sábado, 5 de mayo de 2018

La ilusión viaja en tranvia

Esto es un desastre. No me doy tiempo para ordenar y cuando lo hago queda un batidillo.
Ni modo. Quien tenga ganas lea primero 

"Para entonces la historia (...) corría de pueblo en pueblo. Todas las noches al salir la luna, los beduinos se la contaban al amor de sus hogueras, y cada vez que pensaban en Simbad creían oír el rumor de las olas en medio del desierto(1)."
¿Escuchan el mar entre nuestro conmovedor monstruo que es puro concreto?

El título lo tomo de una película mal apreciada, creo. Hay allí dos trabajadores que entre la borrachera representan los agravios personales y colectivos en un tranvía destinado a morir y deciden liberarlo. Circulando de madrugada se preguntan dónde está la tierra prometida para quien vive sobre rieles. Aquí y ahora dice un maltrecho, pícaro pueblo que sube sin pagar y celebra, mientras la mañana de inexorables mandatos avanza y ahora viste como malvada maestra o mojigatas con pretensiones y luego es un inspector jubilado que aborrece el desorden y ama los apapachos patronales(1)
Al modo de cualquier periplo, este tiene estaciones y yo siempre desde la azotea no sé si hago su recorrido o contemplo. Allí es regla guardar nombres y fechas. Aquí lo hago a ratos.
Nací en 1947, cuando esta seguía sin ser una nación, como en 1921 aseguraba Suave patria(2). La mía era ya ciudad monstruo completando el antiguo, oscuro proceso para volverla auténtico "ombligo del mundo"(3) y lo concentraba todo: riqueza, vías de comunicación, servicios, seres humanos. 
El gran momento que materializó algunas sustantivas promesas de nuestra gran revolución, se convertía en "la dictadura perfecta" y a millones llegaban campesinas y campesinas exiliadas, cuyas reales patrias, muchas con sus propios idiomas, no quedarían del todo atrás pues cinco tesoneros siglos no desaparecen por acto de magia -qué contradictorio soy, validando el pasado cuando me conviene.
Otro exilio, vivido por mis padres y abuelos, indicaba hacia una herida que supura hoy todavía.
Detrás, cinco mil años que resolvieron los tres millones de quienes accidentamente nos hicieron como especie. Si tengo deudas con ellos, ahora puedo mandarlos al cuerno.
-Anda, Belarmo -digo a mi abuelo- vamos al palelítico a darle nalgadas a aquellos fulanos. 
Menuda mascarada resultaron los cinco mil si los Malditos piensan colonizar Marte a partir de 2022 y solo para solo ellos, desde luego..

Cronicando
Esto fue lo que escribí el 5 de mayo, 2018, sobre nuestro proceso electoral:
La cuestión sube de tono. ¿AMLO atrae panistas o es copado por ellos? Aquí Espino arenga, Obrador en medio y a su izquierda Germán Martínez:
Dos años atrás empecé lo que se titula ¿Una novela? Búsquenlo en El último viaje.

La Carmelita
Así se llamaba la miscelánea de un pequeño pueblo serrano donde se vendían lo mismo chicles que áperos para la labranza. Viene muy a cuento, pues eso es este cuaderno. 
Me presento:
-¿A cuánto? -preguntó señalando el montoncito sobre mi manta en el suelo.
-Millón -contesté.
-¡Perdón! No, no quiero comprarle la producción de aquí hasta que se muera.
Si ni a una docena llega.
No tuvo respuesta, sólo mi rostro de hambre mirando hacía él, que se conmovió.
-¿Cuánto por todo?
-¿Por todo? No puedo, patrón.
-No me salga como la india con su kilo de limones.
-Sí le salgo, señor, perdón. ¿No ve qué es lo único que tengo? Si se lleva todo ¿qué hago mañana? Viene el inspector y me corre.
-¿Y luego?
-Que no sé hacer otra cosa, marchante.
-¿Qué?, ¿estar aquí de ofrecido? ¿Pues de qué come, pobre hombre?
-De la voz que regatea. Soy el puro regateo, ¿ve? ¡Pásele, joven!

Maldito
Por buenos motivos obsesionado con su historia trunca, durante mucho tiempo papá tuvo fama de darle la espalda a la fortuna, y se negaba a cobrar favores a un grupo de empresarios. Ellos, bastos hasta extremos inconcebibles, en agradecimiento le hacían los más absurdos obsequios: una caja fuerte, una mesa reglamentaría de poker…
Un día fue un espejo, que una vez probado se me volvió adicción. Torpe en cualquier materia hogareña, mamá lo colocó a la primera luz a la mano y no a la del norte, ducha en ocultar imperfecciones, según sabían las familias de bien, fieles a si mismas. 
Aun así era tan bueno y, por tanto, generoso, que ni las heridas y los ásperos regaños por rasurarme en la pequeña biblioteca-sala de costura ayudado con el agua de un pocillo, me expusieron en adelante a la vulgaridad de sus congéneres, y nunca salí más a la calle sin un buen baño en aquél reconfortante brillo.
De ese modo inicié la profesionalización en el tema, seguro de que si el día flaqueaba no importa dónde, con entrar a una cafetería, una tienda, un hotel, elegantes, las cosas volverían a su falso, tranquilo lugar. En la profesionalización vino la tortura, porque la formula se invertía directa, proporcionalmente, con esos espejos andantes que son mis iguales: cuanto más prósperos ellos, peor mi reflejo.
Tortura, digo, no por el rechazo en sí mismo, del cual me congratulo, sino por la mortal trampa en que caí: visto con desprecio por la gente fina, fuera de casa la droga se volvió innacesible. En concecuencia la calle devino en vía crucis. 
Estoy tentado a tocar a la casa en la que ahora vive un sobrino, para desatendiendo las consecuencias terminar a hachazos con el culpable de mi triste destino.
-0-
La Ilusión... ilustra a ratos lo que Desde la azotea contempla de un dramático modo.

De una punta de inútiles 
No sé si había razones en descargo, lo seguro es que en 1970 yo era un completo inútil. En el remedo de barrio bohemio donde llevaba años en un medio conflictuado y muy categórico vagabundeo, dentro del célebre restaurante de siempre, apenas sentarse y en presencia mía Lubardo diijo eufórico a Fendes:
-¡Ya lo tengo!
Lo que tenía era la forma en la cual Fendes podría cumplir el sueño, aceptando la invitación de viajar a la más cosmopolita ciudad del mundo, hecha por una futura heredera menor de un gran consorcio. Según se había platicado el paseo terminaría en legal matrimonio. 
El asunto empezaría con la compra de un artefacto que Lumb promocionaba a través de un concurso, cuyo premio era un auto. El segundo movimiento consistía en sacar durante la rifa, literalmente de la manga, el número adecuado del registro de compra. El acuerdo no precisaba los pretextos para que yo tomara un tercio de lo que tocara al rematar el vehículo y, claro, guardé el más obsequioso silencio. 
Comenzaba el otoño, Fendes llamó por teléfono a su joven rica dama, le respondieron que aguardara un poco y yo, que me había contagiado con la idea del viaje, me ofrecí a servirle de adelanto. Quien me recibiría, Juncio, fue con quien aquél conoció a la susodicha y a su enana, antojabilísima y de pies a cabeza insoportable amiga, a la cual el segundo resolvió alcanzar de inmediato vendiéndole a su acaudalado progenitor la urgencia de cambiar a la gran universidad pública del país, culpable de la golfería del muchacho, por la licenciatura en una universidad de la ciudad aquella.
Jun me recibió por todo lo alto y con tiempo sólo para dejar las maletas en el departamento, fuimos al bar-cafetería de su cuadra. Estaba puesto con modestia y servía de cálido refugio, también para el hermano menor de uno de los más aplaudidos requintos de la época, a quien se aseguraba, y pienso que tenían razón, habría superado de no ser por un grave accidente. Amenizaba el lugar a cambio de unos dólares que sus amigos y patrones debían sacar de la bolsa y no de la caja registradora, tan pobre como puede esperarse del par de cervezas por persona de los cuales podía desprenderse una veintena de universitarios. 
Juncio y yo llegamos en el momento en que aquel gran tipo con sus manos esclerotizadas daba batalla a a las cuerdas, produciendo singulares obras de arte que falseaban cada poco para recuperarse enseguida. El que no desmerecía nunca era su rostro, trabajado por el dolor y así mejor en las fallas.
Eso es, sin embargo, auténtica harina de otro costal en una historia como la presente, y más viene a cuento recordar la mirada de mi amigo conforme abrió la puerta al llegar. Había dos novedades femeninas entre el auditorio y la más alta con entera justicia atrajo la atención de Jun. A su lado se sentaba la que bien pudo servir de modelo a la púber de un magnífico álbum. 
Iríamos los cuatro al duplex de ellas, a meterse la mejor droga suave jamás inventada y pasar una noche entre sábanas, alfombras o lo que estuviera a disposición.
-¡Dios!, -díjeme yo- el primer mundo en verdad lo es.
Como esto se alarga alejándose de febrero de 1971, que era el propósito, saltaré pasajes no menos sustanciosos hasta el acuerdo con mi amigo para 
ir "en busca de la revolución".
Si bien y desde luego él no cumpliría, aquello fue el pretexto para que yo rompiera de una buena vez con mis desafortunados últimos años y con mucho más, en una segunda historia cuyo comienzo da para carcajearse de lo lindo a mi costa.
El viaje a Manhattan, quitadas las liviandades referidas y sumando grandes anécdotas en barrios fieros, fue un inmejorable golpe que al regresar me permitió ver a la Zona Rosa y a mis devaneos tal eran: fallidos, torpísimos intentos de nada. Así que pasadas dos semanas tomé el tren.
Durante el primer tramo del trayecto, mirando al paso por la ventana los nuevos fraccionamientos de Celaya, lloré. Se parecían a los de mis años de niño en la ciudad que entonces se hacía monstruo. Muchos cientos de kilómetros y un parada intermedia adelante, el dinero se terminó y fui a dar a un hotel de mala muerte. Me lavaba los dientes frente al espejo descascarado y volví a llorar.
El viaje habría seguido ese tono de no encontrar a Martín en el trasbordador. Se acercó a la barandilla desde donde a lo melancólico yo seguía el bamboleo del Mar de Cortés, y me sacó conversación. Había sido soldador, creo, en el propio DF e intentando cruzar a los EU lo devolvieron dos veces. Ahora se acercaba a mí con el aprendizaje en la picaresca que la aventura le dejó, pretendiendo sacarme algo. Pero como yo estaba más vacío que él, decidió hacerme su Sancho Panza. Dijo:
-¿Tienes hambre?
Contesté con la verdad y me hizo seguirlo hasta la cocina del barco, pues afirmaba que sin falta los cocineros eran solidarios. No se equivocó. Apurábamos una torta cuando el lugar se paralizó. El capitán nos contemplaba desde una de las entradas. Y el regaño se produjo pero no por darnos de comer, sino por la pobreza de lo entregado. Todos, incluido Martín, intercambiaron una mirada de entendimiento que no descifré, cuando el comandante pidió sirvieran lo mejor a bordo en su camarote.
Allí cenamos tan opíparamente como las circunstancias permitían, aderezado todo con mi ingenuidad. El capitán rondaba los cincuenta y sus ojos relataban una tristeza vieja y profunda. Bajito, flojo de carnes y con una incompresible palidez si atendemos a su oficio, se enfocó en mi persona, sincerando poco a poco los motivos de su desolación. Al menos los que no había riesgo en contar y que yo, inútil, provinciano pero noble al fin y al cabo, quise comprender: la soledad y la monotonía del marino, de la cuales había escuchado en Conrad y London.
El hombre dirigía un barco, por pequeño que éste fuera, y costaba trabajo reconocer su fragilidad que, a la manera de esa noche frente a nosotros, podía exponerlo a las ruindades de los otros. Martín devoraba a mi lado continuando las miraditas que iniciaron en la cocina y que a mí no me pasaban de noche pero casi, pues no sacaba de ellas nada en claro, como mal entendía también el juego cruzado que hacían con el olímpico desprecio del patrón, aquí sí muy en su despótico papel, hacia mi compañero.
Estábamos lejos de terminar la segunda botella de vino cuando a una especie de orden el migrante fallido procedió a despedirse. Intenté imitarlo, me contuvo, volteé confundido hacia el patrón, quien se apenó y agacho la mirada.
Al marcharnos no di de palos a Martín porque habría yo salido varias veces revolcado, pero estallé:
-¡Ya ni chingas, cabrón! ¡Vendiéndome por un pinche pollo y unas papás!
Contada así la historia es justa y está medio muerta sin embargo, al no recoger lo que transcurría por dentro. Traigo a cambio el demencial momento en que recién llegado entré a casa de mis padres. Todo me resultaba pequeño, ruin, desolado, digno del olvido que la mínima justicia impedía, pues si algo había era un alboroto de cuerpos abiertos de par en par por terribles infortunios personales y sociales. Y con él, la riqueza humana que había sido incapaz de asimilar y estaba sin embargo en mis huesos.
Contaminado por la frivolidad del viajero moderno, olvidaba que no hay modo de aprender los kilómetros a miles pues, sabios, los sentidos y la mente son perezosos, y enceguecía  también acercándome a una cultura cuya base está en negar, propia del éxito.
En tales condiciones qué trabajo costaba emular a Lumbardo el de la rifa del auto, organizando una más modesta aunque suficiente para poner pies en polvorosa de mi vida anterior -creía yo, y por ventura eso era imposible-. En el par de semanas que me tomó quitarle un billete a cuanto remedo de compadre de Tolouse Lautrec encontraba, quemé la media docena de supuestas calles bohemias.
La altivez hasta guapo me puso -y no son menores las conclusiones que de ello pueden sacarse- y un abrigo artesanal de Afganistan por rebozo de La Panchita -genial personaje de canción mexicana por el cual y al decir de la letra suspiraban todos los rancheros-, coroné la faena donde se precisaba: en la plaza al aire libre punto de reunión de media docena de restaurantes y cafeterías.
Desde el más elegante de ellos, frecuentado por empresarios y políticos, una recién ex Miss Ciudad de México me sonreía. Fui a su mesa, preguntó si quería cenar, a lo soberbio respondí:
-Desde luego pero no será con el dinero que no tengo- y dijo:
-Espera- volteando hacia el vecino enfundado en un magnífico casimir inglés y zapatos con precio de cuatro cifras, a quien llevaba rato encandilando con la mirada. El tipo cambio de mesa, pedí todo lo más caro mientras ella le entornaba la pestaña y me acariciaba la pierna, y una vez satisfechos nosotros dos:
-Toma tu palmo de narices, mi ejecutivo rey.
Ese coctel yo fue el que subió al tren y gimoteó estación tras estación. Atrás dejaba o creía dejar mi historia, y gracias al cielo en el trayecto empezaba a volver como debía. 

