viernes, 23 de diciembre de 2016

Volver a los diecisiete

No hay día sin que escuche a Bob Dylan de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y salir de inmediato por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o desviándose hacia un valle en cuyo fondo se guarda la más misteriosa mujer, ante quien rendirse sin esperanza.
Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una -legítima preocupación por el género.
Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete.
Entonces un jueves por la tarde estoy en Villa López, Chihuahua -cinco mil habitantes-, en un patio que un pino-estatua y un álamo sombrean, columpiado por las voces de tórtolas, zanates que aquí de los graznidos pasan al gorjeo y los para mí casi míticos cenzontles. Don Ramón bebe un vaso de agua para aliviar la ronquera de hora y media sin parar hablando a mi grabadora, con sus casi perfectos noventa y cuatro años que giran en torno a un ejido –dotación de tierra colectiva.
La tarde está cerca de coronar lo que empezó en Gómez, como llaman los lugareños a una de las ciudades que forman La Laguna -el altiplano seco e interminable del norte mexicano, el cielo en una de las versiones azul pálido y nubes rasgadas.
Un auto cada minuto en ambas direcciones por la avenida principal, frente al auditorio donde mujeres de las colonias, trabajadores y trabajadoras de una docena de sindicatos, preparan un primero de mayo especial.
Entre una y otra estación del viaje en el autobús sin horario fijo Benedicto pide al chofer dejarnos en la tercera y no en la segunda gasolinera de Ciudad Jiménez sobre la carretera, como debiera, pues ahí esperan Martín y su Chevrolet 1981, cuya facha queda perfectamente definida por el preció: cinco mil pesos.
Luego frente a un caldo de camarón en el Cangrejito Playero, tengo el honor de compartir con Juan facha Gepeto, el exlectricista y agitador de Chihuahua capital, y las casi cuatro décadas de fiereza del lagunero Domingo, más conocido en el rancho que el presidente municipal.
En otra parada, en el diario que les destino escribo al futuro de los nietos:
“Quisiera no estar tan cansado y no echar la siesta, que es justo el tiempo, pues a occidente el reloj se me adelantó una hora. Quisiera, los nogales de la calzada."
Volver a los diecisiete. Al final de San Ecatepec de los Obreros digo que hace treinta años y cinco años tuve que marcharme de ese municipio industrial y que no me recuperaba hasta hoy. 
Hoy es ayer y no ahora... confío.

viernes, 9 de diciembre de 2016

La ilusión viaja en tranvía (inicio)

La Ilusión viaja en tranvía. Luis Buñuel.
El radio promedio en que se movían las y los europeos del Renacimiento -legítima preocupación por el género, como espero probar- era de veinte kilómetros. Al parecer todos mis antepasados vivían entonces contra un rincón semiabandonado donde la existencia transcurría entre la décima parte de aquél pequeño espacio. Al parecer, aclaro, pues como los hombres y mujeres pequeños que eran, nadie registró ni un solo paso suyo, y ellas y ellos, sabios, guardaron para sí el extraordinario misterio de su día a día.
Quinientos años después y a este lado del Atlántico sus iguales siguen haciéndolo, así otros crean lo contrario.
Pueblo sombra, llamo a eso, y así cazador furtivo surgiendo exclusivamente si necesita, para mejor tomar por sorpresa a sus enemigos.
Los originarios míos cruzaron las aguas hasta el nuevo prodigio, forzados por los malditos que rompieron un sueño construido arduamente con picos y pianos.
No cuento esa historia aquí sino en otros cuadernos, como llamo a mi trabajo, y debemos tenerla en cuenta, nietos a quien todo dirijo. Lo hago con mil más -historias, se entiende, y no cuadernos o escritores, jeje- para liberar nuestra Ilusión viaja en tranvía, dejándola que hable de tonterías y algo más y sirva para los disímbolos encuentros.
Mientras, la uso para cuanto se me apetece, pues pruebo, ¿saben? Apenas ayer, diciembre 8 de 2016, a un solo tiempo hablé con Ana, clamé al cielo por mi vejez y cronicando nuestro país y el mundo di números sobre la trata de mujeres. Si leen cruzado encontrarán, por ejemplo:
Para ese momento había tenido otro altercado con mis bohemios protectores. 
De noche la apretada mesa giraba en torno a la única mujer. Con buena borrachera encima parecía retarlos y cada dos o tres minutos un mesero limpiaba las babas que escurrían. Yo representaba al chiquilín sin aspiraciones y me usó.
-Soy lesbiana y estos van a recibir su merecido -susurró a mi oído.  
Al asaltarme sin rubores sentí que recibiría una zurra en regla, jeje -se ocupó de impedirlo; por un instante mis bonos treparon al cielo y con ella sin duda habría aprovechado el reto que me impuse con la adorada.  
Y:
Pago con puntualidad mis atrevimientos, declaro aquí con frecuencia, y siendo cada vez más pequeño, entiendo ahora, los últimos se llevaron las fichas que me quedaban. 
Mi especie quedó grande al yo equilibrista y por única compañía tengo a Suertudo, quien no merece la soledad que le espera. Esta mañana lo sabe, creo, y exige y muerde.
-No, hoy no te sacaré al patio donde debo cuidarte como a un niño salvaje. Estoy avergonzado, ve, y hasta exhibirme con el vecindario es mucho pedir.
Para terminar con:
"...se estimaba que cada año 4 millones de mujeres y niñ@s ingresan a los prostíbulos del mundo para ser consumidos sexualmente."
Melodrámatico, cómico y trágico su abuelo aquí y en los otros siete cuadernos: Desde la azotea, Para morir iguales, Red de agujeros, Demasiado humanoLa casa del horror, Última función y La pasión según FB.
Al rato nos vemos para continuar, E y S, nietos, o empezar, pues esto tenía ya un inicio.
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Regreso y escribo:    
Entras a mi cuarto una madrugada a diecisiete años de tu muerte, Ana. Cuando por la tarde reposamos el encuentro, te muestro estos cuadernos. Los celebras por amor y entiendo que no fracasé pues para hacerlo debe tenerse un propósito y yo apenas llego a viñetas acumuladas desde mi infancia. 
Empecé leyéndote lo que esperaba fuera pronto un libro: 
"Era un perro amarillento, flaco, desgarbado, con quien intimé. La primera vez lo vi avanzando desde los matorrales y me pregunté de dónde vendría. Conforme se acercaba su vida me pareció un misterio extraordinario, pleno de aventura." 
Ahí paré la lectura. El resto tenía tan poco chiste como eso.
Gracias por venir, Cosa. Sin ti no habría reconocido lo evidente. 
¿Qué digo ahora los nietos, a quienes dirigía todo?
-Nada, abuelo.
-Nos divertimos.
-Sigue, no seas remilgoso -tercias, A. -¿Verdad, S y E?
-¡Síii! -dicen, gemelos, a coro, y los tres echan a correr, proponiendo un juego.
Cuidado con ese par, de alias Feromónicos. 
Faltó nada poner la serenata que más gustaba a la corte nazi (Serenata, de Enrico Toselli).
Hace sentido. En el peor momento de mi vida, no te lo conté, Ana, los sueños me volvían un guardia de campo de exterminio. Tan detritus social se sentía tu J. 
El Hombre de piedra de la fábrica-pueblo sin duda habría llorado al escuchar esa canción.
Cursivas, entrecomillas, la de Dios, pues. Escribo como hablo, entreparéntesis uno tras otro. Es por si a fragmentos sueno interesante, creo, para que los nietos o los escuchas en mis charlas públicas queden pensando: A lo mejor en lo que no dijo había algo buenísimo.
-0-
Este es él último de los ocho cuadernos para los nietos. A viñetas como cuanto escribo, lleva las personales que no tienen lugar en otro lado. 
El título lo toma de una película mal apreciada, creo. Hay allí dos trabajadores que entre la borrachera representan los agravios personales y colectivos en un tranvía destinado a morir y deciden liberarlo. Circulando de madrugada se preguntan dónde está la tierra prometida para quien vive sobre rieles. Aquí y ahora dice un maltrecho, pícaro pueblo que sube sin pagar y celebra, mientras la mañana de inexorables mandatos avanza y ahora viste como malvada maestra o mojigatas con pretensiones y luego es un inspector jubilado que aborrece el desorden y ama los apapachos patronales(1)
Al modo de cualquier periplo, este tiene estaciones y yo siempre desde la azotea no sé si hago su recorrido o contemplo.
Esta Ilusión... sirve de confluencia entre los Cuadernos que se señalan en el enlace, sin ordenarlos. Para ello las viñetas rematan en pies. A cambio debe orientarnos. 
Antes permítanme presentarme como representación, pues sabemos que soy el de Desde la azotea, sombra luchando a ratos contra los reflectores: 
-¿A cuánto? -preguntó señalando el montoncito sobre mi manta en el suelo.
-Millón -contesté.
-¡Perdón! No, no quiero comprarle la producción de aquí hasta que se muera.
Si ni a una docena llega.
No tuvo respuesta, sólo mi rostro de hambre mirando hacía él, que se conmovió.
-¿Cuánto por todo?
-¿Por todo? No puedo, patrón.
-No me salga como la india con su kilo de limones.
-Sí le salgo, señor, perdón. ¿No ve qué es lo único que tengo? Si se lleva todo ¿qué hago mañana? Viene el inspector y me corre.
-¿Y luego?
-Que no sé hacer otra cosa, marchante.
-¿Qué?, ¿estar aquí de ofrecido? ¿Pues de qué come, pobre hombre?
-De la voz que regatea. Soy el puro regateo, ¿ve? ¡Pásele, joven!

