jueves, 30 de mayo de 2019

M


Hasta el psiquiátrico, decía la nota que una mañana dejé en el limpiaparabrisas de su auto. No exageraba.

Nos buscamos sin conocernos, los iniciáticos encuentros entre la gente fueron intención pura y la primera noche juntos me dejó muy claro cuán pájaro sin mesura podía volverse.

Ni varias líneas de cocaína producían tanta euforia en ella como el escenario y media hora antes estaba en uno. Llegó a la puerta de la callejuela empedrada buscándome y precisaba sin embargo voltear a los costados en procura de mayor emoción.
Trepa a mi bólido si te atreves, decía sin decir, atisbando los ofrecimientos de aventura en una fila de hombres al paso. La lisonjearon y a punto de marcharme con la cola entre las patas, me detuvo. Como a otras mujeres, sabiéndolo o no le vendía un exótico personaje y compró a ciegas
Su pequeño, hermoso cuerpo servía sólo para soporte de una encendida imaginación. Así mi boca, mis manos, mi sexo, no bastaban y tuve que introducirme en la fantasía de modo de cumplir el interminable apetito que desde muy temprano me cavó el miedo.
Diez minutos después yo era el experto y ella la párvula, al menos en los cursos de primaria. Los superiores, hasta el postgrado, estaban en su cabeza entorpeciendo el juego a ratos hasta la imposibilidad.
El doctorado cum laude lo recibió muchos años después en la procura del regreso al escenario. Cuando vino a mostrármelo, literalmente caí a sus pies a pesar de la conciencia de que con él ella tocaba el infierno.