martes, 2 de febrero de 2016

T (Ellas)

Los hijos regresaron a mí y con un cheque modesto pero en sólida moneda extranjera y religiosamente a fin de mes, cuánto de fantástico estímulo recogía entre semana se apuraba a explayarse el viernes por la tarde.
El hacedor de milagros me creía y decidí seguir los pasos de V, quien un buen día dijo Total, y aunque muriera en el trayecto se entregó perdidamente a una de esas criaturas cinceladas en el alma por las películas y los boleros de la vieja época. La esquiva, pues, siempre como de noche con un cigarro recargada en el piano que cantaba sólo para el lujo de ella y sus satánicos ojos prometiendo estrellas y sangre, pongamos a lo dramático.
Mis gracias no daban mayor resultado por sí solas y el empeño fue inútil hasta que los amigos crearon una aureola en torno mío y me condujeron a un lugar frecuentado por mujeres hermosas, despiertas, eufóricas a su vez. De mañana escuché una voz y levantando la cabeza estaba frente a mí quien me pareció cumplía a la perfección los requisitos de la mortal dama.
Tenía bastantes años menos que yo y se me dio el equivocado informe: Se separa de su pareja. De saberla la verdad me habría detenido, llegó tarde y contribuyó a colocarme donde quería.
Era o parecía una explosiva mezcla de altanería y piedad y sus favores o sonrisas se procuraban universalmente. Al mes de coqueteos para ella naturales y así para mí infructuosos, renuncié con una tristeza que la conmovió.
Esa noche, lejos de consumar el entendimiento terminamos en los escalones a la calle con la ternura de mi hombro ganando el derecho a abrir las puertas de ella por algo más que un rato.
No tenía modo ni ganas de evitar el amor por su compañero y la soberbia infinita y tuve que emplearme en regla, no importa cuán a solas plañidero y extraviado me volviera. De modo que aquello se convirtió en una ruda pelea, ejemplificada en el regreso de un paseo a las afueras. En su auto toda ella gritaba alternativamente y sin parar Quédate para siempre y Casi no contengo el vómito, ¡baja!
Años después me vendría un placentero sueño. Era la extensión de la vez en que rumbo al cine, contra su bravucón estilo y sin motivo pidió escogiera el camino y como niña a la deriva remató con lo que los días siguientes confirmarían:
-Vamos por dónde tú quieras.
No había más afán deportivo ni personajes de película hablándome al oído. Había un hombre agradecido prometiéndose cuidar de aquélla generosidad, así la disfrutara por los diez minutos tras los cuales la joven volvería a su justo sitio.
Se acercaba la navidad, me adelantó que preparaba para mí un regalo y durante una semana estuve a punto de perder la razón. Grababa una cinta de música para ella y cuanto escogía acababa pareciéndome pobre, cursi o anticuado. Entré en pánico y decidí no darle nada y olvidar para siempre el asunto.
En días quise echar marcha atrás. Demasiado tarde, dijo, y no supe si yo seguía siendo el de la noche del cumplimiento o el del reto originario:
-Te resistes, princesa. Mejor. Soy la viva imagen del músico ese que me gusta a rabiar, y hoy mismo girarás a mi alrededor como mariposa.
Al cabo de unas semanas, viéndome convertido en una piltrafa me dio una tarde que no fue la reparación del antiguo fracaso, pero al reivindicar la magnanimidad de ella y mis empeños, despejó el camino a años de cumplir mis fantasías con la princesa, procurándome romances en los que asumía el papel demandado por ésta.

-0-
¿Te debo las gracias, T, luego del infame final mucho después? Sí. Sin tu explosiva mezcla yo no habría sido el tamborilero.
Nuestra historia no terminó donde pretende esa viñeta. Durante años nos veíamos a ratos y como por casualidad. 
-Me siguen preguntando por ti -decía una u otro y le robamos tiempo al tiempo para estar juntos sin verbalizar sensaciones ni tentarnos.
Aquella noche en que reeditando el pasado ofreciste llevarme a la estación, por un momento estuvimos cerca de reproducirlo tal cual. Hacía la maleta, te sentaste a mi lado, no había preguntas volando y aun así cualquier cosa habría bastado para entregarnos. 
La escena se reprodujo varias veces por vaya a saberse qué lapso. 
Jamás osaría destruir mi alfombra mágica. Le di alimento como en los días en que trabajamos pared de por medio y me bastaba asomarme un segundo a verte para vestir otra vez el traje. Nada decías al escuchar mi pandereta y su hipnótico resultado.
Ya que no hubo más padre de tus hijos fuimos a una cafetería. 
-Dejemos de hacernos tontos -propuse y movías con desesperación la cabeza como en los tiempos fundacionales. 
Luego me hiciste vivir El resplandor estando a punto de arrastrarme hasta los surcos recién barbechados.
-0-
No más C, E, T y el resto del abecedario, aunque A y el Ministerio Público extralimitado, pues las no demandantes superaban los dieciocho años con holgura, jeje...   