-0-
Cuatro cuadernos buscan por el país y por el mundo en diversos tiempos. Uno me contiene a ratos y para los demás sirvo sólo de guía. 
Pretendí fueran largos, tanto como permitían los trabajos que les dieron vida. No hay manera y quedan reducidos a sugerencias.
Iré enlazando a sus orígenes. Por ejemplo http://brigadaparaleerenlibertad.com/programas/san-ecatepec-de-los-obreros/ http://issuu.com/lavisiondelostorcidos/docs/belarminos.
Sin más, vamos al salpicar de viñetas. Algunas contrastan las de los cuadernos personales.

Casi Memphis, Tennessee
Para Juan y para mí en aquéllos años, autobuses, unos cuantos trenes y caminos a pie, igual si duraban dos días que veinte minutos, nos condujeron a un paseo por las estrellas, de todo tan desconocido. Él se cuidaba de hablar de ello, para completar la impresión de que estar a su lado era mirar un espejo donde el mundo y uno se descubrían al borde de inesperados e inimaginables precipicios.
La primera vez que fue al extranjero lo acompañé. La emocionada forma con la cual aguardaba el despegue del avión, que tampoco conocía, la tradujo en un comentario:
-¡No tienen vergüenza! Uno esperando años para vivir la experiencia y ponen música de dentista.
Yo vacilaba entre lo aprendido y mi natural estupidez, y sólo gracias a él recordé que el mundo no dejaría nunca de ser ancho y ajeno, y que nada había tan falso como la moderna pretensión de andar largas distancias con familiaridad, cruzando pueblos, paisajes y humanidades profundamente distintos a los propios, sin acostumbrar los sentidos y la razón con la extraordinaria calma requerida, de modo que se marchaba sobre la nada, en una suerte de sueño.
Durante el viaje aquel al extranjero J era tan a la vista un hombre arrancado de casa, que quienes lo topaban se sentían incómodos, ni más ni menos que a un poblador del más primitivo, recóndito lugar. Algo semejante pasaba conmigo y con la absoluta mayoría de los viajeros que cruzábamos, sin embargo los otros nos esforzábamos por presentarnos como cosmopolitas, esa especie que cuando lo es en verdad encarna una extravagancia cercana a la de los extraterrestres: condenados, bíblicos, errantes vagabundos.
Expuestos al continuo, amenazador asombro, la conciencia de la soledad no hallaba reposo sino entre nosotros. Tanto daba entonces pasear por los puntos turísticos de una ciudad, que por sus espinosos rincones, y así una y otra vez topábamos con calles que un vacacionista o un agente viajero no habría visto jamás, en situaciones de las cuales salíamos con suerte justo por nuestra patente, humilde extranjería, que a su vez tomaba por sorpresa a los lugareños, por ello a ratos amables, interesados en el país del que veníamos, cuyo exotismo acostumbrábamos recrear para su beneplácito.
Habíamos descubierto este recurso en una pequeña ciudad metalúrgica digna de una película del cine romántico, donde a las preguntas de un muchacho de diez años convertimos a nuestro país en edificios curvados, campos grisáceos y cielos rojos, cuya existencia él se apuró a compartir con los escépticos amigos.
Por eso en aquél primer viaje no fue del todo un despropósito, por ejemplo, que en el tren a la entrada de la más cosmopolita ciudad del mundo nos diéramos ánimo con una pistola de plástico, regalo de un detergente y de tronido apenas concebible, para enfrentar a la punta asaltantes y asesinos que infestarían el lugar. Cada poco discutíamos luego quién debía portar el arma, a la mano lo mismo en un barrio musulmán que en una céntrica cafetería, pues el mesero representaba no menos peligro que los hoscos rostros a la vuelta de la esquina, y era, por supuesto, mucho más intolerante, metido en el traje de engaños por el cual durante una horas al día podía negar el pequeño, ruinoso departamento esperándolo al final de la jornada.
A los pocos días di el paso inicial en mi primera crisis adulta, no pude salir del cuarto del hotel y nos marchamos para que buscara refugio. Al separarnos en un puerto de un tercer país, viendo a J alejarse por el muelle con un libro de poemas, supe que la mejor parte del viaje le estaba por venir, ahora sin la obligación de decir palabra sobre la realidad que se le escapaba y no revelaría sino lo poco que permitieran años de madurar dentro de él.
Para el paseo que quiero contar, la cuestión apareció de una distinta manera. La otra ciudad cosmopolita, punto de arranque de la ruta que curiosas fantasías me llevaron a plantearle, lo inquietaba particularmente, y para tranquilizarlo le aseguré que sí éramos capaces de sobrellevar la nuestra, cualquier cosa en la visitada resultaría pan comido.
No lo hago de momento pues después de cuarenta años ese par de meses no terminan de madurar en mi cabeza. Sólo adelantaré que Juan cumplió el viaje a cabalidad, solo, apenas hace unos días y pudo contármelo en unas breves líneas de correo.
-0-
La vida es curiosa y las intimidades de Tenneesse llegaron a mí buscando a Bryan O´Donnell, a los antecesores de sus compañeros en el ejército, los pueblos del continente contiguo al Niño de Piedra y la infamia tras cuyo rastro anda Demasiado humano. Entonces aquel loco viaje que inesperadamente propuse a Juan, lo ordenó el futuro.
El Sostén del Cielo y sus cenizas

Ellas
Hasta el psiquiátrico, decía la nota que una mañana dejé en el limpiaparabrisas de su auto. No exageraba. 
Así empiezo recordando a M en un registro de mujeres con quienes compartí la vida, así, genéricamente, y no la suya, la mía o la nuestra.
El recuerdo debería excluirme y aparezco, claro, y ellas pueden llevarme ante los tribunales pues se vuelven letra por mi culpa, adulteradas, como es regla en estos casos. Sólo con Ella me esforcé. 
Otros cuadernos, nietos, encuentran a Brian O´Donnell y James Kelley, personajes históricos cuyos hermanos y hermanas están representados en sobrecogedoras tallas sobre una calle de Dublín, en memoria de la Gran Hambruna. Demuestro allí que sus existencias no se agotaban tras la persecución del magro pan y quizás fueron por quienes esperaron Molley Mahoney y otras jóvenes en cuentos contemporáneos a ellos.
A la manera de cualquier mujer hoy, es imposible saber cuánto descubriéndose subítamente sola en la esquina donde el amado debía esperarla, Molley sufrió por amor o sueños rotos.
Monelles, Ellas…
La Gran Promesa

Retahila
Una noche en el antro de mis preferencias escribo: Una larga lista de boxeadores murmuran al oído: el secreto está en rendirse a tiempo, no importa si tu record es de puras pérdidas.
Cada diez minutos después: Esto de vivir es función pa adultos. Quién sabe quién me dejó entrar. Ahora no encuentro la salida y seguro la casa de papá y mamá ya no está.
Sigo preguntándome quién ocupó la vida que no usé. Espero haya sido con un mínimo decoro.
¡Ya!, grito con un amoroso saludo al pescador, a la madre y al hijo en lo alto del acantilado, a quienes me condujeron Brian O´Donnell y la Reina de la Roca Gris. Luego vendría el Niño de Piedra, los Osos tamaño nube...
-Calla de una vez, mastuerzo -dice mi mentor.
-Es que esa Calzada de los Misterios...