Ellas
Hasta el psiquiátrico, decía la nota que una mañana dejé en el limpiaparabrisas de su auto. No exageraba. 
Así empiezo recordando a M en un registro de mujeres con quienes compartí la vida, así, genéricamente, y no la suya, la mía o la nuestra.
El recuerdo debería excluirme, aparezco y ellas pueden llevarme ante los tribunales pues se vuelven letra por mi culpa, adulteradas, como es regla en estos casos. Sólo con Ella me esforcé. 
Otros cuadernos, nietos, encuentran a Brian O´Donnell y James Kelley, personajes históricos cuyos hermanos y hermanas están representados en sobrecogedoras tallas sobre una calle de Dublín, que rememoran la Gran


Hambruna. Demuestro allí que sus existencias no se agotaban tras la persecución del magro pan y quizás fueron por quienes esperaron Molley Mahoney y otras jóvenes en cuentos contemporáneos a ellos.
A la manera de cualquier mujer hoy, es imposible saber cuánto descubriéndose subítamente sola en la esquina donde el amado debía esperarla, Molley sufrió por amor o sueños rotos.
a Gran Promesa
Retahila
Una noche en el antro de mis preferencias escribo: Una larga lista de boxeadores murmuran al oído: el secreto está en rendirse a tiempo, no importa si tu record es de puras pérdidas.
Cada diez minutos después: Esto de vivir es función pa adultos. Quién sabe quién me dejó entrar. Ahora no encuentro la salida y seguro la casa de papá y mamá ya no está.
Sigo preguntándome quién ocupó la vida que no usé. Espero haya sido con un mínimo decoro.
¡Ya!, grito con un amoroso saludo al pescador, a la madre y al hijo en lo alto del acantilado, a quienes me condujeron Brian O´Donnell y la Reina de la Roca Gris. Luego vendría el Niño de Piedra, los Osos tamaño nube...
-Calla de una vez, mastuerzo -dice mi mentor.
-Es que esa Calzada de los Misterios...


Dictados
Miente siempre, nietos, dictan los decálogos de grandes escritores. Escribo crónica, jamás fabulo, dice otro cuaderno. Licencias sí me doy, a veces sin restricciones, y con ello no sé ya cuanto sigo la literaria recomendación. Lo hago sobre todo en el diario a la Inesperada. 
¿Distingo cuándo de verdad y mentira hay allí, entre los susurros al oído que me hace un director de cine, acercándome al punto contrario del que partí?  

Ese Lázaro
Estoy cansado, muy cansado, abuelo. Apenas me tengo en pie, ¿ves? Me vence lo que jamás conociste, hace tanto. Mi pequeño cuerpo es un prodigio. El daño está en el alma. Menuda tontería, perdona, que no hago sino revolcar la gata. Cárgame un rato, anda.
A la mañana siguiente rumbo al trabajo pienso:
-Lázaro, a quien diga que fue fácil, levántalo y ponlo a andar.


Borroneando
El radio promedio en que se movían las y los europeos del Renacimiento -legítima preocupación por el género, como espero probar- era de veinte kilómetros. Al parecer todos mis antepasados vivían entonces contra un rincón semiabandonado donde la existencia transcurría entre la décima parte de aquél pequeño espacio. Al parecer, aclaro, pues como los hombres y mujeres pequeños que eran, nadie registró ni un solo paso suyo, y ellas y ellos, sabios, guardaron para sí el extraordinario misterio de su día a día.
Quinientos años después y a este lado del Atlántico sus iguales siguen haciéndolo, así otros crean lo contrario.
Pueblo sombra, llamo a eso, y así cazador furtivo surgiendo exclusivamente si necesita, para mejor tomar por sorpresa a sus enemigos.
Los originarios míos cruzaron las aguas hasta el nuevo prodigio, forzados por los malditos que rompieron un sueño construido arduamente con picos y pianos.
No cuento esa historia aquí sino en otros cuadernos, como llamo a mi trabajo, y debemos tenerla en cuenta, nietos a quien todo dirijo. Lo hago con mil más -historias, se entiende, y no cuadernos o escritores, jeje- para liberar nuestra Ilusión viaja en tranvía, dejándola que hable de tonterías y algo más y sirva para los disímbolos encuentros.
Mientras, la uso para cuanto se me apetece, pues pruebo, ¿saben? Apenas ayer, diciembre 8 de 2016, a un solo tiempo hablé con Ana, clamé al cielo por mi vejez y cronicando nuestro país y el mundo di números sobre la trata de mujeres. Si leen cruzado encontrarán, por ejemplo:
Para ese momento había tenido otro altercado con mis bohemios protectores. 
De noche la apretada mesa giraba en torno a la única mujer. Con buena borrachera encima parecía retarlos y cada dos o tres minutos un mesero limpiaba las babas que escurrían. Yo representaba al chiquilín sin aspiraciones y me usó.
-Soy lesbiana y estos van a recibir su merecido -susurró a mi oído.  
Al asaltarme sin rubores sentí que recibiría una zurra en regla, jeje -se ocupó de impedirlo; por un instante mis bonos treparon al cielo y con ella sin duda habría aprovechado el reto que me impuse con la adorada.  
Y:
Pago con puntualidad mis atrevimientos, declaro aquí con frecuencia, y siendo cada vez más pequeño, entiendo ahora, los últimos se llevaron las fichas que me quedaban. 
Mi especie quedó grande al yo equilibrista y por única compañía tengo a Suertudo, quien no merece la soledad que le espera. Esta mañana lo sabe, creo, y exige y muerde.
-No, hoy no te sacaré al patio donde debo cuidarte como a un niño salvaje. Estoy avergonzado, ve, y hasta exhibirme con el vecindario es mucho pedir.
Para terminar con:
"...se estimaba que cada año 4 millones de mujeres y niñ@s ingresan a los prostíbulos del mundo para ser consumidos sexualmente."
Melodrámatico, cómico y trágico su abuelo aquí y en los otros siete cuadernos: Desde la azoteaPara morir igualesRed de agujerosDemasiado humanoLa casa del horrorÚltima función y La pasión según FB.
Al rato nos vemos para continuar, E y S, nietos, o empezar, pues esto tenía ya un inicio.
-0-
Regreso y escribo:    
Entras a mi cuarto una madrugada a diecisiete años de tu muerte, Ana. Cuando por la tarde reposamos el encuentro, te muestro estos cuadernos. Los celebras por amor y entiendo que no fracasé pues para hacerlo debe tenerse un propósito y yo apenas llego a viñetas acumuladas desde mi infancia. 
Empecé leyéndote lo que pronto sería libro: 
"Era un perro amarillento, flaco, desgarbado, con quien intimé. La primera vez lo vi avanzando desde los matorrales y me pregunté de dónde vendría. Conforme se acercaba su vida me pareció un misterio extraordinario, pleno de aventura." 
Ahí paré la lectura. El resto tenía tan poco chiste como eso.
Gracias por venir, Cosa. Sin ti no habría reconocido lo evidente. 
¿Qué digo ahora los nietos, a quienes dirigía todo?
-Nada, abuelo.
-Nos divertimos.
-Sigue, no seas remilgoso -tercias, A. -¿Verdad, S y E?
-¡Síii! -dicen, gemelos, a coro, y los tres echan a correr, proponiendo un juego.
Cuidado con ese par, de alias Feromónicos. 
Faltó nada poner la serenata que más gustaba a la corte nazi (Serenata, de Enrico Toselli).

El Mero 
El negoció comenzó sin saberlo cuando llevaba media hora hablando con un amigo experto en editoriales y él a cuanto proponía: 
-No sale. 
-¿Debemos prendernos fuego? –preguntaron los papeles en las cajoneras.
-Nada de eso -los aquieté de inmediato y por instinto, y en una valandronada haciéndole al anciano cheroquí dinos ánimo. -Llegó el mensaje: vuelve al fin la aventura.
Con un fajo de cuartillas en la mochila hice el camino al Metro. Unas cavernas de la ciudad en dirección a las otras, entrañables todas, bajé en una desconocida estación al azar. Las escaleras conducían a un andén a cielo abierto y la primera mirada fue decepcionante: estaba en uno de los lugares más conocidos de nuestro gigantón, cuando menos para quienes no se pertrechan en los reductos de la gente de bien.
El necesario paradero parecía dividir en dos el universo alrededor, inconcebible sin cada parte: a poniente el lío de puentes a no menos de ochenta kilómetros por hora con su avalancha de metálicos, gritones animales; a oriente la paz aquí sorda, allá plácida, de la colonia en improvisados parches que se montaban sobre antiguos poblados del valle sin desaparecerlos del todo.
Me senté en la rala hierba del camellón entre los pilares temblando por el peso arriba, un lánguido árbol herencia de quién sabe cuándo sirviendo de espaldar, y saqué a relucir a mis escritas comadres:
Entre el rezumo de los mirtos que el rocío se empeña en conservar, de lino y grana las ropas y la carne a las cuales se trasuda, un atormentado joven poeta para que no escape muerde con desesperación la noche de invierno y las astas de la luna, por ello más "cuernos de búfalos" sosteniendo el "cielo huerto", donde los astros florecen con "sus dorsos" de "ágatas y oro".
-Puf -dije suspendiendo la lectura. El poeta de mil atrás y su mundo para qué sirven aquí donde ni su abuela oyó hablar de ellos, ¿o no, señora que en el paradero hace sabios malabares con las bolsas a granel bajando del microbús?
La mujer volteó y se detuvo en espera de que algo de utilidad saliera del discurso que de imaginación a imaginación le recetaba. Fue ahí que vinieron los años viejos y:
-¡Alavado, alavado! -exclamé de rodillas y la mirada al cielo no del Señor sino de otros divinos portentos que moran en lo alto y en muchos lados más- -Revelación, ya la libré.
Para prueba bastaba el botón señora de las bolsas y los que con un giro de la cabeza en redondo descubrí pendientes de mi persona. Un cacho de pan les solté como entretenimiento, del poeta, claro:

¿Cuánto habré de esperar y cuánto tiempo
ha de quemar mi saña como brasa?
¿A quién hablar, a quién dar testimonio...?

