Borrador.
El blog tiene 497 entradas que hoy no pueden verse en su mayoría. Léase esto y siga cada quien como quiera, guiándose por el archivo a la derecha.
Unos dieciocho mil visitantes llegaron por aquí hasta ahora. Inicié en 2008 y no cuando cierto accidente señala.
Alcancé así a veintiún mil lectores y lectoras, sin hacer bulla. No me lo proponía. ¿Importa? Sí, admite el hombre que por sistema renunció a los cinco minutos de gloria cada quinquenio o menos, casi forzosos para un peque con mediana cultura nacido en el México años cuarentas, cincuentas y sesentas.
Este es él último de los cuadernos para los nietos reales y adoptivos.
El título lo toma de una película mal apreciada, creo. Hay allí dos trabajadores que entre la borrachera representan los agravios personales y colectivos en un tranvía destinado a morir y deciden liberarlo. Circulando de madrugada se preguntan dónde está la tierra prometida para quien vive sobre rieles. Aquí y ahora dice un maltrecho, pícaro pueblo que sube sin pagar y celebra, mientras la mañana de inexorables mandatos avanza y ahora viste como malvada maestra o mojigatas con pretensiones y luego es un inspector jubilado que aborrece el desorden y ama los apapachos patronales(1).
Al modo de cualquier periplo, este tiene estaciones y yo siempre desde la azotea no sé si hago su recorrido o contemplo.
Esta Ilusión... sirve de confluencia entre los Cuadernos que se señalan en el enlace, sin ordenarlos. Para ello las viñetas rematan en pies. A cambio debe orientarnos.
Antes permítanme presentarme como representación, pues sabemos que soy el de Desde la azotea, sombra luchando a ratos contra los reflectores:
-¿A cuánto? -preguntó señalando el
montoncito sobre mi manta en el suelo.
-Millón -contesté.
-¡Perdón! No, no quiero comprarle la producción de aquí hasta que se muera.
Si ni a una docena llega.
No tuvo respuesta, sólo mi rostro de hambre mirando hacía él, que se conmovió.
-¿Cuánto por todo?
-¿Por todo? No puedo, patrón.
-No me salga como la india con su kilo de limones.
-Sí le salgo, señor, perdón. ¿No ve qué es lo único que tengo? Si se lleva todo
¿qué hago mañana? Viene el inspector y me corre.
-¿Y luego?
-Que no sé hacer otra cosa, marchante.
-¿Qué?, ¿estar aquí de ofrecido? ¿Pues de qué come, pobre hombre?
-De la voz que regatea. Soy el puro regateo, ¿ve? ¡Pásele, joven!
Sin más, vamos al salpicar de viñetas. Algunas contrastan los otros cuadernos personales.
Esperen, pues cierta vez, entre ires y venires, busqué un eje que abarcaba también lo escrito sobre el mundo, la historia, esta rudísima suave patria. ¿Dónde está mi primera incursión en ello? Quién sabe. Va lo más reciente:
1982 es la fecha, dije, y me expliqué muy a medias.
Mi abuelo lleva desde 1950 esperando un pretexto para volver, se declara el Año Internacional de Movilización para la Imposición de Sanciones contra Sudáfrica y nace el Nuevo donde poco tiempo atrás Ella no estaba ya: un departamento que Él y yo volvemos a habitar aunque no registro entremedio otra dirección nuestra.
Israel avanza hasta el Líbano y masacra a los palestinos de Sabra y Chatila, y en Chile asesinan a Eduardo Frei, antiguo socio de Pinochet, consolidando la dictadura militar.
Elocuentemente, por dos meses Centroamérica parece pacificarse, Guatemala sufre la Masacre de Los Josefinos y papá y mamá, que volvieron a sus tierras, apenas ahora están tranquilos, pues fracasó el paródico golpe de Estado.
Estados Unidos detona la bomba atómica número
novecientos setenta y ocho, fallece Brézhnev, asoma la Perestroika y
China vive todavía los recomodos tras desaparecer Mao.
En
México había una gran transformación popular en proceso, estoy seguro, y
todo se desmorona con la llegada de los cleptócratas al poder.
Dos monumentales batallas se libran simultáneamente, advertí a ustedes, y escribí devora la pequeña, inerme humanidad prendida a su pecho, refiriendome a una vecina ¿recuerdan? Subrayo el una pues tengo muchas
en esa universidad donde curso varios posgrados simultáneos y dicto
conferencias sin palabras, para aquéllas, para quienes por algunas horas
dejan a sus hijos conmigo y para éstos.
Mis
crias asisten a clases muy distintas, que ofrecen Uno, la azotea y el
ritmo de la tierra cuyo pulso se revela gracias a ellas.
Entonces fue que nació el diálogo:
Invariablemente a la primera obligada pregunta
de quienes llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Puedo
seguir así ambas guerras. Del exterior dan puntual informe mis amigos
continuando cada uno a su manera el destino común. Lo demás, días y
almas adentro, se narran a la vista.
A
veces voy de paseo con los enanos a mostrarles nuestra ciudad en clave,
que una activa década me descubrió. Cierto, ya no consigo seguir su
crecimiento, perdiendo entonces fenómenos grotescos, como las nuevas
colonias aspiracionales.
Nos
congelo en imagen y traigo a Él a esa misma sillita de bebé con
colgajos, donde una mañana la paz se le enturbiaba y con los ojos
descubrió cómo me había marchado sentado ahí, pues tecleaba mi máquina
de escribir. Flotó por primera vez desde hacía mucho, ahora tan a solas
cómo puede estarse, hasta que halló una escoba barriendo, agua al
chorrear, ollas cuya crepitación hablaba de mil cosas. Se volvió a
posar, desazonado por el descubrimiento.
¿En verdad el año es 1982? ¿Me refiero al país, la tierra, mis crías, mí por separado? Nada más fácil que jugar con palabras.-0-
Cumplo
treinta y cinco años, a Filiberto lo volvieron fantasma y no daré más
con él, excepto tal vez cuando buscándolo crea sentir su mirada y vea
una sombra correr. Mi Tercer Hombre -presenté antes a ustedes esa
película.
Mis
viejos cuadernos están guardados y olvidé también lo que según Juan
escribía no para narrar sino comprender. Por ello no podré después
hacerme una idea detallada de estos días.
Busco
personajes que nos cuenten. Tengo al ideal, a quien nunca aludo. Lo
llamo Ibn, algo así como nadie o todos, pues en su lengua significa "hijo de" y los apellidos suelen llevarlo por prefijo, digamos.
Nos conocimos el año estudiantil y la ciudad cosmopolita por excelencia, ambos, adonde llegó al modo de muchos paisanos suyos.
-¿Mexicano? -dijo, pues no había real pregunta allí, en perfecto español.
Completaba
los estudios mientras trabajaba, si me permiten esta licencia no
literaria, y fui su protegido. Descubrió para mí los barrios duros donde
pasaba el tiempo más que por necesidad y al separarnos, cada quien
rumbo al país nativo, intercambiamos direcciones.
Hace
un año lo visité, aprovechando por primera vez los viajes que pagan mis
padres para convivir un rato, si así pueden interpretarse días de
jaloneos. Él había estado en India y muchas otras partes rumbo allí.
Guardo sus cartas, cuyas estupendas descripciones no me atrevo a transcribir sin pedirle permiso.
Durante este largo tiempo ha sido mis ojos hacia mundos de otra forma inéditos y vive aventuras a las que yo jamás me atrevería.
¿Cuánto
aprendo por él? No mucho, confieso, por falta de entendederas. A cambio
las historias rumoran con tal don evocativo que mi imaginación se toma
mil libertades, poblando los ciento diez metros cuadrados donde me
confino. Por eso lo rebauticé: Simbad.
Aun
siendo musulmán liberal tiene harem, no bajo un mismo techo, cierto, y
sin compromisos económicos, pues como buen marino, así ande a pie, en
cada puerto halla amor.
Me
envidia las crías y no para de hacer hasta lo indescriptible por no
convertirse en padre, mientras recorre Argelia, las islas griegas,
Túnez, Etiopía, Somalia, Siria, Turkestán...