Dictados
Miente siempre, nietos, dictan los decálogos de grandes escritores. Escribo crónica, jamás fabulo, dice otro cuaderno. Licencias sí me doy, a veces sin restricciones, y con ello no sé ya cuanto sigo la literaria recomendación. Lo hago sobre todo en el diario a la Inesperada. 
¿Distingo cuándo de verdad y mentira hay allí, entre los susurros al oído que me hace un director de cine, acercándome al punto contrario del que partí?  

Ese Lázaro
Estoy cansado, muy cansado, abuelo. Apenas me tengo en pie, ¿ves? Me vence lo que jamás conociste, hace tanto. Mi pequeño cuerpo es un prodigio. El daño está en el alma. Menuda tontería, perdona, que no hago sino revolcar la gata. Cárgame un rato, anda.
A la mañana siguiente rumbo al trabajo pienso:
-Lázaro, a quien diga que fue fácil, levántalo y ponlo a andar.
Memorable día
Cualquiera con dos dedos de frente y una mínima idea sobre la juventud en Occidente, sabría lo que en enero de 1968 se aproximaba en el país. Yo ni en cuenta esa genial mañana.
Según todo menos la realidad indicaba, estábamos a sólo un curso de diez meses para mi título de economista. En uso del momento de felicidad que le correspondía cada par de años, el día anterior mi padre entró en casa ululando la noticia:
-Hijo mío, te aseguré una beca de maestría en otro país.
Criminal don R, no midió los factibles, mortales efectos de sus palabras en plena comida. El trozo de milanesa pasó apenas sin tránsito del tenedor al gañote y no quedé allí sólo porque Utopía, la diosa familiar, me tenía en gran estima.
Con licencia así para quitarse de encima la abominable parquedad del ama de casa a la cual la condenó el exilio, mamá saltó sobre la mesa y a taconazos por bulerías arruinó de paso la sopa y el guiso por cuya pobre factura el rey de la casa sin duda la fustigaría, a la manera de todos los días.
Tarde y noche en vela pasé en los cafetines de costumbre endureciendo la piel que recibiría el castigo, y esta mañana estaba preparado para el literal Calvario, pues había de parecer producto de la farisea incomprensión. "Más tranquilo que una mujer que miente", según una de las mil extraordinarias imágenes de Aimé Cesaire, ante el coro familiar en pleno solté:
-Me perdonarán, pero hasta aquí llega la farsa. La vocación de escritor me impide continuar con la vileza del académico estudio.
¡Ay, Dios!, recité sin parar en la atea casa, mientras la gruesa mentira salía por la boca en ocultamiento de cuatro años de vividor profesional, que juntos no reunían la media docena de boletas no ya de aprobado sino de simple certificación de asistencia. Y continuaría la letanía recordando adonde fueron a dar las colegiaturas por mi inexistente título en inglés avanzado, con la mirada de mártir puesta en mi padre y el humo del incendio que inopinadamente se esforzaba el controlar.
-Pero, Jorgín -repetía una y otra vez mi ma incapaz de salir del pasmo por lo demás absurdo, pues desde 1964 Jorgín no llegaba jamás antes de las tres de la mañana ni abría un libro de la carrera, debido a una sencilla razón: nada semejante había en casa, que muy para mejores cosas estaban los dineros a ellos destinados. -Si te falta ya nada -se decidía a agregar conmovedora y convenientemente ingenua. -Si en teniendo el diploma... -y aquí trastabilleaba recordando la oferta del día anterior- te dedicas a lo que quieras.
Más la asombró la reacción de mi padre: sepulcral silencio. En mi par de hermanos mayores los ojos no paraban de girar en las órbitas y yo sentía descender de los cielos una paz de la que ni memoria quedaba.
Esa tarde R apareció con un escritorio en regla, dos estupendas colecciones de clásicos, una máquina de escribir recién desempacada y papel en abundancia.
Fue ahí cuando el susto se hizo de veras susto y congelome, hasta hoy.

Hospital General
Al Hospital fui a que me extirparan la vesícula con cincuenta y cuatro piedras. Salí con el alma curada, siquiera por un rato. En la cirugía mayor participaron los vecinos de cama, las familias en muégano, las enfermeras, el país de los muchos en las interminables colas, los dos pesos que para la salvación de una pierna han reunirse sacrificando el hígado, y la infinita paciencia.



El Mero 
El negoció comenzó sin saberlo cuando llevaba media hora hablando con un amigo experto en editoriales y él a cuanto proponía: 
-No sale. 
-¿Debemos prendernos fuego? –preguntaron los papeles en las cajoneras.
-Nada de eso -los aquieté de inmediato y por instinto, y en una valandronada haciéndole al anciano cheroquí dinos ánimo. -Llegó el mensaje: vuelve al fin la aventura.
Con un fajo de cuartillas en la mochila hice el camino al Metro. Unas cavernas de la ciudad en dirección a las otras, entrañables todas, bajé en una desconocida estación al azar. Las escaleras conducían a un andén a cielo abierto y la primera mirada fue decepcionante: estaba en uno de los lugares más conocidos de nuestro gigantón, cuando menos para quienes no se pertrechan en los reductos de la gente de bien.
El necesario paradero parecía dividir en dos el universo alrededor, inconcebible sin cada parte: a poniente el lío de puentes a no menos de ochenta kilómetros por hora con su avalancha de metálicos, gritones animales; a oriente la paz aquí sorda, allá plácida, de la colonia en improvisados parches que se montaban sobre antiguos poblados del valle sin desaparecerlos del todo.
Me senté en la rala hierba del camellón entre los pilares temblando por el peso arriba, un lánguido árbol herencia de quién sabe cuándo sirviendo de espaldar, y saqué a relucir a mis escritas comadres:
Entre el rezumo de los mirtos que el rocío se empeña en conservar, de lino y grana las ropas y la carne a las cuales se trasuda, un atormentado joven poeta para que no escape muerde con desesperación la noche de invierno y las astas de la luna, por ello más "cuernos de búfalos" sosteniendo el "cielo huerto", donde los astros florecen con "sus dorsos" de "ágatas y oro".
-Puf -dije suspendiendo la lectura. El poeta de mil atrás y su mundo para qué sirven aquí donde ni su abuela oyó hablar de ellos, ¿o no, señora que en el paradero hace sabios malabares con las bolsas a granel bajando del microbús?
La mujer volteó y se detuvo en espera de que algo de utilidad saliera del discurso que de imaginación a imaginación le recetaba. Fue ahí que vinieron los años viejos y:
-¡Alavado, alavado! -exclamé de rodillas y la mirada al cielo no del Señor sino de otros divinos portentos que moran en lo alto y en muchos lados más- -Revelación, ya la libré.
Para prueba bastaba el botón señora de las bolsas y los que con un giro de la cabeza en redondo descubrí pendientes de mi persona. Un cacho de pan les solté como entretenimiento, del poeta, claro:

¿Cuánto habré de esperar y cuánto tiempo
ha de quemar mi saña como brasa?
¿A quién hablar, a quién dar testimonio...? 