Mientras el recién adquirido auditorio tragaba de una imprecisable manera el mendrugo, en silencio hice el el rito en versión resumida para apuros:
-Niño de Piedra, padre mío; deforme hija de Aoibheal, hermana, y Gualupita madre y compañera, de sus prodigiosos dones pasen un tantito y a mano me pongo con ustedes, ¿sí?
¡No!, luego, luego vino la respuesta. Sobre los cerros a un paso con la magia de sus mocasines voló el Niño, el hada de monstruoso tamaño, los ojos sangre, chorreando lodo su manto se alzó de entre la tierra, y del primer al último tronco nacieron tallas de la Morenita.
A metro y medio del suelo mi cuerpo púsose a flotar y del paradero del Metro Constitución de 1917 me volví dueño. Chamacos, cuasi vestales en tránsito, chóferes, el rey y el tepo del barrio hicieron corro, y un cojo de la tercera edad y una taibolera en disfraz de ama de casa con un guiño se ofrecieron de patiños.
La providencia prestó un sombrero cuya presencia en el piso gritaba:
-No se hagan rosca con las monedas, que de algo ha de vivir este chango -y al ruedo ya sin más me tiré.
Ese fue mi empezar, años luz a estas alturas me parece, en la merolica obra de darle paz al alboroto de mis cajoneras y mi alma en vilo. Cruzada en regla fue y es, con abundancia de sobresaltos y harta muleta para amansar bureles de la variedad que monopoliza las afueras de las estaciones y los vagones.
Así mi rosarío de historias se abrió paso: que el 1492 del maléfico y sus prolegómenos, con frutos para mil jornadas; que mi abuelo -con todo y mucho respeto, me paro y quito el sombrero-, mi comadre el Grillo, Nabor, el sabio analfabeta, Magda y su Santa Utopía; que de montañas carmesíes y truchas arqueándose en un delirio de vida, por cielos a los cuales el trasiego de los llanos áridos dan una transparencia infinita, a isletas que surgen por doquiera de las aguas como canastillos flotantes”entre sauces llorones y chopos”, y un etcétera que mejor ni me esmero en recitarles. 
Todo entre los Oh, los Chale, los Ya está de vuelta el loco, etc. No todo es coser y cantar en este viaje, que mucho duele, por no decir todo, contra lo ofrecido aquí arriba para atraer la atención. En realidad no sé adónde voy y no es de extrañarse pues sólo vaga idea tengo del camino a mis espaldas.
Andar sí que ando, con los pies sobre la tierra, no importa cuán chuecos,  y con la imaginación a lo lejos, no como escape, que de eso no hay modo, sino por gusto, urgencia a veces.
Escribo una suerte de memorias, de ése tiempo apenas hablo, queda envuelto en una nostalgia para entonces vieja y profunda, y dejo a un lado lo más importante. Me refiero a mis hijos, por cuya infancia cada vez más pregunto.
En las funciones callejeras, en este punto digo que no quiero entristecer ni complicar de golpe el relato y vuelvo al poeta. El éxito es rotundo, sobre todo entre el público femenino, quien sin darse cuenta inicia así el camino a mi beatificación. Sabiéndolo, acuso la joroba natural, enjuago los ojos y la facha quijotesca se completa y en justicia, pues molinos de viento son los de la marginación propia y ajena que bato.

Respeto
Tratar con uno es muy difícil. Más debiera serlo con los demás en la historia, y las malas costumbres lo vuelven un juego. Yo a veces sigo la trampa. Otras no puedo pues conozco a los protagonistas.
Los libros registrarán, por ejemplo, al hombre que con mi guía el abuelo contempla subiendo entre los cierzos, el fusil a la espalda. ¿Cómo permitirme libertades al tratarlo, si del momento sé gracias a él, luego de horas y horas entre cigarrillos y café?
Por extraños motivos un día caí en un seminario de historiadores. Apenas creía al solemne ponente que coleccionaba tonterías refiriéndose a momentos vividos por mí.
De seguro eso hago cuando persigo tal y cual cosa cien o doscientos años atrás, pensé avergonzado
.


Cosecha especial
El producto vuela siempre que uso la etiqueta Hombre Bueno. No importa si lleva años en exposición, si de él comieron los ratones, enmoheció, perdió el aroma, se agrió. Sobra dónde lo coloque, en la vitrina o el último estante. Viene incluso mejor que esté en un rincón, asomando apenas, y el cliente crea que lo topa al azar, o más aún, que lo descubre, pieza única, enjoyada sólo a sus ojos.
De modo de no gastar el truco, suelo hacerlo una de cada tres Navidades. Lleno la caja y holgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los otros dos, ni modo, paso hambres. 



Aparta de mí ese cáliz 1
No tolero la serie española que rompe ratings presumiendo recordar los tiempos en torno a la transición democrática.
Justo entonces hice mis primeras visitas a ese país. Venía del México de los pasmosos contrastes sociales y un régimen de casi cinco décadas que no se andaba con miramientos para machacar opositores. Aún así quedé perplejo.
La segunda estancia se prolongó once meses, entre 1976 y 1977. Rumbo a Asturias, con mi mujer y mi hijo hice escala en Madrid, en el piso de una familia a quien nos etiquetaron. Se trataba de una entrada por la puerta grande a lo que había oteado dos años atrás -el susurro de lo pequeño es de una elocuencia no menor que los clamores de lo grande.
El lugar estaba presidido por una pareja que convocaba a los cómics de humor y resultaba sin embargo muy para los ácidos del nunca suficientemente reverenciado Carlos Gímenez.
No creo en la existencia de gente tonta, pero como toda regla tiene su excepción, con la patrona de la casa fui a encontrarla. Debía medir 1:70, pesaba muy por encima de los cien kilos y el rostro parecía tomado de una roca, sin trabajo posterior alguno. Él apenas rebasaba el 1:60, sus hombros eran los más escuálidos y estrechos vistos en mi vida, al tórax lo coronaba un majestuoso vientre, y en la calle debía representar el papel de un hispano Gutierritos –personaje de la primera telenovela mexicana de gran éxito, a quien todos daban de coscorrones y colgaban chistosos papeles en la espalda-. Pero al llegar a casa era tan Dios como el que más.
El reinado familiar de la pareja tenía su más palpable expresión en el desprecio a la hija mayor, por un buen motivo: era inteligente. Tanto había sido el maltrato, que esta cálida mujer cercana a los treinta estaba a punto de ser fea –noción que, de vuelta, no suele entrar en mi cabeza-, de espalda encorvada, los granos cebándose en el rostro, unos espejuelos de grueso armazón que usaba para terminar de ocultarse al mundo, pues no los necesitaba.
Vivimos momentos sublimes en aquel hogar -y tanto, con sus criaturas bullendo en el caldero-. Como el par de veces en una semana en que, en saludo a la modernidad recién instaurada en el baño, la ama dio de voces pidiendo la asistieran en la tina, donde sólo Dios sabe cómo entró pero nunca cómo saldría.
O como la sobremesa en que desde el pontificado de la silla principal, el Señor repitió para nosotros la encíclica promulgada para los hijos quién sabe cuánto antes: estaba científicamente comprobada la superioridad de la raza blanca y los negros eran micos (habría repetido aquello, en voz baja desde luego, aún en las calles de Nueva York, donde por entonces la gente se abría al paso de la belleza y la altanería de los Panteras Negras. Y con la raza negra iban todas las no pálidas, incluyendo la de la cuñada de él, una mexicana con quien, a su entender, había tenido el imperdonable mal tino de casarse su hermano menor). Cuando este portento de ser humano que nos hospedaba soltó la dicha sentencia, ante nuestros reclamos a punto de tundirlo allí mismo, revisando a los hijos por si su autoridad estaba siendo mellada, zanjó la cuestión sacando la Biblia en forma de libro de biología para no sé qué año, de las escuelas públicas, donde el tema se desarrollaba a fondo, con muy muchas, irrebatibles citas de reconocidísimos sabios.


Revisando al Tamborilero
Basta de cilicios y tomemos el Palacio de invierno, escribí dos semanas atrás ajustándome a mi personaje.
Estamos a lunes y el sábado sin que los demás se dieran cuenta otra vez me sentí enfermo.
Sólo la Mal nombrada supo después. 
-Prométame que va a ir al médico.
-A un matasanos, jamás, y levantarse a las cinco y hacer cola para una cita dentro de cinco meses en los únicos hospitales que confío...
Apuro el reloj. 
-Terminar así no estaría mal -pensé en el auditorio rodeado de hermanitas y hermanitos. 
Exageraba y al mismo tiempo recordé mi infarto a los cuarenta y pocos años. Como entonces, había una curiosa paz.
No olviden, nietos, que su abuelo en los cuadernos es la representación de una sombra. Si se marcha quedará ella. Esa es quien juega con ustedes en el patio y come helado y fuma y de noche se tiende para que la numeren las estrellas.
Tamborilero

Ellas
Quedan fuera A y la Inesperada. Porque si todas eran, son, mucho más de lo que merecía, ellas dos representan el mutuo amor cumplido sin reservas.  
Este el recuerdo de las mujeres que me hicieron, extraordinarias en su mayoría, creo.
Me doy mi Navidad, pues, ya que nadie me regala ni un alón del pavo, jeje.
Empiezo con Ella propiamente dicha, a quien se dedica una serie de viñetas. Tenía veintidós años y yo veintitrés cuando nos conocimos ya más o menos viejos, pues estuvo casada en Estados Unidos mientras B, como me bautizaré, fracaso universitario por forzada elección, jeje, y vividor de falso barrio bohemio, tras un mostrador bancario encontraba la fábrica-pueblo y huía luego a Nueva York, primer puerto, medio jeje, para ser el debido revolucionario, casi no jeje. 
Según los mutuos amigos la Janice Joplin mexicana, así conocida sin cantar un cacahuate y sí por el retador estilo, creyó toparse con una mezcla de Che Guevara y James Dean -bueno, las drogas eran lo suyo, jeje.
Se dedicaba a abofetear galanes -y machos comunes, policías con y sin uniforme, jeje- y decidió rendirse por única vez en la vida. Todo haría por esa apuesta.
B no merecía el esfuerzo y lo hizo inevitable cuando a unas semanas del encuentro tomó sus bártulos sin rumbo preciso. Cierto, el destino era Baja California Sur, adonde estaría puntual a la cita con el Farsante, y también que antes y después pude terminar en un circo o en prisión -por ingenuo, claro.
Ella enviaba cartas allí describiendo las locuras que hacía para alcanzarme, ante mi asombro porque de olvidar el pasado iba aquello y meter en la maleta el último episodio contradecía toda lógica.
Se presentó un martes, el viernes B regresaba solo a su ciudad con boleto para la utopía y lo siguió obsesionada.
Nadie nunca estuvo siquiera cerca de ese empeño por el pequeño hombre, reiterado muchos años. Olvidó la bebida y las drogas para conseguir un trabajo con que complacerle los caprichos. 
La amaba, consciente de cuán especial era y cuanto perseguía sus sueños, en los cuales yo tenía un papel instrumental. 
Más tarde fui el perseguidor, inútilmente, y con balance final de dos hijos nos despedimos en los peores términos.

C
Jamás hablo de C pues "nuestro tiempo" fue muy breve y ella murió mucho antes de lo previsto. 
La traté cuatro o cinco años y no sé quién era en verdad. Algo intuí durante el par de intensos meses en que nos buscamos, cada uno y una desesperado por su cuenta. 
Yo era un poco mayor y me aventajaba con mucho en la pasión. El última día a solas por primera vez tuve conciencia de mi simplicidad amatoria, digamos. 
No importa. Vale ahora cuánto viví encantado y cuánto ella. Ir al hotel fue su iniciativa y no exagero el práctico ruego que hizo -sin darme cuenta seguía vendiendo cuentas de vidrio. 
Aun así sospecho hay dudas sobre lo lejos que en principio estaba dispuesta a ir. Remito otra vez al inicial encuentro de los cuerpos.
-Tendrás que dejar a H -le dije con nuestros rostros embebidos a cinco centímetros entre ellos. 
-Sí -respondió con el mismo, mutuo arrebol de semanas después a la distancia, vigilados por cincuenta compañeras y compañeros. 
Días antes nos queríamos en secreto y la necesidad de permanecer pegaditos nos descubrió en circunstancias catastróficas -mido la palabra. 
De perder la razón entre un sueño no sabe sino yo, sobre todo ese miércoles y el sábado y domingo próximos, creo tontamente porque vaya a calcularse cuántos lo hicieron antes y después. Y ella respondió puntualmente.
Pagué carísimo y era cuestión de vida o muerte no en relación a C sino a mí.
(Para variar, soporto mis historias porque la bobaliquería tiene detrás acentos trágicos. Enseguida y debido a causas relacionadas con nuestra aventura, estuve cerca de perder para siempre la razón. C ni se acordaba de aquello, seguro, y sí de lo que la llevó a mí, cuando con treinta y tantos años murió en circunstancias extrañas.
(El pequeño, inhábil hombre habría sido un buen sostén a lo lejos, sin romance, pensé muchas veces recordándola.
(Era guapísima y no sobra mencionarlo porque su belleza, me parece, algo tenía que ver con sus infortunios.) 

G
G fue quizá quien más me quiso. Lo hizo por años y tenía cuanto yo necesitaba: bondad, belleza, simpatía, cabal comprensión de cuán importantes eran mis hijos y una niña pequeña como extra inmejorable. 
Aceitunada, sus cabellos se ensortijaban como muñeca negra y un hoyuelo en los cachetes hacía que rematara el espléndido brillo de la mirada.
Por ella faltó nada para decidirme a dar un giro a nuestras vidas del cual ahora nos enorgulleceríamos los cinco.
Sólo restaba coincidir sexualmente, aunque G asegurara que era su mejor pareja amorosa. 
-Sin tú placer el mío no existe -le dije una y otra vez tras esforzarse sin éxito.
Por años aparecí como un frívolo que la abandonaba cada tanto, y lo fui pues con mi ayuda habría encontrado su vocación sin separarnos.   

