Por razones que no explicaré, la Ella en Tiempo de caminar, ausencia sin reparación en el departamento donde Él y yo nos aprestábamos a marchar, tuvo un segundo hijo conmigo: el Nuevo. Hoy, diciembre 2018, está muy grave.
Escribí esto hace mucho, como homenaje. Aquí recojo los fragmentos referidos solo a ella. -0- El 10 de febrero, tras un ejemplar proceso, fumando y a bromas, entre quienes más quería, dijo Adios. -0- Mal escrito. Ni modo.
Abrí
los ojos y contra el
zumbido telúrico de la ciudad al fondo y el manchón de luz lechosa en la
cortina, había un amanecer de trinos y azul tierno, la pelea de una
llave en la
puerta a la escalera, la sugerencia de Ella atravesando la sala en
silencio con un rastro de noche y aromas de manzana agria, de zapote que
se rompe por maduro, de piña fermentada, para aparecer en el cuarto,
desprenderse el rebozo del cual saltaban los pájaros cantando al pie de
la
ventana, y durante el poco a poco con que la ropa desaparecia, cada vez
más la piel aceitosa, de
aventura, satisfecha. Tras la estampa, una ciudad pasada e idealmente
recompuesta, lío de parques y camiones y zaguanes y vidas
entrevistas, soles a montones, aquí señor, allá un perrito que se
ovillaba,
rematando en fragancias, colores y maneras antiguas de los
mercados, ajenos a las euforias, cuya esencia trasegada por lugares,
cosas y
atmósferas desconocidos traía la mujer, desnuda al pie de la cortina.
Algo así era en mi cabeza al
despertar de la suerte de siesta por la mañana a la cual me había acostumbrado,
con la imagen de esa Ella a quien no nombraba llegando un amanecer entre el
perfume de su sudor y del alcohol, en el cual había creído encontrar contagios
de lugares mágicos de la ciudad que había sentido perder y que así, en
apariencia sin proponérselo, ella me regresaba ilustrándole lados nuevos de
modo que yo sintiera otra vez su invitación. Era mi ciudad, pues no había una
posible ciudad única sino un eterno temblor construido por millones de ojos y
memorias.
(...)
La presencia de la mujer era
abrumadora en cuanto el paseo distraído de los ojos recogía. En las
representaciones del colgajo de collares, por ejemplo, o en las mariposas y las
primaveras, como alguien me dijo se llamaban aquellos pájaros de pecho
generoso, que coqueteaban en el marco de latón del espejo contra el nicho del
armario de madera cruda, sencillo y luminoso. O en la imaginación de la que
hacía de mesa de noche, que resultaba una incógnita en el celo por la austeridad
aparente -la lámpara y dos o tres objetos más sobre el metro cuadrado de la
hoja de madera-, desmentida por los mundos de la trama del rebozo improvisado
de carpeta con sus fantasías de una geometría a primera vista de extrema
sencillez, en la cual podían sospecharse siglos de secretos y fracturas
heredados.
Ella a plazos apremiante y
pospuesta, entregada y esquiva, y en verdad siempre inaprehensible, como
entendí de nuevo al topar los dibujos de la cortina y el tiempo de principio a
fin suyo que estaba en ellos, recreado hilada a hilada, donde parecía
adivinarse todavía el tarareo en silencio que acompañó un paso tras otro de la
aguja, incapaz de decidirse por pudor o miedo a reproducir la estampa clásica
del ama de casa. Ella por todas partes, también en sus ausencias. De los
sartales de la cajita destapada como por casualidad, que descubría el
desbarajuste de anillos y aretes y pulseras, a las puertas entreabiertas del
clóset por donde asomaban los bolillos de un vestido, un par de zapatos de tiras,
el encaje de una manga, encontraba las mañanas en las que la radio, a un
volumen que casi sólo ella escuchaba, daba la impresión de hablarle de cantinas
y hoteles de paso y suertes de equilibrista, mientras el trabajo sirviéndole de
pretexto se vestía una blusa volada, la invitación de las faldas de algodón que
le ceñían los muslos al paso y el desafío de las grandes arracadas,
preparándose para desaparecer hasta no había modo de calcular cuándo. (...) En el camino de regreso, acumulada en su
memoria o en la del departamento, la música que los acompañaba maniáticamente: un
muchacho indagando la desolación y el vértigo con sus juegos de palabras en
otro idioma, las diestras guitarras y la voz profunda del hombre vestido de
negro, al modo de los campesinos en domingo de un lugar distinto y próximo, o
en un punto preciso las rabietas y la desolación del piano del negro niño un
par de años atrás, entre los cuales Ella, sentada en un pozo de sombra, se
balanceaba todavía en el placer de entregarse al fin al jolgorio de criaturas
contrahechas, traviesas, gozosas, malintencionadas, que le habían hecho gestos
desde niña y que tal vez no eran sino la promesa o el camino, de veras, a la
zotehuela donde los tiestos y los canarios y las gallinas y la abuela que los
criaba.
"Para
entonces la historia (...) corría de pueblo en pueblo. Todas las noches al salir la luna, los
beduinos se la contaban al amor de sus hogueras, y cada vez que pensaban
en Simbad creían oír el rumor de las olas en medio del desierto(1)."
¿Escuchan el mar entre nuestro conmovedor monstruo que es puro concreto?
El
título lo tomo de una película mal apreciada, creo. Hay allí dos
trabajadores que entre la borrachera representan los agravios personales
y colectivos en un tranvía destinado a moriry
deciden liberarlo. Circulando de madrugada se preguntan dónde está la
tierra prometida para quien vive sobre rieles. Aquí y ahora dice un
maltrecho, pícaro pueblo que sube sin pagar y celebra, mientras la
mañana de inexorables mandatos avanza y ahora viste como malvada maestra
o mojigatas con pretensiones y luego es un inspector jubilado que
aborrece el desorden y ama los apapachos patronales(1). Al modo de cualquier periplo, este tiene estaciones y yo siempre desde la azotea no sé si hago su recorrido o contemplo. Allí es regla guardar nombres y fechas. Aquí lo hago a ratos. Nací en 1947, cuando esta seguía sin ser una nación, como en 1921 aseguraba Suave patria(2). La mía era ya ciudad monstruo completando el antiguo, oscuro proceso para volverla auténtico "ombligo del mundo"(3) y lo concentraba todo: riqueza, vías de comunicación, servicios, seres humanos. El gran momento que materializó algunas sustantivas promesas de nuestra gran revolución, se convertía en "la dictadura perfecta" y a millones llegaban campesinas y campesinas exiliadas, cuyas reales patrias, muchas con sus propios idiomas, no quedarían del todo atrás pues cinco tesoneros siglos no desaparecen por acto de magia -qué contradictorio soy, validando el pasado cuando me conviene. Otro exilio, vivido por mis padres y abuelos, indicaba hacia una herida que supura hoy todavía. Detrás, cinco mil años que resolvieron los tres millones de quienes accidentamente nos hicieron como especie. Si tengo deudas con ellos, ahora puedo mandarlos al cuerno. -Anda, Belarmo -digo a mi abuelo- vamos al palelítico a darle nalgadas a aquellos fulanos. Menuda mascarada resultaron los cinco mil si los Malditos piensan colonizar Marte a partir de 2022 y solo para solo ellos, desde luego..
Cronicando Esto fue lo que escribí el 5 de mayo, 2018, sobre nuestro proceso electoral: La
cuestión sube de tono. ¿AMLO atrae panistas o es copado por ellos? Aquí
Espino arenga, Obrador en medio y a su izquierda Germán Martínez:
Dos años atrás empecé lo que se titula ¿Una novela? Búsquenlo en El último viaje.
La Carmelita Así se llamaba la miscelánea de un pequeño pueblo serrano donde se vendían lo mismo chicles que áperos para la labranza. Viene muy a cuento, pues eso es este cuaderno. Me presento: -¿A cuánto? -preguntó señalando el montoncito sobre mi manta en el suelo. -Millón -contesté. -¡Perdón! No, no quiero comprarle la producción de aquí hasta que se muera. Si ni a una docena llega. No tuvo respuesta, sólo mi rostro de hambre mirando hacía él, que se conmovió. -¿Cuánto por todo? -¿Por todo? No puedo, patrón. -No me salga como la india con su kilo de limones. -Sí le salgo, señor, perdón. ¿No ve qué es lo único que tengo? Si se lleva todo ¿qué hago mañana? Viene el inspector y me corre. -¿Y luego? -Que no sé hacer otra cosa, marchante. -¿Qué?, ¿estar aquí de ofrecido? ¿Pues de qué come, pobre hombre? -De la voz que regatea. Soy el puro regateo, ¿ve? ¡Pásele, joven!
Maldito Por
buenos motivos obsesionado con su historia trunca, durante mucho tiempo
papá tuvo fama de darle la espalda a la fortuna, y se negaba a cobrar
favores a un grupo de empresarios. Ellos, bastos hasta extremos
inconcebibles, en agradecimiento le hacían los más absurdos obsequios:
una caja fuerte, una mesa reglamentaría de poker… Un
día fue un espejo, que una vez probado se me volvió adicción. Torpe en
cualquier materia hogareña, mamá lo colocó a la primera luz a la mano y
no a la del norte, ducha en ocultar imperfecciones, según sabían las
familias de bien, fieles a si mismas. Aun
así era tan bueno y, por tanto, generoso, que ni las heridas y los
ásperos regaños por rasurarme en la pequeña biblioteca-sala de costura
ayudado con el agua de un pocillo, me expusieron en adelante a la
vulgaridad de sus congéneres, y nunca salí más a la calle sin un buen
baño en aquél reconfortante brillo. De
ese modo inicié la profesionalización en el tema, seguro de que si el
día flaqueaba no importa dónde, con entrar a una cafetería, una tienda,
un hotel, elegantes, las cosas volverían a su falso, tranquilo lugar. En
la profesionalización vino la tortura, porque la formula se invertía
directa, proporcionalmente, con esos espejos andantes que son mis
iguales: cuanto más prósperos ellos, peor mi reflejo. Tortura,
digo, no por el rechazo en sí mismo, del cual me congratulo, sino por
la mortal trampa en que caí: visto con desprecio por la gente fina,
fuera de casa la droga se volvió innacesible. En concecuencia la calle
devino en vía crucis. Estoy
tentado a tocar a la casa en la que ahora vive un sobrino, para
desatendiendo las consecuencias terminar a hachazos con el culpable de
mi triste destino. -0- La Ilusión... ilustra a ratos lo que Desde la azotea contempla de un dramático modo.