Mientras el recién adquirido auditorio tragaba de una imprecisable manera el mendrugo, en silencio hice el el rito en versión resumida para apuros:
-Niño de Piedra, padre mío; deforme hija de Aoibheal, hermana, y Gualupita madre y compañera, de sus prodigiosos dones pasen un tantito y a mano me pongo con ustedes, ¿sí?
¡No!, luego, luego vino la respuesta. Sobre los cerros a un paso con la magia de sus mocasines voló el Niño, el hada de monstruoso tamaño, los ojos sangre, chorreando lodo su manto se alzó de entre la tierra, y del primer al último tronco nacieron tallas de la Morenita.
A metro y medio del suelo mi cuerpo púsose a flotar y del paradero del Metro Constitución de 1917 me volví dueño. Chamacos, cuasi vestales en tránsito, chóferes, el rey y el tepo del barrio hicieron corro, y un cojo de la tercera edad y una taibolera en disfraz de ama de casa con un guiño se ofrecieron de patiños.
La providencia prestó un sombrero cuya presencia en el piso gritaba:
-No se hagan rosca con las monedas, que de algo ha de vivir este chango -y al ruedo ya sin más me tiré.
Ese fue mi empezar, años luz a estas alturas me parece, en la merolica obra de darle paz al alboroto de mis cajoneras y mi alma en vilo. Cruzada en regla fue y es, con abundancia de sobresaltos y harta muleta para amansar bureles de la variedad que monopoliza las afueras de las estaciones y los vagones.
Así mi rosarío de historias se abrió paso: que el 1492 del maléfico y sus prolegómenos, con frutos para mil jornadas; que mi abuelo -con todo y mucho respeto, me paro y quito el sombrero-, mi comadre el Grillo, Nabor, el sabio analfabeta, Magda y su Santa Utopía; que de montañas carmesíes y truchas arqueándose en un delirio de vida, por cielos a los cuales el trasiego de los llanos áridos dan una transparencia infinita, a isletas que surgen por doquiera de las aguas como canastillos flotantes”entre sauces llorones y chopos”, y un etcétera que mejor ni me esmero en recitarles. 
Todo entre los Oh, los Chale, los Ya está de vuelta el loco, etc. No todo es coser y cantar en este viaje, que mucho duele, por no decir todo, contra lo ofrecido aquí arriba para atraer la atención. En realidad no sé adónde voy y no es de extrañarse pues sólo vaga idea tengo del camino a mis espaldas.
Andar sí que ando, con los pies sobre la tierra, no importa cuán chuecos,  y con la imaginación a lo lejos, no como escape, que de eso no hay modo, sino por gusto, urgencia a veces.
Escribo una suerte de memorias, de ése tiempo apenas hablo, queda envuelto en una nostalgia para entonces vieja y profunda, y dejo a un lado lo más importante. Me refiero a mis hijos, por cuya infancia cada vez más pregunto.
En las funciones callejeras, en este punto digo que no quiero entristecer ni complicar de golpe el relato y vuelvo al poeta. El éxito es rotundo, sobre todo entre el público femenino, quien sin darse cuenta inicia así el camino a mi beatificación. Sabiéndolo, acuso la joroba natural, enjuago los ojos y la facha quijotesca se completa y en justicia, pues molinos de viento son los de la marginación propia y ajena que bato.

Respeto
Tratar con uno es muy difícil. Más debiera serlo con los demás en la historia, y las malas costumbres lo vuelven un juego. Yo a veces sigo la trampa. Otras no puedo pues conozco a los protagonistas.
Los libros registrarán, por ejemplo, al hombre que con mi guía el abuelo contempla subiendo entre los cierzos, el fusil a la espalda. ¿Cómo permitirme libertades al tratarlo, si del momento sé gracias a él, luego de horas y horas entre cigarrillos y café?
Por extraños motivos un día caí en un seminario de historiadores. Apenas creía al solemne ponente que coleccionaba tonterías refiriéndose a momentos vividos por mí.
De seguro eso hago cuando persigo tal y cual cosa cien o doscientos años atrás, pensé avergonzado
.


Cosecha especial
El producto vuela siempre que uso la etiqueta Hombre Bueno. No importa si lleva años en exposición, si de él comieron los ratones, enmoheció, perdió el aroma, se agrió. Sobra dónde lo coloque, en la vitrina o el último estante. Viene incluso mejor que esté en un rincón, asomando apenas, y el cliente crea que lo topa al azar, o más aún, que lo descubre, pieza única, enjoyada sólo a sus ojos.
De modo de no gastar el truco, suelo hacerlo una de cada tres Navidades. Lleno la caja y holgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los otros dos, ni modo, paso hambres. 


Revisando al Tamborilero
Basta de cilicios y tomemos el Palacio de invierno, escribí dos semanas atrás ajustándome a mi personaje.
Estamos a lunes y el sábado sin que los demás se dieran cuenta otra vez me sentí enfermo.
Sólo la Mal nombrada supo después. 
-Prométame que va a ir al médico.
-A un matasanos, jamás, y levantarse a las cinco y hacer cola para una cita dentro de cinco meses en los únicos hospitales que confío...
Apuro el reloj. 
-Terminar así no estaría mal -pensé en el auditorio rodeado de hermanitas y hermanitos. 
Exageraba y al mismo tiempo recordé mi infarto a los cuarenta y pocos años. Como entonces, había una curiosa paz.
No olviden, nietos, que su abuelo en los cuadernos es la representación de una sombra. Si se marcha quedará ella. Esa es quien juega con ustedes en el patio y come helado y fuma y de noche se tiende para que la numeren las estrellas.
Tamborilero

Ellas
Es el recuerdo de las mujeres que me hicieron, extraordinarias en su mayoría, creo.
Me doy mi Navidad, pues, ya que nadie me regala ni un alón del pavo, jeje.
Empiezo con Ella propiamente dicha, a quien se dedica una serie de viñetas. Tenía veintidós años y yo veintitrés cuando nos conocimos ya más o menos viejos, pues estuvo casada en Estados Unidos mientras B, como me bautizaré, fracaso universitario por forzada elección, jeje, y vividor de falso barrio bohemio, tras un mostrador bancario encontraba la fábrica-pueblo y huía luego a Nueva York, primer puerto, medio jeje, para ser el debido revolucionario, casi no jeje. 
Según los mutuos amigos la Janice Joplin mexicana, así conocida sin cantar un cacahuate y sí por el retador estilo, creyó toparse con una mezcla de Che Guevara y James Dean -bueno, las drogas eran lo suyo, jeje.
Se dedicaba a abofetear galanes -y machos comunes, policías con y sin uniforme, jeje- y decidió rendirse por única vez en la vida. Todo haría por esa apuesta.
B no merecía el esfuerzo y lo hizo inevitable cuando a unas semanas del encuentro tomó sus bártulos sin rumbo preciso. Cierto, el destino era Baja California Sur, adonde estaría puntual a la cita con el Farsante, y también que antes y después pude terminar en un circo o en prisión -por ingenuo, claro.
Ella enviaba cartas allí describiendo las locuras que hacía para alcanzarme, ante mi asombro porque de olvidar el pasado iba aquello y meter en la maleta el último episodio contradecía toda lógica.
Se presentó un martes, el viernes B regresaba solo a su ciudad con boleto para la utopía y lo siguió obsesionada.
Nadie nunca estuvo siquiera cerca de ese empeño por el pequeño hombre, reiterado muchos años. Olvidó la bebida y las drogas para conseguir un trabajo con que complacerle los caprichos. 
La amaba, consciente de cuán especial era y cuanto perseguía sus sueños, en los cuales yo tenía un papel instrumental. 
Más tarde fui el perseguidor, inútilmente, y con balance final de dos hijos nos despedimos en los peores términos.

C
Jamás hablo de C pues "nuestro tiempo" fue muy breve y ella murió mucho antes de lo previsto. 
La traté cuatro o cinco años y no sé quién era en verdad. Algo intuí durante el par de intensos meses en que nos buscamos, cada uno y una desesperado por su cuenta. 
Yo era un poco mayor y me aventajaba con mucho en la pasión. El última día a solas por primera vez tuve conciencia de mi simplicidad amatoria, digamos. 
No importa. Vale ahora cuánto viví encantado y cuánto ella. Ir al hotel fue su iniciativa y no exagero el práctico ruego que hizo -sin darme cuenta seguía vendiendo cuentas de vidrio. 
Aun así sospecho hay dudas sobre lo lejos que en principio estaba dispuesta a ir. Remito otra vez al inicial encuentro de los cuerpos.
-Tendrás que dejar a H -le dije con nuestros rostros embebidos a cinco centímetros entre ellos. 
-Sí -respondió con el mismo, mutuo arrebol de semanas después a la distancia, vigilados por cincuenta compañeras y compañeros. 
Días antes nos queríamos en secreto y la necesidad de permanecer pegaditos nos descubrió en circunstancias catastróficas -mido la palabra. 
De perder la razón entre un sueño no sabe sino yo, sobre todo ese miércoles y el sábado y domingo próximos, creo tontamente porque vaya a calcularse cuántos lo hicieron antes y después. Y ella respondió puntualmente.
Pagué carísimo y era cuestión de vida o muerte no en relación a C sino a mí.
(Para variar, soporto mis historias porque la bobaliquería tiene detrás acentos trágicos. Enseguida y debido a causas relacionadas con nuestra aventura, estuve cerca de perder para siempre la razón. C ni se acordaba de aquello, seguro, y sí de lo que la llevó a mí, cuando con treinta y tantos años murió en circunstancias extrañas.
(El pequeño, inhábil hombre habría sido un buen sostén a lo lejos, sin romance, pensé muchas veces recordándola.
(Era guapísima y no sobra mencionarlo porque su belleza, me parece, algo tenía que ver con sus infortunios.) 

