lunes, 5 de marzo de 2018

Malaika

Conoces mi "trabajo", le digo a la Tic. Ahora el parque revivió un recuerdo olvidado. Año de encontrar la luz, le digo, ya sabes, al que justificó los erráticos padecidos por Ana, y fui a esa pequeña ciudad a lo usual entonces. Una joven muy guapa e interesante husmeó nuestro acto público, en domingo, de paseo, buscando no precisaba qué. Se sentía extraña entre su gente, entendí ese luego que... Vaya, mis sueños tienen orígenes concretos, caigo. 
Yo repartía volantes, tomó uno y no debería hacerlo, nos dimos cuenta ambos. Excediéndome le expliqué a lo breve, por lo obvio. Di media vuelta, ella estuvo el tiempo prudente y se marchó. 
Seguía en mi cabeza, faltaba poco para que regresará a casa y reapareció. Dudé. Ni los compañeros ni ella merecían lances frívolos. Pero me atraía mucho, cualquiera percibía la seducción que aquello le producía y discurrí una salida.
-No sé dónde dónde está la términal de autobuses.
Me miró fijo.
-Te llevo.
Qué absurdo. Jamás ninguno de los dos hizo algo así. 
Volví el siguiente domingo, escogió otro parque, nos atrevimos. En verdad era rarísimo. Pensé Para siempre, ella se dijo lo mismo, y después ¿Cómo? y enseguida No importa. 
¿Ves, P? Si siguiera contándote quedarían aun más claros los motivos para entender que mis sueños maravillosos no vienen de la nada. Recuerda a continuación nuestro 2008. Loco estuve siempre y con puras loquitas he tratado, jeje.
-0-
No escogí la canción accidentalmente. Malaika, llamé a esa mujer con quien descubrí a Miriam Makeeba.
Su cuerpo tenía cierto parecido al de Ana. Eso llamó mi atención y enseguida su seguridad que entonces dudaba, el cabello largo y ensortijado, los ojos claros tras lentes negros y una boca gloriosa: labios estirándose hacia arriba y abajo, planos, se diría, como si exigieran besarlos.
La familia tenía caballerizas y ella montaba desde niña. Eso basta para aclarar de donde huía aquel domingo. El parque pueblerino no era para su raza, cuyas casonas estaban fuera. El mitin apoyando a trabajadores en huelga que se instalaron allí le sirvió de inusitada, opaca, apremiante ventana. En verdad había algo más allá de la calma mortuoria. ¿Qué?
Sin el tiempo con Ana habría sido imposible nuestro contacto. Las clases sociales son handicaps para quienes buscan: literalmente los enceguece ante el resto y necesitan traductores. 
Yo, doctor en la materia, era ahora un privilegiado al que se le abrían los accesos más íntimos y comprobaba cada día cómo el mundo podía transformarse hora a hora, minuto a minuto, muchas veces, para en apariencia regresar de inmediato a su viejo estado. (La música que escogí quiere volverse cómica según avanzo.)
Hasta Ana era para mí en las nuevas circunstancias y si con ella el tiempo obró en contra, con Malaika-Sara ni centuriones tras centuriones evitarían eso que, viejo, traen los sueños. 
Las y los jóvenes acomodados cuya inquietud sustraía del seno familiar, solían radicalizarse a sorprendentes extremos. 
No podía llevarla conmigo y me acompañaba a dosis, en secreto, pues a los que debía mi llegada al Reino se nos echarían encima.
Pensándolo un poco quizá estaba contagiado por el romanticismo de Ana, que Sara tenía también por herencia. 
Los Malaika ojos eran el Tercer Hombre. Así, tanto, su misterio. Por ello acostumbraba ocultarlos -en fin, al caminar tampoco le faltaba estilo, jeje, y las greñas velo... mejor paro, más jeje.
El amor era quieto, muy quieto, con ella. De para toda la vida. No lo relataré. Solo recuerdo, explicándome mi comportamiento presente. ¿Hay heridas que jamás cierran? No en el caso de Malaika. Desapareció poco a poco, hacia un rumbo que yo no quería compartir y respetaba. Los ojos tardan en abrirse y el salto abrupto es más a modo. 
No volví a saber de ella, por largo tiempo creía acompañarla y estaba seguro que era correspondido.
-0-
Rumbo a la terminal no pensaba en conquistarla. Los tiempos pedían otras cosas. Le expliqué porqué el mitin y la huelga. Conocía al ahuelgado.
-¿A tí qué te llevó allí? -pregunté en el tono de sobrentendidos que nos ganó la aproximación. 
-Me ahogaba -contestó sonriendo. 
Platicamos mientras llegaba el autobús. Luego le tocó a ella:
-¿Y tú por qué?
-Me ahogaba -dije también con una sonrisa y el puente se tendió.
Ahora sí paro. Recordar hace daño.
