martes, 25 de febrero de 2020

Homenaje

Lo grabé en audio y da un poco de flojera escribirlo, jeje. Aprovecho para pedirles, nietos múltiples, escuchar eso que dejo. Definitivamente las letras no se me dan.

Celebro a las nuevas generaciones de mujeres con su Queremos todo, saben ustedes bien. Y se me olvida que anduve entre otras excepcionales. 
Cuento como lo recordé y empezando entonces por la menos representativa. 
Al modo de casi todas, A era más bien alta para su tiempo. Debía medir 1:70, que con rigurosos tacones la volvían inalcanzable, jeje, pues yo estaba en la media nacional: 1:68. Bueno, también me faltaba categoría y, siempre excepto si, y solo a veces, pertenecían a las clases medias cultivadas, agresividad, seguridad o perversidad. Por categoría entiendo rango social: dinero, poder o fama.
Tendré cuidado en dosificar los superlativos pues cada una se pasaba de aplomo, inteligencia, arrojo, guapura, y con A sobresalía esta última. Rubia, usaba vestido o falda y adornos elegantes. Tenía cargo de jefa en una cadena radial que el Estado manejaba y por mis tareas nos veíamos allí, donde encontraría a Ana II, a quien sigo rindiendo culto en recuerdo a cómo sacó adelante con pura pasión a esta madre virtual que desposeída quería morir.
Volviendo a la interfecta en turno, jugaba limpio conmigo. Mis ojos no podían contenerse con ella, más allá de cuán prudentes intentaban ser, y los alentaba por generosidad.
-Te aprecio de veras -decía silenciosamente cuando quedábamos a solas- y sé. 
En compensación le tenía fiesta cuando necesitaba, comenzando por las mías, sensacionales al mezclar fuentes de invitados, jeje. Para el efecto no olvidaba llevarle un buen partido o dos, si había suerte.
(La primera debió ser Cr, y me disculpo ahora, por las fiestas, justo. Nadie me quiso tanto. Era correspondida y con hija e hijo -uno nada más, para ese momento-estuvimos a punto de quedarnos a vivir en la costa, durante unas vacaciones en que alguien ofreció trabajo para los dos. 
(-¿Por qué? -preguntaba con su hermoso rostro entristecido, entonces y después.
(-No sientes placer conmigo. 
(-¡Claro que sí!
(-Te lo probé.
(-Es que no entiendo. Siempre he tenido contentas a mis parejas. 
(-¿Calculas lo que me duele decirlo? No imagino a nadie mejor que tú.
(Terminó odiándome y pasados los años la encontré, feliz, con otra mujer.)
Aunque para jolgorios, los que organizaba David y, antes, su comunidad genuinamente hippie. En ellos conocí a vaya precisarse cuántas de esas a quienes homenajeo.
(Viajes extraodinarios estos y no los del insustancial Julio Verne -si bien merecería la pena revisarlo ((¿otra vez?, jeje)) tras una entrevista a Cortazar, en que lo calficaba como su principal referente ((¿mamó el argentino?, jeje, muy lejos de Rulfo y Borges, entre quienes iba para esa serie)).
(Revivo hasta los pequeños detalles, maravillándome con tanta vida. Puedo sentir gentes, cosas, emociones y quisiera dedicarme por completo a ello. Tal vez tendré tres meses para hacerlo.)
Rosy tenía una talla semejante a A. Delgada, de pelo castaño oscuro, con una cara irresistible rematada en la boca a lo Michelle Pfeiffer y ojos café claro que parecían penetrarlo todo sino fuera porque, nervio puro, lo suyo era retar, compeler al mundo que los hombres pretendían escamotearle.
FALTA
Donde mejor se apreciaba cuánta potencia tenían esas mujeres era en nuestras noches de dominó. Xochitl, L, Jazmín y las que se sumaran hacían cera y pavilo de los únicos resueltos a confrontarlas: David y yo. Pobres bueyes, bocabajeados tiro por viaje, jeje. Tan poco masculinos, podíamos disfrutar lo imperdonable para otros.
Toca hincarme por quien no recuerdo cómo se llamaba. Argentina, venía dos veces por año a casa del propio David y su segunda domadora -él no cambiaba pareja para acolchonar la vida: lo despedían cariñosamente y caía en brazos de alguien no menos decidido a comerse el mundo: E.
Nos veíamos en fiestas que el nombrado y E  organizaba con espíritu ritual -o sea, cada sábado, jeje-. Apenas podía creerse su belleza, síntesis, al estilo habitual, de un todo reflejado en la expresión. Nada lograba descoponer aquel perfecto, sonriente equilibrio y dudo que hubiera hombre capaz de atreverse a sobrepasar una línea cuyo trazo ella olvidó cuando niña, creo. A mís ojos tenía algo extra: la estatura, jeje. Le bastaba su 1:66 o así, para arrebatar en cualquier matería, empezando por la profesión.
Me parecé que ninguna otra tenía tan claro cuán confiable era este buen samaritano. Su poderoso cuerpo se untaba al mío sin reservas, orillándome a llevarla porque a final de cuentas el baile en pareja lo inventaron los hombres para sentirse dominadores y debía dejárseles ese último nicho.
Yo, ducho en cabriolas, sentía miedo.
-No lo consigo -gritaba mi cuerpo.
-Claro que sí -respondía su entrega.
Algo semejante pasaba al charlar.
-¿Qué hago ahora? No sé, tonterías, para variar, imagino. 
-No es cierto.
Cumplí cincuenta o por ahí y llamó. 
-Soy tu cumpleaños y vamos a llevarte adonde se presentan esos cubanos geniales. 
Fuimos los cuatro y durante cuatro o cinco horas estuvo solo para el festejado. 
Al terminar, rumbo al auto recordó:
-Soy tu cumpleaños.
Subió atrás, recargándose en la puerta contraria como un regalo vestido de negro impoluto.
-¿Me dejas en casa de mi hijo? -pedí a David, que miró por el retrovisor entre extrañado y molesto. 
Ella sonrío con una ternura que percibo todavía.    
                  
 

SIGO MAÑANA. VAYA GRANDÍSIMOS PERSONAJES.