G
G fue quizá quien más me quiso. Lo hizo por años y tenía cuanto yo necesitaba: bondad, belleza, simpatía, cabal comprensión de cuán importantes eran mis hijos y una niña pequeña como extra inmejorable. 
Aceitunada, sus cabellos se ensortijaban como muñeca negra y un hoyuelo en los cachetes hacía que rematara el espléndido brillo de la mirada.
Por ella faltó nada para decidirme a dar un giro a nuestras vidas del cual ahora nos enorgulleceríamos los cinco.
Sólo restaba coincidir sexualmente, aunque G asegurara que era su mejor pareja amorosa. 
-Sin tú placer el mío no existe -le dije una y otra vez tras esforzarse sin éxito.
Por años aparecí como un frívolo que la abandonaba cada tanto, y lo fui pues con mi ayuda habría encontrado su vocación sin separarnos.   

A
A significó el paraíso que llega cuando la vida se vuelve un infierno -en el último círculo está perder a los hijos a quienes se crió, así sea momentáneamente.
Mary Poppins tenía como película de culto y de descubrir mis huaraches pueblerinos antes de nuestra primer noche juntos, ni un pelo le habría tocado.
Su cuerpo creó el nuevo arquetipo para mí: piel morena, cejas pobladas, talle estrecho y generosas piernas y lo que sigo sin llamar nalgas por el terrible uso dado a la palabra. 
El rostro era pequeño, pillo, inteligente, adornado por un fleco rojo entonces inusual, y la imaginación, muy libre. 
Sólo de sexo queríamos tratar, fuera donde fuera y no pasaba día sin él, jamás hasta la extenuación pues era imposible cansarnos, jeje. Físico y recreativo el mío -sonidos, luces, decurso del tiempo-, ganó al suyo, que tendía a la fantasía.
Literal adoración era ella para este yo. Desconocíamos los celos y la única pelea en dos años duró un cuarto de hora.
-Soy un puente en tu vida -le dije inaugurando la práctica que duraría hasta mi vejez.  
Parco como voy, me detendré recordando un viaje a Acapulco. 
Ni con camisa de fuerza habría ido sino fuera por A, pues ya para entonces el puerto que mi niñez volvió entrañable era una mala copia de sí mismo. 
En la autopista tomamos el asiento trasero aventajando a nuestros contrincantes, una pareja que nos ganaba en edad y, según pretendía, también en apetito, jeje.
Como había tiempo de sobra, A cantó durante la primera hora. Tenía una voz pequeña y entonada que educó el tiempo en la farándula con su ex marido y me animaba a acariciarla ropas arriba y abajo, para darme pequeñas satisfacciones a horcajadas. Sueño, pensé, al modo de otras veces juntos: regreso a mi adolescencia cumpliendo lo incumplido. 
La competencia iba en serio y ante airadas protestas que disfrutaba, el resto del camino A nos dio arrebatadoramente el primer round -y después todos los otros, jeje. 

O
O vivía en otro país, era bellísima y me llevaba a bailar a lugares fuera de moda, donde conocí cuánto poder cabía en un cuerpo. Con ella por primera vez las mujeres aparecieron como mares. 
Columpiaba mi barquita por la pista, seduciéndome a pesar de su clara conciencia de que apenas verla me conquistó. Tenía razón: sólo desquiciándome terminaríamos juntos. 
Nunca supe cuánto quería al mexicanito que conoció a través del padre de él, casi por entero distinto al mío, para entonces convertido en el gran personaje regional que siempre debió ser. (Estoy a punto de tirar la toalla. Cuánto cansa la memoria, jeje, sobre todo cuando es mala.)
Intenté quererla a distancia y la mejor noche juntos fue así. En un descampado escuchando a quien se volvía famoso de la noche a la mañana, metros adelante mío movía el cuerpo con cadencia. Y recordé una famosa canción medio boba y musicalmente muy buena, que le anunciaba a una adorable estar pendiente de cuando hiciera.
Demasiada mujer para este pequeño, pensé por su altura, sólo igual a la mía cuando quería complacerme con zapatillas.
Los ojos le brillaban aun cerrados, digo con cierto exceso, y la fascinación se completo por sus recientes aventuras, con un minero heroinómano, por ejemplo. 
No me dejó quererla según pretendí y apostó al matrimonio, absurdo si se tenían dos dedos de frente, pues ambos estábamos prácticamente solos con nuestros hijos y para ella era imposible deshacerse del infame padre y yo no pondría diez mil kilómetros entre los míos y su madres. 
Nunca estuve seguro de cuánto amaba al mexicanito y la última noche protagonizamos una escena sin sentido: la hermosísima tratando inútilmente de convencer a este hombre pequeño.
Durante dos años amigos mutuos me acusaron de traicionarla y exigían reconsiderara. 
Ella no podía llamarse a engaño.  
SIGUE


Hospital general
Así se llama donde cuidan de mí cada que necesito. Todo es maravilla en el lugar, sin faltar el nombre, romanticismo puro.
Más horas de las de por sí obligadas hasta para una simple consulta, paso entre los pabellones, los jardines y las colas que a ratos hago sin motivo.
Las mujeres y los hombres en sus desvelos y sus ilusiones por allí son antiguas enseñanzas renovadas. Con sus semejantes aprendí desde muy pronto cuanto le dio sentido a mi historia.
Uy, las dulzuras, las emociones, las risas, de la larga semana en cama esperando la operación con la cual tramposamente, creo ahora, me le volví irrenunciable.
El gran teatro del mundo, dicen quienes no conocen la hectárea que sublima a una humanidad relatada de la más soez manera. 


Aparta de mí ese cáliz 1
No tolero la serie española que rompe ratings presumiendo recordar los tiempos en torno a la transición democrática.
Justo entonces hice mis primeras visitas a ese país. Venía del México de los pasmosos contrastes sociales y un régimen de casi cinco décadas que no se andaba con miramientos para machacar opositores. Aún así quedé perplejo.
La segunda estancia se prolongó once meses, entre 1976 y 1977. Rumbo a Asturias, con mi mujer y mi hijo hice escala en Madrid, en el piso de una familia a quien nos etiquetaron. Se trataba de una entrada por la puerta grande a lo que había oteado dos años atrás -el susurro de lo pequeño es de una elocuencia no menor que los clamores de lo grande.
El lugar estaba presidido por una pareja que convocaba a los cómics de humor y resultaba sin embargo muy para los ácidos del nunca suficientemente reverenciado Carlos Gímenez.
No creo en la existencia de gente tonta, pero como toda regla tiene su excepción, con la patrona de la casa fui a encontrarla. Debía medir 1:70, pesaba muy por encima de los cien kilos y el rostro parecía tomado de una roca, sin trabajo posterior alguno. Él apenas rebasaba el 1:60, sus hombros eran los más escuálidos y estrechos vistos en mi vida, al tórax lo coronaba un majestuoso vientre, y en la calle debía representar el papel de un hispano Gutierritos –personaje de la primera telenovela mexicana de gran éxito, a quien todos daban de coscorrones y colgaban chistosos papeles en la espalda-. Pero al llegar a casa era tan Dios como el que más.
El reinado familiar de la pareja tenía su más palpable expresión en el desprecio a la hija mayor, por un buen motivo: era inteligente. Tanto había sido el maltrato, que esta cálida mujer cercana a los treinta estaba a punto de ser fea –noción que, de vuelta, no suele entrar en mi cabeza-, de espalda encorvada, los granos cebándose en el rostro, unos espejuelos de grueso armazón que usaba para terminar de ocultarse al mundo, pues no los necesitaba.
Vivimos momentos sublimes en aquel hogar -y tanto, con sus criaturas bullendo en el caldero-. Como el par de veces en una semana en que, en saludo a la modernidad recién instaurada en el baño, la ama dio de voces pidiendo la asistieran en la tina, donde sólo Dios sabe cómo entró pero nunca cómo saldría.
O como la sobremesa en que desde el pontificado de la silla principal, el Señor repitió para nosotros la encíclica promulgada para los hijos quién sabe cuánto antes: estaba científicamente comprobada la superioridad de la raza blanca y los negros eran micos (habría repetido aquello, en voz baja desde luego, aún en las calles de Nueva York, donde por entonces la gente se abría al paso de la belleza y la altanería de los Panteras Negras. Y con la raza negra iban todas las no pálidas, incluyendo la de la cuñada de él, una mexicana con quien, a su entender, había tenido el imperdonable mal tino de casarse su hermano menor). Cuando este portento de ser humano que nos hospedaba soltó la dicha sentencia, ante nuestros reclamos a punto de tundirlo allí mismo, revisando a los hijos por si su autoridad estaba siendo mellada, zanjó la cuestión sacando la Biblia en forma de libro de biología para no sé qué año, de las escuelas públicas, donde el tema se desarrollaba a fondo, con muy muchas, irrebatibles citas de reconocidísimos sabios.
      