-0-
Ibn
existe, no es del todo como lo sugiero, envía cartas solo
ocasionalmente y sus historias en eco ocupan muy poco mi departamento
atestado por otras mucho más cercanas y simples, como estas, cuyo
registro debe corregirse:
Junto
a la figura recreada de Ella andan las muchas
pequeñas criaturas mías acumuladas en el cuarto, el común atribularse de
los
olores rancios de la cama revuelta contra la paz donde el día se detiene
cargando sus primeras como fáciles horas registrando fachadas, ramajes,
tableros de asfalto, y las trabajosas a continuación: mujeres que
batallan, puertas al abrirse y cerrarse, prisas, tumultos, niños
en marañas de mundos y hombres conmovedores en su esfuerzo por aparentar
que no
conocen el miedo.
Es una
paz tendida en la pequeña franja de sol entrando por debajo de la cortina, a
través de la cual el patio interior del edificio se planta: el rezumar remolón
de la sombra, el jugar a solas con el sobrante de los días en las ventanas
traseras: el eco de las peleas y las voces llamando, el sacudir de manteles y
mantas, los rostros que asoman de cuando en cuando. A la placidez la atraviesa
la angustia por el tiempo. Como en los pasos de una mujer camino a la azotea
ahora: el centenar de escalones difíciles, esforzados, ayudándose del pasamanos
para poder con la tina y los años rumbo a la azotea, un momento en vilo, sin
antes ni después, creación pura del patio universo que enseguida, contra la
constatación del cielo inmenso, impávido, hace conciencia de su propia pequeñez
y su marchitarse –el yeso descarapelado, los agujerones, las trozaduras- e intenta
aliviar las fatigas de la mujer animando los trinos, los guiños de la luz en la
pared.
Más
acá el apenas perceptible canturreo de la vecina que señala el misterio bien
guardado de la recámara, creciendo a lo repentino desde la penumbra que como
siempre debe estar allá al fondo, donde casi no alcanza la mirada, por las
disputas del comedor -la mera convención de los manteles de flores, el genuino
orgullo del frutero, el vacilar de la vitrina entre las pretensiones del juego
de cristal cortado y el vivo recuerdo de olores de los tarros descapuchados-, a
la cocina, a un par de metros, para celebrar la hora de mujer
contagiando el chirriar de la hoja del anaquel, el caer del agua en el pocillo.
Me
intrigan los anteriores inquilinos sin número preciso, cuya ausencia
desapareció tras las obras ordenadas por Ella, que así hacían imposible
transladarse cuarenta años atras, cuando construyeron el edificio.
Simbad
es el único en atravesar trayéndome lugares y personas ajenos a nuestro
demandante país sin relato y sus milenios, que asoma por donde vaya mi
mirada en la ventana del frente.
Es
el breve tiempo trabajando para un noticiero quien quiere abrirse paso,
preguntando por los lugares que día tras día traían sus pústulas y
estaban en Ibn, descubrimiento accidental y forzoso tras las
desesperadas búsquedas de aquellos meses catorce años antes para
encontrar algo más que "decadencia" en ciudades a las cuales me enviaron culpas y miedos de papá.
-0-
Mi
amigo marroquí, pues tal es su nacionalidad, empezaría discutiéndome el
número de año. Hay muchos calendarios, sabe y no solo por su fe. Viaja
al modo antiguo y cree a cuánto desdeña el poder, no importa su fuente, y
así, por ejemplo, hace caso al cielo nocturno, estelar, y no a las
cuentas solares.
Esotérico,
deduce a conveniencia lo que escucha de beberes, pastores turkestanos,
mazdeístas hindúes, como llama a quienes mi estupenda enciclopedia mal
reconoce, y entonces me dirige hacia los pueblos nómadas de
Norteamérica, hace mucho recluidos en reservas.
-Sigue
al lúcero del alba y déjate de tonterías -dijo una noche en su natal
Fez, cuando nos encontramos. -No lo ubicas, ¿verdad? -continuó señalando
Venus.
Lee
a Kerouac, cosa rarísima para los islamitas, parece, al cual accedió en
aquél mayo francés, y juntos descubrimos a Césaire cuando lo alcancé.
Éste se le volvió devoción y gusta sentirse él, negro antillano, no
importa qué regiones hurgue, y al estadounidense le copió el peculiar
espíritu caminante.
Perdón, hablo en presente y escogí 1982 porque ayer me notificaron: mi exótico amigo murió.
-¿En serio? -pregunta alguien leyendo esta nota.
-Lo dejo a tu libre albedrío.
-¿Cómo? -dice extrañado.
-Para creer o no.
La
verdad es que no escribe desde nuestra última reunión y dudo lo haga
otra vez. Decidió marcharse a un sitio sin retorno, haciendo voto de
silencio. Eso permite inventarlo en adelante e ir y venir a discreción
por donde desee.
El año no lo escogí a capricho. Anuda o dispersa, según se vea.
-0-
Ahora sí, a viñetear.
Casi
Memphis, Tennessee
Para Juan y para mí en aquéllos años, autobuses,
unos cuantos trenes y caminos a pie, igual si duraban dos días que veinte
minutos, nos condujeron a un paseo por las estrellas, de todo tan desconocido.
Él cuidaba referirse a ello para completar la impresión de que estar a su
lado era mirar un espejo donde el mundo y uno se descubrían al borde de
inesperados e inimaginables precipicios.
La primera vez que fue al extranjero lo acompañé. La emocionada forma con la
cual aguardaba el despegue del avión, que tampoco conocía, la tradujo en un
comentario:
-¡No tienen vergüenza! Uno esperando años para vivir la experiencia y ponen
música de dentista.
Yo vacilaba entre lo aprendido y mi natural estupidez, y sólo gracias a él
recordé que el mundo no dejaría nunca de ser ancho y ajeno, y que nada había
tan falso como la moderna pretensión de andar largas distancias con
familiaridad, cruzando pueblos, paisajes y humanidades profundamente distintos
a los propios, sin acostumbrar los sentidos y la razón con la extraordinaria
calma requerida, de modo que se marchaba sobre la nada, en una suerte de sueño.
Durante el viaje aquel al extranjero J era tan a la vista un hombre arrancado
de casa, que quienes lo topaban se sentían incómodos, ni más ni menos que a un
poblador del más primitivo, recóndito lugar. Algo semejante pasaba conmigo y
con la absoluta mayoría de los viajeros que cruzábamos, sin embargo los otros
nos esforzábamos por presentarnos como cosmopolitas, esa especie que cuando lo
es en verdad encarna una extravagancia cercana a la de los extraterrestres:
condenados, bíblicos, errantes vagabundos.
Expuestos al continuo, amenazador asombro, la conciencia de la soledad no
hallaba reposo sino entre nosotros. Tanto daba entonces pasear por los puntos
turísticos de una ciudad, que por sus espinosos rincones, y así una y otra vez
topábamos con calles que un vacacionista o un agente viajero no habría visto
jamás, en situaciones de las cuales salíamos con suerte justo por nuestra
patente, humilde extranjería, que a su vez tomaba por sorpresa a los lugareños,
por ello a ratos amables, interesados en el país del que veníamos, cuyo
exotismo acostumbrábamos recrear para su beneplácito.
Habíamos descubierto este recurso en una pequeña ciudad metalúrgica digna de
una película del cine romántico, donde a las preguntas de un muchacho de diez
años convertimos a nuestro país en edificios curvados, campos grisáceos y
cielos rojos, cuya existencia él se apuró a compartir con los escépticos
amigos.
Por eso en aquél primer viaje no fue del todo un despropósito, por ejemplo, que
en el tren a la entrada de la más cosmopolita ciudad del mundo nos diéramos
ánimo con una pistola de plástico, regalo de un detergente y de tronido apenas
concebible, para enfrentar a la punta asaltantes y asesinos que infestarían el
lugar. Cada poco discutíamos luego quién debía portar el arma, a la mano lo
mismo en un barrio musulmán que en una céntrica cafetería, pues el mesero
representaba no menos peligro que los hoscos rostros a la vuelta de la esquina,
y era, por supuesto, mucho más intolerante, metido en el traje de engaños por
el cual durante una horas al día podía negar el pequeño, ruinoso departamento
esperándolo al final de la jornada.
