viernes, 23 de diciembre de 2016

Volver a los diecisiete

No hay día sin que escuche a Bob Dylan de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y salir de inmediato por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o desviándose hacia un valle en cuyo fondo se guarda la más misteriosa mujer, ante quien rendirse sin esperanza.
Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una -legítima preocupación por el género.
Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete.
Entonces un jueves por la tarde estoy en Villa López, Chihuahua -cinco mil habitantes-, en un patio que un pino-estatua y un álamo sombrean, columpiado por las voces de tórtolas, zanates que aquí de los graznidos pasan al gorjeo y los para mí casi míticos cenzontles. Don Ramón bebe un vaso de agua para aliviar la ronquera de hora y media sin parar hablando a mi grabadora, con sus casi perfectos noventa y cuatro años que giran en torno a un ejido –dotación de tierra colectiva.
La tarde está cerca de coronar lo que empezó en Gómez, como llaman los lugareños a una de las ciudades que forman La Laguna -el altiplano seco e interminable del norte mexicano, el cielo en una de las versiones azul pálido y nubes rasgadas.
Un auto cada minuto en ambas direcciones por la avenida principal, frente al auditorio donde mujeres de las colonias, trabajadores y trabajadoras de una docena de sindicatos, preparan un primero de mayo especial.
Entre una y otra estación del viaje en el autobús sin horario fijo Benedicto pide al chofer dejarnos en la tercera y no en la segunda gasolinera de Ciudad Jiménez sobre la carretera, como debiera, pues ahí esperan Martín y su Chevrolet 1981, cuya facha queda perfectamente definida por el preció: cinco mil pesos.
Luego frente a un caldo de camarón en el Cangrejito Playero, tengo el honor de compartir con Juan facha Gepeto, el exlectricista y agitador de Chihuahua capital, y las casi cuatro décadas de fiereza del lagunero Domingo, más conocido en el rancho que el presidente municipal.
En otra parada, en el diario que les destino escribo al futuro de los nietos:
“Quisiera no estar tan cansado y no echar la siesta, que es justo el tiempo, pues a occidente el reloj se me adelantó una hora. Quisiera, los nogales de la calzada."
Volver a los diecisiete. Al final de San Ecatepec de los Obreros digo que hace treinta años y cinco años tuve que marcharme de ese municipio industrial y que no me recuperaba hasta hoy. 
Hoy es ayer y no ahora... confío.