jueves, 19 de agosto de 2021

El abuelo que llegó en mi vejez

Miento si digo que Belarmo, el abuelo, guió mis días de niño, joven, hombre maduro. 

Yo tenía treinta años cuando me dieron una beca para escribir su historia. Fui adonde creció, documenté a los fugaos y la Guerra Civil y hasta quise pedir perdón a quienes se sentían afrentados por él. Eran seis mineros que lo culpaban por abandonarlos o vejarlos. ¿Cuántos más callaron en nombre del colectivo que seguía representando? 

No soy monedita de oro para caerles bien a todos, reza el dicho mexicano. ¿Cuál demerito, entonces, si pocos o muchos, aunque estuvieras hermanado con ellos, guardaban recuerdos desagradables de ti, B?

De parte mía la mala cuestión contigo estribaba en tu importancia regional -imagina si fuera mayor; ni para cuándo nuestro encuentro-. Te echaron al olvido y al fin pude quererte.

Aunque entonces lo que en verdad importaba era el presente: Él y ese país desconocido cuyo destino se dirimía. No siempre muere un dictador y entre la rebeldía. Dejaba su reino "atado y bien atado", según dijo al cerrar los ojos saludando con sombrero ajeno, pues sin Occidente no habría 1939 ni "Transición democrática" en vilo ahora. Cara a cara el pueblo llevaba las de ganar, creo y dudo un momento recordando La revolución de los claveles portuguesa.

En cualquier caso más usaba el tiempo en paseos con mi enano, mítines y reuniones, que como entrevistador y rata de biblioteca, o archivo, da igual.

Volví a casa sin cumplir el cometido y debieron pasar treinta años para que por obligación moral escribiera tu biografía, buelu. Vivimos juntos desde entonces, solo desde entonces, olvidando mi plañidera actuación aquella.

-0-

Confesaré algo más, querídisimo. En ese 1976-77 topé con don Aquilino, quien vivía no en la pequeña ciudad donde estuvo tu hogar, más bien insulsa para mí, sino en la contigua, que hacía mucho albergaba a una enorme metalúrgica. Los pozos carboníferos ennegrecían el río y así eran romántica, silenciosa nostalgia en el tiempo mexicano de mamá descubierta por su diario. La grisura emborrachando muros y prados venía de los hornos con que aquél anarcosindicalista lidió medio siglo.

Imposible resistirse a ella y a la escalera con doscientos o trescientos peldaños montaña arriba y rematada en el hogar, condena extra tras los campos de trabajo, donde habitaba nuestro tercer hombre. 

Adoré a esa masa resistente a todo, incluyendo al Partido Comunista y los propios compañeros de la CNT en plena guerra, que lo persiguieron por sus desvíos troskistas. 

Yo tenía como encomienda rastrearte, Belarmo, y terminaba siendo depositario de las memorias escritas por él. Perdona, rendía culto a la dureza popular y nadie a mi vista se equiparaba en ella.

Una vez decidido a acercárteme encontré cuán legendario eras, supieran o no de ti. Así estás en los cuadernos, excepto al volvernos la pareja cómica necesaria para nuestros redentores objetivos.