A los pocos días di el paso inicial en mi primera crisis adulta, no pude salir
del cuarto del hotel y nos marchamos para que buscara refugio. Al separarnos en
un puerto de un tercer país, viendo a J alejarse por el muelle con un libro de
poemas, supe que la mejor parte del viaje le estaba por venir, ahora sin la
obligación de decir palabra sobre la realidad que se le escapaba y no revelaría
sino lo poco que permitieran años de madurar dentro de él.
Para el paseo que quiero contar, la cuestión apareció de una distinta manera.
La otra ciudad cosmopolita, punto de arranque de la ruta que curiosas fantasías
me llevaron a plantearle, lo inquietaba particularmente, y para tranquilizarlo
le aseguré que sí éramos capaces de sobrellevar la nuestra, cualquier cosa en
la visitada resultaría pan comido.
No lo hago de momento pues después de cuarenta años
ese par de meses no terminan de madurar en mi cabeza. Sólo adelantaré que Juan
cumplió el viaje a cabalidad, solo, apenas hace unos días y pudo contármelo en
unas breves líneas de correo.
-0-
La vida es curiosa y las intimidades de Tenneesse
llegaron a mí buscando a Bryan O´Donnell, a los antecesores de sus compañeros
en el ejército, los pueblos del continente contiguo al Niño de Piedra y la
infamia tras cuyo rastro anda Demasiado
humano. Entonces aquel loco viaje que inesperadamente propuse a Juan, lo
ordenó el futuro.
El Sostén del
Cielo y sus cenizas
Ellas
Hasta el psiquiátrico, decía la nota que una mañana dejé en el limpiaparabrisas de su auto. No exageraba.
Así empiezo recordando a M en un registro de mujeres con quienes compartí la vida genéricamente y no la suya, la mía o la nuestra.
El recuerdo debería excluirme, aparezco y ellas pueden llevarme ante los tribunales pues se vuelven letra por mi culpa, adulteradas, como es regla en estos casos. Sólo con Ella me esforcé.
Otros cuadernos, nietos, encuentran a Brian O´Donnell y James Kelley, personajes históricos cuyos hermanos y hermanas están representados en sobrecogedoras tallas sobre una calle de Dublín, en memoria de la Gran Hambruna. Demuestro allí que sus existencias no se agotaban tras la persecución del magro pan y quizás fueron por quienes esperaron Molley Mahoney y otras jóvenes en cuentos contemporáneos a ellos.
A la manera de cualquier mujer hoy, es imposible saber cuánto descubriéndose subítamente sola en la esquina donde el amado debía esperarla, Molley sufrió por amor o sueños rotos.
Monelles, Ellas…
La Gran Promesa
Retahila
Una noche en el antro de mis preferencias escribo: Una larga lista de
boxeadores murmuran al oído: el secreto está en rendirse a tiempo, no importa
si tu record es de puras pérdidas.
Cada diez minutos después: Esto de vivir es función pa adultos. Quién sabe
quién me dejó entrar. Ahora no encuentro la salida y seguro la casa de papá y
mamá ya no está.
Sigo preguntándome quién ocupó la vida
que no usé. Espero haya sido con un mínimo decoro.
¡Ya!, grito con un amoroso saludo al
pescador, a la madre y al hijo en lo alto del acantilado, a quienes me
condujeron Brian O´Donnell y la Reina de la Roca Gris. Luego
vendría el Niño de Piedra, los Osos tamaño nube...
-Calla de una vez, mastuerzo -dice mi mentor.
-Es que esa Calzada de los Misterios...
Dictados
Miente siempre, nietos, dictan los decálogos de grandes escritores. Hago crónica, jamás fabulo, dice otro cuaderno. Licencias sí me doy, a veces sin restricciones, y con ello no preciso ya cuanto sigo la literaria recomendación.
¿Distingo cuánto de verdad y mentira hay allí, entre los susurros al oído que me hace un director de cine, acercándome al punto contrario del que partí?
Ese Lázaro
Estoy cansado, muy cansado, abuelo. Apenas me tengo en pie, ¿ves? Me vence lo que
jamás conociste, hace tanto. Mi pequeño cuerpo es un prodigio. El daño está en
el alma. Menuda tontería, perdona, que no hago sino revolcar la gata. Cárgame
un rato, anda.
A la mañana siguiente rumbo al trabajo pienso:
-Lázaro, a quien diga que fue fácil, levántalo y ponlo a andar.
Borroneando
El radio promedio en que se movían las y los europeos del Renacimiento -legítima preocupación por el género, como espero probar- era de veinte kilómetros. Al parecer todos mis antepasados vivían entonces contra un rincón semiabandonado donde la existencia transcurría entre la décima parte de aquél pequeño espacio. Al parecer, aclaro, pues como los hombres y mujeres pequeños que eran, nadie registró ni un solo paso suyo, y ellas y ellos, sabios, guardaron para sí el extraordinario misterio de su día a día.
Quinientos años después y a este lado del Atlántico sus iguales siguen haciéndolo, así otros crean lo contrario.
Pueblo sombra, llamo a eso, y así cazador furtivo surgiendo exclusivamente si necesita, para mejor tomar por sorpresa a sus enemigos.
Los originarios míos cruzaron las aguas hasta el nuevo prodigio, forzados por los malditos que rompieron un sueño construido arduamente con picos y pianos.
No cuento esa historia aquí sino en otros cuadernos, como llamo a mi trabajo, y debemos tenerla en cuenta, nietos a quien todo dirijo. Lo hago con mil más -historias, se entiende, y no cuadernos o escritores, jeje- para liberar nuestra Ilusión viaja en tranvía, dejándola que hable de tonterías y algo más y sirva para los disímbolos encuentros.
Mientras, la uso para cuanto se me apetece, pues pruebo, ¿saben? Apenas ayer, diciembre 8 de 2016, a un solo tiempo hablé con Ana, clamé al cielo por mi vejez y cronicando nuestro país y el mundo di números sobre la trata de mujeres. Si leen cruzado encontrarán, por ejemplo:
Para ese momento había tenido otro altercado con mis bohemios protectores.
De noche la apretada mesa giraba en torno a la única mujer. Con buena borrachera encima parecía retarlos y cada dos o tres minutos un mesero limpiaba las babas que escurrían. Yo representaba al chiquilín sin aspiraciones y me usó.
-Soy lesbiana y estos van a recibir su merecido -susurró a mi oído.
Al asaltarme sin rubores sentí que recibiría una zurra en regla, jeje -se ocupó de impedirlo; por un instante mis bonos treparon al cielo y con ella sin duda habría aprovechado el reto que me impuse con la adorada.
Y:
Pago con puntualidad mis atrevimientos, declaro aquí con frecuencia, y siendo cada vez más pequeño, entiendo ahora, los últimos se llevaron las fichas que me quedaban.
Mi especie quedó grande al yo equilibrista y por única compañía tengo a Suertudo, quien no merece la soledad que le espera. Esta mañana lo sabe, creo, y exige y muerde.
-No, hoy no te sacaré al patio donde debo cuidarte como a un niño salvaje. Estoy avergonzado, ve, y hasta exhibirme con el vecindario es mucho pedir.
Para terminar con:
"...se estimaba que cada año 4 millones de mujeres y niñ@s ingresan a los prostíbulos del mundo para ser consumidos sexualmente."
-0-
Entras a mi cuarto una madrugada a diecisiete años de tu muerte, Ana. Cuando por la tarde reposamos el encuentro, te muestro estos cuadernos. Los celebras por amor y entiendo que no fracasé pues para hacerlo debe tenerse un propósito y yo apenas llego a viñetas acumuladas desde mi infancia.
Empecé leyéndote lo que esperaba fuera pronto un libro:
"Era un perro amarillento, flaco, desgarbado, con quien intimé. La primera vez lo vi avanzando desde los matorrales y me pregunté de dónde vendría. Conforme se acercaba su vida me pareció un misterio extraordinario, pleno de aventura."
Ahí paré la lectura. El resto tenía tan poco chiste como eso.
Gracias por venir, Cosa. Sin ti no habría reconocido lo evidente.
¿Qué digo ahora los nietos, a quienes dirigía todo?
-Nada, abuelo.
-Nos divertimos.
-Sigue, no seas remilgoso -tercias, A. -¿Verdad, S y E?
-¡Síii! -dicen, gemelos, a coro, y los tres echan a correr, proponiendo un juego.
Cuidado con ese par, de alias Feromónicos.