Rehacerlo tras su pérdida por el Big Brother en turno permite no que lo ordene o explique, pues por algo soy el Idiota, y sí presentar el conjunto de mi terco empeño.

Tres cuadernos recogen lo ordenado por La corte de medianoche, cuya atmósfera tomo del último gran poema en lengua irlandesa: Para morir igualesRed de agujeros y Demasiado humano
En ellos sirvo de puente, oficio que mucho estimo, siempre con mi abuelo a la cabeza. 

Los otros tres cuadernos tienen aspiraciones muy distintas y siendo su protagonista no pretendo que me retraten. Sólo uno en verdad interesa: Desde la azotea I. Este de aquí y La pasión según FB (http://belarminolapasionsegunfb.blogspot.mx/son un extra.
-0-





Hay un extraordinario alemán vivo todavía. Adolescente perteneció a la oposición al nazismo y dirigió luego un renacimiento de la cultura y la política en su país, y en el mundo, quizá. Estos días lo traeremos a cuento para regalar un pequeño, estupendo libro (http://brigadaparaleerenlibertad.com/programas/la-balada-en-chicago/). 
Me parece un intelectual único porque conociendo el mayor monstruo de los primeros años mil novecientos -y no de la historia, aclaremos y sino que conteste el presente, por ejemplo- su mirada es muy aguda.
El crimen organizado, dice en 1964 refiriéndose a Al Capone, es un fenómeno estructural del capitalismo y no algo atípico. Describe al conocidísimo mafioso como un hombre cuya vida resulta apenas más excitante que la del tendero con menos imaginación. Se trata, a lo llano, de un empresario que a veces negocia con sangre. A veces, pues lo suyo en resumidas cuentas son los pesos y centavos, rentables también para banqueros, políticos, fuerzas públicas y el mercado como un todo. 
Desde luego tiene la capacidad de convertirse en mito, cosa poco común para la modernidad contemporánea que reclama productos a Hollywood, donde los propios capos suelen adquirir tonos épicos, de bisutería, obviamente. Como quien con Las Vegas le abriría un inmejorable alternativa al blanqueamiento de dinero: Bugsy Siegel, protagonizado por Warren Beatty, célebre liberal cinematográfico.
¿Contentos? Nuevo desvío para llegar a Fíense nomás que hoy me toca hablar de derechos, laborales, jeje.  

martes, 6 de diciembre de 2016

Las mil cosas con A (2)

A se marcha como vino,
intempestivamente. De este
recuerdo quedará lo que
mejor sirva para sugerirla.

