. Lo digo y descubro cuánto me saboteo al narrarme. 
“Belarmino se movía en Xalostoc como Edmundo Dantés (parte II del Conde de Montecristo), rey del proyecto del barrio solidario del futuro…[1]”, escribió mi hoy famosísimo amigo.
En un libro aclaro que pienso me veía como representación de muchos.
No llegaba todavía al Santo Lugar y con la inconsciente guía de Filiberto, un trabajador del calzado, líder sindical y ser único en cualquier especie, mis sueños cuando nuestro idilio a los dieciocho, al materializarse resultaron mil veces mejores. 
No había segundo desperdiciado por ojos, oídos, imaginación, entre alegrías, llanas carcajadas y dramas, obligadamente. Aprender era una de las tareas mayores y fui una esponja por Este, Oeste, Norte, Sur -deja que presuma, mi Dulcinea y así no princesa-. Los molinos de viento tenían nombre y apellido y recursos infinitos
Otros y otras se hurtaban a las miradas, en barrios y pueblos o campos de entrenamiento. Nosotros andábamos con orgullo cara al viento junto a miles y miles y la revolución se cumplía acto tras acto para abrir el futuro. 
"La imaginación toma el poder", rezaba una frase en boga tres años antes y me parece que entonces no supo bien a bien cuán acertada era.
No voy a detenerme en mi gran pendiente, que incumpliré. Solo quiero transmitir la atmósfera fuera y dentro de quien un otoño tocó a tu casa. Abrió Lupe, injustamente olvidada en este recuento. La saludé como si fuera a casarme con ella y sin más te busqué. 
-No está. Salió con su mamá.
-¿Tardarán mucho?
Esperar era un desperdicio y senté a Lupe en la cocina para que me contará de todo lo suyo a velocidad supersónica -según se decía en la época-. La mujer reía mientras soltaba frases más bien sueltas.
Ahora que lo pienso hay una pedestre escena de película nacional muy parecida. ¿La reproducía, como otras hechas romántico relato en mi cabeza?
Tardaron más de una hora y las ollas gritaban por Lupe. Olía a clavo y vaya a saberse qué más en la eterna rica, acogedora atmósfera de ese desmesurado espacio no menos amplio que el comedor al cual se comunicaba por un pequeño, ancho pasillo, para envolverlo con sus aromas, pensé desde el primer día.
Me habías visto así en reuniones que forcé apenas comenzar mi dicha. Ay, Ana, tu mirada emocionada, enternecida, feliz. Imitándote a su manera Luisa te quitó las bolsas que olvidaste tenías. Era de vuelta el quinceañero, ahora iluminado, incendio de cincuenta y siete kilos y un metro sesenta y ocho centímetros, con un envidiable color callejero. A lo repentino fuiste la imagen del desconsuelo, luto puro.
-Me traicionó -dije para mí. Vaya frase. 
Ese momento lo recordaríamos con detalle veintiséis años más tarde. Asegurarías que tu enviaste la frase. 
-No -respondería yo. -Era el único modo de conservar intacta la seguridad. Al menos por un momento, pues de tarde, camino adonde debía, entendí sin problemas el falso fracaso. Ni una toma de fábrica en su mayor esplendor, daría la administración a los obreros, y tú no eras la patrona, jeje. 
Quedaste, sí, adscrita al mundo que odiaba, y mi amor, conservándose, repetía una ya vieja enseñanza: no tendría jamás una real pareja. 
Nos volveríamos a ver cinco años después, una vez que el primer hijo me rescatara de la más terrible derrota hasta tu muerte.
¿Yo condenado a romances geniales y relativamente breves, por regla respetuoso de la monogamia? ¿Y que era Ana, entonces? ¿Alguien tuvo una mejor pareja?
Previne que te hoy hice decir esto, Cosa: 
-El amor pasional o romántico, para ser digno de tomarse en cuenta, se alimenta de eso otro que siempre, siempre, preside la vida. 
No son mis ideas proyectadas. Tu delirante romanticismo se ajustaba a la noción primitiva: canto que celebra el drama, lo grotesco entrañable o revelador, las relaciones fracturadas, cuanto dolor social se vierte... pregunten a Víctor Hugo y su manifiesto, haciendo de Shakespeare el parteaguas.