-0-
Contradiciéndome, sigo una nota que nadie sino yo entiende, creo -salto precisiones necesarias, paso de aquí allá sin motivo (bueno, tampoco es gran cosa, jeje).
Todo fue muy natural con Sara. El lunes me devolvió la visita y paseamos por mi Santo Lugar.
Había complicaciones no pequeñas en su aspecto, aunque estaba disfrazada. Los ojos y las gafas oscuras apestaban a dinero y holganza y ni cómo solucionarlo de momento, al menos, pues todo podía enmascararse por sí mismo, según aprendí, siempre y cuando la sintaxis corporal no denunciara.
Así que cometí el pecado de darle un tour turístico, intentando descubrirle la belleza allí donde cualquiera veía solo flujos químicos, aromas emborrachadores o nauseabundos, y calles sin pavimentar, etcétera, tratándose de colonias y no en la zona fabril. Huera vegetación y vació público en todas partes a esa hora, tras los cuales debía intuir animados hornos, troqueles, calderas, sopletes, cadenas, bandas, y entrañable hormiguero humano. 
El viaje en un perico o suburbano de ese costado le sirvió para acoplarse y enamorarla con sus mujeres que habían hecho la compra, extraordinariamente dignas y silenciosas, y frenazos, bruscos arrancones, curvas tomadas para retar a la muerte, afirmando al macho al volante. 
Hasta el último resorte que gritaba bajo nuestras nalgas era vida exultante.
-Gracias -dijo a medio camino y su cabeza se apoyó en mi hombro. Al cursi yo le salió una lagrimita.
Me lleva la verga. Aquéllo sí tenía sentido.
Bajamos tras el puente y su río de aguas negras y nos llevé recto a la vía estrecha que servía al ferrocarril casi en desuso. Para romanticismo no había mejor, con calles abriéndose a lo largo, niños que regresaban de clases, un lavadero comunal, plantas en botes colgando a la menor provocación. Sombra de la sombra, paraíso escondido. No, pues no se me tendió allí para tomarla, porque habríamos hecho el ridículo, jeje.
-Ora sí, chata, tu y yo, uno -le susurré calladito. 
Conocía cada centímetro de allí hasta donde el mundo volvía a ser absurdo, y doña Cata y sus hijos pequeños desviándose para saludarnos fue... no existen palabras con qué explicarlo.
-0-
Ya saben, si soy un cronista que jamás fabula, toca a ustedes precisar cómo hago en esta nostalgia por Malinka.
Estoy en el jardincito abajeño y llega el piano de P interpretando la canción. Me llama. Si tuviera siquiera sesenta años, como cuando nos conocimos, trepaba al balcón. Ahora subo por donde se debe.
-¿Nostalgia? -pregunta diciendo la patrona y teclea con furia -olas y cielo responden a su llamado precipítandose sobre mí. 
-Esto termina como la Tempestad shakespereana -pienso (luego, aquí estoy). 
-¿Nostalgia?
-Es un decir, mi Ña Jimena -la Cid-osa (jeje), claro.
-Ni un beso más, que en mis labios recordarás los suyos.
-No seas payasa.
-Te toca cocinar lo único que sabes: ratatuí. Y entonces comiendo me engañarás también.
Esta vez se refiere a Ana.
-Si fuiste la ganona.
-Uy, sí, agarrándote cerca de tu tumba, jeje.
-No seas llevada, ¿eh?
Ellas me prepararon para ella, en efecto. Más que hoy, por supuesto, cuentan los diez años atrás.
La Inesper lee lo que escribo.
-No, mil veces más hoy. Ven.
De Terceros Hombres-damas hecha mi humilde vida. 
-Sigue contándola -agrega sentándome a su lado mientras toma como pie el soundtrack de Anton Karas para improvisar. Le ayudo un poco:
Diez meses después         
La Tic compuso algo que quedo inconcluso. Guarda apuntes como esos y a veces vuelve sobre ellos. No se lo pediré ahora, cuando volvió a su calidad real, igual que Malaika en mi cabeza. 
Paranóico uno teme reconstruir historias relacionadas con los combates directos contra el poder, aunque sea en este blog entre millones sin mayor aspiración y así haya pasado medio siglo. 
Sara vive muy lejos hoy y por cierto tiempo pensé que había fallecido. Nadie la persigue y de cuando en cuando intercambiamos correos. 
Pasados seis o siete años desde su ida alguien nos concertó una cita. Para entonces yo era padre y ella seguía guardando luto por el compañero con quien vivió y cuyo nombre no conocí.
Estaba tras un abismo y estiró la mano por encima de él para acariciar mi cabello, sin quitarse los lentes más que eso poco necesario gracias al cual supe cuán imposible le era regresar. 
-Ven -me dijo y desaparecimos el resto del día en una suerte de limbo.        
SIGUE, PUES