En las pilas de cuadernos de papel no hay más que referencias a Ana. Para ella o sobre ella hice notas y cartas que envié o rompí al dirigírselas como alfombra mágica. Quedan exclusivamente las que A guardaba en el cesto conservado por Luisa, quien no sé qué hizo con él. 
-Son tuyas -venía diciendo en los últimos años. 
-No hay prisa -le contestaba con la pretensión de evitar que pensáramos en su muerte.
-0-
Con una cursilería por delante.
Hace unas horas entendí cuándo A le dio forma final a su extraño romanticismo.  
Durante el primer año hay tres momentos. 
En uno, de cuclillas pidió mi mano.
-¿Has escuchado de las que la leen? Yo voy a escribirla.
En otro jugamos a la conversación silenciosa acostumbrada. Tomó mi cara para verme a los ojos por cinco minutos. La tercera fue al despedirnos antes de que estudiara un año en el extranjero.
-Nos escribiremos todos los días, todos. Regresaré y nada, absolutamente nada me separará de ti. 
¿Por qué teniendo una absoluta seguridad en sí misma, no lo soltó a lo llano? Mensaje sin recibir, Cosa.
Al regresar cada quien a la casa familiar tras nuestro idílico año, no tuvo más remedio que el romanticismo desbordado.
Yo parecía poder al fin con el reto de país y destino que representaba la universidad, dos buenos maestros me acogieron y el desastre se volvió inevitable. En mi cabeza había una sola alternativa: escoger entre ellos y mis compañeros. Un día falté a la puntual cita con A. Alguien ofreció comprar una botella y cuando me di cuenta era tarde. Reaccioné como se suele y no quise encontrarla después ni a la mañana siguiente. Fue por mí.
-Estaremos juntos hasta siempre, te dije, ¿recuerdas? 
Dio media vuelta.
-0-
¿Por qué yo, quitando el azar? 
Estuvo enamorada del compañero de infancia en la pequeña ciudad provinciana donde vivía la abuela, y con él tuvo sus primeras experiencias sexuales, a los catorce años.
Hijo de pescadores representaba el mundo que buscaría por medio mío. Lo descartó porque no pudo confiar en él. Engañarla con otra niña y robarse pequeñas cosas de casa de ella era disculpable. Mentirle, ya no tanto, y se le murió al darle un discurso contra los propios pescadores, presumiendo que se convertiría en hombre de negocios a costa suya.
J jamás la traicionaría, estaba segura, y por eso mi continuo tropezar devino en virtud. 
-Anda, sé un total desatino. Aquí estaré para que compartamos tu sabia resurrección -pareció decirme aquél mediodía.
En otra nota de este cuaderno me refiero a la supuesta fortaleza mía. Tal vez ella lo creía.  
Más obviedades
Era 1966, decidiría casarse en 1972 y faltaban dos años para que yo marchara a la fábrica-pueblo. Las mil cosas con A, titulé esto.
Escribo de madrugada y podría pasarme horas charlando de Ella con Suertudo. Mi solitaria vejez tiene sobrada compañía. No más místicos sueños, confío.
-0-
El día a continuación de que Ana diera media vuelta frente a mi escuela universitaria, la busqué donde nos reuníamos al terminar sus clases, como el año anterior. Ahí estaba y me le senté al lado.
-¿Lo conozco?
-No. Pero en un minuto...
La besé y volvimos al rito amoroso que culminaba en el auto. No regresábamos atrás, se abría una nueva etapa.
A veces comer juntos o vernos en nuestro viejo parque de noche para una película después, ocasionalmente, sin referencia a mis cosas a menos que le aportaran algo...
No necesitaba más en el proceso de entender cómo perdía la brújula. Sí, yo buscaba, sin concierto, perdiéndome entre cualquier desvío que pareciera retrasar las decisiones, así siempre más urgentes. 
Por plazos la evité, pues me medía por mi incapacidad para merecerla, aunque ella no demandara nada.
Luego de su muerte, cuando la recordáramos, Luisa diría que A estaba tentada a buscarme alternativas o dejarse de cuentos y hacernos vivir juntos otra vez. 
-Entre cuatro paredes vaya qué sé cómo tenerlo a raya. Pero lo hundiría. No importa cuánto trabajo le cueste, encontrará lo que busca.
Empezó a llamarme el Perseguidor, por el cuento de Cortázar, y yo más desesperaba.
-Estás loca de remate. 
Entendiendo que era un terrible exceso, se obstinaba en el tema. 
-Perseguidor, Perseguidor, Perseguidor... -le dio la cantaleta una noche mientras, justamente, me perseguía. Terminamos en el hueco al aire libre de los teatros que merecían llevar nuestro nombre por la devoción teníamos al espacio en torno suyo. -¿Eres el Perseguidor?
-Sí, aunque no tenga saxofón -contesté literalmente drogado a punta de ella y viento, estrellas, perfumes que esparcían unas campanillas.
Me deshice en declaraciones amorosas como nunca antes, y eso es mucho decir. Se animó a hablar.
-Crees que soy menos que tú y es al contrario.
-No intentes convencerme de más tonterías.
-Soy rara pero no especial y en todo caso valemos esto -dijo señalando un minimísimo espacio entre dos dedos. -Piensa en la canción de Cohen -la que solíamos tararear. 
Many loved before us, I know we are not new...
-¿Dónde acabaré?, ¿dónde llevarte para sentir que no que desperdicias la vida?
-Piensas que te quiero porque contigo descubro lo que no podría sin ti. Y es cierto. Pero está atrás y no adelante. 
-¿Cómo?
-Está en lo que ya eres. Si por mi fuera te metía en formol -dijo sonriendo.
Sin esos momentos yo no habría ni mal salido de los interminables bretes.
¿Qué mes era? ¿Abril? 1966, todavía. Mil por mil, debí nombrar esto.  
-0-
Aprovechemos el país en receso, Cosa, para reconstruir paso a paso nuestra historia. 
Si uno no se dedicaría a la profesión que estudió o a la academia, el título tenía poca en importancia, si lo comparamos con después. Los programas educativos no siempre estaban bien diseñados, el magisterio dejaba mucho que desear en su conjunto y para ser una alumna con muy buenos promedios Ana requería relativo poco trabajo, y la ingeniera química era interesante y nada más. 
Haría un posgrado porque el lugar que escogió garantizaba conocimientos bien adquiridos y sobre todo una comunidad seria e inteligente. Adquiriría allí la disciplina y la visión que el negocio familiar no le proporcionaban. Esas eran las cuentas de su padre y no las de Luisa, quien habría preferido un largo viaje con cursillos en las empresas del país famoso por el artículo a cuyas herramientas para reparación se dedicaba la fábrica. 
Desde luego Luisa podía imponerse, como figura indiscutida puertas adentro en el hogar, y quizá no lo hizo por ello mismo. Don L tenía merecimientos de sobra y su familia extensa, con abolengo liberal, los reconocía y aceptaba también orgullosamente que las mujeres ocuparan en ella un espacio inusual para México. Más allá la cuerda podía tensarse, hasta su rompimiento, incluso, sin descalificaciones y sí un extrañamiento incómodo.
Ana aseguraba odiar ambas propuestas. Lo que reunía ya la fábrica, expertos operarios a la cabeza, era con mucho suficiente, declaraba. ¿A qué seguir perdiendo el tiempo? Viajar valía la pena, claro, pero en condiciones que no podía garantizar, no importa cuanto su madre le asegurara lo contrario, según sus diatribas.
-¿Adónde fuiste tú, mamá? Conoces muy pocos lugares y ni uno como quisieras. Si hasta la ciudad te queda grande -le decía con cariño.
Tenía en mente nuestras vacaciones en Cosmopolitandia.
Su hermano nos recibió sin ocultar el desagrado, y a la mañana siguiente hubo una escena desafortunada. Dormíamos cuanto entró al cuarto sin tocar.
-Ven -le dijo a ella. 
Éramos una pareja que hacía poco ruido con el sexo y habíamos extremado los cuidados. Por mala suerte para él y nuestros bolsillos, la recámara tenía una maravillosa ventana de ancho dintel, que estaba a pocos metros de la suya.
Así fuimos a dar al celebérrimo hotel.
Este álbum fue uno de los aportes del viaje.
Y con el hotel retos a pasto: el ghetto negro y el hispano, encuentros pasionales -jeje- en pleno gigantesco parque, visitas a suburbios que no aceptaban turistas... 
Apenas Juan sería tan buen viajero como ella.
Yo aportaba el azar, pues los más exóticos personajes me detenían ¡para orientarlos!
-Si eres lo menos cosmpolitanmen que se haya visto por aquí -decía ella- y tu inglés para los pelos de punta.
Se debía, creo, a las mismas razones que en mi ciudad me hacían el perfecto tipo a quien acudir por las madrugadas si se lo cruzaba, para pedirle un cigarro, un oído, complicidad.
En calidad de guías que suplían el conocimiento con devoción solidaria, fuimos a dar hasta hogares en zonas marcadas en rojo por la policía. 
Me temo, mujer, que protestaste por la propuesta de Luisa sabiéndola inviable. ¿Te negarías a patear calles y caminos al antojo, y tener encuentros furtivos con alguien más que el amor de tu vida? A otro perro con ese hueso. Total, la traición no cabía entre nosotros, al menos en esas circunstancias. ¿Fuiste blanca paloma durante el posgrado?
Hace poco una joven me echó en cara no conocer el amor libre. Tú y yo crecimos cuando inventaron la versión moderna y nos hincábamos ante Jules and Jim, la película que hacía proselitismo por una variante cuya gran protagonista era femenina.
La mayor expresión gozosa del amor, y a veces áspera en su crudeza, es el sexo, nicho entre nichos. La pareja podía descubrirla directamente o al confrontarse con otros.
El idílico año hicimos pruebas aun contra nuestra voluntad. Chistosas conversaciones aquellas.
-¿Me quieres? Piérdete una semana con la o las que desees.
-Nel (palabra que no inventaron ayer, jeje). Tú primero, ordena Catherine (la de la película).
-No.
-Le digo a Luisa que en el fondo rindes culto a Mr. Machín.
-¡Mentira! Ahora verás... Hay condiciones, ¿verdad?
-Sí, una: quedan fuera los amigos y conocidos.
-Me da miedo y no sé cómo.
-Uf, te va a costar un trabajal encontrar pretendientes.
-¿Y después?
-Imagino que contar o no, según sienta cada uno.
-¿Y si te enamoras de otra?
-Tramposa. Lo menos que cruza por tu putrefacta cabeza es eso. ¿Y si pasa al revés?
Se carcajeó.
Fue durísimo, pues al menos yo no tenía ganas en absoluto e imaginarla con alguien más, uno o dos, cómo saber, me sacaba de quicio. Lo fue y muy sano también y sin sentido. 
Para empezar, en esos tiempos la liberalidad estaba restringida a pequeños sectores. Desde luego había manera de recurrir a la conquista callejera que practicaban mis amigos. ¿Cuál era el chiste si vivía con la mujer que más me gustaba? 
El desconcierto me llevó dos años atrás al falso barrio bohemio recién en invención precisamente por quien se ofreció a pasarme los trabajos que hacía. Muy poco promiscuo lugar para los habituales a la caza de visitas. 