Fue A quién más sufrió por aquellos años separados. Tenerme o no resultaba secundario. Perderse mis descubrimientos, ahí estaba lo trágico.
-No vine al mundo para creer que se reduce a un barrio elegante, una fábrica trabajando como Dios manda, un estómago bien satisfecho, hermosísimos objetos en los cuales se suman siglos o milenios de conocimientos, la musitación de generaciones detrás confortándote.        
"Papá creía que bastaba volverme industriosa, independiente en lo económico, tan diestra como cualquier hombre. Pero yo era una mujer: llaga, mutilación. Nos tienen miedo por buenos motivos: nada nos sacia."  
-0-
Regreso al primer día, Cosa, y sin gran detalle, que, como bien sabe cualquier enamorado, puede uno quedarse a vivir en la primera mirada tan solo. Explicaré de paso porqué Baaba Maal nos pareció un viejo amigo.
Entraste a tu salón y me quedé contemplando el vacío donde desapareciste. La escuela, su sensación, no volvió a ser igual. El par de alargados edificios eran nuevos y sin gracia pero ahora tenían lógica y tras ellos la breve, apretada historia que aprendí a admirar en las muchas obras en construcción que me sirvieron de inmejorables patios de juego. Y había un entorno, descubierto enseguida por el mercado cuya nave sobresalía justo por esa esquina y los centenarios árboles sobre la calzada.
Si mi oído solía andar otros rumbos que mi mirada y así me era familiar el meneo de los autos y las demás pitanzas callejeras, compuse con ello una sinfonía, como hacía en casa acompañando a Uno, pateando pelotas o preparándome a dormir, o en la propia escuela años atrás, cuando ocupaba una bellísima, antigua mansión con abundantes jardines. 
La escuela dejo de ser adolescencia, pues, y se descubrió mi futuro vínculo con lugares y cosas. Nuevamente busqué nuestras montañas, hallé apenas su sugerencia y pedí ayuda a las nubes, que jamás fallaban: altas, densas, calmudas.
¿Cuánto tomó el proceso? Lo suficiente para escucharse los gritos.
-¡Ora, pendejo!  
-0-
Al fin me atrevo con la música.

Qué difícil contar. Ayer lo intenté en voz alta sobre mi cama, dirigiéndome a Suertudo, nombre del genial gato que la Mal nombrada me regaló como compañía para mi terca soledad. 
Empecé explicando el viaje final y no había llegado al principio cuando di una y otra vez marcha atrás en el tiempo, pues de otro modo nada se entendería, creí.
-Enséñame una foto.
-No tengo. 
Cuando abandoné el paraíso todo "lo nuestro" quedó en un cesto. No volví a verlo. Durante la "gran aventura" ella llevaba una cámara. No supe qué le pasó, ni a los registros por cientos que guardábamos.
Cada tanto Luisa ofrece darme copia de lo que quiera en sus muchos álbumes. Verlos me produce un dolor intolerable. 
-La llevo dentro -digo estúpidamente, en silencio, desde luego, porque no estamos para cursilerías. 
Conservo dos, una de los dieciocho años y otra tomada por mí a los cincuenta y uno. Quizá las han visto quienes escarban en el rincón más recogido. La hija putativa, tal vez, o la Niña, si se dedicó a esas tareas al vivir aquí. Me di cuenta de su existencia por P. No pidió ni le di razones y fui a guardarlas con el cuadernillo de piel. 
Era demasiado que se las mostrara a Suertudo, tras meterme entre el caos donde quedó su cestito y con fortuna dar con él.
Cuando le describí los ojos pensé que se burlaría y vi los suyos. No son idénticos y sí parecidos: "grises". 
Debía hablarle del viaje, pues, y resultó complicadísimo, porque para comenzar debía explicarle a Ana y su decisión. Una empresaria en variante del más clásico estilo. La fábrica familiar tenía ciento y tanto años, dedicada a producir instrumentos de precisión para el arreglo de relojes y en los últimos tiempos ella creo un área digital. Su mercado histórico apenas creció y era el padre quien se encargaba de tratar con nuevos clientes. 