A Segunda
A significó el paraíso que llega cuando la vida se vuelve un infierno -en el último círculo está perder a los hijos a quienes se crió, así sea momentáneamente.
Mary Poppins tenía como película de culto y de descubrir mis huaraches pueblerinos antes de nuestra primer noche juntos, ni un pelo le habría tocado.
Su cuerpo creó el nuevo arquetipo para mí: piel morena, cejas pobladas, talle estrecho y generosas piernas y lo que sigo sin llamar nalgas por el terrible uso dado a la palabra. 
El rostro era pequeño, pillo, inteligente, adornado por un fleco rojo entonces inusual, y la imaginación, muy libre. 
Sólo de sexo queríamos tratar, fuera donde fuera y no pasaba día sin él, jamás hasta la extenuación pues era imposible cansarnos, jeje. Físico y recreativo el mío -sonidos, luces, decurso del tiempo-, ganó al suyo, que tendía a la fantasía.
Literal adoración era ella para este yo. Desconocíamos los celos y la única pelea en dos años duró un cuarto de hora.
-Soy un puente en tu vida -le dije inaugurando la práctica que duraría hasta mi vejez.  
Parco como voy, me detendré recordando un viaje a Acapulco. 
Ni con camisa de fuerza habría ido sino fuera por A II, pues ya para entonces el puerto que mi niñez volvió entrañable era una mala copia de sí mismo. 
En la autopista tomamos el asiento trasero aventajando a nuestros contrincantes, una pareja que nos ganaba en edad y, según pretendía, también en apetito, jeje.
Como había tiempo de sobra, A II cantó durante la primera hora. Tenía una voz pequeña y entonada que educó el tiempo en la farándula con su ex marido y me animaba a acariciarla ropas arriba y abajo, para darme pequeñas satisfacciones a horcajadas. Sueño, pensé, al modo de otras veces juntos: regreso a mi adolescencia cumpliendo lo incumplido. 
La competencia iba en serio y ante airadas protestas que disfrutaba, el resto del camino AII nos dio arrebatadoramente el primer round -y después todos los otros, jeje. 

O
O vivía en otro país, era bellísima y me llevaba a bailar a lugares fuera de moda, donde conocí cuánto poder cabía en un cuerpo. Con ella por primera vez las mujeres aparecieron como mares. 
Columpiaba mi barquita por la pista, seduciéndome a pesar de su clara conciencia de que apenas verla me conquistó. Tenía razón: sólo desquiciándome terminaríamos juntos. 
Nunca supe cuánto quería al mexicanito que conoció a través del padre de él, casi por entero distinto al mío, para entonces convertido en el gran personaje regional que siempre debió ser. (Estoy a punto de tirar la toalla. Cuánto cansa la memoria, jeje, sobre todo cuando es mala.)
Intenté quererla a distancia y la mejor noche juntos fue así. En un descampado escuchando a quien se volvía famoso de la noche a la mañana, metros adelante mío movía el cuerpo con cadencia. Y recordé una famosa canción medio boba y musicalmente muy buena, que le anunciaba a una adorable estar pendiente de cuando hiciera.
Demasiada mujer para este pequeño, pensé por su altura, sólo igual a la mía cuando quería complacerme con zapatillas.
Los ojos le brillaban aun cerrados, digo con cierto exceso, y la fascinación se completo por sus recientes aventuras, con un minero heroinómano, por ejemplo. 
No me dejó quererla según pretendí y apostó al matrimonio, absurdo si se tenían dos dedos de frente, pues ambos estábamos prácticamente solos con nuestros hijos y para ella era imposible deshacerse del infame padre y yo no pondría diez mil kilómetros entre los míos y su madres. 
Nunca estuve seguro de cuánto amaba al mexicanito y la última noche protagonizamos una escena sin sentido: la hermosísima tratando inútilmente de convencer a este hombre pequeño.
Durante dos años amigos mutuos me acusaron de traicionarla y exigían reconsiderara. 
Ella no podía llamarse a engaño.  

No importa quién soy o porqué escribo a los nietos. Solo vale el cadáver a mis pies -solo sí, de ambas maneras gracias a la Real Academia, y vale, claro, el fiambre, se entiende, pues por culpa suya iré a prisión, diría en hallándome vaya a saber dónde, que hoy mundo arriba y abajo cuesta nada deshacerse de un cuerpo (uy, ¿dónde cerrar los guiones?; aquí, total, o con un punto y coma, vetusta fórmula empleada todavía)-. Basta echarlo a la calle y fue melón o sandía entre los cárteles, o el ejército o mi vecina, tan responsable como el Banco Mundial por la cloaca esta.
Eso escribió el viejo al fondo de la privada y continuaba: 
Punto y aparte a mi crisis -espero les informaran del tema- y vámonos recio con lo siguiente, que ni idea tengo qué es: una curul, un traje cardenalicio, la gracia divina, más bien.
Hasta el gorro de solemnidades, voy a lo mío, entre chilango posmoderno y dorado siglo, tan parecidos, primero con conteo de las changuitas que pasarán por mis armas este día.
Neta hasta yo sospréndome por mi guapura y desde el Casanova -y no hablo del Chango, rey del bofe (bofe, bofeta, box, pues, pin nacos y nacas)- nadie se me iguala en artes para envolver damas y guarras -¿ven?, había un cadáver y era femenino y debo envolverlo, para regalo navideño, aclaro, andando de moda las frías. 
-Fanfarrón -dice la Inesperada, que apresentose el miércoles.
-¡Revivió! -pues el fiambre era ella.
Sus vecinos estimaban al tipo cuya locura parecía prudente, un desliz -la locura y el viejo, seguimos con los sujetos confundiéndose porque quieren, pues queda claro está vez quién es quién, ¿no?. 
Tercera persona de la primera, estoy aquí por divina voluntad y sin conocer los motivos, que debe haberlos, imagino desde mi penthouse, computadora en ristre, diría el viejo, donde por futuros buenos billetes le plagio incunables, contagiándome, ya se ve. No es que valgan -¿agrego "éstos" o queda clarísimo?-, a mi entender -lean sin la coma y notarán su justo empleo (empleo, gran tema para el propio ruco cuyos enredos sintácticos me tienen loco también ((o sea, yo, como esa susodicha persona cuyo trabajo birlo a tal grado que ya hablo en gíglico (((¿pondré notas a pie de página para explicar los arcaísmos? ((((uy, cerrar el párrafo es un lío).  
Todo mezclado, toca ahora ¿qué? Ah, sí: Arán es un isla al noroeste de Irlanda, que las furias del Atlántico del Norte intentan vencer hace milenios... A media tarde, en el único cuenco contra la pared rocosa, donde un pequeño rompiente modera lo poco que puede el fragor del océano, entre el estruendo ensordecedor una mujer y un niño estiran los brazos como si con ellos avanzarán por encima de las piedras y la espuma los tres metros que el sentido común les impide, siguiendo con mirada de pájaro el bamboleo sin mesura de una barca que tantea la lógica de la corriente embrutecida por sus impulsos hacia atrás y hacia adelante. Un poco antes de donde la ola se decide tres hombres protegen con un instinto animal olvidado por el resto de los europeos, la cosecha de peces recabada en días de trabajo y la madera que la desolada perspectiva de la isla, sin memoria de algo parecido a un árbol, explica es la diferencia entre la vida y la muerte.
Conozco muy poco la historia irlandesa y esa estampa salió de El hombre de Arán, un documental extraordinario. En todo quise ceñirme a los hechos cuando hacía un proyecto que fracasaría. Era para televisión y por primera vez en México abordaba con seriedad al Batallón de San Patricio. 
El liberalismo nacional siglo XIX creó una imagen insostenible sobre esos centenares de soldados estadounidenses que desertaron durante la invasión de 1846-48. Me tragué redondo el bulo por veinte años, produciendo comics y radionovelas. Abonaba a una versión de izquierda sobre nuestro pasado, pensé hasta que las verdades gritaron. 
Entonces fui a dar con algo realmente épico y fuera de sitio aquí, aunque la burda mentira prevalezca, gracias en parte también al producto final de mi trabajo.  
La irlanda tradicional es demasiada gran cosa como para pervertirla, por poco que se sepa de ella. Toco el tema por Brian O´Donnell, el niño del documental a quien bautizo al antojo para hacerlo venir con las tropas intervencionistas.
Vive conmigo, como mi abuelo, el compadre Agustín al que por cierto vi hoy en un parque, y otro montonal de hombres y mujeres reales por sí y por misteriosos designios. 
Si mi locura no tiene que ver en el asunto, puede explicarse a través suyo. Escojo un ejemplo entre miles. Es 152nomeacuerdo y Alvar Núñez Cabeza de Vaca naufraga en las costas de "La Florida" -así, entrecomillado, pues su nombre originario es otro, y así empezamos con el asunto a tratar- y pasa años a ambos lados del "Río Bravo" -los nombres contienen lo designado y al alterarlos Houdini entra en escena con desastrosos efectos-. Lleva un diario donde escribe cosas así: 
“Muchas veces nos acontesció tres o cuatro días estar sin comer. Ellos, por alegrarnos, nos descían que no estuviésemos tristes, que presto habría tunas y comeríamos muchas y beberíamos del zumo y terníamos las barrigas muy grandes y estaríamos muy contentos”.
Muy cuco el cabrón, cuando llega a la recién titulada Ciudad de México hace nacer unas quiméricas Siete Ciudades Doradas en los pobres países que transitó. Al poco una pila de aventureros siguiendo sus informes cree descubrir en las orillas del Río Savannah a una reina de cuento, por el séquito que la lleva en andas, y no duda un segundo. Basta el collar de perlas entregado por ella al capitán en señal de cortesía, para que a punta de mosquetes, espadas y puñales se le ordene llevarlos a la aldea, donde tras expurgar el último rincón la rabia no se detenga ante nada, ya que no hay allí ni una perla más ni huella de las piedras preciosas que el delirio despertó.
Entre locos, como ven, soy cuerdísimo, y mis manos, les juro, jamás se mancharon de sangre. ¿Otro caso, posmoderno ahora?
Mi ciudad tiene una señorial avenida que ordenó levantar el rotundo orate de Maximiliano de Hansburgo, para copiar ¡a París! Hay veinte rascacielos esperando sumarse a la pretensión de retar al cielo, que experimentamos en los últimos diez años. ¿Quién los ocupará? Nobody, saben sus constructores, pues ni en Narcocorruptilandia, según llaman a este infortunado país, hay suficientes matarobaloquesea para ocupar esas madres. Ni idea sobre el asunto tienen los Dylan Thin Man que pronto comprarán bonos Paseo de la Reforma en Nueva York, Tokio y demás -para ellos y ellas Enron no sucedió, y continuamos, pues, con severos problemas mentales. 
Locura, cierto, que Brian viva conmigo, si ni siquiera existió. ¿Perdió menos la razón nuestra memoria histórica sobre los San Patricio, a quienes, para más, el primer presidente mexicano de derecha confesional llevó al cementerio cívico? ¿De qué estamos hablando, equilibrada izquierda ligth? 
El viejo que continúa y yo que lo plagio, ya no sabemos cómo va la cosa.    

Hospital general
Así se llama donde cuidan de mí cada que necesito. Todo es maravilla en el lugar, sin faltar el nombre, romanticismo puro.
Más horas de las de por sí obligadas hasta para una simple consulta, paso entre los pabellones, los jardines y las colas que a ratos hago sin motivo.
Las mujeres y los hombres en sus desvelos y sus ilusiones por allí son antiguas enseñanzas renovadas. Con sus semejantes aprendí desde muy pronto cuanto le dio sentido a mi historia.
Uy, las dulzuras, las emociones, las risas, de la larga semana en cama esperando la operación con la cual tramposamente, creo ahora, me le volví irrenunciable.
El gran teatro del mundo, dicen quienes no conocen la hectárea que sublima a una humanidad relatada de la más soez manera.