De una punta de inútiles No
sé si había razones en descargo, lo seguro es que en 1970 yo era un
completo inútil. En el remedo de barrio bohemio donde llevaba años en un
medio conflictuado y muy categórico vagabundeo, dentro del célebre
restaurante de siempre, apenas sentarse y en presencia mía Lubardo diijo
eufórico a Fendes: -¡Ya lo tengo! Lo
que tenía era la forma en la cual Fendes podría cumplir el sueño,
aceptando la invitación de viajar a la más cosmopolita ciudad del mundo,
hecha por una futura heredera menor de un gran consorcio. Según se
había platicado el paseo terminaría en legal matrimonio. El
asunto empezaría con la compra de un artefacto que Lumb promocionaba a
través de un concurso, cuyo premio era un auto. El segundo movimiento
consistía en sacar durante la rifa, literalmente de la manga, el número
adecuado del registro de compra. El acuerdo no precisaba los pretextos
para que yo tomara un tercio de lo que tocara al rematar el vehículo y,
claro, guardé el más obsequioso silencio. Comenzaba
el otoño, Fendes llamó por teléfono a su joven rica dama, le
respondieron que aguardara un poco y yo, que me había contagiado con la
idea del viaje, me ofrecí a servirle de adelanto. Quien me recibiría,
Juncio, fue con quien aquél conoció a la susodicha y a su enana,
antojabilísima y de pies a cabeza insoportable amiga, a la cual el
segundo resolvió alcanzar de inmediato vendiéndole a su acaudalado
progenitor la urgencia de cambiar a la gran universidad pública del
país, culpable de la golfería del muchacho, por la licenciatura en una
universidad de la ciudad aquella. Jun
me recibió por todo lo alto y con tiempo sólo para dejar las maletas en
el departamento, fuimos al bar-cafetería de su cuadra. Estaba puesto
con modestia y servía de cálido refugio, también para el hermano menor
de uno de los más aplaudidos requintos de la época, a quien se
aseguraba, y pienso que tenían razón, habría superado de no ser por un
grave accidente. Amenizaba el lugar a cambio de unos dólares que sus
amigos y patrones debían sacar de la bolsa y no de la caja registradora,
tan pobre como puede esperarse del par de cervezas por persona de los
cuales podía desprenderse una veintena de universitarios. Juncio
y yo llegamos en el momento en que aquel gran tipo con sus manos
esclerotizadas daba batalla a a las cuerdas, produciendo singulares
obras de arte que falseaban cada poco para recuperarse enseguida. El que
no desmerecía nunca era su rostro, trabajado por el dolor y así mejor
en las fallas. Eso
es, sin embargo, auténtica harina de otro costal en una historia como
la presente, y más viene a cuento recordar la mirada de mi amigo
conforme abrió la puerta al llegar. Había dos novedades femeninas entre
el auditorio y la más alta con entera justicia atrajo la atención de
Jun. A su lado se sentaba la que bien pudo servir de modelo a la púber
de un magnífico álbum. Iríamos
los cuatro al duplex de ellas, a meterse la mejor droga suave jamás
inventada y pasar una noche entre sábanas, alfombras o lo que estuviera a
disposición. -¡Dios!, -díjeme yo- el primer mundo en verdad lo es. Como
esto se alarga alejándose de febrero de 1971, que era el propósito,
saltaré pasajes no menos sustanciosos hasta el acuerdo con mi amigo
para ir "en busca de la revolución". Si
bien y desde luego él no cumpliría, aquello fue el pretexto para que yo
rompiera de una buena vez con mis desafortunados últimos años y con
mucho más, en una segunda historia cuyo comienzo da para carcajearse de
lo lindo a mi costa. El
viaje a Manhattan, quitadas las liviandades referidas y sumando grandes
anécdotas en barrios fieros, fue un inmejorable golpe que al regresar
me permitió ver a la Zona Rosa y a mis devaneos tal eran: fallidos,
torpísimos intentos de nada. Así que pasadas dos semanas tomé el tren. Durante
el primer tramo del trayecto, mirando al paso por la ventana los nuevos
fraccionamientos de Celaya, lloré. Se parecían a los de mis años de
niño en la ciudad que entonces se hacía monstruo. Muchos cientos de
kilómetros y un parada intermedia adelante, el dinero se terminó y fui a
dar a un hotel de mala muerte. Me lavaba los dientes frente al espejo
descascarado y volví a llorar. El
viaje habría seguido ese tono de no encontrar a Martín en el
trasbordador. Se acercó a la barandilla desde donde a lo melancólico yo
seguía el bamboleo del Mar de Cortés, y me sacó conversación. Había sido
soldador, creo, en el propio DF e intentando cruzar a los EU lo
devolvieron dos veces. Ahora se acercaba a mí con el aprendizaje en la
picaresca que la aventura le dejó, pretendiendo sacarme algo. Pero como
yo estaba más vacío que él, decidió hacerme su Sancho Panza. Dijo: -¿Tienes hambre? Contesté
con la verdad y me hizo seguirlo hasta la cocina del barco, pues
afirmaba que sin falta los cocineros eran solidarios. No se equivocó.
Apurábamos una torta cuando el lugar se paralizó. El capitán nos
contemplaba desde una de las entradas. Y el regaño se produjo pero no
por darnos de comer, sino por la pobreza de lo entregado. Todos,
incluido Martín, intercambiaron una mirada de entendimiento que no
descifré, cuando el comandante pidió sirvieran lo mejor a bordo en su
camarote. Allí
cenamos tan opíparamente como las circunstancias permitían, aderezado
todo con mi ingenuidad. El capitán rondaba los cincuenta y sus ojos
relataban una tristeza vieja y profunda. Bajito, flojo de carnes y con
una incompresible palidez si atendemos a su oficio, se enfocó en mi
persona, sincerando poco a poco los motivos de su desolación. Al menos
los que no había riesgo en contar y que yo, inútil, provinciano pero
noble al fin y al cabo, quise comprender: la soledad y la monotonía del
marino, de la cuales había escuchado en Conrad y London. El
hombre dirigía un barco, por pequeño que éste fuera, y costaba trabajo
reconocer su fragilidad que, a la manera de esa noche frente a nosotros,
podía exponerlo a las ruindades de los otros. Martín devoraba a mi lado
continuando las miraditas que iniciaron en la cocina y que a mí no me
pasaban de noche pero casi, pues no sacaba de ellas nada en claro, como
mal entendía también el juego cruzado que hacían con el olímpico
desprecio del patrón, aquí sí muy en su despótico papel, hacia mi
compañero. Estábamos
lejos de terminar la segunda botella de vino cuando a una especie de
orden el migrante fallido procedió a despedirse. Intenté imitarlo, me
contuvo, volteé confundido hacia el patrón, quien se apenó y agacho la
mirada. Al marcharnos no di de palos a Martín porque habría yo salido varias veces revolcado, pero estallé: -¡Ya ni chingas, cabrón! ¡Vendiéndome por un pinche pollo y unas papás! Contada
así la historia es justa y está medio muerta sin embargo, al no recoger
lo que transcurría por dentro. Traigo a cambio el demencial momento en
que recién llegado entré a casa de mis padres. Todo me resultaba
pequeño, ruin, desolado, digno del olvido que la mínima justicia
impedía, pues si algo había era un alboroto de cuerpos abiertos de par
en par por terribles infortunios personales y sociales. Y con él, la
riqueza humana que había sido incapaz de asimilar y estaba sin embargo
en mis huesos. Contaminado
por la frivolidad del viajero moderno, olvidaba que no hay modo de
aprender los kilómetros a miles pues, sabios, los sentidos y la mente
son perezosos, y enceguecía también acercándome a una cultura cuya base
está en negar, propia del éxito. En
tales condiciones qué trabajo costaba emular a Lumbardo el de la
rifa del auto, organizando una más modesta aunque suficiente para poner
pies en polvorosa de mi vida anterior -creía yo, y por ventura eso era
imposible-. En el par de semanas que me tomó quitarle un billete a
cuanto remedo de compadre de Tolouse Lautrec encontraba, quemé la media
docena de supuestas calles bohemias. La
altivez hasta guapo me puso -y no son menores las conclusiones que de
ello pueden sacarse- y un abrigo artesanal de Afganistan por rebozo de
La Panchita -genial personaje de canción mexicana por el cual y al decir
de la letra suspiraban todos los rancheros-, coroné la faena donde se
precisaba: en la plaza al aire libre punto de reunión de media docena de
restaurantes y cafeterías. Desde
el más elegante de ellos, frecuentado por empresarios y políticos, una
recién ex Miss Ciudad de México me sonreía. Fui a su mesa, preguntó si
quería cenar, a lo soberbio respondí: -Desde luego pero no será con el dinero que no tengo- y dijo: -Espera-
volteando hacia el vecino enfundado en un magnífico casimir inglés y
zapatos con precio de cuatro cifras, a quien llevaba rato encandilando
con la mirada. El tipo cambio de mesa, pedí todo lo más caro mientras
ella le entornaba la pestaña y me acariciaba la pierna, y una vez
satisfechos nosotros dos: -Toma tu palmo de narices, mi ejecutivo rey. Ese
coctel yo fue el que subió al tren y gimoteó estación tras estación.
Atrás dejaba o creía dejar mi historia, y gracias al cielo en el
trayecto empezaba a volver como debía.