A, experta en maquinaria y herramientas, las trabajaba y velaba por su buen uso, dentro de una atmósfera muy cálida, semiartesanal, que reunía a una pequeña plantilla compuesta mayormente por hombres viejos o maduros. 
Llevaba también la más o menos sencilla administración y solo tenía reuniones de negocios con proveedores y compradores de estirpe pues, como había aprendido, el ambiente se presta a mentiras o verdades a medias.
El padre murió tres años antes del viaje, cuando la hija de ella estudiaba ya posgrados en el extranjero, y en el velorio me hizo saber que se divorciaría. Así lo convino hacía mucho con su esposo, como parte de una relación a la cual jamás nos referimos. 
Pensó que yo entendería el mensaje y para variar me pasó inadvertido. 
-Esa mujer -dije a Suertudo- era quien haría la aventura. ¿Imaginas? ¿La ves siquiera del brazo conmigo?  
      Mira, Cosa, acabo de conocerla.
Al mensaje no descifrado siguieron además dos años muy activos para A, especialmente para vender la fábrica. No quería deshacerse de ella, tan uno más en su familia por seis generaciones. Los tíos estaban ocupados en conservar sus negocios por el brutal modelo que irrumpió década y media atrás, el hermano trabaja en Wall Street, la hija buscaba otras cosas y Luisa quería verla florecer "al fin".
Supe del proceso años después, cuando ella, su madre, me contó. En resumidas cuentas pertenecíamos a mundos distintos y todo junto mal podía presagiar para mí lo que una Ana obsesiva, ultraorganizada, preparaba.
Al separarse volvimos a vernos con regularidad, en un regreso a nuestros diecinueve, perfectos años, y ni la intimidad sexual recuperada le hacía contarme "de más", pues según ella yo comprendía. El a cuentagotas con que nos encontrábamos, para mí no era una promesa suya, siquiera tan completa, definitiva, como ella daba por sentado. Así creía que los largos suspensos producto de su atareamiento, eran entendidos sin duda. 
Durante el último fue que otra vez entré en crisis y preparé "la aventura". No era un delirio pero así se volvía debido a los términos con los que acabé asumiéndola. 
Nos ayuntamos en el departamento al cual fui a dar y mucho me pesaba, cuando dije algo vago sobre la cuestión. Le bastó y no volví a encontrarla hasta la noche mágica aquélla. 
¿Qué hacía? Informarse de todo a mis espaldas, ¡ir a la pequeña ciudad remontada que creía nos destinaban, y comprar una modesta, hermosa casa y arreglarla como en sus sueños! Para loco, loca y media, jeje.
Conocía el día de mi marcha y realmente me espió desde un café frente al ventanal siempre con cortinas descorridas. Su idea era sorprenderme en el zaguán cuando por costumbre hice los últimos preparativos en la sala, y mejoro su representación timbrando a mi vecina, ¡con quien había entrado en tratos!, para que le abriera.
Claro, todo o casi en el autobús y la ciudad capital donde debía encontrar al contacto, fue una burla, como conté ya.
-Me habría gustado ser Matahari -decía adolescente. ¡Y tanto!, jeje.
-Su gozo a un pozo -pensé una vez que llegamos adonde compró el "nido de amor". La espía sabía mucho, solo eso, pues allí nos recibirían un par de días para dirigirnos luego a nuestro real destino.  
Con todo, la casa sirvió para intercambiarla temporalmente por la campesina que gracias a ello pudimos conseguir, porque esperaban a un extranjero y no dos. Extranjeros es la palabra exacta para quienes venían de fuera en una comunidad indígena, así ésta sirviera como centro comercial trilingüe.  
¿Que amó a su marido? Mucho, tengo la impresión. Se separaron sin resentimientos, según ella, al modo de un matrimonio cualquiera gastado por los años. Lo que construyeron unidos se reserva solo para él, infinitamente más rico que lo nuestro. 