Paraíso
Viví en el paraíso y dos veces me echaron de allí, digo en Desde la azotea, ¿recuerdan? No fue con Eva, ya saben, sino acompañando a dos niños a quienes les deberé lo mejor que pudo haber en mis cuadernos personales -sigo empleando un amanerado sistema de símbolos (por algo durante aquellos años, insistiendo sin éxito en que Tiempo de caminar quedará bien, me asusté al leer a Carlos Monsvaís refiriéndose a nuestra primera, cursi  generación romántica: No importa qué escriba, sufra tanto y con tan pocos motivos como pueda, jeje).
Mi primera expulsión se produjo cuando el país atravesaba una crisis social cuyas dimensiones no terminé de entender hasta que mucho después revisé estadísiticas. Cierto, veía a trabajadores y trabajadoras por miles, convirtiéndose en comerciantes callejeros, taxistas, etcétera. Conocía a muchos y el proceso resultaba tristísimo, pues ayer eran torneros, paileros, soldadores y demás, orgullosos de una profesionalización que en muchos casos les tomó dos generaciones, peleándose, pongamos, por espacios para tenderetes con ayuda de siniestras lideresas -el empoderamiento femenino estaba a tope entre los ambulantes, según les decimos. 
Enajenaban tambien su propio poder colectivo, adquirido en años de ejemplares luchas que prometían llevarlos a otro paraíso, no como ese mío. 
En el campo la pasaban muy mal a su vez, pues desaparecía el complejo aparato derivado del cardenismo, que materializó promesas hechas por diez años a sangre y fuego -la Revolución, para decirlo en una palabra- y les daba créditos, formas de almacenaje y comercialización y demás. 
Los ingresos familiares se desplomaron, por primera vez la matrícula escolar cayó y, en un ejemplo ilustrativo, el cómic, su industria, no fue ya ni recuerdo, apenas luego de producir y exportar más que los mismísimo Estados Unidos, en términos per cápita, y así se fue a la mierda el modesto acceso a las letras para millones y millones de paísanos alfabetizados y ya, nomasito, y felices con malas, regulares y estupendísimas historietas y ese derivado suyo que encontraban en las fotonovelas.  
Eran los primeros años ochentas, no crean que hablo del pleno neoliberalismo. La sociedad no se repondría del golpazo y tras dos nuevas grandes batallas -por los predios al llegar el sismo de 1985 y la derrota virtual al PRI en 1988- se entregaría.
Yo recuperaría el paraíso y para darle un extra podría dedicarme a otra Ella:
T
Los hijos regresaron a mí y con un cheque modesto pero en sólida moneda extranjera y religiosamente a fin de mes, cuánto de fantástico estímulo recogía entre semana se apuraba a explayarse el viernes por la tarde.
El hacedor de milagros me creía y decidí seguir los pasos de V, quien un buen día dijo Total, y aunque muriera en el trayecto se entregó perdidamente a una de esas criaturas cinceladas en el alma por las películas y los boleros de la vieja época. La esquiva, pues, siempre como de noche con un cigarro recargada en el piano que cantaba sólo para el lujo de ella y sus satánicos ojos prometiendo estrellas y sangre, pongamos a lo dramático.
Mis gracias no daban mayor resultado por sí solas y el empeño fue inútil hasta que los amigos crearon una aureola en torno mío y me condujeron a un lugar frecuentado por mujeres hermosas, despiertas, eufóricas a su vez. De mañana escuché una voz y levantando la cabeza estaba frente a mí quien me pareció cumplía a la perfección los requisitos de la mortal dama.
Tenía bastantes años menos que yo y se me dio el equivocado informe: Se separa de su pareja. De saberla la verdad me habría detenido, llegó tarde y contribuyó a colocarme donde quería.
Era o parecía una explosiva mezcla de altanería y piedad y sus favores o sonrisas se procuraban universalmente. Al mes de coqueteos para ella naturales y así para mí infructuosos, renuncié con una tristeza que la conmovió.
Esa noche, lejos de consumar el entendimiento terminamos en los escalones a la calle con la ternura de mi hombro ganando el derecho a abrir las puertas de ella por algo más que un rato.
No tenía modo ni ganas de evitar el amor por su compañero y la soberbia infinita y tuve que emplearme en regla, no importa cuán a solas plañidero y extraviado me volviera. De modo que aquello se convirtió en una ruda pelea, ejemplificada en el regreso de un paseo a las afueras. En su auto toda ella gritaba alternativamente y sin parar Quédate para siempre y Casi no contengo el vómito, ¡baja!
Años después me vendría un placentero sueño. Era la extensión de la vez en que rumbo al cine, contra su bravucón estilo y sin motivo pidió escogiera el camino y como niña a la deriva remató con lo que los días siguientes confirmarían:
-Vamos por dónde tú quieras.
No había más afán deportivo ni personajes de película hablándome al oído. Había un hombre agradecido prometiéndose cuidar de aquélla generosidad, así la disfrutara por los diez minutos tras los cuales la joven volvería a su justo sitio.
Se acercaba la navidad, me adelantó que preparaba para mí un regalo y durante una semana estuve a punto de perder la razón. Grababa una cinta de música para ella y cuanto escogía acababa pareciéndome pobre, cursi o anticuado. Entré en pánico y decidí no darle nada y olvidar para siempre el asunto.
En días quise echar marcha atrás. Demasiado tarde, dijo, y no supe si yo seguía siendo el de la noche del cumplimiento o el del reto originario:
-Te resistes, princesa. Mejor. Soy la viva imagen del músico ese que me gusta a rabiar, y hoy mismo girarás a mi alrededor como mariposa.
Al cabo de unas semanas, viéndome convertido en una piltrafa me dio una tarde que no fue la reparación del antiguo fracaso, pero al reivindicar la magnanimidad de ella y mis empeños, despejó el camino a años de cumplir mis fantasías con la princesa, procurándome romances en los que asumía el papel demandado por ésta.

-0-
¿Te debo las gracias, T, luego del infame final mucho después? Sí. Sin tu explosiva mezcla yo no habría sido el tamborilero.
Nuestra historia no terminó donde pretende esa viñeta. Durante años nos veíamos a ratos y como por casualidad. 
-Me siguen preguntando por ti -decía una u otro y le robamos tiempo al tiempo para estar juntos sin verbalizar sensaciones ni tentarnos.
Aquella noche en que reeditando el pasado ofreciste llevarme a la estación, por un momento estuvimos cerca de reproducirlo tal cual. Hacía la maleta, te sentaste a mi lado, no había preguntas volando y aun así cualquier cosa habría bastado para entregarnos. 
La escena se reprodujo varias veces por vaya a saberse qué lapso. 
Jamás osaría destruir mi alfombra mágica. Le di alimento como en los días en que trabajamos pared de por medio y me bastaba asomarme un segundo a verte para vestir otra vez el traje. Nada decías al escuchar mi pandereta y su hipnótico resultado.
Ya que no hubo más padre de tus hijos fuimos a una cafetería. 
-Dejemos de hacernos tontos -propuse y movías con desesperación la cabeza como en los tiempos fundacionales. 
Luego me hiciste vivir El resplandor estando a punto de arrastrarme hasta los surcos recién barbechados.

Casi Memphis, Tennessee 
Para Juan y para mí en aquéllos años, autobuses, unos cuantos trenes y caminos a pie, igual si duraban dos días que veinte minutos, nos condujeron a un paseo por las estrellas, de todo tan desconocido. Él se cuidaba de hablar de ello, para completar la impresión de que estar a su lado era mirar un espejo donde el mundo y uno se descubrían al borde de inesperados e inimaginables precipicios.
La primera vez que fue al extranjero lo acompañé. La emocionada forma con la cual aguardaba el despegue del avión, que tampoco conocía, la tradujo en un comentario:
-¡No tienen vergüenza! Uno esperando años para vivir la experiencia y ponen música de dentista.
Yo vacilaba entre lo aprendido y mi natural estupidez, y sólo gracias a él recordé que el mundo no dejaría nunca de ser ancho y ajeno, y que nada había tan falso como la moderna pretensión de andar largas distancias con familiaridad, cruzando pueblos, paisajes y humanidades profundamente distintos a los propios, sin acostumbrar los sentidos y la razón con la extraordinaria calma requerida, de modo que se marchaba sobre la nada, en una suerte de sueño.
Durante el viaje aquel al extranjero J era tan a la vista un hombre arrancado de casa, que quienes lo topaban se sentían incómodos, ni más ni menos que ante un poblador del más primitivo, recóndito lugar. Algo semejante pasaba conmigo y con la absoluta mayoría de los viajeros que cruzábamos, sin embargo los otros nos esforzábamos por presentarnos como cosmopolitas, esa especie que cuando lo es en verdad encarna una extravagancia cercana a la de los extraterrestres: condenados, bíblicos, errantes vagabundos.
Expuestos al continuo, amenazador asombro, la conciencia de la soledad no hallaba reposo sino entre nosotros. Tanto daba entonces pasear por los puntos turísticos de una ciudad, que por sus espinosos rincones, y así una y otra vez topábamos con calles que un vacacionista o un agente viajero no habría visto jamás, en situaciones de las cuales salíamos con suerte justo por nuestra patente, humilde extranjería, que a su vez tomaba por sorpresa a los lugareños, por ello a ratos amables, interesados en el país del que veníamos, cuyo exotismo acostumbrábamos recrear para su beneplácito.
Habíamos descubierto este recurso en una pequeña ciudad metalúrgica digna de una película del cine romántico, donde a las preguntas de un muchacho de diez años convertimos a nuestro país en edificios curvados, campos grisáceos y cielos rojos, cuya existencia él se apuro a compartir con los escépticos amigos.
Por eso en aquél primer viaje no fue del todo un despropósito, por ejemplo, que en el tren a la entrada de la más cosmopolita ciudad del mundo nos diéramos ánimo con una pistola de plástico, regalo de un detergente y de tronido apenas concebible, para enfrentar a la punta asaltantes y asesinos que infestarían el lugar. Cada poco discutíamos luego quién debía portar el arma, a la mano lo mismo en un barrio musulmán que en una céntrica cafetería, pues el mesero representaba no menos peligro que los hoscos rostros a la vuelta de la esquina, y era, por supuesto, mucho más intolerante, metido en el traje de engaños por el cual durante una horas al día podía negar el pequeño, ruinoso departamento esperándolo al final de la jornada.
A los pocos días di el paso inicial en mi primera crisis adulta, no pude salir del cuarto del hotel y nos marchamos para que buscara refugio. Al separarnos en un puerto de un tercer país, viendo a J alejarse por el muelle con un libro de poemas, supe que la mejor parte del viaje le estaba por venir, ahora sin la obligación de decir palabra sobre la realidad que se le escapaba y no revelaría sino lo poco que permitieran años de madurar dentro de él.
Para el paseo que quiero contar, la cuestión apareció de una distinta manera. La otra ciudad cosmopolita, punto de arranque de la ruta que curiosas fantasías me llevaron a plantearle, lo inquietaba particularmente, y para tranquilizarlo le aseguré que sí éramos capaces de sobrellevar la nuestra, cualquier cosa en la visitada resultaría pan comido.
No lo hago de momento pues después de cuarenta años ese par de meses no terminan de madurar en mi cabeza. Sólo adelantaré que Juan cumplió el viaje a cabalidad, solo, apenas hace unos días y pudo contármelo en unas breves líneas de correo.
-0-
La vida es curiosa y las intimidades de Tenneesse llegaron a mí buscando a Bryan O´Donnell, a los antecesores de sus compañeros en el ejército, los pueblos del continente contiguo al Niño de Piedra y la infamia tras cuyo rastro anda Demasiado humano. Entonces aquel loco viaje que inesperadamente propuse a Juan, lo ordenó el futuro.
Entre 1770 y 1830 ocho millones de hombres y mujeres de la costa atlántica siguieron la caída del sol tras los Apalaches que el gobierno británico había impuesto como barrera a la colonización, hacia la asombrosamente pródiga cuenca del Mississippi y más allá, rumbo a las Rocallosas.
La tierra, confundida, se conmovía con la avalancha humana, con su peso de carretas, caballos y embarcaciones cargados con todo lo imaginable y su brutal estrépito de hierro y madera, de disonantes voces de cerdos, reses, perros y gallinas. La prensa y las memorias de la época trataban de apresar en números la impresión del tumultuoso precipitarse atravesado por una fe en la que se creía reconocer las trompetas de plata de Moisés anunciando el reino de Israel:
“En un mes, la villa de Robbstow vio pasar 236 carretas.” “Informes provenientes de Lancaster establecen que se contaron en una semana 100 familias que cruzaron la ciudad.” “Por Eaton pasaron 511 carretas con 3,066 personas en un mes.” En el mismo Muskingum de las mágicas semillas de calabaza, un probable conocido de los Taylor contabilizaba 50 carretas en un día, mientras los ríos se sembraban de pontones, lanchones y chatas.
Era una historia de grandes esperanzas y sufrimientos. “Una familia compuesta por 8 miembros, en viaje de Maine a Indiana hizo a pie los más de 600 kilómetros a Eaton, Pennsylvania.” “Un herrero de Rhode Island, en pleno invierno cruzó Massachusetts rumbo a Albany (alrededor de 300 kilómetros). En un carrito iban algunas ropas, algunos alimentos y dos criaturas. Detrás marchaba pesadamente la madre, con un pequeñuelo en brazos y 7 niños más a su lado.” El diario de un observador daba cuenta de un par de embarcaciones improvisadas, amarradas una a otra, con cabañas construidas en lo alto, que transportaban a familias y granjas desmontadas con todos sus efectos, en una especie de hogar viajero sostenido por sus rutinas, cuyo símbolo era una anciana con anteojos que en una silla se entregaba a su tejido.
Se instalaban en un lugar que parecía bueno, otros pasaban de largo dejando el rumor de nuevos y mejores lugares. Entonces los más arriesgados o los menos favorecidos tomaban de vuelta el camino. Eran tan frecuentes las mudanzas, que un futuro presidente aseguraba que a uno de sus vecinos todos los años en primavera las gallinas se le acercaban y cruzaban las patas, aguardando que las atara para el viaje.
Un recuerdo éste, tocado por el mismo impulso de imaginación que hacía florecer con clavos a una barra de hierro y que sólo así era capaz de recoger los auténticos milagros de la aventura que en menos de medio siglo multiplicó por seis el territorio de las trece colonias primitivas. La aventura dejaba en la mentalidad del país una huella imborrable y consolidaba y definía a la democracia nativa. Así, privilegiando la anécdota, subrayando los rasgos excepcionales o caricaturescos de la realidad, vacilando entre un agrio y desenfadado humor y un gusto a Viejo Testamento, se construía una percepción del mundo, una memoria y un habla que contribuirían decisivamente al surgimiento de una religión, una conciencia y una literatura nacionales.
Una larga serie de estereotipos estadounidenses estaba ya presente en el río de historias que desde el Oeste prosperaba entonces por el resto del país. En la anécdota, por ejemplo, del viajero que detenía su caballo donde el lodazal de un camino se volvía infranqueable y descubría un sombrero sobresaliendo del fango, que se agitaba. “Al viajero comenzó a helársele la sangre, pero juntó suficiente coraje para levantar el sombrero con su látigo de montar. ¡Cáspita! Debajo apareció la cabeza de un hombre, que se volvió hacia él y exclamó: 
“-¡Hola, forastero! ¿Quién le dijo que me hiciera saltar el sombrero?”
Reponiéndose de la sorpresa el forastero se preparó a bajar del animal para ayudarlo, pero el otro lo contuvo:
-”¡Oh, no se preocupe usted! Verdad es que estoy en un aprieto, pero tengo debajo mío un excelente caballo, que me ha hecho atravesar sobre su lomo más de un sitio peor que éste. Nos las arreglaremos.”
Se necesitaba en verdad humor, capacidad de sacrificio y decisión para emprender una tarea que, por lo demás, para muchos era una especie de obligación. “Consideremos el caso de los desheredados, sin una hilacha de su propiedad, deslomándose en el trabajo y no obstante siempre con el fantasma de la cárcel de los deudores ante su vista: ¿cómo reaccionarían esos hombres frente a la posibilidad de recomenzar en una nueva región.” O a un labrador que roturaba la tierra hasta agotarla o que “desde el primer día tuvo que luchar con un suelo pobre o pedregoso”, para quienes la promesa de América no se había cumplido o sólo en términos miserables.
Eran seres humanos que tras las flechas de los indios encontraban a las de los mucho más peligrosos bancos, que cada poco amenazaban aumentar los intereses o expropiar las tierras adquiridas a los grandes concesionarios del Estado. La avanzada de los colonos entre el Muskingum y el Ohio, pongamos por caso, había sido precedida por la compra de derechos sobre 600 mil hectáreas, de parte de una compañía dirigida por un general y un reverendo, a la ganga de 20 centavos por hectárea. Para el colono los dos dólares o el dólar y cuarto al cual se redujo luego el precio -de seis a diez tantos de ganancia, pues, para los especuladores- en principio podrían parecer más que razonables, pensando en las virtudes de suelos, climas y aguas a tal punto de veras anchos, favorables y abundantes que frecuentemente permitían sembrar sin haber roturado y que entregaban dos cosechas por año. 
Pero para hacerse del lote tipo, de 640 acres, la absoluta mayoría debía recurrir al crédito de las instituciones del Este, que medraban tan a gusto como los concesionarios. Dos o tres letras se acumulaban y los colonos recibían los anuncios de lanzamiento, que los incitaban a la revuelta. Así había sido desde muy pronto, en presagios de auténticos conflictos de clase. Comenzaba la gran empresa cuando en 1786 multitudes de granjeros, dirigidos por un capitán retirado, llevaron su coraje hasta amagar con el asalto a un arsenal y no desistir de entrar a la mismísima Boston sino porque milicias de honrados ciudadanos los forzaron a retirarse a los bosques y rendirse, mientras la caballería formada por probos e iracundos estudiantes “sembraba el terror entre las familias campesinas”. Revueltas que si entonces y más tarde no llegaban a extremos era por la alternativa de marcharse y recomenzar, hacia el prometedor horizonte contemplado por Jefferson. 
Descendientes de esos colonos son quienes en 1846 forman el sector de soldados nativos del ejército regular estadounidense, con los cuales departe Brian O´Donnell.
-0-
En este punto, nietos, lindamos con otros dos cuadernos: Para morir iguales y Demasiado humano y con la música que preside todo, cuyas razones explico en Última función, aquí en un breve derivado.
¿Y la ¿Una novela? y Cronicando, con que iniciamos? Habrán olvidado ya de qué iban, jeje. Esperen un momento más, ¿sí?