Ellas Hasta el psiquiátrico, decía la nota que una mañana dejé en el limpiaparabrisas de su auto. No exageraba. Así empiezo recordando a M en un registro de mujeres con quienes compartí la vida, así, genéricamente, y no la suya, la mía o la nuestra. El
recuerdo debería excluirme, aparezco y ellas pueden llevarme
ante los tribunales pues se vuelven letra por mi culpa, adulteradas,
como es regla en estos casos. Sólo con Ella me esforcé. Otros
cuadernos, nietos, encuentran a Brian O´Donnell y James Kelley,
personajes históricos cuyos hermanos y hermanas están representados en
sobrecogedoras tallas sobre una calle de Dublín, que rememoran la Gran
Hambruna. Demuestro allí que sus existencias no se agotaban tras la
persecución del magro pan y quizás fueron por quienes esperaron Molley
Mahoney y otras jóvenes en cuentos contemporáneos a ellos. A
la manera de cualquier mujer hoy, es imposible saber cuánto
descubriéndose subítamente sola en la esquina donde el amado debía
esperarla, Molley sufrió por amor o sueños rotos. a Gran Promesa
Retahila
Una noche en el antro de mis preferencias escribo: Una larga lista de
boxeadores murmuran al oído: el secreto está en rendirse a tiempo, no importa
si tu record es de puras pérdidas.
Cada diez minutos después: Esto de vivir es función pa adultos. Quién sabe
quién me dejó entrar. Ahora no encuentro la salida y seguro la casa de papá y
mamá ya no está.
Sigo preguntándome quién ocupó la vida
que no usé. Espero haya sido con un mínimo decoro.
¡Ya!, grito con un amoroso saludo al
pescador, a la madre y al hijo en lo alto del acantilado, a quienes me
condujeron Brian O´Donnell y la Reina de la Roca Gris. Luego
vendría el Niño de Piedra, los Osos tamaño nube...
-Calla de una vez, mastuerzo -dice mi mentor.
-Es que esa Calzada de los Misterios...
Dictados Miente
siempre, nietos, dictan los decálogos de grandes escritores. Escribo
crónica, jamás fabulo, dice otro cuaderno. Licencias sí me doy, a veces
sin restricciones, y con ello no sé ya cuanto sigo la literaria
recomendación. Lo hago sobre todo en el diario a la Inesperada. ¿Distingo
cuándo de verdad y mentira hay allí, entre los susurros al oído que me
hace un director de cine, acercándome al punto contrario del que partí?
Ese Lázaro
Estoy cansado, muy cansado, abuelo. Apenas me tengo en pie, ¿ves? Me vence lo que
jamás conociste, hace tanto. Mi pequeño cuerpo es un prodigio. El daño está en
el alma. Menuda tontería, perdona, que no hago sino revolcar la gata. Cárgame
un rato, anda.
A la mañana siguiente rumbo al trabajo pienso:
-Lázaro, a quien diga que fue fácil, levántalo y ponlo a andar. Borroneando El radio promedio en que se movían las y los europeos del Renacimiento -legítima
preocupación por el género, como espero probar- era de veinte
kilómetros. Al parecer todos mis antepasados vivían entonces contra un
rincón semiabandonado donde la existencia transcurría entre la décima
parte de aquél pequeño espacio. Al parecer, aclaro, pues como los
hombres y mujeres pequeños que eran, nadie registró ni un solo paso
suyo, y ellas y ellos, sabios, guardaron para sí el extraordinario
misterio de su día a día. Quinientos años después y a este lado del Atlántico sus iguales siguen haciéndolo, así otros crean lo contrario. Pueblo sombra, llamo a eso, y así cazador furtivo surgiendo exclusivamente si necesita, para mejor tomar por sorpresa a sus enemigos. Los
originarios míos cruzaron las aguas hasta el nuevo prodigio, forzados
por los malditos que rompieron un sueño construido arduamente con picos y
pianos. No
cuento esa historia aquí sino en otros cuadernos, como llamo a mi
trabajo, y debemos tenerla en cuenta, nietos a quien todo dirijo. Lo
hago con mil más -historias, se entiende, y no cuadernos o escritores,
jeje- para liberar nuestra Ilusión viaja en tranvía, dejándola que hable de tonterías y algo más y sirva para los disímbolos encuentros. Mientras,
la uso para cuanto se me apetece, pues pruebo, ¿saben? Apenas ayer,
diciembre 8 de 2016, a un solo tiempo hablé con Ana, clamé al cielo por
mi vejez y cronicando nuestro país y el mundo di números sobre la trata
de mujeres. Si leen cruzado encontrarán, por ejemplo: Para ese momento había tenido otro altercado con mis bohemios protectores. De noche la apretada mesa giraba en torno a la única mujer. Con buena borrachera encima parecía
retarlos y cada dos o tres minutos un mesero limpiaba las babas que
escurrían. Yo representaba al chiquilín sin aspiraciones y me usó. -Soy lesbiana y estos van a recibir su merecido -susurró a mi oído. Al
asaltarme sin rubores sentí que recibiría una zurra en regla, jeje -se
ocupó de impedirlo; por un instante mis bonos treparon al cielo y con
ella sin duda habría aprovechado el reto que me impuse con la adorada. Y: Pago
con puntualidad mis atrevimientos, declaro aquí con frecuencia, y
siendo cada vez más pequeño, entiendo ahora, los últimos se llevaron las
fichas que me quedaban. Mi
especie quedó grande al yo equilibrista y por única compañía tengo a
Suertudo, quien no merece la soledad que le espera. Esta mañana lo sabe,
creo, y exige y muerde. -No,
hoy no te sacaré al patio donde debo cuidarte como a un niño salvaje.
Estoy avergonzado, ve, y hasta exhibirme con el vecindario es mucho
pedir.
Para terminar con: "...se
estimaba que cada año 4 millones de mujeres y niñ@s ingresan a los
prostíbulos del mundo para ser consumidos sexualmente."
Melodrámatico, cómico y trágico su abuelo aquí y en los otros siete cuadernos: Desde la azotea, Para morir iguales, Red de agujeros, Demasiado humano, La casa del horror, Última función y La pasión según FB. Al rato nos vemos para continuar, E y S, nietos, o empezar, pues esto tenía ya un inicio. -0- Regreso y escribo:
Entras
a mi cuarto una madrugada a diecisiete años de tu muerte, Ana. Cuando
por la tarde reposamos el encuentro, te muestro estos cuadernos. Los
celebras por amor y entiendo que no fracasé pues para hacerlo debe
tenerse un propósito y yo apenas llego a viñetas acumuladas desde mi
infancia.
Empecé leyéndote lo que pronto sería libro:
"Era
un perro amarillento, flaco, desgarbado, con quien intimé. La primera
vez lo vi avanzando desde los matorrales y me pregunté de dónde vendría.
Conforme se acercaba su vida me pareció un misterio extraordinario,
pleno de aventura." Ahí paré la lectura. El resto tenía tan poco chiste como eso. Gracias por venir, Cosa. Sin ti no habría reconocido lo evidente. ¿Qué digo ahora los nietos, a quienes dirigía todo? -Nada, abuelo. -Nos divertimos. -Sigue, no seas remilgoso -tercias, A. -¿Verdad, S y E? -¡Síii! -dicen, gemelos, a coro, y los tres echan a correr, proponiendo un juego. Cuidado con ese par, de alias Feromónicos. Faltó nada poner la serenata que más gustaba a la corte nazi (Serenata, de Enrico Toselli).
El Mero El negoció comenzó sin saberlo cuando llevaba media hora hablando con un amigo
experto en editoriales y él a cuanto proponía:
-No sale.
-¿Debemos prendernos fuego? –preguntaron los
papeles en las cajoneras.
-Nada de eso -los aquieté de
inmediato y por instinto, y en una valandronada haciéndole al anciano cheroquí
dinos ánimo. -Llegó el mensaje: vuelve al fin la aventura.
Con un fajo de cuartillas en la mochila hice el camino al Metro. Unas cavernas
de la ciudad en dirección a las otras, entrañables todas, bajé en una
desconocida estación al azar. Las escaleras conducían a un andén a cielo
abierto y la primera mirada fue decepcionante: estaba en uno de los lugares más
conocidos de nuestro gigantón, cuando menos para quienes no se pertrechan en
los reductos de la gente de bien.
El necesario paradero parecía dividir en dos el universo alrededor,
inconcebible sin cada parte: a poniente el lío de puentes a no menos de ochenta
kilómetros por hora con su avalancha de metálicos, gritones animales; a oriente
la paz aquí sorda, allá plácida, de la colonia en improvisados parches que se
montaban sobre antiguos poblados del valle sin desaparecerlos del todo.
Me senté en la rala hierba del
camellón entre los pilares temblando por el peso arriba, un lánguido árbol
herencia de quién sabe cuándo sirviendo de espaldar, y saqué a relucir a mis
escritas comadres: Entre el rezumo de los mirtos que el rocío se
empeña en conservar, de lino y grana las ropas y la carne a las cuales se
trasuda, un atormentado joven poeta para que no escape muerde con
desesperación la noche de invierno y las astas de la luna, por
ello más "cuernos de búfalos" sosteniendo el "cielo
huerto", donde los astros florecen con "sus dorsos" de
"ágatas y oro".
-Puf -dije suspendiendo la lectura. El poeta de mil atrás y su mundo para qué
sirven aquí donde ni su abuela oyó hablar de ellos, ¿o no, señora que en el
paradero hace sabios malabares con las bolsas a granel bajando del microbús?
La mujer volteó y se detuvo en espera de que algo de utilidad saliera del
discurso que de imaginación a imaginación le recetaba. Fue ahí que vinieron los
años viejos y:
-¡Alavado, alavado! -exclamé de rodillas y la mirada al cielo no del Señor sino
de otros divinos portentos que moran en lo alto y en muchos lados más-
-Revelación, ya la libré.
Para prueba bastaba el botón señora de las bolsas y los que con un giro de la
cabeza en redondo descubrí pendientes de mi persona. Un cacho de pan les solté
como entretenimiento, del poeta, claro: ¿Cuánto habré de esperar y cuánto tiempo
ha de quemar mi saña como brasa? ¿A quién hablar, a quién dar testimonio...? Mientras el recién adquirido auditorio tragaba
de una imprecisable manera el mendrugo, en silencio hice el el rito en versión
resumida para apuros: -Niño de Piedra, padre mío; deforme hija de
Aoibheal, hermana, y Gualupita madre y compañera, de sus prodigiosos dones
pasen un tantito y a mano me pongo con ustedes, ¿sí?