Cierto, nunca perdió mi huella y estuvo en la mayoría de los momentos difíciles para su eterno jovencito, tan cerca como yo se lo permitía -muy poco, por pudor-. Eso no significaba que desplazara a su diario compañero. Si ella me servía de alfombra mágica, posiblemente la fórmula funcionó también para ella.
-Qué cobarde. Eras tú y no peleé -dijo tras mi infarto a los cuarenta y pocos. El momento la precipitaba, como otras veces. Remató con el anunció que yo mal interpretaba. -Sabes que acabaremos reuniéndonos.
-Ancianos, sí -pensé.
Al buscarme tras aquél exilio del paraíso -lo que en principio parece un buen recurso para contar, termina resultando una peste- fue más explícita.
-Hace mucho hice un trato con X: nos separaremos si la relación se agota o cuando la niña deje de necesitarnos.
No pregunté qué dedujo él, presumiendo que quería vivir sin anclas. Era así, en realidad: yo no las representaba o lo hacía como una variedad deseable para ella: aceptar retos poco acostumbrados por las mujeres, de su clase, al menos.
-Anda, Suertudo, sigue preguntándome por el viaje, y luego te cuento el año juntos, de antes.
De hecho fueron una continuación. En el autobús podíamos perfectamente ir a sus clases en la universidad y para subrayarlo cortó fruta antes de que saliéramos de mi departamento. Mucha esta vez pues nos esperaban cuatro o cinco horas y no media, como entonces. La había comprado en el mercado de siempre, me dijo con una clara connotación. 
Su hermoso, sencillo vestido, formaba parte de un hábito, pues desde el nacimiento se los hacía Luisa, a ratos empezando por la propia tela...
Por hijos y nietos conozco al dedillo la paz profunda que procura alguien más. Ana me la daba a su manera. Sí, todo resplandecía, hablaba, era un reclamo para existir, quietamente. Hay drogas muy poderosas, así que no declararé que nada podía permitirme tal fina percepción de las cosas como ella entregada a mí en cualquier forma. 
Aun entre sombras o quizás sobre todo también por su obra, la carretera narraba o sugería mil historias, pequeñas o monumentales, y esta, que conocía muy bien, por lo demás, al subir y bajar daba apenas tiempo para acostumbrarse a las mudanzas.
Fue una genuina borrachera con nuestras pieles que se tocaban así o asá, entre su voz, doblemente poderosa si desaparecía. El diálogo sin palabras existe, claro está, y no sé cuántos sostuvimos allí dentro. 
Embelleció con la edad, mi ahora sí, de vuelta, A, y el firmísimo cuerpo lo habría envidado ella misma en su juventud. Ni qué decir de los ojos... Yo presumía los míos, hechos a conciencia, daba en creer, y distintos...
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Nos vamos, Cosa. Hoy murió Luisa. Ahora como despedida puedo decir que conté muy mal la historia, pues de hacerlo bien ella sería la protagonista.
Sin ella quizás te habrías alejado apenas apareció L y el alimento a los años no existiría.
No intentó convencerte, sabemos los dos, de que evitaras el matrimonio equivocado según su parecer y no por X, a quien quiso también. Si a diferencia de nuestros diecinueve, estaba dispuesta a la confrontación con tu padre para defenderme, entendió que debía respetar esa extraña lógica tuya: sin yo saberlo, te nutrirías de mí, dándole al tiempo un extraño, sabio uso.
-Se amaron más que los otros -dijo cuando juntos guardábamos el duelo. No eran palabras suyas. Las buscó en un baúl ajeno para consolarme y quien más consuelo precisaba era ella, por supuesto. 
Quizá no conocí a nadie tan inteligente como Luisa, quitando al Sabio Analfabeta. Tenía una rarísima formación autodidacta que ya en los años sesenta hablaba a su manera del patriarcado como gran mal histórico. 
-Y quien lo manejamos somos las mujeres -decía. 
No lo llamaba así y me resulta muy difícil explicar su razonamiento de fondo, cuyo origen era el feminismo estadounidense decimonónico.