Volver a los diecisiete
No hay día sin que escuche a Bob Dylan de ida y vuelta por la Autopista 61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y salir de inmediato por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde se diría no pasa nada, o desviándose hacia un valle en cuyo fondo se guarda la más misteriosa mujer, ante quien rendirse sin esperanza.
Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo:
-¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala.
Detrás de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una -legítima preocupación por el género.
Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete.
Entonces un jueves por la tarde estoy en Villa López, Chihuahua -cinco mil habitantes-, en un patio que un pino-estatua y un álamo sombrean, columpiado por las voces de tórtolas, zanates que aquí de los graznidos pasan al gorjeo y los para mí casi míticos cenzontles. Don Ramón bebe un vaso de agua para aliviar la ronquera de hora y media sin parar hablando a mi grabadora, con sus casi perfectos noventa y cuatro años que giran en torno a un ejido –dotación de tierra colectiva.
La tarde está cerca de coronar lo que empezó en Gómez, como llaman los lugareños a una de las ciudades que forman La Laguna -el altiplano seco e interminable del norte mexicano, el cielo en una de las versiones azul pálido y nubes rasgadas.
Un auto cada minuto en ambas direcciones por la avenida principal, frente al auditorio donde mujeres de las colonias, trabajadores y trabajadoras de una docena de sindicatos, preparan un primero de mayo especial.
Entre una y otra estación del viaje en el autobús sin horario fijo Benedicto pide al chofer dejarnos en la tercera y no en la segunda gasolinera de Ciudad Jiménez sobre la carretera, como debiera, pues ahí esperan Martín y su Chevrolet 1981, cuya facha queda perfectamente definida por el preció: cinco mil pesos.
Luego frente a un caldo de camarón en el Cangrejito Playero, tengo el honor de compartir con Juan facha Gepeto, el exlectricista y agitador de Chihuahua capital, y las casi cuatro décadas de fiereza del lagunero Domingo, más conocido en el rancho que el presidente municipal.
En otra parada, en el diario que les destino escribo al futuro de los nietos:
“Quisiera no estar tan cansado y no echar la siesta, que es justo el tiempo, pues a occidente el reloj se me adelantó una hora. Quisiera, los nogales de la calzada."
Volver a los diecisiete. Al final de San Ecatepec de los Obreros digo que hace treinta años y cinco años tuve que marcharme de ese municipio industrial y que no me recuperaba hasta hoy. 
Hoy es ayer y no ahora... confío.

Entre la dictadura y la graciosa huída
Esto es lo último que escribí, creo, para La ilusión..., hasta ahora, jeje.
Nuevamente lo primero es lo último escrito.

La cuestión sube de tono. ¿AMLO atrae panistas o es copado por ellos? Aquí Espino arenga, Obrador en medio y a su izquierda Germán Martínez:
Una cosa es Tatiana Clouthier, que mantuvo siempre una línea de confrontación con el poder, y otra estos dos tipos, quienes sumados a Gabriela Cuevas y anexas, estuvieron al frente del intento de desafuero en 2006 o que son llanamente ultraderecha. Están desplazando al círculo cercano que AMLO se hizo en su partido, culpable por sumisión y nada más. Si fuera cierto que Peña Nieto pacta con "la esperanza de México", tendríamos un cuadro escalofriante. Y aun de ser falso esto último, sumando los espeños por quedar bien con almirantes y generales, el cuadro es muy maderista.
Completémoslo con la descomposición del aparato partidario, por inercia y desplazamientos que hacen espacio a trasfugas recientes del PRD y al PES, y la pregunta es: ¿con quién gobernarás?
Los principios a volar, estamos de acuerdo, pues hay algo superior. El resto ya no se reduce a estrategias.
En fin, mejor para lo que vendrá, más allá de la efímera y entrecomillada Cuarta República.


Quitando los momentáneos enojos, todo marcha sobre ruedas. Ganará AMLO, deberán reconocérselo y luego vendrá el movimiento social y civil a rescatarnos.
Lxs morenos se asombran esta noche de que Manuel Espino, ex dirigente panista y yunquista (ultraderecha) coordine los tratos con organizaciones ciudadanas. Señores y señoras, si el citado les previno hace dos meses. 
¿No se trata de ganar a toda costa? Pues traguen, jeje.

CASI TODO (SOLO CASI) LO QUE 
PUEDA HACERSE PARA QUE ESTXS PUERCXS SE VAYAN SIN LLEVARNOS 
AL MATADERO, BIENVENIDO.

Ahí está, el gran momento de Obrador hasta ahora. En fondo debería sonar la famosa canción con Robert Plant y Jymmy Page al frente. 
"AMLO destroza a periodistas de Tercer grado", titula un pejezombie. Alguien que reza también por el triunfo del tabasqueño pero tiene sentido crítico, opina:
A otros no se nos fueron tres pequeños detalles del en verdad gran momento escenificado anoche, pues AMLO ciertamente se vio bien. A saber, jeje:
1. "Yo creo que si se aclara lo de Ayotzinapa (...) se va a fortalecer una institución que es muy importante (...) el ejército", dijo el candidato y uno, sacástico y como mero ciudadano, pregunta ¿hablaba de depurar a las fuerzas armadas o estaba validándolas y se acabó el ¡Fue el Estado!, que documentan el Grupo Interdisciplinacio de Estudios Especiales, perteneciente a la CIDH, periodistas especializados y organizaciones nacionales expertas en la cuestión -bueno, quizá lo fue, sin uniformes militares, responderá quién sabe quién, mintiendo tanto como la "verdad histórica" oficial y sus ¿dos? lígeras correcciones-?    
2. Hincada, escuchando el requinto, Pejezombilandia tiene un orgasmo:
¡Carambolísimas, Chomsky está de acuerdo! Se deben "distinguir dos sistemas de poder: el político y el económico”. El tema es complejo, al parecer, en palabras de un tercero: el poder político es "divino" y "está por encima del bien y del mal, y el poder económico: el material. Marx se llevaría las manos a la cabeza pues "no dividía al poder de la clase dominante que se ejerce a través del Estado capitalista". 
Haiga sido como haiga sido, el Peje no piensa en éste o aquél. Quiere conciliarlo todo. Agua y aceite, se entiende, nacieron para ayuntarse.
La frase, digamos por no dejar, es ge-nial, ¿o no, Sr. Sentido Común?
3. El que así habla compara su proyecto, ahí nomás, con nuestras Independencia, Reforma y Revolución. La Cuarta República, según le llama, llegará haciendo tabla rasa del pasado y con órdenes giradas desde Los Pinos a nuevos Melchores Ocampo, Riva Palacios, Guillermos Prieto, Ignacios Zaragoza y síganle por el magnífico paseo que corta esta ciudad capital, estatua tras estatuta de hombres cuya generación será única hasta el Apocalipsis, jeje -y eso que no me cae bien su obra.
La significación de lo que apreciamos este viernes se subraya tras las contundentes declaraciones hechas por el gran empresariado contra Obrador:
VA DESPLEGADO DEl CEE. LUEGO, SERA. PERDONARÁN, ANDO CANSADO, JEJE. 
(Y ora sí llegó el último viaje sin más, para este firmante individuo, pues me odian bien y bonito, jeje.
(Que por fortuna AMLO ganará electoralmente, ni duda, como advierte el operador de la guerra sucia en contra suya durante 2006: https://twitter.com/Megafono_Mx/status/992217860876488704)

PD terrible, que apoya el runrún soltado por el Frente (PANPRD), sobre un acuerdo entre Peña Nieto y AMLO (y no está mal, dígome yo, si así fuera): https://www.animalpolitico.com/2018/05/tribunal-electoral-spot-mexicanos-primero-ninos/.
PD de la PD para parvulos. 
Se asombran de esta nota porque hace mes y medio leyeron con el culo los coqueteos entre Slim y AMLO (pasar a la nota corresondiente, sabe cuál, en este blog jjjjjj)
http://www.lapoliticaonline.com.mx/nota/111643-el-gabinete-de-amlo-no-descarta-una-negociacion-con-epn-y-slim-para-seguir-el-nuevo-aeropuerto/
Slim, por cierto, no firmó el desplegado. (Agregado: EPN entra en los tratos, jeje.)

PD de la PD PD "alivíante, Yo", jeje. 
1. En ciertos ciertos círculos muy altos del poder, cuentan los chismen, se asegura que Videragaray y otros negocian en Washintong un buen recibimiento de AMLO.
2. El propio Consejo Coordinador Empresarial declaró hoy que no tiene problemas con quien llegue.
3. En la entrevista Don Peje hizo propuestas muy interesantes. Hasta Cuarta República le ando creyendo, tras enojarme, si como él mismo advierte: Será obra de millones de héroes anónimos. 
Si tiene el talante, amigo, bienvenido sea. Mesías autoconcebidos y creados por las mayorías no aparecen cada tercer día... durante unos meses, nomasito. Sirva usted de Madero, pues, de quien su señora -¡Dra, válgame dios!, ¡e historiadora y escritora! (mala, jeje) dice: El pueblo no lo mereció (no pongo comillas por no certificarlo en un video) ((no mereció a Madero, no merece a AMLO y, en consecuencia, no la merece a ella, jeje) ((en esto tal vez se parece a la muy pilas y honrrada Tatiana Clouthier, mano derecha de Obrador (((¿o inconsciente cerebro, a estas altura?; ¿es ella la que lo anima a recibir a Espino y antes a Germán Martinez y Tal Cuevas, también ultraderecha panista?; ¿debe tenerse cuidado de la además muy guapa mujer?).
-0-
Ahora sí debemos volver a lo pospuesto. 

