sábado, 24 de septiembre de 2022

Neoliberalizándome

 Ya no podía tenerse un trabajo indecente a secas para botarlo al menor pretexto. Ahora era preciso crearlo, aprovechando los delirios del libérrimo mercado y la nueva, irrestricta globalización -no olviden: llevábamos cinco siglos mundializados-. A menos, desde luego, que se viviera en ese refugio aristocrático llamado Academia, al cual me negué el acceso apenas descubrirlo. 

Empecé esto con tono cínico y ahora a ver cómo lo largo respetando al padre semi soltero cuya ventura disfrutaba. 

En cualquier caso, el para mí jugoso cheque que devengué a conciencia debía volverse proyecto, permitiéndome vivir con la modestia acostumbrada y la creencia de hacer un bien público y contagiar a quienes lo merecían mientras sorteaban escaceses más o menos injustas -relativizo pues ellas y ellos no estaban obligados, por ejemplo, a convertirse en migrantes con una mano delante y otra atrás o tener empleo subrogado de dos pesos sin horario fijo ni seguridad social.