A fin de cada mes hacía cuentas con el esposo, no como una reivindicación personal, que no necesitaba, sino para seguir su tarea educativa. Era la comprobación de que el trabajo doméstico superaba en pesos y centavos a lo producido por él. Incluía un constante recrear la sensibilidad y lógica del hogar mismo. 
Prometo que me esforzaré en recordar sus prácticas e ideas, sin las cuales obviamente Ana resulta inexplicable.
¿Me permiten las dos que cuente el encuentro de 1965? 
Un año antes tú, Cosa, marchaste a San Francisco a hacer un curso experimental con validación aquí en la UNAM, para hacer dos grados preparatorios juntos. Estabas allí extendiendo el tiempo tras terminar, una amiga te visitó y puso al tanto de mi principesco final. Nos topamos por accidente en la universidad y me había visto muy mal. No creí aparentarlo a tal punto y resultaba de más, sustantivas cosas que el "rompimiento" con L. 
La vida era un modelo para armar, al cual no le encontraba forma por mucho que me empeñara y no lo hacía. A mi facultad, escuela todavía, vaya saberse quien le creó fama de revolucionario nido; los compañeros tenían una infame educación y a nuestros maestros debieron encontrarlos en la cloaca académica. Mi hermano segundo acababa de casarse para desaparecer hasta siempre, convertido en un hombre que el peso del mundo encorbaba, y su hogar era depresión pura.
Ancho y ajeno aquéllo, ciertamente, como la novela, y más filoso que un cuchillo.
Cuántas veces acunamos en dolor con eso.  
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Una mujer por completo ajena a mi mundo se acerca al leer esto. Curiosamente tiene cincuenta años y es bellísima.
-Quiero ser la nueva Ana -dice en broma, de inmediato se disculpa y aprovecho para aclarar que acomodo la historia con cierta discrecionalidad.
Puse un año que no deja dudas a quienes me conocen, pues fue el de mi única y gratificante experiencia como funcionario público, cuando la izquierda se hizo gobierno por primera vez en esta ciudad.
No vi morir a Ana. Vivíamos juntos, yo trabajaba mucho y corría cada dos fines de semana a ver a mi "chiquito", quien a los catorce años decidió quedarse a solas en la ciudad provinciana. Imposible negarle nada al adolescente sin tacha.  
Lo recuperaba, así fuera de lejos, y el mayor me acogió en la casa que con gran generosidad M le prestaba. Ella, M, había sido mi pareja y cuando metí la cabeza en un hoyo intento seguirme y no pudo. 
Antes de encontrar el trabajo aquél Mata Hari Ana me localizó tras infructuosos meses de búsqueda.
Tomé prestada a otro momento la escena en que fue por mí, y no el resto.
Un día antes hizo auténticamente de espía, para saber con exactitud cómo estaba, y cuando tocó el timbre pensé en no abrirle, apenado por mi apariencia. Desde luego podría quedarse allí días, si era preciso, jeje.
Su locura hizo comprarme un juego completo, ¡incluidos zapatos!, de ropa muy fina, que sabía me gustaba.
Todo calculado, "a su favor" falló la separación del hijo. Tres años faltaban para reunirnos bajo un mismo techo, era lo bien estimado, porque como hice con el mayor, el pequeño al llegar a la universidad en esta ciudad viviría aparte. Ahora no había impedimento. 
Me llenó de besos en la entrada y para no abrumarme contuvo el llanto que dejaba le alcanzara solo cuando su equivocado caía, pequeño cristo a sus ojos.
-Buscaremos un departamento para comprar. 
-Sentiré que soy inútil.
-Bueno, pagarás los gastos. Mientras vamos a mi casa, antes nuestra -simplifico el diálogo.
Haciendo una parada en el restaurante japonés, pasamos tres días sin asomar ojo a la calle sino desde aquella hermosa vista que cobijó nuestro año juntos a los diecinueve.
Doce meses después murió lejos de mí, en las circunstancias que expliqué. Explorando el camino abierto por su ahora pareja hasta siempre, se enroló con organizaciones de derechos humanos. Iba a la montaña una o dos semanas cada tanto, y no como falsamente aseguré antes. No podía acompañarla por el trabajo y las visitas al hijo, excepto una vez. De ella saco la supuesta cotidianidad del año.