Faltó nada poner la serenata que más gustaba a la corte nazi (Serenata, de Enrico Toselli).
Memorable día
Cualquiera con dos dedos de frente y una mínima
idea sobre la juventud en Occidente, sabría lo que en enero de 1968 se
aproximaba en el país. Yo ni en cuenta esa genial mañana.
Según todo menos la realidad indicaba, estábamos a sólo un curso de diez meses
para mi título de economista. En uso del momento de felicidad que le
correspondía cada par de años, el día anterior mi padre entró en casa ululando
la noticia:
-Hijo mío, te aseguré una beca de maestría en otro país.
Criminal don R, no midió los factibles, mortales efectos de sus palabras en
plena comida. El trozo de milanesa pasó apenas sin tránsito del tenedor al
gañote y no quedé allí sólo porque Utopía, la diosa familiar, me tenía en gran
estima.
Con licencia así para quitarse de encima la
abominable parquedad del ama de casa a la cual la condenó el exilio, mamá saltó
sobre la mesa y a taconazos por bulerías arruinó de paso la sopa y el guiso por
cuya pobre factura el rey de la casa sin duda la fustigaría, a la manera de
todos los días.
Tarde y noche en vela pasé en los cafetines de costumbre endureciendo la piel
que recibiría el castigo, y esta mañana estaba preparado para el literal
Calvario, pues había de parecer producto de la farisea incomprensión. "Más
tranquilo que una mujer que miente", según una de las mil extraordinarias
imágenes de Aimé Cesaire, ante el coro familiar en pleno solté:
-Me perdonarán, pero hasta aquí llega la farsa. La
vocación de escritor me impide continuar con la vileza del académico estudio.
¡Ay, Dios!, recité sin parar en la atea casa, mientras la
gruesa mentira salía por la boca en ocultamiento de cuatro años de vividor
profesional, que juntos no reunían la media docena de boletas no ya de aprobado
sino de simple certificación de asistencia. Y continuaría la letanía recordando
adonde fueron a dar las colegiaturas por mi inexistente título en inglés
avanzado, con la mirada de mártir puesta en mi padre y el humo del incendio que
inopinadamente se esforzaba el controlar.
-Pero, Jorgín -repetía una y otra vez mi ma incapaz de salir del pasmo por lo
demás absurdo, pues desde 1964 Jorgín no llegaba jamás antes de las tres de la
mañana ni abría un libro de la carrera, debido a una sencilla razón: nada
semejante había en casa, que muy para mejores cosas estaban los dineros a ellos
destinados. -Si te falta ya nada -se decidía a agregar conmovedora y
convenientemente ingenua. -Si en teniendo el diploma... -y aquí trastabilleaba
recordando la oferta del día anterior- te dedicas a lo que quieras.
Más la asombró la reacción de mi padre: sepulcral silencio. En mi par de
hermanos mayores los ojos no paraban de girar en las órbitas y yo sentía
descender de los cielos una paz de la que ni memoria quedaba.
Esa tarde R apareció con un escritorio en regla,
dos estupendas colecciones de clásicos, una máquina de escribir recién
desempacada y papel en abundancia.
Fue ahí cuando el susto se hizo de veras susto y
congelome, hasta hoy.
Hospital General
Al Hospital fui a que me extirparan la vesícula con cincuenta y cuatro piedras.
Salí con el alma curada, siquiera por un rato. En la cirugía mayor participaron
los vecinos de cama, las familias en muégano, las enfermeras, el país de los
muchos en las interminables colas, los dos pesos que para la salvación de una
pierna han reunirse sacrificando el hígado, y la infinita paciencia.
El Mero
El negoció comenzó sin saberlo cuando llevaba media hora hablando con un amigo
experto en editoriales y él a cuanto proponía:
-No sale.
-¿Debemos prendernos fuego? –preguntaron los
papeles en las cajoneras.
-Nada de eso -los aquieté de
inmediato y por instinto, y en una valandronada haciéndole al anciano cheroquí
dinos ánimo. -Llegó el mensaje: vuelve al fin la aventura.
Con un fajo de cuartillas en la mochila hice el camino al Metro. Unas cavernas
de la ciudad en dirección a las otras, entrañables todas, bajé en una
desconocida estación al azar. Las escaleras conducían a un andén a cielo
abierto y la primera mirada fue decepcionante: estaba en uno de los lugares más
conocidos de nuestro gigantón, cuando menos para quienes no se pertrechan en
los reductos de la gente de bien.
El necesario paradero parecía dividir en dos el universo alrededor,
inconcebible sin cada parte: a poniente el lío de puentes a no menos de ochenta
kilómetros por hora con su avalancha de metálicos, gritones animales; a oriente
la paz aquí sorda, allá plácida, de la colonia en improvisados parches que se
montaban sobre antiguos poblados del valle sin desaparecerlos del todo.
Me senté en la rala hierba del
camellón entre los pilares temblando por el peso arriba, un lánguido árbol
herencia de quién sabe cuándo sirviendo de espaldar, y saqué a relucir a mis
escritas comadres:
Entre el rezumo de los mirtos que el rocío se
empeña en conservar, de lino y grana las ropas y la carne a las cuales se
trasuda, un atormentado joven poeta para que no escape muerde con
desesperación la noche de invierno y las astas de la luna, por
ello más "cuernos de búfalos" sosteniendo el "cielo
huerto", donde los astros florecen con "sus dorsos" de
"ágatas y oro".
-Puf -dije suspendiendo la lectura. El poeta de mil atrás y su mundo para qué
sirven aquí donde ni su abuela oyó hablar de ellos, ¿o no, señora que en el
paradero hace sabios malabares con las bolsas a granel bajando del microbús?
La mujer volteó y se detuvo en espera de que algo de utilidad saliera del
discurso que de imaginación a imaginación le recetaba. Fue ahí que vinieron los
años viejos y:
-¡Alavado, alavado! -exclamé de rodillas y la mirada al cielo no del Señor sino
de otros divinos portentos que moran en lo alto y en muchos lados más-
-Revelación, ya la libré.
Para prueba bastaba el botón señora de las bolsas y los que con un giro de la
cabeza en redondo descubrí pendientes de mi persona. Un cacho de pan les solté
como entretenimiento, del poeta, claro:
¿Cuánto habré de esperar y cuánto tiempo
ha de quemar mi saña como brasa?
¿A quién hablar, a quién dar testimonio...?
Mientras el recién adquirido auditorio tragaba
de una imprecisable manera el mendrugo, en silencio hice el el rito en versión
resumida para apuros:
-Niño de Piedra, padre mío; deforme hija de
Aoibheal, hermana, y Gualupita madre y compañera, de sus prodigiosos dones
pasen un tantito y a mano me pongo con ustedes, ¿sí?
¡No!, luego, luego vino la respuesta. Sobre los cerros a un paso con la magia
de sus mocasines voló el Niño, el hada de monstruoso tamaño, los ojos sangre,
chorreando lodo su manto se alzó de entre la tierra, y del primer al último
tronco nacieron tallas de la Morenita.
A metro y medio del suelo mi cuerpo púsose a flotar y del paradero del Metro
Constitución de 1917 me volví dueño. Chamacos, cuasi vestales en tránsito,
chóferes, el rey y el tepo del barrio hicieron corro, y un cojo de la tercera
edad y una taibolera en disfraz de ama de casa con un guiño se ofrecieron de
patiños.
La providencia prestó un sombrero cuya presencia en el piso gritaba:
-No se hagan rosca con las monedas, que de algo ha de vivir este chango -y al
ruedo ya sin más me tiré.
Ese fue mi empezar, años luz a estas alturas me parece, en la merolica obra de
darle paz al alboroto de mis cajoneras y mi alma en vilo. Cruzada en regla fue
y es, con abundancia de sobresaltos y harta muleta para amansar bureles de la
variedad que monopoliza las afueras de las estaciones y los vagones.
Así mi rosarío de historias se
abrió paso: que el 1492 del maléfico y sus prolegómenos, con frutos para mil
jornadas; que mi abuelo -con todo y mucho respeto, me paro y quito el
sombrero-, mi comadre el Grillo, Nabor, el sabio analfabeta, Magda
y su Santa Utopía; que de montañas carmesíes y truchas arqueándose en
un delirio de vida, por cielos a los cuales el trasiego de los llanos áridos
dan una transparencia infinita, a isletas que surgen por
doquiera de las aguas como canastillos flotantes”entre sauces llorones y
chopos”, y un etcétera que mejor ni me esmero en recitarles.