¡No!, luego, luego vino la respuesta. Sobre los cerros a un paso con la magia
de sus mocasines voló el Niño, el hada de monstruoso tamaño, los ojos sangre,
chorreando lodo su manto se alzó de entre la tierra, y del primer al último
tronco nacieron tallas de la Morenita.
A metro y medio del suelo mi cuerpo púsose a flotar y del paradero del Metro
Constitución de 1917 me volví dueño. Chamacos, cuasi vestales en tránsito,
chóferes, el rey y el tepo del barrio hicieron corro, y un cojo de la tercera
edad y una taibolera en disfraz de ama de casa con un guiño se ofrecieron de
patiños.
La providencia prestó un sombrero cuya presencia en el piso gritaba:
-No se hagan rosca con las monedas, que de algo ha de vivir este chango -y al
ruedo ya sin más me tiré.
Ese fue mi empezar, años luz a estas alturas me parece, en la merolica obra de
darle paz al alboroto de mis cajoneras y mi alma en vilo. Cruzada en regla fue
y es, con abundancia de sobresaltos y harta muleta para amansar bureles de la
variedad que monopoliza las afueras de las estaciones y los vagones.
Así mi rosarío de historias se
abrió paso: que el 1492 del maléfico y sus prolegómenos, con frutos para mil
jornadas; que mi abuelo -con todo y mucho respeto, me paro y quito el
sombrero-, mi comadre el Grillo, Nabor, el sabio analfabeta, Magda
y su Santa Utopía; que de montañas carmesíes y truchas arqueándose en
un delirio de vida, por cielos a los cuales el trasiego de los llanos áridos
dan una transparencia infinita, a isletas que surgen por
doquiera de las aguas como canastillos flotantes”entre sauces llorones y
chopos”, y un etcétera que mejor ni me esmero en recitarles.
Todo entre los Oh, los Chale, los Ya está de
vuelta el loco, etc. No todo es coser y cantar en este viaje, que mucho duele,
por no decir todo, contra lo ofrecido aquí arriba para atraer la
atención. En realidad no sé adónde voy y no es de extrañarse pues sólo
vaga idea tengo del camino a mis espaldas.
Andar sí que ando, con los pies sobre la
tierra, no importa cuán chuecos, y con la imaginación a lo
lejos, no como escape, que de eso no hay modo, sino por gusto, urgencia a
veces. Escribo una suerte de memorias, de ése
tiempo apenas hablo, queda envuelto en una nostalgia para entonces vieja y
profunda, y dejo a un lado lo más importante. Me refiero a mis hijos, por cuya
infancia cada vez más pregunto.
En las funciones callejeras, en este punto digo que no quiero entristecer
ni complicar de golpe el relato y vuelvo al poeta. El éxito es rotundo, sobre
todo entre el público femenino, quien sin darse cuenta inicia así el
camino a mi beatificación. Sabiéndolo, acuso la joroba natural,
enjuago los ojos y la facha quijotesca se completa y en justicia,
pues molinos de viento son los de la marginación propia
y ajena que bato.
Respeto
Tratar con uno es muy difícil. Más debiera serlo con los demás en la historia,
y las malas costumbres lo vuelven un juego. Yo a veces sigo la trampa. Otras no
puedo pues conozco a los protagonistas.
Los libros registrarán, por ejemplo, al hombre que con mi guía el abuelo
contempla subiendo entre los cierzos, el fusil a la espalda. ¿Cómo permitirme
libertades al tratarlo, si del momento sé gracias a él, luego de horas y horas
entre cigarrillos y café?
Por extraños motivos un día caí en un seminario de historiadores. Apenas creía
al solemne ponente que coleccionaba tonterías refiriéndose a momentos vividos
por mí.
De seguro eso hago cuando persigo tal y cual cosa cien o doscientos años atrás,
pensé avergonzado.
Cosecha especial El
producto vuela siempre que uso la etiqueta Hombre Bueno. No importa si
lleva años en exposición, si de él comieron los ratones, enmoheció,
perdió el aroma, se agrió. Sobra dónde lo coloque, en la vitrina o el
último estante. Viene incluso mejor que esté en un rincón, asomando
apenas, y el cliente crea que lo topa al azar, o más aún, que lo
descubre, pieza única, enjoyada sólo a sus ojos. De
modo de no gastar el truco, suelo hacerlo una de cada tres Navidades.
Lleno la caja y holgo el resto del año. De nada más que uno, claro. Los
otros dos, ni modo, paso hambres.
Aparta de mí ese cáliz 1
No tolero la serie española que rompe ratings
presumiendo recordar los tiempos en torno a la transición democrática.
Justo entonces hice mis primeras visitas a ese país. Venía del México de los
pasmosos contrastes sociales y un régimen de casi cinco décadas que no se
andaba con miramientos para machacar opositores. Aún así quedé perplejo.
La segunda estancia se prolongó once meses, entre
1976 y 1977. Rumbo a Asturias, con mi mujer y mi hijo hice escala en Madrid, en
el piso de una familia a quien nos etiquetaron. Se trataba de una entrada por
la puerta grande a lo que había oteado dos años atrás -el susurro de lo pequeño
es de una elocuencia no menor que los clamores de lo grande.
El lugar estaba presidido por una pareja que
convocaba a los cómics de humor y resultaba sin embargo muy para los ácidos del
nunca suficientemente reverenciado Carlos Gímenez.
No creo en la existencia de gente tonta, pero como
toda regla tiene su excepción, con la patrona de la casa fui a encontrarla.
Debía medir 1:70, pesaba muy por encima de los cien kilos y el rostro parecía
tomado de una roca, sin trabajo posterior alguno. Él apenas rebasaba el 1:60,
sus hombros eran los más escuálidos y estrechos vistos en mi vida, al tórax lo
coronaba un majestuoso vientre, y en la calle debía representar el papel de un
hispano Gutierritos –personaje de la primera telenovela mexicana de gran éxito,
a quien todos daban de coscorrones y colgaban chistosos papeles en la espalda-.
Pero al llegar a casa era tan Dios como el que más.
El reinado familiar de la pareja tenía su más
palpable expresión en el desprecio a la hija mayor, por un buen motivo: era
inteligente. Tanto había sido el maltrato, que esta cálida mujer cercana a los
treinta estaba a punto de ser fea –noción que, de vuelta, no suele entrar en mi
cabeza-, de espalda encorvada, los granos cebándose en el rostro, unos
espejuelos de grueso armazón que usaba para terminar de ocultarse al mundo,
pues no los necesitaba.
Vivimos momentos sublimes en aquel hogar -y tanto,
con sus criaturas bullendo en el caldero-. Como el par de veces en una semana
en que, en saludo a la modernidad recién instaurada en el baño, la ama dio de
voces pidiendo la asistieran en la tina, donde sólo Dios sabe cómo entró pero
nunca cómo saldría.
O como la sobremesa en que desde el pontificado de
la silla principal, el Señor repitió para nosotros la encíclica promulgada para
los hijos quién sabe cuánto antes: estaba científicamente comprobada la
superioridad de la raza blanca y los negros eran micos (habría repetido
aquello, en voz baja desde luego, aún en las calles de Nueva York, donde por
entonces la gente se abría al paso de la belleza y la altanería de los Panteras
Negras. Y con la raza negra iban todas las no pálidas, incluyendo la de la
cuñada de él, una mexicana con quien, a su entender, había tenido el
imperdonable mal tino de casarse su hermano menor). Cuando este portento de ser
humano que nos hospedaba soltó la dicha sentencia, ante nuestros reclamos a
punto de tundirlo allí mismo, revisando a los hijos por si su autoridad estaba
siendo mellada, zanjó la cuestión sacando la Biblia en forma de libro de
biología para no sé qué año, de las escuelas públicas, donde el tema se
desarrollaba a fondo, con muy muchas, irrebatibles citas de reconocidísimos
sabios.
Revisando al Tamborilero
Basta de cilicios y tomemos el
Palacio de invierno, escribí dos semanas atrás ajustándome a mi personaje.
Estamos a lunes y el sábado sin
que los demás se dieran cuenta otra vez me sentí enfermo.
Sólo laMal nombradasupo después.
-Prométame que va a ir al médico.
-A un matasanos, jamás, y
levantarse a las cinco y hacer cola para una cita dentro de cinco meses en los
únicos hospitales que confío...
Apuro el reloj.
-Terminar así no estaría mal
-pensé en el auditorio rodeado de hermanitas y hermanitos.
Exageraba y al mismo tiempo
recordé mi infarto a los cuarenta y pocos años. Como entonces, había una
curiosa paz.
No olviden, nietos, que su
abuelo en los cuadernos es la representación de una sombra. Si se marcha
quedará ella. Esa esquien juega
con ustedes en el patio y come helado y fuma y de noche se tiende para que la
numeren las estrellas. Tamborilero Ellas
Quedan fuera A y la Inesperada. Porque si todas eran, son, mucho más de lo que merecía, ellas dos representan el mutuo amor cumplido sin reservas. Este el recuerdo de las mujeres que me hicieron, extraordinarias en su mayoría, creo. Me doy mi Navidad, pues, ya que nadie me regala ni un alón del pavo, jeje. Empiezo
con Ella propiamente dicha, a quien se dedica una serie de viñetas.