En verdad amaba el aroma de la ropa secándose al viento con residuos marinos entre árboles cuyo nombre olvidé, palmeras y ¡un tamarindo! como los míos cuando niño. Tanto, que cada noche lavaba la muda, aunque teníamos otra. 
Mi loquita, empecé a llamarla, o Dichosa pues así estaba día tras día. Amó la fábrica familiar que tenía siglo y medio y a su hija creciendo para reproducir una verdadera estirpe de mujeres mucho más que independientes, y sin duda quiso muchísimo al esposo. Con todo, ahora era exactamente la que deseaba. Nada detendría esa libertad, ese apasionado encuentro con el México que sospechaba y apenas conocía, y su cuerpo extraordinariamente vital se explayó sin límites, trepando cerros, por quebradas, ríos a los cuales sin falta probaba, no importa cuán ariscos. 
La muerte es siempre una cabrona y con ella no sé cómo calificarla. 
Fue de mañana temprana, sí, en una ranchería, ocultándose, no conmigo sino con una compañera, de los soldados, contraviniendo el consejo de los pájaros.
La última mirada me la describió esa otra mujer, joven y temerosa, quien se culpaba por orillarla a buscar el mal escondrijo. Y no tenía más responsabilidad que responder al instinto ante asesinos en potencia. 
Tampoco inventé mi viaje a esa misma zona poco después, y la tontería a la cual hice referencia consistió en hacerlo aventuradamente. 
Yo le abrí el camino al país sabio, conmovedor, maltratado por siglos, cuya persecución producía en parte mi continuo errar, que la enamoraba. 
A los diecinueve años preparó el futuro lejano, decía, para apenas disfrutarlo. 
Como siempre, sin los hijos y nuestra propia Red de agujeros, yo la habría seguido pronto. 
De alguna manera hay trampa en este recuerdo y por eso El amor en los tiempos del cólera se me viene a la cabeza. Ana aparece como una modalidad de Juvenal. En treinta y cinco años, más de treinta los hicimos cada uno y una por su cuenta y solo dos pueden llamarse Ella y yo sin extras.
Tal vez es la muerte quien da el tono, vuelve significantes los prolongados intersticios y mágico cada minuto juntos. 
Hace un momento escribí "yo, su cristo". Vaya, vaya. 
Si a culpas vamos, llevo la delantera. Aquella mañana en el departamento a nuestros diecinueve frente a Luisa debí apoyarla. Al costo que fuera, unidos hasta el fin.
Menudo cobarde resulto tu atrevido. Por el efecto que sea, esta noche quiero desaparecer contigo. Nos veo alejarnos rumbo al gran parque de nuestra ciudad, jóvenes, sin reserva, para en la mirada subir a una nube. Nunca nadie volvería a vernos.
Tragedia todo, en el diario asesinato del deseo.  
Para abrazarnos desde el comienzo,
para que todo resucite, dice la canción.
Repito el diálogo dirigido a ti a través de la Inesperada:
-¿Cuánto dices que dura el mañana?
-La eternidad y un día.(T. Angelopulus) 
Copio los últimos párrafos en la red social y Claudia hace un comentario que solo tú entenderías, A. 
Por eso sigo aquí también, creo: porque reencarnas en cada mujer, no para mí sino para sí.
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El primer año juntos nuestra sexualidad era pura y ricamente física y se acompañaba con ese amor que cree en la eternidad.
Teníamos muy poca experiencia y mi lentitud por encanto, intento de detener el tiempo, alentó que averigúaramos nuestros cuerpos con muchísimo detalle.
Del clítoris la época no conocía siquiera su existencia. Tú sí, gracias a Luisa, y aunque fuera de otro modo, al explorarnos detalladamente lo habríamos descubierto. Como sea, el mayor aprendizaje fue otro: cada pequeña parte del cuerpo estaba sexuada. 
La espalda, por ejemplo, tenía mil nudos sensoriales y cualquier región semioculta -la nuca, claro, y más el interior del cabello; las axilas, los labios exteriores de la vulva al abrirse; las planta de los pies-, respondían con extraordinaria viveza al tacto o la boca. 
