martes, 26 de octubre de 2021

Le toca, Waits








 


Como hay versiones que no dejan...





¿Y si le damos contraste con algo muy socorrido?

¿Cuelo esto hecho para Unicef? Empieza en 0:50.

Más invitadas. No se la compusieron a ella.

«Libertad es solo una palabra cuando no queda nada que perder.» Kris Kristofferson.

Que siga, pues.  



Una sesión entera, ¿va?

Una novedad para nosotros.

Falta don Glenn.

Repitamos su adoración.

Nuevo, drástico giro, jeje. A un auténtico príncipe. De 9:04 a 14:15, por ejemplo.


Entonces



¿Con está regreso a usted, Tom?

Disculpe, se me olvidaba:




 


 



 

 

 

domingo, 24 de octubre de 2021

Memorable día

Cualquiera con dos dedos de frente y una mínima idea sobre la juventud en Occidente, sabría lo que en enero de 1968 se aproximaba en el país. Yo ni en cuenta esa genial mañana.
Según todo menos la realidad indicaba, estábamos a sólo un curso de diez meses para mi título de economista. En uso del momento de felicidad que le correspondía cada par de años, el día anterior mi padre entró en casa ululando la noticia:
-Hijo mío, te aseguré una beca de maestría en otro país.
Criminal don R, no midió los factibles, mortales efectos de sus palabras en plena comida. El trozo de milanesa pasó apenas sin tránsito del tenedor al gañote y no quedé allí sólo porque Utopía, la diosa familiar, me tenía en gran estima.
Con licencia así para quitarse de encima la abominable parquedad del ama de casa a la cual la condenó el exilio, mamá saltó sobre la mesa y a taconazos por bulerías arruinó de paso la sopa y el guiso por cuya pobre factura el rey de la casa sin duda la fustigaría, a la manera de todos los días.
Tarde y noche en vela pasé en los cafetines de costumbre endureciendo la piel que recibiría el castigo, y esta mañana estaba preparado para el literal Calvario, pues había de parecer producto de la farisea incomprensión. "Más tranquilo que una mujer que miente", según una de las mil extraordinarias imágenes de Aimé Cesaire, ante el coro familiar en pleno solté:
-Me perdonarán, pero hasta aquí llega la farsa. La vocación de escritor me impide continuar con la vileza del académico estudio.
¡Ay, Dios!, recité sin parar en la atea casa, mientras la gruesa mentira salía por la boca en ocultamiento de cuatro años de vividor profesional, que juntos no reunían la media docena de boletas no ya de aprobado sino de simple certificación de asistencia. Y continuaría la letanía recordando adonde fueron a dar las colegiaturas por mi inexistente título en inglés avanzado, con la mirada de mártir puesta en mi padre y el humo del incendio que inopinadamente se esforzaba el controlar.
-Pero, Jorgín -repetía una y otra vez mi ma incapaz de salir del pasmo por lo demás absurdo, pues desde 1964 Jorgín no llegaba jamás antes de las tres de la mañana ni abría un libro de la carrera, debido a una sencilla razón: nada semejante había en casa, que muy para mejores cosas estaban los dineros a ellos destinados. -Si te falta ya nada -se decidía a agregar conmovedora y convenientemente ingenua. -Si en teniendo el diploma... -y aquí trastabilleaba recordando la oferta del día anterior- te dedicas a lo que quieras.
Más la asombró la reacción de mi padre: sepulcral silencio. En mi par de hermanos mayores los ojos no paraban de girar en las órbitas y yo sentía descender de los cielos una paz de la que ni memoria quedaba.
Esa tarde R apareció con un escritorio en regla, dos estupendas colecciones de clásicos, una máquina de escribir recién desempacada y papel en abundancia.
Fue ahí cuando el susto se hizo de veras susto y congelome, hasta hoy.