Todo entre los Oh, los Chale, los Ya está de
vuelta el loco, etc. No todo es coser y cantar en este viaje, que mucho duele,
por no decir todo, contra lo ofrecido aquí arriba para atraer la
atención. En realidad no sé adónde voy y no es de extrañarse pues sólo
vaga idea tengo del camino a mis espaldas.
Andar sí que ando, con los pies sobre la
tierra, no importa cuán chuecos, y con la imaginación a lo
lejos, no como escape, que de eso no hay modo, sino por gusto, urgencia a
veces.
Escribo una suerte de memorias, de ése
tiempo apenas hablo, queda envuelto en una nostalgia para entonces vieja y
profunda, y dejo a un lado lo más importante. Me refiero a mis hijos, por cuya
infancia cada vez más pregunto.
En las funciones callejeras, en este punto digo que no quiero entristecer
ni complicar de golpe el relato y vuelvo al poeta. El éxito es rotundo, sobre
todo entre el público femenino, quien sin darse cuenta inicia así el
camino a mi beatificación. Sabiéndolo, acuso la joroba natural,
enjuago los ojos y la facha quijotesca se completa y en justicia,
pues molinos de viento son los de la marginación propia
y ajena que bato.
Respeto
Tratar con uno es muy difícil. Más debiera serlo con los demás en la historia,
y las malas costumbres lo vuelven un juego. Yo a veces sigo la trampa. Otras no
puedo pues conozco a los protagonistas.
Los libros registrarán, por ejemplo, al hombre que con mi guía el abuelo
contempla subiendo entre los cierzos, el fusil a la espalda. ¿Cómo permitirme
libertades al tratarlo, si del momento sé gracias a él, luego de horas y horas
entre cigarrillos y café?
Por extraños motivos un día caí en un seminario de historiadores. Apenas creía
al solemne ponente que coleccionaba tonterías refiriéndose a momentos vividos
por mí.
De seguro eso hago cuando persigo tal y cual cosa cien o doscientos años atrás,
pensé avergonzado.
Cosecha especial
El producto vuela siempre que uso la etiqueta Hombre Bueno. No importa si lleva años en exposición, si de él comieron los ratones, enmoheció, perdió el aroma, se agrió. Sobra dónde lo coloque, en la vitrina o el último estante. Viene incluso mejor que esté en un rincón, asomando apenas, y el cliente crea que lo topa al azar, o más aún, que lo descubre, pieza única, enjoyada sólo a sus ojos.
De modo de no gastar el truco, suelo hacerlo una de cada tres Navidades. Lleno la caja y holgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los otros dos, ni modo, paso hambres.
Revisando al Tamborilero
Basta de cilicios y tomemos el
Palacio de invierno, escribí dos semanas atrás ajustándome a mi personaje.
Estamos a lunes y el sábado sin
que los demás se dieran cuenta otra vez me sentí enfermo.
Sólo la Mal nombrada supo después.
-Prométame que va a ir al médico.
-A un matasanos, jamás, y
levantarse a las cinco y hacer cola para una cita dentro de cinco meses en los
únicos hospitales que confío...
Apuro el reloj.
-Terminar así no estaría mal
-pensé en el auditorio rodeado de hermanitas y hermanitos.
Exageraba y al mismo tiempo
recordé mi infarto a los cuarenta y pocos años. Como entonces, había una
curiosa paz.
No olviden, nietos, que su
abuelo en los cuadernos es la representación de una sombra. Si se marcha
quedará ella. Esa es quien juega
con ustedes en el patio y come helado y fuma y de noche se tiende para que la
numeren las estrellas.
Tamborilero
Ellas
Es el recuerdo de las mujeres que me hicieron, extraordinarias en su mayoría, creo.
Me doy mi Navidad, pues, ya que nadie me regala ni un alón del pavo, jeje.
Empiezo con Ella propiamente dicha, a quien se dedica una serie de viñetas. Tenía veintidós años y yo veintitrés cuando nos conocimos ya más o menos viejos, pues estuvo casada en Estados Unidos mientras B, como me bautizaré, fracaso universitario por forzada elección, jeje, y vividor de falso barrio bohemio, tras un mostrador bancario encontraba la fábrica-pueblo y huía luego a Nueva York, primer puerto, medio jeje, para ser el debido revolucionario, casi no jeje.
Según los mutuos amigos la Janice Joplin mexicana, así conocida sin cantar un cacahuate y sí por el retador estilo, creyó toparse con una mezcla de Che Guevara y James Dean -bueno, las drogas eran lo suyo, jeje.
Se dedicaba a abofetear galanes -y machos comunes, policías con y sin uniforme, jeje- y decidió rendirse por única vez en la vida. Todo haría por esa apuesta.
B no merecía el esfuerzo y lo hizo inevitable cuando a unas semanas del encuentro tomó sus bártulos sin rumbo preciso. Cierto, el destino era Baja California Sur, adonde estaría puntual a la cita con el Farsante, y también que antes y después pude terminar en un circo o en prisión -por ingenuo, claro.
Ella enviaba cartas allí describiendo las locuras que hacía para alcanzarme, ante mi asombro porque de olvidar el pasado iba aquello y meter en la maleta el último episodio contradecía toda lógica.
Se presentó un martes, el viernes B regresaba solo a su ciudad con boleto para la utopía y lo siguió obsesionada.
Nadie nunca estuvo siquiera cerca de ese empeño por el pequeño hombre, reiterado muchos años. Olvidó la bebida y las drogas para conseguir un trabajo con que complacerle los caprichos.
La amaba, consciente de cuán especial era y cuanto perseguía sus sueños, en los cuales yo tenía un papel instrumental.
Más tarde fui el perseguidor, inútilmente, y con balance final de dos hijos nos despedimos en los peores términos.
C
Jamás hablo de C pues "nuestro tiempo" fue muy breve y ella murió mucho antes de lo previsto.
La traté cuatro o cinco años y no sé quién era en verdad. Algo intuí durante el par de intensos meses en que nos buscamos, cada uno y una desesperado por su cuenta.
Yo era un poco mayor y me aventajaba con mucho en la pasión. El última día a solas por primera vez tuve conciencia de mi simplicidad amatoria, digamos.
No importa. Vale ahora cuánto viví encantado y cuánto ella. Ir al hotel fue su iniciativa y no exagero el práctico ruego que hizo -sin darme cuenta seguía vendiendo cuentas de vidrio.
Aun así sospecho hay dudas sobre lo lejos que en principio estaba dispuesta a ir. Remito otra vez al inicial encuentro de los cuerpos.
-Tendrás que dejar a H -le dije con nuestros rostros embebidos a cinco centímetros entre ellos.
-Sí -respondió con el mismo, mutuo arrebol de semanas después a la distancia, vigilados por cincuenta compañeras y compañeros.
Días antes nos queríamos en secreto y la necesidad de permanecer pegaditos nos descubrió en circunstancias catastróficas -mido la palabra.
De perder la razón entre un sueño no sabe sino yo, sobre todo ese miércoles y el sábado y domingo próximos, creo tontamente porque vaya a calcularse cuántos lo hicieron antes y después. Y ella respondió puntualmente.
Pagué carísimo y era cuestión de vida o muerte no en relación a C sino a mí.
(Para variar, soporto mis historias porque la bobaliquería tiene detrás acentos trágicos. Enseguida y debido a causas relacionadas con nuestra aventura, estuve cerca de perder para siempre la razón. C ni se acordaba de aquello, seguro, y sí de lo que la llevó a mí, cuando con treinta y tantos años murió en circunstancias extrañas.
(El pequeño, inhábil hombre habría sido un buen sostén a lo lejos, sin romance, pensé muchas veces recordándola.
(Era guapísima y no sobra mencionarlo porque su belleza, me parece, algo tenía que ver con sus infortunios.)
G
G fue quizá quien más me quiso. Lo hizo por años y tenía cuanto yo necesitaba: bondad, belleza, simpatía, cabal comprensión de cuán importantes eran mis hijos, y una niña pequeña como extra inmejorable.