Tenía veintidós años y yo veintitrés cuando nos conocimos ya más o menos
viejos, pues estuvo casada en Estados Unidos mientras B, como me
bautizaré, fracaso universitario por forzada elección, jeje, y vividor
de falso barrio bohemio, tras un mostrador bancario encontraba la
fábrica-pueblo y huía luego a Nueva York, primer puerto, medio jeje,
para ser el debido revolucionario, casi no jeje. Según
los mutuos amigos la Janice Joplin mexicana, así conocida sin cantar un
cacahuate y sí por el retador estilo, creyó toparse con una mezcla de
Che Guevara y James Dean -bueno, las drogas eran lo suyo, jeje. Se
dedicaba a abofetear galanes -y machos comunes, policías con y sin
uniforme, jeje- y decidió rendirse por única vez en la vida. Todo haría
por esa apuesta. B
no merecía el esfuerzo y lo hizo inevitable cuando a unas semanas del
encuentro tomó sus bártulos sin rumbo preciso. Cierto, el destino era
Baja California Sur, adonde estaría puntual a la cita con el Farsante, y
también que antes y después pude terminar en un circo o en prisión -por
ingenuo, claro. Ella
enviaba cartas allí describiendo las locuras que hacía para alcanzarme,
ante mi asombro porque de olvidar el pasado iba aquello y meter en la
maleta el último episodio contradecía toda lógica. Se presentó un martes, el viernes B regresaba solo a su ciudad con boleto para la utopía y lo siguió obsesionada. Nadie
nunca estuvo siquiera cerca de ese empeño por el pequeño hombre,
reiterado muchos años. Olvidó la bebida y las drogas para conseguir un
trabajo con que complacerle los caprichos. La amaba, consciente de cuán especial era y cuanto perseguía sus sueños, en los cuales yo tenía un papel instrumental. Más tarde fui el perseguidor, inútilmente, y con balance final de dos hijos nos despedimos en los peores términos. C Jamás hablo de C pues "nuestro tiempo" fue muy breve y ella murió mucho antes de lo previsto. La traté cuatro o cinco años y no
sé quién era en verdad. Algo intuí durante el par de intensos meses en
que nos buscamos, cada uno y una desesperado por su cuenta. Yo
era un poco mayor y me aventajaba con mucho en la pasión. El última día
a solas por primera vez tuve conciencia de mi simplicidad amatoria,
digamos. No
importa. Vale ahora cuánto viví encantado y cuánto ella. Ir al hotel
fue su iniciativa y no exagero el práctico ruego que hizo -sin darme
cuenta seguía vendiendo cuentas de vidrio. Aun
así sospecho hay dudas sobre lo lejos que en principio estaba dispuesta
a ir. Remito otra vez al inicial encuentro de los cuerpos. -Tendrás que dejar a H -le dije con nuestros rostros embebidos a cinco centímetros entre ellos. -Sí -respondió con el mismo, mutuo arrebol de semanas después a la distancia, vigilados por cincuenta compañeras y compañeros. Días
antes nos queríamos en secreto y la necesidad de permanecer pegaditos
nos descubrió en circunstancias catastróficas -mido la palabra. De
perder la razón entre un sueño no sabe sino yo, sobre todo ese
miércoles y el sábado y domingo próximos, creo tontamente porque vaya a
calcularse cuántos lo hicieron antes y después. Y ella respondió
puntualmente. Pagué carísimo y era cuestión de vida o muerte no en relación a C sino a mí. (Para
variar, soporto mis historias porque la bobaliquería tiene detrás
acentos trágicos. Enseguida y debido a causas relacionadas con nuestra
aventura, estuve cerca de perder para siempre la razón. C ni se acordaba
de aquello, seguro, y sí de lo que la llevó a mí, cuando con treinta y
tantos años murió en circunstancias extrañas. (El pequeño, inhábil hombre habría sido un buen sostén a lo lejos, sin romance, pensé muchas veces recordándola. (Era guapísima y no sobra mencionarlo porque su belleza, me parece, algo tenía que ver con sus infortunios.) G G
fue quizá quien más me quiso. Lo hizo por años y tenía cuanto yo
necesitaba: bondad, belleza, simpatía, cabal comprensión de cuán
importantes eran mis hijos y una niña pequeña como extra inmejorable. Aceitunada, sus cabellos se ensortijaban como muñeca negra y un hoyuelo en los cachetes hacía que rematara el espléndido brillo de la mirada. Por ella faltó nada para decidirme a dar un giro a nuestras vidas del cual ahora nos enorgulleceríamos los cinco. Sólo restaba coincidir sexualmente, aunque G asegurara que era su mejor pareja amorosa. -Sin tú placer el mío no existe -le dije una y otra vez tras esforzarse sin éxito. Por
años aparecí como un frívolo que la abandonaba cada tanto, y lo fui
pues con mi ayuda habría encontrado su vocación sin separarnos. A Segunda A
significó el paraíso que llega cuando la vida se vuelve un infierno -en
el último círculo está perder a los hijos a quienes se crió, así sea
momentáneamente. Mary Poppins tenía como película de culto y de descubrir mis huaraches pueblerinos antes de nuestra primer noche juntos, ni un pelo le habría tocado. Su
cuerpo creó el nuevo arquetipo para mí: piel morena, cejas pobladas,
talle estrecho y generosas piernas y lo que sigo sin llamar nalgas por
el terrible uso dado a la palabra. El rostro era pequeño, pillo, inteligente, adornado por un fleco rojo entonces inusual, y la imaginación, muy libre. Sólo
de sexo queríamos tratar, fuera donde fuera y no pasaba día sin él,
jamás hasta la extenuación pues era imposible cansarnos, jeje. Físico y
recreativo el mío -sonidos, luces, decurso del tiempo-, ganó al suyo,
que tendía a la fantasía. Literal adoración era ella para este yo. Desconocíamos los celos y la única pelea en dos años duró un cuarto de hora. -Soy un puente en tu vida -le dije inaugurando la práctica que duraría hasta mi vejez. Parco como voy, me detendré recordando un viaje a Acapulco. Ni
con camisa de fuerza habría ido sino fuera por A II, pues ya para entonces
el puerto que mi niñez volvió entrañable era una mala copia de sí
mismo. En
la autopista tomamos el asiento trasero aventajando a nuestros
contrincantes, una pareja que nos ganaba en edad y, según pretendía,
también en apetito, jeje. Como
había tiempo de sobra, A II cantó durante la primera hora. Tenía una voz
pequeña y entonada que educó el tiempo en la farándula con su ex marido y
me animaba a acariciarla ropas arriba y abajo, para darme pequeñas
satisfacciones a horcajadas. Sueño, pensé, al modo de otras veces
juntos: regreso a mi adolescencia cumpliendo lo incumplido. La
competencia iba en serio y ante airadas protestas que disfrutaba, el
resto del camino AII nos dio arrebatadoramente el primer round -y después
todos los otros, jeje. O O
vivía en otro país, era bellísima y me llevaba a bailar a lugares fuera
de moda, donde conocí cuánto poder cabía en un cuerpo. Con ella por
primera vez las mujeres aparecieron como mares. Columpiaba mi barquita por la pista, seduciéndome a pesar de su clara conciencia de que apenas verla me conquistó. Tenía razón: sólo desquiciándome terminaríamos juntos. Nunca
supe cuánto quería al mexicanito que conoció a través del padre de él,
casi por entero distinto al mío, para entonces convertido en el gran
personaje regional que siempre debió ser. (Estoy a punto de tirar la
toalla. Cuánto cansa la memoria, jeje, sobre todo cuando es mala.) Intenté
quererla a distancia y la mejor noche juntos fue así. En un descampado
escuchando a quien se volvía famoso de la noche a la mañana, metros
adelante mío movía el cuerpo con cadencia. Y recordé una famosa canción
medio boba y musicalmente muy buena, que le anunciaba a una adorable
estar pendiente de cuando hiciera. Demasiada mujer para este pequeño, pensé por su altura, sólo igual a la mía cuando quería complacerme con zapatillas. Los
ojos le brillaban aun cerrados, digo con cierto exceso, y la
fascinación se completo por sus recientes aventuras, con un minero
heroinómano, por ejemplo. No
me dejó quererla según pretendí y apostó al matrimonio, absurdo si se
tenían dos dedos de frente, pues ambos estábamos prácticamente solos con
nuestros hijos y para ella era imposible deshacerse del infame padre y
yo no pondría diez mil kilómetros entre los míos y su madres. Nunca
estuve seguro de cuánto amaba al mexicanito y la última noche
protagonizamos una escena sin sentido: la hermosísima tratando
inútilmente de convencer a este hombre pequeño. Durante dos años amigos mutuos me acusaron de traicionarla y exigían reconsiderara. Ella no podía llamarse a engaño.
No
importa quién soy o porqué escribo a los nietos. Solo vale el cadáver a
mis pies -solo sí, de ambas maneras gracias a la Real Academia, y vale,
claro, el fiambre, se entiende, pues por culpa suya iré a prisión,
diría en hallándome vaya a saber dónde, que hoy mundo arriba y abajo
cuesta nada deshacerse de un cuerpo (uy, ¿dónde cerrar los guiones?;
aquí, total, o con un punto y coma, vetusta fórmula empleada todavía)-.
Basta echarlo a la calle y fue melón o sandía entre los cárteles, o el
ejército o mi vecina, tan responsable como el Banco Mundial por la
cloaca esta. Eso escribió el viejo al fondo de la privada y continuaba: Punto
y aparte a mi crisis -espero les informaran del tema- y vámonos recio
con lo siguiente, que ni idea tengo qué es: una curul, un traje
cardenalicio, la gracia divina, más bien. Hasta
el gorro de solemnidades, voy a lo mío, entre chilango posmoderno y
dorado siglo, tan parecidos, primero con conteo de las changuitas que
pasarán por mis armas este día. Neta
hasta yo sospréndome por mi guapura y desde el Casanova -y no hablo del
Chango, rey del bofe (bofe, bofeta, box, pues, pin nacos y nacas)-
nadie se me iguala en artes para envolver damas y guarras -¿ven?, había
un cadáver y era femenino y debo envolverlo, para regalo navideño,
aclaro, andando de moda las frías. -Fanfarrón -dice la Inesperada, que apresentose el miércoles. -¡Revivió! -pues el fiambre era ella. Sus
vecinos estimaban al tipo cuya locura parecía prudente, un desliz -la
locura y el viejo, seguimos con los sujetos confundiéndose porque
quieren, pues queda claro está vez quién es quién, ¿no?. Tercera
persona de la primera, estoy aquí por divina voluntad y sin conocer los
motivos, que debe haberlos, imagino desde mi penthouse, computadora en
ristre, diría el viejo, donde por futuros buenos billetes le plagio
incunables, contagiándome, ya se ve. No
es que valgan -¿agrego "éstos" o queda clarísimo?-, a mi entender -lean
sin la coma y notarán su justo empleo (empleo, gran tema para el propio
ruco cuyos enredos sintácticos me tienen loco también ((o sea, yo, como
esa susodicha persona cuyo trabajo birlo a tal grado que ya hablo en
gíglico (((¿pondré notas a pie de página para explicar los arcaísmos?