La vida te da sorpresas, dice la canción, y revisitándolo con el único objetivo de cumplir la tarea, aparecieron dos jóvenes que parecían seguir perteneciendo a la "rancia" burguesía nacional.  
Yo estaba fuera de su rango en la rígida estratificación que se había establecido, y tuve mi primer problema con los parroquianos -directores y actores de cine y teatro y cosas por el estilo-, maestros en conquistas, quienes me mimaban. Las hermosas se acercaron a la mesa donde yo estaba, como si nos conociéramos desde la infancia.
Era el único allí a quien identificaban, por su ruta diaria, pues debían atravesar el parque en cuyo costado estaba el edificio de la familia de Ana, donde ella tomó un cuarto en la azotea para nosotros. Nos veían juntos y el prosapioso, jeje, apellido de mi "suegro" salió a relucir. 
Me invitaron a sentarme para un interrogatorio en regla. 
-¿Viven juntos?, ¿están casados?, ¿qué dice su papa...?
Una desplegaba descaramente sus encantos para mí. No entendí hasta que dijo algo que se traducía como "Apetitoso por competencia". 
-¿Se consideran conocidas? -pregunté en silencio. 
Comenzaba mi breve aprendizaje con don Juan Tenorio.
Cuando los tres salíamos del restaurante-cafetería, los habitues me llamaron.
-¿Adonde vas, hijo de la chingada?
No daba crédito. Uno jaloneó al cachorro yo y la coqueta vino en mi ayuda.
-Es un viejo amigo de la familia.
-De todas formas -dijo el más enojado, sin voltear a mirarla, y los demás lo calmaron.
La ofensa era llevármelas. 
Sorpresas, dije, porque hasta hace poco la fábrica-pueblo pertenecía a los padres de ellas y perderla con otras empresas motivó que mi futuro protector llegara allí, sabría luego.
Experimentar, convinimos, y yo daba el paso inicial de la peor manera. No, no me lo permitiría. Estúpida la niña y mentira todo alrededor. Aun así, quedamos para vernos y probé. Era cierto, la niña tenía antojo por correr a contar su aventura y tras los primeros escarceos en casa de otra mujer a la cual trataría íntimamente en una de mis incontables etapas de desconcierto, rehicé el cuento: Ana y yo éramos amigos nada más, me prestaba un cuarto de servicio y yo crecí en la colonia ¡Guácala!
La lección Dime quién eres o pretendes ser y te diré si recibirás lo que deseas, se repitió con dos más, en la propia bohemería, aunque con matices muy distintos. En ambos casos habíamos intercambiado señales antes y se trataba de buenas personas. Pero para poseerlas, si bien me iba, debía alardear en falso.
Finalmente tuve una sola experiencia, condenable. La había enamorado platónicamente como el amigo de su hermano mayor y sin intención quedamos a solas sobre una cama. Tímida, me besó. Le expliqué que no estaba bien pues éramos una especie de parientes cercanos, se puso triste y maté dos malos pájaros de un tiro. 
Placer sí que lo hubo y mucho. Y ternura y vaya a saberse cuánto más en adelante si Ana y el amigo no existieran. 
La lección se resumió en No puedo querer a dos mujeres al mismo tiempo, aunque sea con distinto tono. Que el sexo no me decía nada sin amor me lo enseñaría el tiempo. 
La canción se repite en el clip y recuerda cómo me llamaban el cuasi imberbe Toño y sus lúmpenes amigos, a mis treinta: Fe ciega.
Cuánto extraño la ingenuidad de esa época en la cultura rock. Son piezas entrañables. Escucha el violín de barrio, A. Nos hacía languidecer. Todo o casi está allí, en los orígenes. 
Para ese momento había tenido otro altercado con mis bohemios protectores. 
De noche la apretada mesa giraba en torno a la única mujer. Con buena borrachera encima parecía retarlos y cada dos o tres minutos un mesero limpiaba las babas que escurrían. Yo representaba al chiquilín sin aspiraciones y me usó.
-Soy lesbiana y estos van a recibir su merecido -susurró a mi oído.  
Al asaltarme sin rubores sentí que recibiría una zurra en regla, jeje -se ocupó de impedirlo; por un instante mis bonos treparon al cielo y con ella sin duda habría aprovechado el reto que me impuse con la adorada; no llegó a tanto, fiel a sus preferencias.
-0-
Ya hablo de mí y no de ti, Cosa, y empleo demasiado tiempo. Mejor volveré a las charlas con Suertudo, más económicas, y el registro no sirve a nadie, ¿están de acuerdo, nietos? ¿O nos mostró algo, además, por supuesto, de que su abuelo todavía escribe muy mal?    
En cualquier caso debo darle un final a esto y tenemos la mañana más o menos disponible.
¿Cuánto cambiaste para cuando nos reunimos en 1998 -¿ni palabra sobre los años en medio-? Eras más hermosa. La carne fresca está sin macerar y el género masculino con experiencia lo sabe en todas las clases sociales urbanas: Ellas encuentran su plenitud a los cuarenta y, si se cuidan, a los cincuenta.
El volumen no había cambiado sino un poco, y nada la distribución. Para esquivar mi obsesión por ti, cambié de arquetipo femenino: morena fuerte, con talle estrecho, pechos pequeños y poderosas nalgas y piernas. (No tienes idea de cuánto costó estar con otra. Siempre detesté los pechos grandes, para no alimentar el edipo, creo, jeje, y ningunos se le parecieron ni lejanamente, hasta hallar a T, que parecía copiarte, como su sublime boca, y en parte por ello produjo un caos. Tu olor y sabor y tu bellosidad fueron tortura para la memoria de mis sentidos, que no volvieron a toparse con esa frescura y esa viveza. Si encontraba un sexo que recordara al tuyo, salía corriendo aún a mis cincuenta.) 
Eras estilizada y tu fuerza seguía asombrando. Hiperactiva, privilegiabas el trabajo manual, el de precisión de la fábrica te venía como anillo al dedo al obligarte a la concentración, y la antigua playa y el nuevo gusto por montañas y ríos hicieron lo demás.
Pondré como ejemplo los muslos, insistiendo en ese impagable don femenino de empequeñecerse con el ayuntamiento. Tu cuerpo, como otros, se hacía plastilina realmente o a mis ojos, conforme al momento, y había un contraerse en aquellas esplendidas, rellenas musculaturas. El efecto lo plagié en un sueño para la Inesperada, donde llevabas a extremos tu extraordinaria flexibilidad. Echa bolita rodeabas mi cabeza con ellos y no había mayor contacto imaginable de pieles. Su grosor rompía entonces la lógica y en segundos girábamos para que hicieran de clamor por mi miembro, siempre con la película que a chorros producía tu fuente.
Fue a los cincuenta cuando nos atrevimos a embadurnarnos con ella para tener el olor y el sabor por nuestros pechos, rostros y espaldas. Tu vagina, ya señalé, se dilataba o estrechaba ostensiblemente con mis dedos, hasta producir una suerte de vacío que demandaba me perdiera al fondo. Regresar al origen, al interior, en un cuerpo con el que no había deudas. Era como si culminara el ciclo. 
(Normalmente uso el tono equivocado, olvidando el más natural para mí.) 
-0-
-Hola.
-¡Ana!
Eso fue esta madrugada, cuando entraste a mi cuarto con las manos en las bolsas de tu hermoso, informal vestido blanco.
-Como llamabas tanto, vine.
-¿Estamos en ¿Una novela
-La solo nuestra, Perseguidor, jeje.
-Qué necia.
-Me gusta tu casita.
-Es muy modesta.
-Muy J.
-¿Te acuerdas de la del jardín de higueras?
-Estamos muy solemnes.
-Me siento raro.
-Deja que te tunda un rato, para que entres en confianza.
-¡Ah, sí?
Salto para cosquillearla y quien debe refugiarse en el armario soy yo.
-Sal, cobarde.
-No, a menos que me beses.
-¿Por las rendijas?
-No confío en ti.
-¡Ya, estúpido! 
-¿Y si mientes y no eres tú?
-Quieres ver mis pechos o algo así, ¿verdad?
-Métete aquí conmigo.
Descorre la puerta, Suertudo hace un tango por celos y nos encerramos.
-Te dije que para siempre.
Su aroma emborracha.
A las 3:07 pm ni quien nos saque de entre camisas, sacos, zapatos, en revoltura. 
Tras casarte nuestros gustos musicales evolucionaron de diferente manera. Este grupo no te atrapó -puede advertirse así tu distancia respecto al común, que me incluía- y al rencontranos costó trabajo vendértelo. 
-Creí que habías encontrado y no volverías -dice ella.
Se refiere al destino. Y es cierto en un sentido. Con Filiberto, el Santo lugar y cuanto hallé a través suyo, a los veintitrés años ya no había que buscar. Si no era aún pueblo sombra, conocía el secreto y por lapsos realmente me hurtaba a la historia, a su memoria consagrada -perdonen mi bobo dramatismo, Juan y María, Teresa, abuelo, don Bertolt, nietos; contigo no me disculpo, Ana, romántica como eres-. En cierto sentido, preciso, pues si encontré fue gracias a tu ayuda y a quien quería compartirle la gloria -sigamos con los excesos y no tanto- era a ti.
Inimaginable el descubrimiento, cómo soñar antes su entrega a Ella -eso representabas, Cosa, y las dudas sobran, aunque puedo explicártelo con palitos, jeje (por fortuna no le hablo a la Mal nombrada; de otra forma, ¡aguas!, ahí viene el alburero golpe).
Apenas percibir las señales te llamé por larga distancia -era un viernes de noviembre, al anochecer-. No estabas en la ciudad, atropelladamente se lo expliqué a Luisa y respondió de extraña manera. Intuí el motivo y por instinto me apreté todavía más a la nueva recibida.
-Tenías una pareja, J. Los vi, ¿recuerdas?
-No pretendíamos permanecer juntos.
-Eso dirías tú. 
-No te culpo de nada. Aclaro.
-Más de un año antes me anunciaste tu viaje, a continuación de otro. 
-Era el mejor intento que había hecho hasta entonces. 
-¿Tienes idea de lo que me costó perder El momento? Saliste de casa de mis padres aquella tarde...
-Mediodía.
Sonríe.
-Tu noción de tres de la tarde como mediodía siempre ha sido genial.
-Pues es la hora de comer.
Vuelve a sonreír.
-¿Seguimos con el tema o prefieres que lo cambiemos por las galaxias o lo que se nos antoja comer ahora? 
-Lo nuestro, lo nuestro es el teatro de revista.
-Saliste... e hice lo de costumbre. Solo por ti he llorado, qué cosa. 
-Perdón.
-Calla. Hice eso y nada más. Estaba enamorada y lo nuestro tenía ya un curso previsto.
-Si por ti fuera el Adán y la Eva tan campantes cuando los corrieron. Total, habría un juicio final. (Esa frase no sale de la manga, ¿cierto, Luisa?)
-Aquí estoy, ¿no?
-0-
Perdón, Ana, por traerte. Te tuve diecisiete años escondida, o cincuenta, según se vea. Sigues doliendo mucho y no encuentro cómo recuperar tu recuerdo más allá de mí. Cuando Luisa estaba tuvo sentido pues ella leía en los vacíos. 
Quedas donde siempre.
¿Así de fácil? 

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