martes, 24 de septiembre de 2019

C o La pieza oculta

Entre las mujeres que me formaron está C y la recuerdo al llegar adonde debía evitarse según el sentido común, que no bastaba ahora: un hotel de paso, embebecidos. 
En mí puede entenderse, S y E, leyendo lo que escribí sobre Ana o el encuentro de Simón y su gente o el primer viaje con Juan. 
Como sea, tan poco masculino, la masculinidad me cae encima de súbito por una feminidad que en Ella lucha. 
Es bellísima y pelea también contra el destino previsto por ello. Eso nos reúne en una transgresión que durará un momento pues no hay futuro, y no me refiero al imposible "nuestro" sino al de cada quien a solas. 
-Nadie jamás como C y yo para una y otro -pienso entonces. -Tanto, que las palabras entre nosotros sobran. 
De pura sensación hechos, un miércoles desbordamos los límites y borracho de libertad el sábado disfruto los extremos entre celosos vigilantes. Nuestras miradas a hurtadillas son gloria eterna y C resplandece, Virgen, sé hoy, adorando al padre y al hijo, una sola sustancia que a su vez la reverencia en traje campesino, pues eso soy, hombre del pueblo en iluminación.
Enseguida y por las mismas causas estuve cerca de perder la razón. Ella no recordaba nuestra aventura, seguro, y sí lo que la llevó a mí, cuando con treinta y tantos años murió en circunstancias inexplicables.
-0-
-¿Te formó? -preguntaría extrañada su mejor amiga, en caso de leerme. 
Sí. En semanas hicimos el tránsito entre la ella que concedía a todo pedido mío, al pleno dominio por parte suya, hasta aburrirla, creo. Yo aprendía: solo la pasión sin cotos conduce a nuestras cicatrices profundas, resplandeciendo. 
No volví a ser el mismo cuando nos separamos naturalmente.
-¿En serio? -seguiría su amiga.
Desde luego que no, debo responderle, aprovechando. Exagero para revalorar momentos con mucho de estupidez. Empecé haciéndolo en otra viñeta (a la cual vendría bien sumar Demonios, que es más o menos justa):
Declarándome vencido dejo el camino que sube a La Loma, para cortar hacia la barriada en lo hondo. Estoy tan solo como imaginarse pueda y dimensiono la soberbia que cometí aceptando un encargo insensato. 
Dos meses atrás la reunión mariposeaba hasta producir arcadas, pero eran tan hermosas nuestras compañeras.
-Anda.
-Tú puedes.
-Piensa en lo orgullosas que nos sentiremos.
Así decían a su manera con C por delante, quien quizá estimaba su particular importancia, pues había en ella una semi silenciosa procura cuya supuesta incondicionalidad me recordaba a Ana (todo condicionado, ¿observan?).
No existe, pendiente abajo en la Loma, parte de un todo al cual ahora desprecio, y tardaré en dirigirme lo que despepite cuando un discurso moralino nos use a ella y a mí.
-Aquí las parejas estables sobreviven gracias a como imperceptibles amores platónicos -echaría en cara.
Luego Simón y sus compañeros, expliqué a ustedes, nietos, permitirían librar unos meses ese infierno cuyo presencia bajo los pies gustaba recordar Nabor. Y C, hasta aquí oculta. 
Descubrí el refugio perfecto y me siguió. Un maravilloso combo redondeaba la lóbrega atmósfera alcohólica frecuentada por judiciales y pronto repetía lo que para nosotros se volvió un himno. 
Iba a convertirme en padre sin planearlo. Qué importaba, si nada mejor podía desear.
-Lo voy a querer mucho -decía C disparatamente en las jornadas de hoteles.
Todo era así entre ambos, todavía después de al dizque azar descubrirnos ante los demás.
Nos quisimos como dos seres a cuya insuperable, súbita soledad entre muchos le bastaba un buen pretexto: su belleza, mi aparente carisma -¿todos lo son?
No tuvimos sexo placentero con certeza y más contaba la simple comunión, nuestras lánguidas miradas, el arrebol, los cuartos que vivíendo a lo furtivo eran continuación de autos, atmósferas alcohólicas, barrios obreros, caminatas con rumbo presunto.
Te quieros y te adoros volaban para certificar eso que luego negaríamos, y con nosotros los demás: el amor sin futuro y así urgente por partida doble.
Pocas veces fui tan hermoso.          

Me gustaría, Mr. II

Hay un Me gustaría, Mr. primero.