((((uy, cerrar el párrafo es un lío). Todo mezclado, toca ahora ¿qué? Ah, sí: Arán
es un isla al noroeste de Irlanda, que las furias del Atlántico del
Norte intentan vencer hace milenios... A media tarde, en el único cuenco
contra la pared rocosa, donde un pequeño rompiente modera lo poco que
puede el fragor del océano, entre el estruendo ensordecedor una mujer y
un niño estiran los brazos como si con ellos avanzarán por encima de las
piedras y la espuma los tres metros que el sentido común les impide,
siguiendo con mirada de pájaro el bamboleo sin mesura de una barca que
tantea la lógica de la corriente embrutecida por sus impulsos hacia
atrás y hacia adelante. Un poco antes de donde la ola se decide tres
hombres protegen con un instinto animal olvidado por el resto de los
europeos, la cosecha de peces recabada en días de trabajo y la madera
que la desolada perspectiva de la isla, sin memoria de algo parecido a
un árbol, explica es la diferencia entre la vida y la muerte. Conozco muy poco la historia irlandesa y esa estampa salió de El hombre de Arán, un documental extraordinario. En todo quise ceñirme a los hechos cuando hacía un proyecto que fracasaría. Era para televisión y por primera vez en México abordaba con seriedad al Batallón de San Patricio. El
liberalismo nacional siglo XIX creó una imagen insostenible sobre esos
centenares de soldados estadounidenses que desertaron durante la
invasión de 1846-48. Me tragué redondo el bulo por veinte años,
produciendo comics y radionovelas. Abonaba a una versión de izquierda
sobre nuestro pasado, pensé hasta que las verdades gritaron. Entonces
fui a dar con algo realmente épico y fuera de sitio aquí, aunque la
burda mentira prevalezca, gracias en parte también al producto final de
mi trabajo. La
irlanda tradicional es demasiada gran cosa como para pervertirla, por
poco que se sepa de ella. Toco el tema por Brian O´Donnell, el niño del
documental a quien bautizo al antojo para hacerlo venir con las tropas
intervencionistas. Vive
conmigo, como mi abuelo, el compadre Agustín al que por cierto vi hoy
en un parque, y otro montonal de hombres y mujeres reales por sí y por
misteriosos designios. Si
mi locura no tiene que ver en el asunto, puede explicarse a través
suyo. Escojo un ejemplo entre miles. Es 152nomeacuerdo y Alvar Núñez
Cabeza de Vaca naufraga en las costas de "La Florida" -así,
entrecomillado, pues su nombre originario es otro, y así empezamos con
el asunto a tratar- y pasa años a ambos lados del "Río Bravo" -los
nombres contienen lo designado y al alterarlos Houdini entra en escena
con desastrosos efectos-. Lleva un diario donde escribe cosas así: “Muchas
veces nos acontesció tres o cuatro días estar sin comer. Ellos, por
alegrarnos, nos descían que no estuviésemos tristes, que presto habría
tunas y comeríamos muchas y beberíamos del zumo y terníamos las barrigas
muy grandes y estaríamos muy contentos”. Muy
cuco el cabrón, cuando llega a la recién titulada Ciudad de México hace
nacer unas quiméricas Siete Ciudades Doradas en los pobres países que
transitó. Al
poco una pila de aventureros siguiendo sus informes cree descubrir en
las orillas del Río Savannah a una reina de cuento, por el séquito que
la lleva en andas, y no duda un segundo. Basta el collar de perlas
entregado por ella al capitán en señal de cortesía, para que a punta de
mosquetes, espadas y puñales se le ordene llevarlos a la aldea, donde
tras expurgar el último rincón la rabia no se detenga ante nada, ya que
no hay allí ni una perla más ni huella de las piedras preciosas que el
delirio despertó. Entre locos, como ven, soy cuerdísimo, y mis manos, les juro, jamás se mancharon de sangre. ¿Otro caso, posmoderno ahora? Mi
ciudad tiene una señorial avenida que ordenó levantar el rotundo orate
de Maximiliano de Hansburgo, para copiar ¡a París! Hay veinte
rascacielos esperando sumarse a la pretensión de retar al cielo, que
experimentamos en los últimos diez años. ¿Quién los ocupará? Nobody,
saben sus constructores, pues ni en Narcocorruptilandia, según llaman a
este infortunado país, hay suficientes matarobaloquesea para ocupar esas
madres. Ni idea sobre el asunto tienen los Dylan Thin Manque pronto comprarán bonos Paseo de la Reforma en Nueva York, Tokio y demás -para ellos y ellas Enron no sucedió, y continuamos, pues, con severos problemas mentales. Locura, cierto, que Brian viva conmigo, si ni siquiera existió.
¿Perdió menos la razón nuestra memoria histórica sobre los San
Patricio, a quienes, para más, el primer presidente mexicano de derecha
confesional llevó al cementerio cívico? ¿De qué estamos hablando,
equilibrada izquierda ligth? El viejo que continúa y yo que lo plagio, ya no sabemos cómo va la cosa.
Hospital general
Así se llama donde cuidan de mí cada que necesito. Todo es maravilla en el lugar, sin faltar el nombre, romanticismo puro.
Más
horas de las de por sí obligadas hasta para una simple consulta, paso
entre los pabellones, los jardines y las colas que a ratos hago sin
motivo.
Las
mujeres y los hombres en sus desvelos y sus ilusiones por allí son
antiguas enseñanzas renovadas. Con sus semejantes aprendí desde muy
pronto cuanto le dio sentido a mi historia.
Uy,
las dulzuras, las emociones, las risas, de la larga semana en cama
esperando la operación con la cual tramposamente, creo ahora, me le
volví irrenunciable.
El gran teatro del mundo, dicen quienes no conocen la hectárea que sublima a una humanidad relatada de la más soez manera.
Paraíso Viví en el paraíso y dos veces me echaron de allí, digo en Desde la azotea, ¿recuerdan? No fue con Eva, ya saben, sino acompañando a dos niños a quienes les deberé lo mejor que pudo haber en mis cuadernos personales -sigo empleando un amanerado sistema de símbolos (por algo durante aquellos años, insistiendo sin éxito en que Tiempo de caminar quedará bien, me asusté al leer a Carlos Monsvaís refiriéndose a nuestra primera, cursi generación romántica: No importa qué escriba, sufra tanto y con tan pocos motivos como pueda, jeje). Mi primera expulsión se produjo cuando el país atravesaba una crisis social cuyas dimensiones no terminé de entender hasta que mucho después revisé estadísiticas. Cierto, veía a trabajadores y trabajadoras por miles, convirtiéndose en comerciantes callejeros, taxistas, etcétera. Conocía a muchos y el proceso resultaba tristísimo, pues ayer eran torneros, paileros, soldadores y demás, orgullosos de una profesionalización que en muchos casos les tomó dos generaciones, peleándose, pongamos, por espacios para tenderetes con ayuda de siniestras lideresas -el empoderamiento femenino estaba a tope entre los ambulantes, según les decimos. Enajenaban tambien su propio poder colectivo, adquirido en años de ejemplares luchas que prometían llevarlos a otro paraíso, no como ese mío. En el campo la pasaban muy mal a su vez, pues desaparecía el complejo aparato derivado del cardenismo, que materializó promesas hechas por diez años a sangre y fuego -la Revolución, para decirlo en una palabra- y les daba créditos, formas de almacenaje y comercialización y demás. Los ingresos familiares se desplomaron, por primera vez la matrícula escolar cayó y, en un ejemplo ilustrativo, el cómic, su industria, no fue ya ni recuerdo, apenas luego de producir y exportar más que los mismísimo Estados Unidos, en términos per cápita, y así se fue a la mierda el modesto acceso a las letras para millones y millones de paísanos alfabetizados y ya, nomasito, y felices con malas, regulares y estupendísimas historietas y ese derivado suyo que encontraban en las fotonovelas. Eran los primeros años ochentas, no crean que hablo del pleno neoliberalismo. La sociedad no se repondría del golpazo y tras dos nuevas grandes batallas -por los predios al llegar el sismo de 1985 y la derrota virtual al PRI en 1988- se entregaría. Yo recuperaría el paraíso y para darle un extra podría dedicarme a otra Ella: T Los hijos regresaron a mí y con un cheque modesto pero en sólida moneda extranjera y religiosamente a fin
de mes, cuánto de fantástico estímulo recogía entre semana se apuraba a explayarse el viernes por
la tarde.
El hacedor de milagros me creía y decidí seguir los pasos de V, quien un
buen
día dijo Total, y aunque muriera en el trayecto se entregó perdidamente a
una
de esas criaturas cinceladas en el alma por las películas y los boleros
de la
vieja época. La esquiva, pues, siempre como de noche con un cigarro
recargada en el piano que cantaba sólo para el lujo de ella y sus
satánicos ojos prometiendo estrellas y sangre, pongamos a lo dramático.
Mis gracias no daban mayor resultado por sí solas y el empeño fue
inútil hasta que los amigos crearon una aureola en torno mío y me
condujeron a un lugar frecuentado por mujeres hermosas, despiertas,
eufóricas a
su vez. De mañana escuché una voz y levantando la cabeza estaba frente a
mí quien me pareció cumplía a la perfección los requisitos de la
mortal dama.
Tenía bastantes años menos que yo y se me dio el equivocado informe: Se
separa de su pareja. De saberla la verdad me habría detenido, llegó
tarde y contribuyó a colocarme donde quería. Era o parecía una
explosiva
mezcla de altanería y piedad y sus favores o sonrisas se procuraban
universalmente. Al mes de coqueteos para ella naturales y así para mí
infructuosos, renuncié con una tristeza que la
conmovió.