lunes, 1 de febrero de 2016

C (Ellas)

Otra vez la canción no es casual. Nos la dedicábamos pidiéndosela a los músicos en el mágico cabaretucho que nuestra familia militante descubrió.
Jamás hablo de C pues "nuestro tiempo" fue muy breve y mucho antes de lo previsto murió en extrañas circunstancias.  
Compartimos promesas con otros y otras y la conocía muy poco en verdad. Algo intuí durante el par de intensos meses en que nos buscamos, cada uno y una desesperado por su cuenta. 
Yo era un poco mayor y me aventajaba con mucho en la pasión. El última día a solas por primera vez tuve conciencia de mi simplicidad amatoria, digamos. 
No importa. Vale ahora cuánto viví encantado y cuánto ella. Ir al hotel fue su iniciativa -sin darme cuenta yo seguía vendiendo cuentas de vidrio. 
Remito a ese inicial encuentro de los cuerpos.
-Tendrás que dejar a H -le dije con nuestros rostros embebidos a cinco centímetros entre ellos. 
-Sí -respondió con el mismo arrebol de semanas después a la distancia, vigilados por cincuenta compañeras y compañeros. 
Nos veíamos en secreto y la necesidad de permanecer pegaditos nos exhibió en circunstancias catastróficas -mido la palabra. 
De perder la razón por amor no sabe sino yo, sobre todo ese miércoles y el sábado y domingo próximos, creo tontamente porque vaya a calcularse cuántos lo hicieron antes y después. Y ella respondió con puntualidad.
Cuánto nos queremos, sé entre la borrachera dentro del auto, caminando abrazados por mi Santo lugar, furtivos en donde había una justa prohibición y tercos una vez descubiertos. Su espera por mi mirada a cincuenta temblorosos metros.
(Para variar, soporto mis historias porque la bobaliquería tiene detrás acentos trágicos. Enseguida y debido a causas relacionadas con nuestra aventura, estuve cerca de perder para siempre la razón. C ni se acordaba de aquello, seguro, y sí de lo que la llevó a mí, cuando con treinta y tantos años murió en circunstancias extrañas.
(El pequeño, inhábil hombre habría sido un buen sostén a lo lejos, sin romance, pensé muchas veces.
(Era guapísima y no sobra mencionarlo porque su belleza, me parece, algo tenía que ver con sus infortunios.
(Invocándola los días vuelven. Cuánto nos queremos, sé entre la borrachera dentro del auto, caminando abrazados por mi Santo lugar, furtivos en donde había una justa prohibición y tercos una vez descubiertos: su espera por mi mirada a cincuenta temblorosos metros, y el reto universal.
(No recuerdo nada que brillara más que tu rostro en esos momentos, le digo frívolamente ahora.
(Los amores son así. Cuando parecen durar un segundo tocan y tocan a la puerta con el tiempo. Si de algo sirve, sigues en mí.)

E (Ellas)

La canción no es gratuita en ningún sentido. T me llevó a vestirme con el descaro del Mr. y por lo obvió la Autopista 161 se revisitó.
Entre la crianza de hijos no hay mucho tiempo para tormentas amorosas y necesitando curarme de T me profesionalicé una semana. Había tres candidatas ideales y sólo una respondió a la premura que no era por sexo episódico. Desnuda casi calcaba a T y eso mucho en cualquier circunstancia representaba un gran reto ahora. Al llegar a la boca desapareció toda magia.
El séptimo día, y no hago alusiones bíblicas, sin esperanzas ya sentí una mirada. Venía de E. Al anochecer se despejó cualquier duda.
Los fines de semana entre cuatro paredes sobraron para promesas de eternidad.
La alfombra mágica en que seguiría viajando por años era cortesía de T.