Tengo mil cosas buenísimas que compartir de usted y salgo con lo primero a mano, poco representativo, sin duda.
Es pretexto para continuar, comenzando por sus casas, a las cuales eché un ojo accidentalmente. Es natural que tenga esos palacios pues ganó dinero a carretadas, así no quisiera, y por fuerza me decepcionan. Para uno sigue usted carretera arriba y abajo y descubrir desde donde aparece en los conciertos... Espere, digo tonterías, si a casi pura gira se la trae todavía a sus setenta y ocho, obviamente durmió en cualquier lado menos en Malibú o la campiña escocesa.
Cada vez más sus hispanohablantes fans resultamos de risa loca. Lo que no significa reconocernos inferiores. Seguro hay muchos cuya vida vuececencia envidiaría, sentimentalmente, pongamos, y no por estable, claro. Sobre el sexo ya nos presumió y acá entre nos estoy convencido alardeaba o ni siquiera eso, viviendo en una burbuja.
Valen sus canciones, la gira tras gira, el proceso creativo. Lo demás, al modo de las mansiones, motos, ectcétera, importa nada -¿o sí, Mr. Jones?
Está diciédoselo quien hace un momento escribió:
Y sin embargo, se mueve
El del título no es nuestro círculo terráqueo, como dicen que dijo aquel y tal vez no, sino, obvio, yo, mi monotema, bien chingón, modestamente, ya se sabe, y hoy hasta la madre -dejen dejárselas juir tantito- por -ya- su -a omnímodo nadie me gana (no, pues no)- deleznable correción lingüística. 
Fiénse que vienen valiéndome gorro, culeros, ustedes llegados aquí y cuantos hay en el susodicho -planeta, entiéndese-. Escribo para la posteridad, goeyes -menudos bueyes, si por algo los cornudos son representación-, postrada a mis pies siglos ha -todo lo que se me relaciona vale múltiples tantos comunes, por solo existir, pieza perfecta.
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¿Ve? Lo suyo, lo mío, da igual. Eso que se escucha gracias al video, no. Ni el siguiente
Realmente he intentado retarlo, Mr. Y no, no hay cómo. Bueno, si comparamos nuestras vidas a lo largo voy de gane, incluso con sus sesiones para grabar, que son mi mayor envidia.
Lea La pieza que ocultaba.
  

¿SIGUE?    
      

sábado, 7 de septiembre de 2019

Segunda patria


Tenía cinco años cuando Pinillas, el simpático tío con halo de aventura que todos deben tener, me llevó a un partido. Dejo para otro día la mañana capaz de asomarse a mi infancia y al país citadino contemporáneo, y me concentro en la cosita asombrada por todo: el aboroto de los ríos en camino, el gigante que aparece, el inconcebible tumulto en el inconcebible túnel, el pasmoso universo vuelto sobre sí...
Un segundo tío salta a la cancha en uniforme del Asturias, el estruendo se pronuncia en contra con banderas azulgrana, y entre el expresivo sube y baja anímico es cada vez más inutil el empeño de Pinillas por azuzarme a la afiliación familiar... en el momento más importante de mi vida. 
Cuánto me empeñé en que el espectáculo cuya mecánica no entendía conservara el flujo de ola creciendo contra mi identidad. Te salvarás, prometía y cumplió tras eternos noventa minutos, con el estruendo entre el que me conducía el apesumbrado tío. La sombra bronce de la calle, por un momento convertida en brillo, se jactaba: Asturias 2, Atlante 4. Con eso tenía para azotar a gusto el ceceo de mis condiscípulos, el derecho a la azotea, a su espléndida vista y cuanto en adelante quisiera de una realidad sin parpadeos.
Acompañado por mi Potro de Hierro hice los diarios paseos a solas en bicicleta descubriendo la ciudad que se agotaba tras la ciudad, o en camiones al Centro donde los siglos parecían un parlanchín avispero. (-No te pases de verga- dice mi esquizo. -Es neta, buey -le contesto. -Ésta, pendejo -responde agarrándose nuestra gloriosa riata-, y a hablar así no nos enseñó el estadio. -Ahí te buscan -lo distraigo y sigo mamando.)
Montado en él me arrimé a los barrios campesinos convertidos en obreros y fui un buen criador legándolo a mis chamacos.
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Te pasaste de romántica primer siglo XIX mexicano, viñetita. Apestas a cursi, pues.