En las propias bocas había muy variadas texturas y liquideces, y los ojos cumplían también un papel fundamental por su recreo e intenciones. 
No lo llamábamos Punto G, pues nada parecía saberse del asunto, y procurándolo te convertiste en una mujer fuente distinta a las que hoy venden las páginas porno. Tu chorreo era interno y bañando cuerpos y telas producía algo semejante a ciertas drogas. Así en el conjunto la realidad se descomponía o recomponía y los cíclopes y peces de Cortázar resultaron ingenuos.
De Babaa Mal y sus iguales no teníamos idea todavía y habrían sido perfectos acompañantes. Como esa música hipnótica que al repetir la base examina rincones insospechados, eran nuestras nuestras larguísimas jornadas cuyo eco acompañaba los días de pe a pa.
Si entre semana las mañanas no permitían distracciones, el despertar nadaba entre ese estado alterado, y cuando al quedarme en el jardín de tu facultad leía a la vista tuya por los ventanales, Faulkner y Onetti se volvían doblemente mágicos.
Idílico, digo del año junto a la Inesperada, porque así fue contigo -si los nietos llegan aquí, que expliquen el significado de eso y abunden en el misticismo.
Estaba de siete a ocho en el patio y entonces bajabas unos minutos para juguetear a luchas y cosquillas. No lo harías más hasta terminar clases, pues no llevabas trabajos a casa, aprovechando los magisteriales tiempos perdidos en hablar de viajes, medallas y cuánto a sus estudiantes importaba un comino. Así que yo corría a la cafetería donde antes desperdiciaba horas y tras torear provocaciones volvía a los jardines para hacer las sencillas tareas de edición que permitían aportara a nuestros gastos. Un rato era para escribir viñetas e informarme del país luchón que me esperaba, según mis decires. 
Aparecías a las once o doce, conforme el día, y retozábamos.
-¿Cómo está con quién pasaré cien años?
-Esperando por las Ana tonterías, para ver si llegamos a la noche, siquiera.
Sin meternos mano y con ayuda de besos inocentes, cuidabas que los hilillos líquidos no ensuciaran el vestido y mis boxers recogían gotitas. Mucho tiempo después afirmarían que mi sexualidad era tántrica, jeje. 
El auto no podíamos resistirlo, quizá por la primera vez. Lo estacionabas donde nos detuvimos entonces y parecía hecho para anidarnos. Abrías la puerta derecha, te sentabas hacia un costado y yo recogía con lentitud tú única prenda interior para terminar bebiendo en el cuenco, viento y rumores lejanos acompañándonos.
Luego poniéndome una toalla en las piernas montabas sobre mí y casi sin movernos conocíamos la gloria.
(Con qué pobreza narro. Perdón, Cosa.)
Creí, juro, que hasta la muerte todo sería paradisíaco, incluso el dolor. En la fábrica familiar tú cumplirías con gusto el destino preparado y yo haría la revolución mostrándotelo. Tendríamos dos hijas, preferentemente; cuando desaparecieran mis padres el hermano pequeño viviría con nosotros y nuestra intimidad sería despejar una puerta tras otra. 
Ancho y ajeno el mundo pequeño y grande, interior y exterior, estaba a mano para no agotarse.  
Y así pudo ser, no importa cuánto cambiara esto y lo otro. Ana perfecta, ¿fallé yo?, como pensé hace un momento. No. ¿La vida destrozo nuestro sueño? Tampoco. Simplemente transcurría, cumpliendo así su promesa. Lo hizo aun esa mañana en la quebrada y ahora aquí, donde estoy como un fantasma por los dos.
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Acabo ahí, A. Recordar como se debe es interminable, sabe Suertudo, el gato, a quien en las madrugadas le cuento con mil entreparéntesis.
Hasta siempre
Nosotros y ellos y ellas, por quienes a final de cuentas te marchaste.