¿Una novela?
-Ya está la cena, B.
Las sirenas, las voces del abuelo, Agustín y los demás discutiendo.
-"Esta es la cara del Katún, del Trece Ahau: se quebrará el rostro del sol. Caerá rompiéndose sobre los dioses de ahora...” -dice un coro quién sabe dónde.
-"El mar será un fluido rojo y el cielo como sangre
"Sangre roja de guerra teñirá el mundo hasta la cumbre de los montes..."
Nuevas frases se suman, hasta el infinito.
-Ya está, siéntate.
¿Cómo describir a A entre titubeos, para tenerla en el momento que sólo puede darse una vez, si hay suerte? Aunque sea aparición, no la dejaré marchar. ¿De exigirme abandonar mi sueño, el otro, lo haría? Imposible imaginarla pidiéndolo. Creo aun que sin él yo carecería de sentido a sus ojos.
-Ella.
-Él. Apenas nos hemos tocado, ¿te das cuenta? ¿Sabes con quién pensó mi mamá que iba a casarme, cuando le conté?
Contesta mi rostro, gesto de muchachito, según el espejo. 

-Por la noche me descubrió llorando.
Algo estalla lejos con una fuerza inusitada.
-¿Qué tan duro va a ser?

-Ni idea.
Quien se sorprende soy yo. A puede pensar que conozco en detalle cómo evolucionan los hechos, y con trabajos dispongo de información sobre este lado ahora a la espera.
-Mando un mensaje a mi hija.
Yo recibo. "¿Y eso, pa?" "¿Dónde fue? ¿Estás bien?"
Quisiera a los nietos cerca. Porque la explosión se produjo, más allá de mi demencia mayor o menor. Nunca escuché una en este país acostumbrado a sangre por toneladas. La muerte adquiere otro rostro.
Llegan mensajes en retahila y juntos precisan el instante. El poder apuesta por una lucha interna.
Congratulémonos. Había la impresión de que golpearían sin medida en un sector popular organizado, provocándose.
-Esta noche pensemos sólo en nosotros -digo para ganar el minuto a minuto que necesitan muchos años madurados entre ambos.
Despierto otra vez. ¿Soñé reglamentariamente o con los ojos como platos?
¿Y Ella?
-A -grito por ver si solo salió del cuarto.
Amanece y el abuelo se planta en la puerta.
-Seguimos esperando.
Ando tras sus pasos. Allí están todos. Representan a La corte de medianoche que surgió de unos escritos para los nietos.
-Llegó el momento -dice él.
Callo pues quizá mal interpreto. Mi compromiso es contar sus historias, no más.
-"El mar será un fluido rojo" -recita O´Donnel y El niño de piedra se encima:
-Los blancos no son huéspedes de un momento; han llegado para hacerse amos de todo y es preciso liquidarlos. ¿Recuerdas la revuelta del jefe Pontiac?

-No debe bajarse la guardia ni cuando se cree el triunfo en las manos -vuelve mi abuelo.
-¿Triunfar? Ahí afuera están al principio.
-El principio del final.
-¿Sabes algo que no me hayan dicho?
-De hoy y de mañana.
Se escuchan pasos. Es A, que viene por el pasillo.
En un parpadeo quedo a solas, ella entra.
-¿Sientes mi ausencia en la cama el primer día?
-Pierdo la razón, veo cosas que no existen, soy incapaz de distinguir entre fantasía y realidad... incluyendo a ti.
Pega su cuerpo al mío.
-J, no desconfíes en nada de lo que pienses o sientas. Pagaste el derecho. A mí, por ejemplo.
-¿Ves? Esa frase es puro delirio.
-De los dos, entonces.
-¿Nos encontramos en el sueño de cada quien?
-Sí. Unos que empezaron hace muchísimo.
-Demasiado diálogo -pienso. -¿Novelo y en consecuencia da lo mismo?
Ella atiende con amoroso detalle mis gestos, el ritmo de mis silencios y palabras.
Suena la música africana que me embelesa. Sobre una sencilla, repetitiva base, es hipnótica y nuevamente ideal.
Daría la vida, sí, por Ella. Vengo haciéndolo hace ya no importa cuántos años o segundos. Siempre en el tiempo el secreto, hoy se trata de transgredirlo. Finalmente "todo lo sólido se desvanece en el aire", ¿cierto?
¿Por qué pienso o escribo eso? Anda, dímelo, A, si estás en mi cabeza y no ahí, cuerpo contra cuerpo, tan marea el tuyo, bamboleándome sin moverse. Ya caigo. Nos hablamos en silencio, ambos a través mío, y el tiempo...
-Dime algo sobre el tiempo -le pido.
-¿Reinó?
Tú dictas, yo escribo, y los demás hacen otro tanto, ¿niéguenlo?
Dije que amanecía porque los pájaros así indicaron. El sol es un presagio por su pálido anuncio tras las montañas y la ciudad tiene calidad de sombra. ¿Cómo pasaron las horas, si Ella llegó casi apenas anochecer?
Luego del estallido busqué fuego inútilmente y ahora hay humos en columnas por varias partes. ¿Fue un golpazo simultáneo? Imposible con tal precisión. ¿Por qué nadie llama o mensajea? El celular está descargado.
¿Sí?
-¿Y tu computadora? -pregunta A volviendo a adivinar.
-Se fue la red.
Reviso el teléfono. Muerto. Queríamos una batalla a ras de suelo. Ya está. ¿Quién produjo los humos?, ¿ellos o nosotros? ¿Y cuáles nosotros? La organización tiene una extraordinaria horizontalidad y así el impulso queda en manos de cualquiera.
-Ni un murmullo.
¿Y los vehículos militares? La policía quedó fuera, sin duda. ¿Así nada más? ¡Tampoco pasan aviones, todo en una ciudad gigantesca! Antes en mis fantasías salíamos de entre la tierra.
El país a minutos de que empezará este enredo era tangible, como mi participación en él.
-También lo demás -dice el abuelo.

Volteo hacia A, quien lo contempla sin asustarse.
-¿Se pueden ver?
Contestan con un movimiento de cabeza.
-¿Contento? Ahora atendamos nuestros asuntos. Estás adelantado varios días y así tienes tiempo de informar a los demás.
-¿Quién crees que soy? Tú dirigiste una república en guerra. Mi lugar es muy modesto.
-Hoy todos están obligados a trascenderse. Está en juego una nueva civilización.
-Sé, pero no aquí y ahora.
-Aquí y ahora, o ayer para tus efectos. Entre la explosión y esta madrugada se decidió el futuro en buena parte. En buena parte, nada más.
-¿Y qué pretendes que haga?
-Cuéntalo.
-¿Cómo?
-Ten.
Pasa un legajo: actas, publicaciones, fotos, mapas, en papel. La era cibernética parece recuerdo.
-¿Nuestros hijos cómo están, y mis nietos?
-Bien, los cinco. Marcha de una vez. 

-¿Adónde?
-Tú sabrás.
Ella me extiende una chamarra. Está preparada para salir.
Sí que trabajé por ti, seguro de que no te tendría, y sí que llegas a lo exacto, le digo sin decir.
-¿Cómo es el diálogo de nuestra película?
-"¿Cuánto dura el mañana?"

-"La eternidad y un día." La mujer murió, él es derrota social pura.
-Abrázame.
Fin del primer capítulo, debería escribir pues así conviene al relato. Estando en presente no hay modo. A menos que... 

-Ven, durmamos.
De súbito la ciudad susurra y se le enciman sirenas y un pesado andar mecánico.
-El ejército. ¿Qué día es?
-Jueves.

-No, la fecha.
-Dieciocho.
Reviso. Sesenta y tres mensajes.
-Ya hay señal. ¿Tu computadora tiene clave?
-Vamos. 

-Dejas esos documentos.
-Imagina cuando los muestre: actas de asamblea celebradas dentro de dos semanas, etcétera. Luego ideo la manera.
En la calle gorriones y tórtolas festejan de una extraña forma.
-Te quiero -dice ella y nos besamos aprovechando el perfume de la jacaranda que se abre al día.
Los voceadores discuten frente al periódico en lugar de trabajar, y en cambio el ir y venir es común, a cuentagotas por la hora y sombrío, en el país del horror y sus esfuerzos para continuar como si nada.
Recuerdo los versos: "En la calle codo a codo/ somos mucho más que dos". A no comparte ni repudia mis ideas, y cree en ese dos, aunque por plazos pareciera olvidarlo, según yo, que me equivocaba desde aquéllos primeros días.
Amor a primera vista, dicen con razón y hay casos a millones. Así fue el nuestro. Sería largo contar los mil pequeños detalles del inicio (Las mil cosas con M).
Tras las primeras miradas a lo lejos apenas pude aguardar por el recreo, y se notaba.
-¡Despabila! -decía este y aquél compañero, dándome un zape en clases que extrañaban mis ocurrencias toleradas por maestros.
Sonó la chicharra y corrí al patio evitando el circo que celebraba nuestra efímera liberación. O pretendiéndolo, porque un payaso no cambia fácilmente de traje frente a los demás, y así apenas pasados dos minutos ya estaba involucrado en el burro pateado del día.
-Uno por mulo -decíamos imberbe tras imberbe saltando a quien no escogió la suerte sino las triquiñuelas del poder, para darle un golpe, él doblado por el talle hasta tocar tierra con las manos. Luego Dos, patada y coz, hasta el Dieciséis, muchachos a correr. 
En el Cuatro la vi. Sus increíbles ojos grises se gustaban en mí a la distancia, y aproveché una distracción para aproximarme sin más aspiraciones que sentirla cerca y amigármele. Pertenecía al selecto grupo de jovencitas cuya madurez o hermosura volvía inalcanzables, presas solo para universitarios.
-Me rindió lo que evitaba desde niña por sutil, imperiosa orden de mi padre: el desparpajo y la llana alegría -diría si le preguntara hoy rumbo al Metro.
-Está abierto, funciona.
-¿Tienes tarjeta? Yo, ya sabes...
Nuevamente la historia completa vacila. Uso credencial del instituto para la vejez y A ronda los cincuenta.
-Extraños caminos de Santa Utopía -pienso animándome y con un poco de humor al fin.
Esas cavernas de la ciudad son su mejor termómetro y cuesta trabajo leerlas por el cansancio acumulado en cada una y uno y el reparo al espacio público. Hay una tensión inusual, que no puede traducirse...
-0-
Cumple tu papel, Franscico I. Madero versión 2018, y hazte a un lado con la entrecomillada Cuarta República. No nos dejarás sin ¿Una novela?, jeje.
Ana, nietos, viene como la Inesperada de Última función, en carne y hueso.

Ana primera
En Una ventana (2) se lee:
¿Tengo nietos naturales y adoptivos, una Tic y una relación con ella como la que describo? ¿Fumo, al menos?
Aquí todo está sujeto al debido proceso, dirían los leguleyos.

