Me apena usarme como personaje en estos cuadernos donde se me puede reconocer y no. A cambio, creo, nos represento en tanto universo.
Necesitaba emprenderlos -a ellos, no a sus señorías (jejeemos)- porque la supervivencia emocional cuesta trabajo, haciendo al paso un nombre que permitiriera sostear el futuro económico, pues solo sé leer y medio escribir.
Somos mayorías, incluído desde luego mi propio abuelo, firmante del telegrama anexo en ¿Cómo no sentirse pequeño?, semifalso título, queda claro ahora.
Imposible enlistarlos, compañeritxs -urge que se resuelva la discusión sobre géneros, ¿verdad?-. Doy unos cuantos nombres: Juan, Sally, Encarna, X y Z observados por Sam, Tenkswatawa, doña Marta, Agustín, Jesús, Mtra. Leng, Mal nombrada, Roberta, Ce, Raúl, niño en mi fotografía de perfil, recién parido anoche y a quien recibo tontamente.
Si resumiera mi historia con cierta corrección encontraríamos lo obvio: intraducibles años y años.
Disculpen, pues, la vanidad forzosa de quien ha de vivir entre luminarias, así alumbren apenas y lo abomine.