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La Mujer y no en absoluto con quien pasé más tiempo. Te casaste a los veinticuatro y volvimos a estar juntos al cumplir cincuenta. En medio y cada tanto cartas de ambos que se enviaban o rompían, telefonazos ocasionales, tú pendiente cuando algo grave me pasaba, unos cuantos encuentros por azar. 
El día que sin éxito fui a llevarte conmigo, Luisa pidió que le explicaras. Hasta ella se sorprendió por los razonamientos.
-Es Él. Lo quiero desde que lo vi y terminaremos juntos. 
-Pero te casas con otro.
-Porque quiero a ese otro.
-¿No es que temes acompañarlo?
-¡No! Amo sus búsquedas y sus errores.
-Y te los perderás.
-Me los dará juntos cuando nos reunamos. 
-¿Y si alguno de los dos muere antes?
-Imposible.
-¿De veras crees que controlas todo?
-¡Al revés, Ma! Si así fuera no nos habríamos separado desde el primer día.
-¿Lo acusas de no luchar por ti?
-Hace lo que está a su mano.
-La vida se impone a la voluntad.
-Ella también es simplemente ella.
-Extraño romaticismo, Ana.
-Lo aprendí de ti.  
Odio la parte final de El amor en los tiempos del cólera. Juvenal se convierte en un personaje sin chiste. Lo que valió fue lo anterior, despreciarlo formaba parte del juego y se borró.
Había una gigantesca diferencia entre la novela y nosotros. Nos tuvimos apenas conocernos y durante nueve, decisivos años para cualquiera, cada uno peleo por el otro.
Yo hice algo parecido a lo tuyo, a mi manera, pues mirabas lejos y este pequeño hombre no veía más allá del próximo día. Para extraños, bobos romanticismos, tú Alfombra mágica de J.
Juvenal y la señora esa de la que me niego a recordar el nombre, se descubrieron en su noche de bodas, jeje. Ana y yo nos conocíamos a ojos cerrados cuando aquella tarde pediste mi mano, más jeje.
Sí que fue una maravillosa historia. Claro, debió escribirla García Márquez y no Belarmino, ultra jeje.
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No termina esta cosa, que recordarnos muy merece la pena y viejo no me conformo con migajas y el día es largo a lo bueno, y domingo, de paso, y te quiero, así fuera nada más por los primeros años. 
¿Cómo quitarse la sensación de tu cuerpo?; ¿o de tu voz, tus palabras, tus gestos, tus miradas, tu andar, tus brazos en movimiento?
Dos años sin extras, afirmé, y en los nueve que vuelvo a reivindicar, no hubo. ¿Que tuve novia en tal lugar y romance platónico con la nacida en Dondesea? Dos meses en cada caso, mientras te escribía larguísimas cartas sin faltar día. Estaban en tu cesto hasta hace una semana.
De las aventuras tuyas no supe y por fuerza tuviste algunas en Estudilandia. Nuestra ciudad fue respetada por los dos, estoy seguro, aunque en la desesperación yo me encandilara con Fulana o Sutana diez minutos para llegar a nada, pues apenas probar sus bocas extrañaba la única que merecía entrega.
Angustia, cuando tomaba a otra que servía solo para que la ausencia se acusara.
Esa versión la escuchamos juntos en vivo, y no teníamos las manos entrelazadas, jeje.
¿Qué más pedirnos que esa adolescencia estirada hasta extremos enloquecedores? ¿Cuánto más estabas en capacidad de hacer? Una semana enamorándote y cruza una vulgar princesa. Decisión de seguir juntos no importaba el costo y yo cediendo a la cortesía. Ganas de llevarme y el mundo que estallaba dentro de mi cabeza. Demandas en cascada y tú en espera, porque el hombrecillo creía no merecerte. 
¿Qué en lugar del extraño romanticismo y su premio tras veintiséis años? Eras ¡otra cosa!, Superniña.    
Cuando tomo tiempo para pensar, quiero volverme loco. Por todo: los recuerdos, el no tenerte de joven, enamorado perdido y tú llamando, el exacto final que se trunca recién comenzó.
Haz un esfuerzo, me digo, por bien contarla. A ella, sin ti.

[1]Belarmino en Xalostoc se llama el cuento.