Hay unos parrafos dedicados a A, por Ana, que recuerdan cómo escuchamos por primera vez ese disco: 
Pusé al final la canción que debió sonar desde el principio y no aclaro las razones de su importancia, a más de lo muy buena que es y así cuánto representó en los fanáticos como nosotros.
Apareció seis meses después de separarnos.
Me odiaste por ceder y volví al hogar paterno con el rabo entre las patas no a ojos de papá y mamá, a quienes vendía cualquier mentira, sino ante los míos.
-Si ayer valía nada hoy no merezco estar en la tierra -pensaba sin mínima intención suicida pues Uno me sembró a conciencia la fe y bastaba el vuelo de una mosca para que vivir fuera experiencia inenarrable.
Tuve pretexto para no entregar el trabajo, hasta mi fiel patrocinador se cansó y tú no llamabas ni lo harías nunca, tenía por seguro a pesar de lo que dijiste al despedirnos.
Volvieron las manifestaciones por Vietnam y fui más atrevido, marchando a solas, yo, un cobarde natural. De darse todos los días el ánimo andaría relativamente bien y como las convocaban según había necesidad, para encontrarlo debía seguir bebiendo, cantando y echando cascaritas futboleras en nuestra universidad, y como habitual del falso barrio bohemio. 
Advertí que esta historia pertenece a tres y la tercera persona, Luisa, me buscó. Conociéndo mis miedos, sabía que resultaría inútil invitarme adonde era obvio estuvieras y hurdió una pequeña trampa. 
-¿Al mercado de Portales? -le pregunté con suspicacia, pues si ella tenía por nueva manda conocer la ciudad, el sitio me pareció exótico para sus lecciones. 
Tu mirada y la mía estuvieron a punto de asesinarla cuando nos encontramos. Llevaba una bolsa reglamentaria para el supuesto objetivo y sacó el álbum envuelto en uno de los hermosos papeles que discurría, con un lazo rojo encendido que anudó dibujando la intrigante figura cuyo mensaje tardamos en descifrar.
-Es para los dos -dijo y dio media vuelta.
-Qué dificil eres, J.
Agaché la cabeza cuando tu mano acarició mi cabello.
-Levántala.
J lloraba y eso te derrumbó. Los hombres, hasta yo tan poco masculino, estrujan al verlos llorar.
-¿Lo oímos?
-Sí -conseguí responder.
Buscamos a Luisa porque hacías de su chofer y no estaba, claro.
-Esa mamá... Se fue en taxi.
Habíamos alcanzado la calle y frente a nosotros se alzaba un hotel de paso.
-¿Tendrán tocadicos? Ven... Ya sé, pero por una vez -preguntaste y contestaste buscando una tienda.
Tu clase aborrecía los derroches y la mía no podía permitírselos. La diferencia era la tarjeta de crédito.
Escuchamos repegados sobre la cama y sin movernos. No habría álbum mejor para nosotros y esa media mañana lo supo apenas hasta el último track.
La canción se repitió muchas veces en automático y volvió el idilio que ahora detendría tu curso -mira cuán casualmente afortunadas las palabras- sobre herramientas de precisión, tomado lejos. Empalmaría con mi viaje y así la vida decidió por nosotros.
Eso sí: yo no sería más el simple aturdido. En adelante tropezaría con un propósito, aunque solo tú lo entendieras.
Demos gracias al Mr. Teníamos dieciocho años y el lazo representaba ¡el fin del patriarcado!

Mauritania
El blog apenas puede con la primera entrega de nuestro diario: Inesperada. ¿En cúal va hasta aquí? 
Entre Féz y Nuevo México quedamos no recuerdo dónde. ¿Y si la marcha ahora me condujera a ese fantástico viaje que reúne dos, uno tuyo y uno mío compartidos de distinta manera? A Mauritania, insistirás otra vez, jeje.
La luz. Los secretos están en ella. 
Era 1991, Tic, y andar por allí tenía muchos riesgos, dijeron. Hay paises en que un hombre como yo puede confundirse con los lugareños. Desde luego ni soñarlo esa vez, jeje. Espera, busco fotos de internet. Mientras encuentro: sino llegaba al Atlántico y veía siquiera algo del desierto, no tenía caso -en un decir, dese luego; cualquier cosa venía a cuento para un completo extraño. 
Qué importa qué vi. Tal vez nada, jeje.
-0-
Entre Fez y Nuevo México. Tengo que traer aquí algo de eso, nietos e Inesper, a quien sumo como interlocutora siéndolo desde el principio, ¿verdad, amita?
Por esos años, amita, te hacía de chivo los tamales, según decimos en nuestra tierra, para lo ya explicado. Con la llamada T.




¿ESTO VA, PARA ILUSTRAR LOS DÍAS ANTES DE El último viaje?
Interferencia
¿Trescientas sesenta mil aprobaciones
a esto? ¿Qué le ven?
PRUEBA DE LOCUCIÓN: https://soundcloud.com/jorge-belarmino-fern-ndez-287233220/warrior-1-entrada
INTERFERENCIA EN LA SEÑAL.
REPORTERO: Aquí Reporteando. ¿Me escuchas cabina? La señal es terrible. Estoy en Titilichín Tadeo, estado de (INFERFERENCIA QUE NO DEJA ESCUCHAR LA SIGUIENTE PALABRA). (PASOS SOBRE TIERRA.) Voy a acercar el micrófono a la boca del cráter. (VA APARECIENDO UNA ESPECIE DE CREPITAR DE LAVA, ENTRE LA SEÑAL SIEMPRE MALA. CAMBIOS DE TONO DEL REPORTERO, OBVIOS SEGÚN EL TEMA.) Cabina, no puedo comunicarme con mi familia... (VOCES IMPRECISABLES, QUE SUGIEREN ALARMA. IR Y VENIR DE MÁS PASOS SOBRE LA TIERRA, INQUIETOS.) ¿Escuchan? El cráter lo produjo el meteorito o el proyectil extraterrestre o de algún grupo malévolo de la oposición o del gobierno, no se sabe... (AHORA LOS PASOS SE CONVIERTEN EN CARRERAS Y HAY FRANCOS GRITOS Y LLANTOS.) Cabina, por favor, comunícame con mi mujer... Habrá un estallido infernal, dicen los especialistas... No cabina, no tengo modo de salir de aquí a tiempo; además es inútil... Piden guardar la calma... No, cabina, no sé sabe cuántos morirán... (TODO ES ABSURDO.) Dicen que desaparecerá el continente entero... ¡Cabina, cabina, ya viene!
FADE DE EFECTOS EN FONDO A "LA GUERRA DE LOS MUNDOS", DE ORSON WELLS. SALTARSE LAS BABOSADAS DE LA PRESENTADORA.
CONDUCTOR: La radio es el mayor mago, el gran ilusionista en la historia del mundo. Con solo sonidos puede hacer que creamos cualquier cosa. 
SUBE Y BAJA "LA GUERRA..."
A las ocho de la noche del domingo 30 de octubre de 1938, una sombría voz interrumpió una emisión radial para advertir a los estadounidenses: «Señoras y señores, tengo que hacer un grave anunció… "Las palabras que siguieron, emitidas en un programa que se difundía a través de una red que abarcaba todo Estados Unidos, causó pánico. El conductor anunciaba que los marcianos habían aterrizado y barrían toda resistencia que se les oponía, en sangrientas batallas. 
Así inició la fama de Orson Wells, entonces director de teatro, que luego produciría extraordinarias, inolvidables películas.
Setenta y ocho años después aquí estamos, en Radio Warrior, y puedo decirles tantas verdades o mentiras como quiera. Eso hacen las estaciones comerciales, ¿no?
(FADE DE WELLS A 
En nuestro caso el compromiso es con la neta, que no es verdad así nomás, sino la verdad que en buena onda creemos.  
Uy, me estoy poniendo filosófico, y no se trata de eso.
La música que escuchamos es de un grupo de talentosas mujeres de Nuevo León, que tocan en la calle.
Cambiemos de tema para escuchar a un gran escritor (EDER, NO SÉ SI SE PUEDEN USAR ESTE TIPO DE MATERIALES, POR DERECHOS DE AUTOR; POR SI ACASO DESPUÉS PONGO EL TEXTO, PARA LEERLO): 
Julio Cortázar, se llamaba este gran escritor argentino. Lo que escuchamos es de su novela Rayuela.
(CAP. VII: Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.)
Ahora vamos a la asamblea nacional que nació en enero con el gasolinazo y que ahora se propone un gran cambio en el país.
Antes expliquemos brevemente. Los cinco últimos gobiernos de la república prepararon la privatización de Petróleos Mexicanos, que como sabemos pertenece hace mucho al Estado. O sea, vender la empresa, petroleo incluido, desde luego, como hizo con Teléfonos de México, bancos y otras muchas más cosas.
De Pemex depende gran parte del presupuesto público y para justificar la venta por pedazos y a largo plazo, se dedicaron a ordeñarla sin dejarle un peso para reinvertir. Mientras, los encargados la saquearon, de plano, y hoy no es un secreto que los carteles de la droga controlan una buena porción de los ductos.  
Dejamos en gran parte, pues, de refinar el petroleo para gasolina, diesel y gas LP, y hoy nuestras refinerías trabajan al 37% de su capacidad. Así nos convertimos en el primer comprador internacional de esos productos a los Estados Unidos. Grandes empresas se benefician con ello. A su cargó queda el manejo del 70 por ciento de los combustibles.
Reforma energética, se llama al conjunto del proyecto que fue dándose por pasos y se hizo ley en 2016. Resultó ya inevitable la liberalización de la compra y venta y para festejar el año nuevo los precios aumentaron en 20 por ciento, para continuar los incrementos en febrero. Y con ellos, la respuesta popular más intensa en décadas. 
Este es un resumen de la primera Asamblea Nacional contra el gasolinazo.
EDER, TE ENVIARÉ DOS O TRES MINUTOS EDITADOS): https://soundcloud.com/jorge-belarmino-fern-ndez-287233220/asamblea-nacional-contra-el-gasolinazo
Pasando a otra cosa, ¿se han dado cuenta cómo la gente se pone loca en las redes sociales? Un tipo anuncia que le van a operar el ojo y al día siguiente publica:
¡Me dejaron viendo de más! Ora traspaso la ropa hasta en fotos. Aguas, vecinas.
Esa cicatriz no se lo conocía a la Wadda. Uy, la Dan se depiló. 
De todo como en botica en este particular espacio de nuestra radio, van unos datos de la pavorosa situación de los derechos laborales en México.
DATOS
Alguien llamo a la ciudad de México "Asamblea de Ciudades". Son tantas y tan distintas que en realidad forman un país. ¿Cómo suenan? Porque casa una tiene ruidos y voces particulares. Hoy nomás por probar, preguntamos de qué estación a qué estación va quién se subió a este Metro:
GRABACIÓN EDITADA.
Me dedico a investigar la historia, ¿saben?, y un día escribí: En la posrevolución la ciudad de México crea una o varias nuevas noches.
¿Que quería decir? Que en la capital del país, que en las ciudades mexicanas en general, la Revolución transformó la forma de vivir y de imaginar la noche.
Continuo con lo que decía en un artículo. Perdonen el tono, intelectualón. Había que impresionar a los especialistas. Si algo no se entiende, lo aclaro.
(EDER: LA PRESENTACIÓN SE ESCUCHA EN PRIMER PLANO Y LUEGO BAJA A FONDO.)
Durante el porfiriato el teatro de revista es un animado, picaresco entredicho nocturno que se airea. Pero cuanto de lo demás puebla ese mundo que nace al caer el sol, transcurre en el silencio o el vilipendio público. La prostitución callejera, la cantina y la pulcata proliferan por los barriales, muy lejos física o prácticamente de lo que la sociedad presume. No importa si están a espaldas de calles de buena educación, un sólido muro invisible se alza entre ellas.
A partir de 1920, en cambio, los tugurios, los burdeles en regla y las hileras de cuartuchos que sirven a las “perdidas” son esencia misma del Centro y se asientan sin remilgos aquí y allá, acompañando al festejo de la autóctona modernidad siglo XX, de cines, carpas, cabaretes, salones de baile, estaciones de radio, convertidos en escuelas y laboratorios de comportamiento entre los cuales la población no para de reinventarse, haciendo de las calles pasarelas.
La música popular, las tandas, las piezas del renovado teatro ligero, la prensa que alcanza su madurez como primer medio masivo y es no menos multifacético que la futura televisión; la literatura, la plástica, el cine nacional, la historieta y luego la fotonovela románticas y de aventuras, en camino a convertirse en las lecturas más extendidas del país, habitan la nueva noche con seres y sendas materiales y fantásticos.  
¿Me expliqué? Tiene su chiste agarrarle la onda a ese tipo de lenguaje, que permite observar cosas distintas a las comunes. En todo caso, ¿va quedando claro que la la vida nocturna de ciudad de México se transformó muchísimo tras la Revolución.  
Continuo: Estamos en 1938, digamos, un año antes de que un reglamento intente liberar la vía pública de la epidemia de besos. Sobre San Juan de Letrán, en los años 1980 convertido en origen del Eje Central, un hombre se echa a la celebración de los entresijos de luz y sombra de la calzada. Su cabeza se agita con el alcohol apurado no sabe si en el barullo de mesas y parroquianos a su lado o en el de diez metros atrás, y con unas ganas a las que el cancionero de la época vuelven apremio por una de las “flores de la maldad y la inocencia”, frutos que chorrean miel y hiel, sendas hacia el cielo y el infierno, con las cuales se adorna la calzada.
Todo alrededor, de más allá de Salto del Agua a Peralvillo, abunda en quienes para el discurso complaciente de los tiempos son románticas “aventureras”, “vírgenes de medianoche”, “Santas”. Allí y por muchos rumbos de lo que alguna vez fue afueras de la ciudad, sin recato y en cifras oficiales, a las “callejeras” de cerca de 200 lupanares se suman las que deambulan por tres mil o más cabaretes, entre millón y medio de habitantes. Difícil decir cuántas son, si las detectadas con enfermedades venéreas están próximas a las 40 mil. 
SIGUE PARA EL PROGRAMA CON QUE RADIO WARRIOR SE INAUGURARÁ A FINES DE FEBRERO. RADIO INTERNET, RADIO BOCINA, RADIO FM. DE TODO SEREMOS

                   
LO QUE SIGUE SERÁ... LO QUE SIGUE, JEJE, DESPUÉS
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Reviso lo que llevo ordenado del cuaderno y me siento bien. Al fondo suena

   



  
SIGUE

         


1. La película es de Luis Buñuel.
2. Poema que en 1921 ganó el certamen convocado para empezar a mentirnos, organizado por un cretino.
3. Así llamaban los Aztecas a México-Tenochtitlan.