Aceitunada, sus cabellos se ensortijaban como muñeca negra y un hoyuelo en los cachetes hacía que rematara el espléndido brillo de la mirada.
Por ella faltó nada para decidirme a dar un giro a nuestras vidas del cual ahora nos enorgulleceríamos los cinco.
Sólo restaba coincidir sexualmente, aunque G asegurara que era su mejor pareja amorosa.
-Sin tú placer el mío no existe -le dije una y otra vez tras esforzarse sin éxito.
Por años aparecí como un frívolo que la abandonaba cada tanto, y lo fui pues con mi ayuda habría encontrado su vocación sin separarnos.
A
A significó el paraíso que llega cuando la vida se vuelve un infierno -en el último círculo está perder a los hijos a quienes se crió, así sea momentáneamente.
Mary Poppins tenía como película de culto y de descubrir mis huaraches pueblerinos antes de nuestra primer noche juntos, ni un pelo le habría tocado.
Su cuerpo creó el nuevo arquetipo para mí: piel morena, cejas pobladas, talle estrecho y generosas piernas y lo que sigo sin llamar nalgas por el terrible uso dado a la palabra.
El rostro era pequeño, pillo, inteligente, adornado por un fleco rojo entonces inusual, y la imaginación, muy libre.
Sólo de sexo queríamos tratar, fuera donde fuera y no pasaba día sin él, jamás hasta la extenuación pues era imposible cansarnos, jeje. Físico y recreativo el mío -sonidos, luces, decurso del tiempo-, ganó al suyo, que tendía a la fantasía.
Literal adoración era ella para este yo. Desconocíamos los celos y la única pelea en dos años duró un cuarto de hora.
-Soy un puente en tu vida -le dije inaugurando la práctica que duraría hasta mi vejez.
Parco como voy, me detendré recordando un viaje a Acapulco.
Ni con camisa de fuerza habría ido sino fuera por A, pues ya para entonces el puerto que mi niñez volvió entrañable era una mala copia de sí mismo.
En la autopista tomamos el asiento trasero aventajando a nuestros contrincantes, una pareja que nos ganaba en edad y, según pretendía, también en apetito, jeje.
Como había tiempo de sobra, A cantó durante la primera hora. Tenía una voz pequeña y entonada que educó el tiempo en la farándula con su ex marido y me animaba a acariciarla ropas arriba y abajo, para darme pequeñas satisfacciones a horcajadas. Sueño, pensé, al modo de otras veces juntos: regreso a mi adolescencia cumpliendo lo incumplido.
La competencia iba en serio y ante airadas protestas que disfrutaba, el resto del camino A nos dio arrebatadoramente el primer round -y después todos los otros, jeje.
O
O vivía en otro país, era bellísima y me llevaba a bailar a lugares fuera de moda, donde conocí cuánto poder cabía en un cuerpo. Con ella por primera vez las mujeres aparecieron como mares.
Columpiaba mi barquita por la pista, seduciéndome a pesar de su clara conciencia de que apenas verla me conquistó. Tenía razón: sólo desquiciándome terminaríamos juntos.
Nunca supe cuánto quería al mexicanito que conoció a través del padre de él, casi por entero distinto al mío, para entonces convertido en el gran personaje regional que siempre debió ser. (Estoy a punto de tirar la toalla. Cuánto cansa la memoria, jeje, sobre todo cuando es mala.)
Intenté quererla a distancia y la mejor noche juntos fue así. En un descampado escuchando a quien se volvía famoso de la noche a la mañana, metros adelante mío movía el cuerpo con cadencia. Y recordé una famosa canción medio boba y musicalmente muy buena, que le anunciaba a una adorable estar pendiente de cuando hiciera.
Demasiada mujer para este pequeño, pensé por su altura, sólo igual a la mía cuando quería complacerme con zapatillas.
Los ojos le brillaban aun cerrados, digo con cierto exceso, y la fascinación se completo por sus recientes aventuras, con un minero heroinómano, por ejemplo.
No me dejó quererla según pretendí y apostó al matrimonio, absurdo si se tenían dos dedos de frente, pues ambos estábamos prácticamente solos con nuestros hijos y para ella era imposible deshacerse del infame padre y yo no pondría diez mil kilómetros entre los míos y su madres.
Nunca estuve seguro de cuánto amaba al mexicanito y la última noche protagonizamos una escena sin sentido: la hermosísima tratando inútilmente de convencer a este hombre pequeño.
Durante dos años amigos mutuos me acusaron de traicionarla y exigían reconsiderara.
Ella no podía llamarse a engaño.
No importa quién soy o porqué escribo a los nietos. Solo vale el cadáver a mis pies -solo sí, de ambas maneras gracias a la Real Academia, y vale, claro, el fiambre, se entiende, pues por culpa suya iré a prisión, diría en hallándome vaya a saber dónde, que hoy mundo arriba y abajo cuesta nada deshacerse de un cuerpo (uy, ¿dónde cerrar los guiones?; aquí, total, o con un punto y coma, vetusta fórmula empleada todavía)-. Basta echarlo a la calle y fue melón o sandía entre los cárteles, o el ejército o mi vecina, tan responsable como el Banco Mundial por la cloaca esta.
Eso escribió el viejo al fondo de la privada y continuaba:
Punto y aparte a mi crisis -espero les informaran del tema- y vámonos recio con lo siguiente, que ni idea tengo qué es: una curul, un traje cardenalicio, la gracia divina, más bien.
Hasta el gorro de solemnidades, voy a lo mío, entre chilango posmoderno y dorado siglo, tan parecidos, primero con conteo de las changuitas que pasarán por mis armas este día.
Neta hasta yo sospréndome por mi guapura y desde el Casanova -y no hablo del Chango, rey del bofe (bofe, bofeta, box, pues, pin nacos y nacas)- nadie se me iguala en artes para envolver damas y guarras -¿ven?, había un cadáver y era femenino y debo envolverlo, para regalo navideño, aclaro, andando de moda las frías.
-Fanfarrón -dice la Inesperada, que apresentose el miércoles.
-¡Revivió! -pues el fiambre era ella.
Sus vecinos estimaban al tipo cuya locura parecía prudente, un desliz -la locura y el viejo, seguimos con los sujetos confundiéndose porque quieren, pues queda claro está vez quién es quién, ¿no?.
Tercera persona de la primera, estoy aquí por divina voluntad y sin conocer los motivos, que debe haberlos, imagino desde mi penthouse, computadora en ristre, diría el viejo, donde por futuros buenos billetes le plagio incunables, contagiándome, ya se ve. No es que valgan -¿agrego "éstos" o queda clarísimo?-, a mi entender -lean sin la coma y notarán su justo empleo (empleo, gran tema para el propio ruco cuyos enredos sintácticos me tienen loco también ((o sea, yo, como esa susodicha persona cuyo trabajo birlo a tal grado que ya hablo en gíglico (((¿pondré notas a pie de página para explicar los arcaísmos? ((((uy, cerrar el párrafo es un lío).
Todo mezclado, toca ahora ¿qué? Ah, sí: Arán es un isla al noroeste de Irlanda, que las furias del Atlántico del Norte intentan vencer hace milenios... A media tarde, en el único cuenco contra la pared rocosa, donde un pequeño rompiente modera lo poco que puede el fragor del océano, entre el estruendo ensordecedor una mujer y un niño estiran los brazos como si con ellos avanzarán por encima de las piedras y la espuma los tres metros que el sentido común les impide, siguiendo con mirada de pájaro el bamboleo sin mesura de una barca que tantea la lógica de la corriente embrutecida por sus impulsos hacia atrás y hacia adelante. Un poco antes de donde la ola se decide tres hombres protegen con un instinto animal olvidado por el resto de los europeos, la cosecha de peces recabada en días de trabajo y la madera que la desolada perspectiva de la isla, sin memoria de algo parecido a un árbol, explica es la diferencia entre la vida y la muerte.
Conozco muy poco la historia irlandesa y esa estampa salió de El hombre de Arán, un documental extraordinario. En todo quise ceñirme a los hechos cuando hacía un proyecto que fracasaría. Era para televisión y por primera vez en México abordaba con seriedad al Batallón de San Patricio.