Esa noche, lejos de consumar el entendimiento terminamos en los escalones a la calle con la ternura de mi hombro ganando el
derecho a abrir las puertas de ella por algo más que un rato. No tenía modo ni ganas de evitar el amor por su compañero y la
soberbia infinita y tuve que emplearme en regla, no importa cuán a solas
plañidero y extraviado me volviera. De modo que aquello se convirtió en una
ruda pelea, ejemplificada en el regreso de un paseo a las afueras. En su auto
toda ella gritaba alternativamente y sin parar Quédate para siempre y Casi no
contengo el vómito, ¡baja!
Años después me vendría un placentero sueño. Era la extensión de la vez en que
rumbo al cine, contra su bravucón estilo y sin motivo pidió
escogiera el camino y como niña a la deriva remató con lo que los días
siguientes confirmarían:
-Vamos por dónde tú quieras.
No había más afán deportivo ni personajes de película hablándome al oído. Había
un hombre agradecido prometiéndose cuidar de aquélla generosidad, así la
disfrutara por los diez minutos tras los cuales la joven volvería a su justo
sitio.
Se acercaba la navidad, me adelantó que preparaba para mí un regalo y durante
una semana estuve a punto de perder la razón. Grababa una cinta de música para
ella y cuanto escogía acababa pareciéndome pobre, cursi o anticuado. Entré en
pánico y decidí no darle nada y olvidar para siempre el asunto.
En días quise echar marcha atrás. Demasiado tarde, dijo, y no supe si yo seguía
siendo el de la noche del cumplimiento o el del reto originario:
-Te resistes, princesa. Mejor. Soy la viva imagen del músico ese que me gusta a
rabiar, y hoy mismo girarás a mi alrededor como mariposa.
Al cabo de unas semanas, viéndome convertido en una piltrafa me dio una tarde
que no fue la reparación del antiguo fracaso, pero al reivindicar la
magnanimidad de ella y mis empeños, despejó el camino a años de cumplir mis
fantasías con la princesa, procurándome romances en los que asumía el papel
demandado por ésta. -0- ¿Te debo las gracias, T, luego del infame final mucho después? Sí. Sin tu explosiva mezcla yo no habría sido el tamborilero. Nuestra historia no terminó donde pretende esa viñeta. Durante años nos veíamos a ratos y como por casualidad. -Me siguen preguntando por ti -decía una u otro y le robamos tiempo al tiempo para estar juntos sin verbalizar sensaciones ni tentarnos. Aquella
noche en que reeditando el pasado ofreciste llevarme a la estación, por
un momento estuvimos cerca de reproducirlo tal cual. Hacía la maleta,
te sentaste a mi lado, no había preguntas volando y aun así cualquier
cosa habría bastado para entregarnos. La escena se reprodujo varias veces por vaya a saberse qué lapso. Jamás
osaría destruir mi alfombra mágica. Le di alimento como en los días en
que trabajamos pared de por medio y me bastaba asomarme un segundo a
verte para vestir otra vez el traje. Nada decías al escuchar mi
pandereta y su hipnótico resultado. Ya que no hubo más padre de tus hijos fuimos a una cafetería. -Dejemos de hacernos tontos -propuse y movías con desesperación la cabeza como en los tiempos fundacionales. Luego me hiciste vivir El resplandor estando a punto de arrastrarme hasta los surcos recién barbechados.
Casi Memphis, Tennessee Para
Juan y para mí en aquéllos años, autobuses, unos cuantos trenes y
caminos a pie, igual si duraban dos días que veinte minutos, nos
condujeron a un paseo por las estrellas, de todo tan desconocido. Él se
cuidaba de hablar de ello, para completar la impresión de que estar a su
lado era mirar un espejo donde el mundo y uno se descubrían al borde de
inesperados e inimaginables precipicios. La
primera vez que fue al extranjero lo acompañé. La emocionada forma con
la cual aguardaba el despegue del avión, que tampoco conocía, la tradujo
en un comentario: -¡No tienen vergüenza! Uno esperando años para vivir la experiencia y ponen música de dentista. Yo
vacilaba entre lo aprendido y mi natural estupidez, y sólo gracias a él
recordé que el mundo no dejaría nunca de ser ancho y ajeno, y que nada
había tan falso como la moderna pretensión de andar largas distancias
con familiaridad, cruzando pueblos, paisajes y humanidades profundamente
distintos a los propios, sin acostumbrar los sentidos y la razón con la
extraordinaria calma requerida, de modo que se marchaba sobre la nada,
en una suerte de sueño. Durante
el viaje aquel al extranjero J era tan a la vista un hombre arrancado
de casa, que quienes lo topaban se sentían incómodos, ni más ni menos
que ante un poblador del más primitivo, recóndito lugar. Algo semejante
pasaba conmigo y con la absoluta mayoría de los viajeros que cruzábamos,
sin embargo los otros nos esforzábamos por presentarnos como
cosmopolitas, esa especie que cuando lo es en verdad encarna una
extravagancia cercana a la de los extraterrestres: condenados, bíblicos,
errantes vagabundos. Expuestos
al continuo, amenazador asombro, la conciencia de la soledad no hallaba
reposo sino entre nosotros. Tanto daba entonces pasear por los puntos
turísticos de una ciudad, que por sus espinosos rincones, y así una y
otra vez topábamos con calles que un vacacionista o un agente viajero no
habría visto jamás, en situaciones de las cuales salíamos con suerte
justo por nuestra patente, humilde extranjería, que a su vez tomaba por
sorpresa a los lugareños, por ello a ratos amables, interesados en el
país del que veníamos, cuyo exotismo acostumbrábamos recrear para su
beneplácito. Habíamos
descubierto este recurso en una pequeña ciudad metalúrgica digna de una
película del cine romántico, donde a las preguntas de un muchacho de
diez años convertimos a nuestro país en edificios curvados, campos
grisáceos y cielos rojos, cuya existencia él se apuro a compartir con
los escépticos amigos. Por
eso en aquél primer viaje no fue del todo un despropósito, por ejemplo,
que en el tren a la entrada de la más cosmopolita ciudad del mundo nos
diéramos ánimo con una pistola de plástico, regalo de un detergente y de
tronido apenas concebible, para enfrentar a la punta asaltantes y
asesinos que infestarían el lugar. Cada poco discutíamos luego quién
debía portar el arma, a la mano lo mismo en un barrio musulmán que en
una céntrica cafetería, pues el mesero representaba no menos peligro que
los hoscos rostros a la vuelta de la esquina, y era, por supuesto,
mucho más intolerante, metido en el traje de engaños por el cual durante
una horas al día podía negar el pequeño, ruinoso departamento
esperándolo al final de la jornada. A
los pocos días di el paso inicial en mi primera crisis adulta, no pude
salir del cuarto del hotel y nos marchamos para que buscara refugio. Al
separarnos en un puerto de un tercer país, viendo a J alejarse por el
muelle con un libro de poemas, supe que la mejor parte del viaje le
estaba por venir, ahora sin la obligación de decir palabra sobre la
realidad que se le escapaba y no revelaría sino lo poco que permitieran
años de madurar dentro de él. Para
el paseo que quiero contar, la cuestión apareció de una distinta
manera. La otra ciudad cosmopolita, punto de arranque de la ruta que
curiosas fantasías me llevaron a plantearle, lo inquietaba
particularmente, y para tranquilizarlo le aseguré que sí éramos capaces
de sobrellevar la nuestra, cualquier cosa en la visitada resultaría pan
comido. No
lo hago de momento pues después de cuarenta años ese par de meses no
terminan de madurar en mi cabeza. Sólo adelantaré que Juan cumplió el
viaje a cabalidad, solo, apenas hace unos días y pudo contármelo en unas
breves líneas de correo. -0- La
vida es curiosa y las intimidades de Tenneesse llegaron a mí buscando a
Bryan O´Donnell, a los antecesores de sus compañeros en el ejército,
los pueblos del continente contiguo al Niño de Piedra y la infamia tras
cuyo rastro anda Demasiado humano. Entonces aquel loco viaje que
inesperadamente propuse a Juan, lo ordenó el futuro. Entre
1770 y 1830 ocho millones de hombres y mujeres de la costa atlántica
siguieron la caída del sol tras los Apalaches que el gobierno británico
había impuesto como barrera a la colonización, hacia la asombrosamente
pródiga cuenca del Mississippi y más allá, rumbo a las Rocallosas. La
tierra, confundida, se conmovía con la avalancha humana, con su peso de
carretas, caballos y embarcaciones cargados con todo lo imaginable y su
brutal estrépito de hierro y madera, de disonantes voces de cerdos,
reses, perros y gallinas. La prensa y las memorias de la época trataban
de apresar en números la impresión del tumultuoso precipitarse
atravesado por una fe en la que se creía reconocer las trompetas de
plata de Moisés anunciando el reino de Israel: “En
un mes, la villa de Robbstow vio pasar 236 carretas.” “Informes
provenientes de Lancaster establecen que se contaron en una semana 100
familias que cruzaron la ciudad.” “Por Eaton pasaron 511 carretas con
3,066 personas en un mes.” En el mismo Muskingum de las mágicas semillas
de calabaza, un probable conocido de los Taylor contabilizaba 50
carretas en un día, mientras los ríos se sembraban de pontones,
lanchones y chatas. Era
una historia de grandes esperanzas y sufrimientos. “Una familia
compuesta por 8 miembros, en viaje de Maine a Indiana hizo a pie los más
de 600 kilómetros a Eaton, Pennsylvania.” “Un herrero de Rhode Island,
en pleno invierno cruzó Massachusetts rumbo a Albany (alrededor de 300
kilómetros). En un carrito iban algunas ropas, algunos alimentos y dos
criaturas. Detrás marchaba pesadamente la madre, con un pequeñuelo en
brazos y 7 niños más a su lado.” El diario de un observador daba cuenta
de un par de embarcaciones improvisadas, amarradas una a otra, con
cabañas construidas en lo alto, que transportaban a familias y granjas