El liberalismo nacional siglo XIX creó una imagen insostenible sobre esos centenares de soldados estadounidenses que desertaron durante la invasión de 1846-48. Me tragué redondo el bulo por veinte años, produciendo comics y radionovelas. Abonaba a una versión de izquierda sobre nuestro pasado, pensé hasta que las verdades gritaron.
Entonces fui a dar con algo realmente épico y fuera de sitio aquí, aunque la burda mentira prevalezca, gracias en parte también al producto final de mi trabajo.
La irlanda tradicional es demasiada gran cosa como para pervertirla, por poco que se sepa de ella. Toco el tema por Brian O´Donnell, el niño del documental a quien bautizo al antojo para hacerlo venir con las tropas intervencionistas.
Vive conmigo, como mi abuelo, el compadre Agustín al que por cierto vi hoy en un parque, y otro montonal de hombres y mujeres reales por sí y por misteriosos designios.
Si mi locura no tiene que ver en el asunto, puede explicarse a través suyo. Escojo un ejemplo entre miles. Es 152nomeacuerdo y Alvar Núñez Cabeza de Vaca naufraga en las costas de "La Florida" -así, entrecomillado, pues su nombre originario es otro, y así empezamos con el asunto a tratar- y pasa años a ambos lados del "Río Bravo" -los nombres contienen lo designado y al alterarlos Houdini entra en escena con desastrosos efectos-. Lleva un diario donde escribe cosas así:
“Muchas veces nos acontesció tres o cuatro días estar sin comer. Ellos, por alegrarnos, nos descían que no estuviésemos tristes, que presto habría tunas y comeríamos muchas y beberíamos del zumo y terníamos las barrigas muy grandes y estaríamos muy contentos”.
Muy cuco el cabrón, cuando llega a la recién titulada Ciudad de México hace nacer unas quiméricas Siete Ciudades Doradas en los pobres países que transitó. Al poco una pila de aventureros siguiendo sus informes cree descubrir en las orillas del Río Savannah a una reina de cuento, por el séquito que la lleva en andas, y no duda un segundo. Basta el collar de perlas entregado por ella al capitán en señal de cortesía, para que a punta de mosquetes, espadas y puñales se le ordene llevarlos a la aldea, donde tras expurgar el último rincón la rabia no se detenga ante nada, ya que no hay allí ni una perla más ni huella de las piedras preciosas que el delirio despertó.
Entre locos, como ven, soy cuerdísimo, y mis manos, les juro, jamás se mancharon de sangre. ¿Otro caso, posmoderno ahora?
Mi ciudad tiene una señorial avenida que ordenó levantar el rotundo orate de Maximiliano de Hansburgo, para copiar ¡a París! Hay veinte rascacielos esperando sumarse a la pretensión de retar al cielo, que experimentamos en los últimos diez años. ¿Quién los ocupará? Nobody, saben sus constructores, pues ni en Narcocorruptilandia, según llaman a este infortunado país, hay suficientes matarobaloquesea para ocupar esas madres. Ni idea sobre el asunto tienen los Dylan Thin Man que pronto comprarán bonos Paseo de la Reforma en Nueva York, Tokio y demás -para ellos y ellas Enron no sucedió, y continuamos, pues, con severos problemas mentales.
Locura, cierto, que Brian viva conmigo, si ni siquiera existió. ¿Perdió menos la razón nuestra memoria histórica sobre los San Patricio, a quienes, para más, el primer presidente mexicano de derecha confesional llevó al cementerio cívico? ¿De qué estamos hablando, equilibrada izquierda ligth?
El viejo que continúa y yo que lo plagio, ya no sabemos cómo va la cosa.
Hospital general
Así se llama donde cuidan de mí cada que necesito. Todo es maravilla en el lugar, sin faltar el nombre, romanticismo puro.
Más horas de las de por sí obligadas hasta para una simple consulta, paso entre los pabellones, los jardines y las colas que a ratos hago sin motivo.
Las mujeres y los hombres en sus desvelos y sus ilusiones por allí son antiguas enseñanzas renovadas. Con sus semejantes aprendí desde muy pronto cuanto le dio sentido a mi historia.
Uy, las dulzuras, las emociones, las risas, de la larga semana en cama esperando la operación con la cual tramposamente, creo ahora, me le volví irrenunciable.
El gran teatro del mundo, dicen quienes no conocen la hectárea que sublima a una humanidad relatada de la más soez manera.
Aparta de mí ese cáliz 1
No tolero la serie española que rompe ratings
presumiendo recordar los tiempos en torno a la transición democrática.
Justo entonces hice mis primeras visitas a ese país. Venía del México de los
pasmosos contrastes sociales y un régimen de casi cinco décadas que no se
andaba con miramientos para machacar opositores. Aún así quedé perplejo.
La segunda estancia se prolongó once meses, entre
1976 y 1977. Rumbo a Asturias, con mi mujer y mi hijo hice escala en Madrid, en
el piso de una familia a quien nos etiquetaron. Se trataba de una entrada por
la puerta grande a lo que había oteado dos años atrás -el susurro de lo pequeño
es de una elocuencia no menor que los clamores de lo grande.
El lugar estaba presidido por una pareja que
convocaba a los cómics de humor y resultaba sin embargo muy para los ácidos del
nunca suficientemente reverenciado Carlos Gímenez.
No creo en la existencia de gente tonta, pero como
toda regla tiene su excepción, con la patrona de la casa fui a encontrarla.
Debía medir 1:70, pesaba muy por encima de los cien kilos y el rostro parecía
tomado de una roca, sin trabajo posterior alguno. Él apenas rebasaba el 1:60,
sus hombros eran los más escuálidos y estrechos vistos en mi vida, al tórax lo
coronaba un majestuoso vientre, y en la calle debía representar el papel de un
hispano Gutierritos –personaje de la primera telenovela mexicana de gran éxito,
a quien todos daban de coscorrones y colgaban chistosos papeles en la espalda-.
Pero al llegar a casa era tan Dios como el que más.
El reinado familiar de la pareja tenía su más
palpable expresión en el desprecio a la hija mayor, por un buen motivo: era
inteligente. Tanto había sido el maltrato, que esta cálida mujer cercana a los
treinta estaba a punto de ser fea –noción que, de vuelta, no suele entrar en mi
cabeza-, de espalda encorvada, los granos cebándose en el rostro, unos
espejuelos de grueso armazón que usaba para terminar de ocultarse al mundo,
pues no los necesitaba.
Vivimos momentos sublimes en aquel hogar -y tanto,
con sus criaturas bullendo en el caldero-. Como el par de veces en una semana
en que, en saludo a la modernidad recién instaurada en el baño, la ama dio de
voces pidiendo la asistieran en la tina, donde sólo Dios sabe cómo entró pero
nunca cómo saldría.
O como la sobremesa en que desde el pontificado de
la silla principal, el Señor repitió para nosotros la encíclica promulgada para
los hijos quién sabe cuánto antes: estaba científicamente comprobada la
superioridad de la raza blanca y los negros eran micos (habría repetido
aquello, en voz baja desde luego, aún en las calles de Nueva York, donde por
entonces la gente se abría al paso de la belleza y la altanería de los Panteras
Negras. Y con la raza negra iban todas las no pálidas, incluyendo la de la
cuñada de él, una mexicana con quien, a su entender, había tenido el
imperdonable mal tino de casarse su hermano menor). Cuando este portento de ser
humano que nos hospedaba soltó la dicha sentencia, ante nuestros reclamos a
punto de tundirlo allí mismo, revisando a los hijos por si su autoridad estaba
siendo mellada, zanjó la cuestión sacando la Biblia en forma de libro de
biología para no sé qué año, de las escuelas públicas, donde el tema se
desarrollaba a fondo, con muy muchas, irrebatibles citas de reconocidísimos
sabios.
Rehacerlo tras su pérdida por el Big Brother en turno permite no que lo ordene o explique, pues por algo soy el Idiota, y sí presentar el conjunto de mi terco empeño.
Tres cuadernos recogen lo ordenado por La corte de medianoche, cuya atmósfera tomo del último gran poema en lengua irlandesa: Para morir iguales, Red de agujeros y Demasiado humano.
En ellos sirvo de puente, oficio que mucho estimo, siempre con mi abuelo a la cabeza.
Los otros tres cuadernos tienen aspiraciones muy distintas y siendo su protagonista no pretendo que me retraten. Sólo uno en verdad interesa: Desde la azotea I. Este de aquí y La pasión según FB (http://belarminolapasionsegunfb.blogspot.mx/) son un extra.
-0-
No importa quién soy o porqué escribo a los nietos. Solo vale el cadáver a mis pies -solo sí, de ambas maneras gracias a la Real Academia, y vale, claro, el fiambre, se entiende, pues por culpa suya iré a prisión, diría en hallándome vaya a saber dónde, que hoy mundo arriba y abajo cuesta nada deshacerse de un cuerpo (uy, ¿dónde cerrar los guiones?; aquí, total, o con un punto y coma, vetusta fórmula empleada todavía)-. Basta echarlo a la calle y fue melón o sandía entre los cárteles, o el ejército o mi vecina, tan responsable como el Banco Mundial por la cloaca esta.
Eso escribió el viejo al fondo de la privada y continuaba:
Punto y aparte a mi crisis -espero les informaran del tema- y vámonos recio con lo siguiente, que ni idea tengo qué es: una curul, un traje cardenalicio, la gracia divina, más bien.
Hasta el gorro de solemnidades, voy a lo mío, entre chilango posmoderno y dorado siglo, tan parecidos, primero con conteo de las changuitas que pasarán por mis armas este día.
Neta hasta yo sospréndome por mi guapura y desde el Casanova -y no hablo del Chango, rey del bofe (bofe, bofeta, box, pues, pin nacos y nacas)- nadie se me iguala en artes para envolver damas y guarras -¿ven?, había un cadáver y era femenino y debo envolverlo, para regalo navideño, aclaro, andando de moda las frías.
-Fanfarrón -dice la Inesperada, que apresentose el miércoles.
-¡Revivió! -pues el fiambre era ella.
Sus vecinos estimaban al tipo cuya locura parecía prudente, un desliz -la locura y el viejo, seguimos con los sujetos confundiéndose porque quieren, pues queda claro está vez quién es quién, ¿no?.
Tercera persona de la primera, estoy aquí por divina voluntad y sin conocer los motivos, que debe haberlos, imagino desde mi penthouse, computadora en ristre, diría el viejo, donde por futuros buenos billetes le plagio incunables, contagiándome, ya se ve. No es que valgan -¿agrego "éstos" o queda clarísimo?-, a mi entender -lean sin la coma y notarán su justo empleo (empleo, gran tema para el propio ruco cuyos enredos sintácticos me tienen loco también ((o sea, yo, como esa susodicha persona cuyo trabajo birlo a tal grado que ya hablo en gíglico (((¿pondré notas a pie de página para explicar los arcaísmos? ((((uy, cerrar el párrafo es un lío).
Todo mezclado, toca ahora ¿qué? Ah, sí: Arán es un isla al noroeste de Irlanda, que las furias del Atlántico del Norte intentan vencer hace milenios... A media tarde, en el único cuenco contra la pared rocosa, donde un pequeño rompiente modera lo poco que puede el fragor del océano, entre el estruendo ensordecedor una mujer y un niño estiran los brazos como si con ellos avanzarán por encima de las piedras y la espuma los tres metros que el sentido común les impide, siguiendo con mirada de pájaro el bamboleo sin mesura de una barca que tantea la lógica de la corriente embrutecida por sus impulsos hacia atrás y hacia adelante. Un poco antes de donde la ola se decide tres hombres protegen con un instinto animal olvidado por el resto de los europeos, la cosecha de peces recabada en días de trabajo y la madera que la desolada perspectiva de la isla, sin memoria de algo parecido a un árbol, explica es la diferencia entre la vida y la muerte.
Conozco muy poco la historia irlandesa y esa estampa salió de El hombre de Arán, un documental extraordinario. En todo quise ceñirme a los hechos cuando hacía un proyecto que fracasaría. Era para televisión y por primera vez en México abordaba con seriedad al Batallón de San Patricio.
El liberalismo nacional siglo XIX creó una imagen insostenible sobre esos centenares de soldados estadounidenses que desertaron durante la invasión de 1846-48. Me tragué redondo el bulo por veinte años, produciendo comics y radionovelas. Abonaba a una versión de izquierda sobre nuestro pasado, pensé hasta que las verdades gritaron.
Entonces fui a dar con algo realmente épico y fuera de sitio aquí, aunque la burda mentira prevalezca, gracias en parte también al producto final de mi trabajo.
La irlanda tradicional es demasiada gran cosa como para pervertirla, por poco que se sepa de ella. Toco el tema por Brian O´Donnell, el niño del documental a quien bautizo al antojo para hacerlo venir con las tropas intervencionistas.
Vive conmigo, como mi abuelo, el compadre Agustín al que por cierto vi hoy en un parque, y otro montonal de hombres y mujeres reales por sí y por misteriosos designios.
Si mi locura no tiene que ver en el asunto, puede explicarse a través suyo. Escojo un ejemplo entre miles. Es 152nomeacuerdo y Alvar Núñez Cabeza de Vaca naufraga en las costas de "La Florida" -así, entrecomillado, pues su nombre originario es otro, y así empezamos con el asunto a tratar- y pasa años a ambos lados del "Río Bravo" -los nombres contienen lo designado y al alterarlos Houdini entra en escena con desastrosos efectos-. Lleva un diario donde escribe cosas así:
“Muchas veces nos acontesció tres o cuatro días estar sin comer. Ellos, por alegrarnos, nos descían que no estuviésemos tristes, que presto habría tunas y comeríamos muchas y beberíamos del zumo y terníamos las barrigas muy grandes y estaríamos muy contentos”.
Muy cuco el cabrón, cuando llega a la recién titulada Ciudad de México hace nacer unas quiméricas Siete Ciudades Doradas en los pobres países que transitó. Al poco una pila de aventureros siguiendo sus informes cree descubrir en las orillas del Río Savannah a una reina de cuento, por el séquito que la lleva en andas, y no duda un segundo. Basta el collar de perlas entregado por ella al capitán en señal de cortesía, para que a punta de mosquetes, espadas y puñales se le ordene llevarlos a la aldea, donde tras expurgar el último rincón la rabia no se detenga ante nada, ya que no hay allí ni una perla más ni huella de las piedras preciosas que el delirio despertó.
Entre locos, como ven, soy cuerdísimo, y mis manos, les juro, jamás se mancharon de sangre. ¿Otro caso, posmoderno ahora?
Mi ciudad tiene una señorial avenida que ordenó levantar el rotundo orate de Maximiliano de Hansburgo, para copiar ¡a París! Hay veinte rascacielos esperando sumarse a la pretensión de retar al cielo, que experimentamos en los últimos diez años. ¿Quién los ocupará? Nobody, saben sus constructores, pues ni en Narcocorruptilandia, según llaman a este infortunado país, hay suficientes matarobaloquesea para ocupar esas madres. Ni idea sobre el asunto tienen los Dylan Thin Man que pronto comprarán bonos Paseo de la Reforma en Nueva York, Tokio y demás -para ellos y ellas Enron no sucedió, y continuamos, pues, con severos problemas mentales.
Locura, cierto, que Brian viva conmigo, si ni siquiera existió. ¿Perdió menos la razón nuestra memoria histórica sobre los San Patricio, a quienes, para más, el primer presidente mexicano de derecha confesional llevó al cementerio cívico? ¿De qué estamos hablando, equilibrada izquierda ligth?
El viejo que continúa y yo que lo plagio, ya no sabemos cómo va la cosa.
-0-
Mis cuadernos personales no son autobiográficos, repitamos. ¿Dónde están, hermanos, viejos amigos, compañeros de trabajo, papá tal debe, años y años escamoteados?
Busco entre mi vida y Ana y la Tic pasaron mucho tiempo en el baúl y fueron desempacadas para asomar a esto y aquello y no a ellas. Me pasé y a ratos hablan por sí solas para no quijotear de más en los vuelos fantásticos que sirven a mi vejez y comenzaron con sueños plácidos donde el amor cobraba una forma mística-carnal posible gracias a la muerte cercana, pues si bien quiero volverme Matusalén, Cualquier día, gritan Ella y Veg recién desaparecidos.
Ayudaron también para con música enamorar mejor las madrugadas.
Vuelvan a su sitio, les pido ahora. Sobra la imaginación pasional que contribuye a mi autoterapia.