desmontadas con todos sus efectos, en una especie de hogar viajero
sostenido por sus rutinas, cuyo símbolo era una anciana con anteojos que
en una silla se entregaba a su tejido. Se
instalaban en un lugar que parecía bueno, otros pasaban de largo
dejando el rumor de nuevos y mejores lugares. Entonces los más
arriesgados o los menos favorecidos tomaban de vuelta el camino. Eran
tan frecuentes las mudanzas, que un futuro presidente aseguraba que a
uno de sus vecinos todos los años en primavera las gallinas se le
acercaban y cruzaban las patas, aguardando que las atara para el viaje. Un
recuerdo éste, tocado por el mismo impulso de imaginación que hacía
florecer con clavos a una barra de hierro y que sólo así era capaz de
recoger los auténticos milagros de la aventura que en menos de medio
siglo multiplicó por seis el territorio de las trece colonias
primitivas. La aventura dejaba en la mentalidad del país una huella
imborrable y consolidaba y definía a la democracia nativa. Así,
privilegiando la anécdota, subrayando los rasgos excepcionales o
caricaturescos de la realidad, vacilando entre un agrio y desenfadado
humor y un gusto a Viejo Testamento, se construía una percepción del
mundo, una memoria y un habla que contribuirían decisivamente al
surgimiento de una religión, una conciencia y una literatura nacionales. Una
larga serie de estereotipos estadounidenses estaba ya presente en el
río de historias que desde el Oeste prosperaba entonces por el resto del
país. En la anécdota, por ejemplo, del viajero que detenía su caballo
donde el lodazal de un camino se volvía infranqueable y descubría un
sombrero sobresaliendo del fango, que se agitaba. “Al viajero comenzó a
helársele la sangre, pero juntó suficiente coraje para levantar el
sombrero con su látigo de montar. ¡Cáspita! Debajo apareció la cabeza de
un hombre, que se volvió hacia él y exclamó: “-¡Hola, forastero! ¿Quién le dijo que me hiciera saltar el sombrero?” Reponiéndose de la sorpresa el forastero se preparó a bajar del animal para ayudarlo, pero el otro lo contuvo: -”¡Oh,
no se preocupe usted! Verdad es que estoy en un aprieto, pero tengo
debajo mío un excelente caballo, que me ha hecho atravesar sobre su lomo
más de un sitio peor que éste. Nos las arreglaremos.” Se
necesitaba en verdad humor, capacidad de sacrificio y decisión para
emprender una tarea que, por lo demás, para muchos era una especie de
obligación. “Consideremos el caso de los desheredados, sin una hilacha
de su propiedad, deslomándose en el trabajo y no obstante siempre con el
fantasma de la cárcel de los deudores ante su vista: ¿cómo
reaccionarían esos hombres frente a la posibilidad de recomenzar en una
nueva región.” O a un labrador que roturaba la tierra hasta agotarla o
que “desde el primer día tuvo que luchar con un suelo pobre o
pedregoso”, para quienes la promesa de América no se había cumplido o
sólo en términos miserables. Eran
seres humanos que tras las flechas de los indios encontraban a las de
los mucho más peligrosos bancos, que cada poco amenazaban aumentar los
intereses o expropiar las tierras adquiridas a los grandes
concesionarios del Estado. La avanzada de los colonos entre el Muskingum
y el Ohio, pongamos por caso, había sido precedida por la compra de
derechos sobre 600 mil hectáreas, de parte de una compañía dirigida por
un general y un reverendo, a la ganga de 20 centavos por hectárea. Para
el colono los dos dólares o el dólar y cuarto al cual se redujo luego el
precio -de seis a diez tantos de ganancia, pues, para los
especuladores- en principio podrían parecer más que razonables, pensando
en las virtudes de suelos, climas y aguas a tal punto de veras anchos,
favorables y abundantes que frecuentemente permitían sembrar sin haber
roturado y que entregaban dos cosechas por año. Pero
para hacerse del lote tipo, de 640 acres, la absoluta mayoría debía
recurrir al crédito de las instituciones del Este, que medraban tan a
gusto como los concesionarios. Dos o tres letras se acumulaban y los
colonos recibían los anuncios de lanzamiento, que los incitaban a la
revuelta. Así había sido desde muy pronto, en presagios de auténticos
conflictos de clase. Comenzaba la gran empresa cuando en 1786 multitudes
de granjeros, dirigidos por un capitán retirado, llevaron su coraje
hasta amagar con el asalto a un arsenal y no desistir de entrar a la
mismísima Boston sino porque milicias de honrados ciudadanos los
forzaron a retirarse a los bosques y rendirse, mientras la caballería
formada por probos e iracundos estudiantes “sembraba el terror entre las
familias campesinas”. Revueltas que si entonces y más tarde no llegaban
a extremos era por la alternativa de marcharse y recomenzar, hacia el
prometedor horizonte contemplado por Jefferson. Descendientes
de esos colonos son quienes en 1846 forman el sector de soldados
nativos del ejército regular estadounidense, con los cuales departe
Brian O´Donnell. -0- En este punto, nietos, lindamos con otros dos cuadernos: Para morir iguales y Demasiado humano y con la música que preside todo, cuyas razones explico en Última función, aquí en un breve derivado.
¿Y la ¿Una novela? y Cronicando, con que iniciamos? Habrán olvidado ya de qué iban, jeje. Esperen un momento más, ¿sí?
Volver a los diecisiete No
hay día sin que escuche a Bob Dylan de ida y vuelta por la Autopista
61, deteniéndose para hacer el amor a una granjera y salir de inmediato
por la ventana; experimentando la tercera guerra mundial en calles donde
se diría no pasa nada, o desviándose hacia un valle en cuyo fondo se
guarda la más misteriosa mujer, ante quien rendirse sin esperanza. Mientras él anda sin parar, yo invariablemente a la primera obligada pregunta de los que llaman por teléfono, respondo: -¿Qué hago? Ya sabes: duro on the road de la recámara a la sala. Detrás
de la broma el viaje para encontrar la batalla de todos y todas por la
vida cotidiana clavando tumbas en cada uno y una -legítima preocupación
por el género. Eso era hasta hace una semana, cuando me ofrecieron volver a los diecisiete. Entonces
un jueves por la tarde estoy en Villa López, Chihuahua -cinco mil
habitantes-, en un patio que un pino-estatua y un álamo sombrean,
columpiado por las voces de tórtolas, zanates que aquí de los graznidos
pasan al gorjeo y los para mí casi míticos cenzontles. Don Ramón bebe un
vaso de agua para aliviar la ronquera de hora y media sin parar
hablando a mi grabadora, con sus casi perfectos noventa y cuatro años
que giran en torno a un ejido –dotación de tierra colectiva. La
tarde está cerca de coronar lo que empezó en Gómez, como llaman los
lugareños a una de las ciudades que forman La Laguna -el altiplano seco e
interminable del norte mexicano, el cielo en una de las versiones azul
pálido y nubes rasgadas. Un
auto cada minuto en ambas direcciones por la avenida principal, frente
al auditorio donde mujeres de las colonias, trabajadores y trabajadoras
de una docena de sindicatos, preparan un primero de mayo especial. Entre
una y otra estación del viaje en el autobús sin horario fijo Benedicto
pide al chofer dejarnos en la tercera y no en la segunda gasolinera de
Ciudad Jiménez sobre la carretera, como debiera, pues ahí esperan Martín
y su Chevrolet 1981, cuya facha queda perfectamente definida por el
preció: cinco mil pesos. Luego
frente a un caldo de camarón en el Cangrejito Playero, tengo el honor
de compartir con Juan facha Gepeto, el exlectricista y agitador de
Chihuahua capital, y las casi cuatro décadas de fiereza del lagunero
Domingo, más conocido en el rancho que el presidente municipal. En otra parada, en el diario que les destino escribo al futuro de los nietos: “Quisiera
no estar tan cansado y no echar la siesta, que es justo el tiempo, pues
a occidente el reloj se me adelantó una hora. Quisiera, los nogales de
la calzada." Volver
a los diecisiete. Al final de San Ecatepec de los Obreros digo que hace
treinta años y cinco años tuve que marcharme de ese municipio
industrial y que no me recuperaba hasta hoy. Hoy es ayer y no ahora... confío.
Entre la dictadura y la graciosa huída Esto es lo último que escribí, creo, para La ilusión..., hasta ahora, jeje.
Nuevamente lo primero es lo último escrito.
La
cuestión sube de tono. ¿AMLO atrae panistas o es copado por ellos? Aquí
Espino arenga, Obrador en medio y a su izquierda Germán Martínez:
Una
cosa es Tatiana Clouthier, que mantuvo siempre una línea de
confrontación con el poder, y otra estos dos tipos, quienes sumados a
Gabriela Cuevas y anexas, estuvieron al frente del intento de desafuero
en 2006 o que son llanamente ultraderecha. Están desplazando al círculo
cercano que AMLO se hizo en su partido, culpable por sumisión y nada
más. Si fuera cierto que Peña Nieto pacta con "la esperanza de México",
tendríamos un cuadro escalofriante. Y aun de ser falso esto último,
sumando los espeños por quedar bien con almirantes y generales, el
cuadro es muy maderista.
Completémoslo
con la descomposición del aparato partidario, por inercia y
desplazamientos que hacen espacio a trasfugas recientes del PRD y al
PES, y la pregunta es: ¿con quién gobernarás? Los principios a volar, estamos de acuerdo, pues hay algo superior. El resto ya no se reduce a estrategias. En fin, mejor para lo que vendrá, más allá de la efímera y entrecomillada Cuarta República.
Quitando
los momentáneos enojos, todo marcha sobre ruedas. Ganará AMLO, deberán
reconocérselo y luego vendrá el movimiento social y civil a rescatarnos.
Lxs
morenos se asombran esta noche de que Manuel Espino, ex dirigente
panista y yunquista (ultraderecha) coordine los tratos con
organizaciones ciudadanas. Señores y señoras, si el citado les previno
hace dos meses.
¿No se trata de ganar a toda costa? Pues traguen, jeje.
CASI TODO (SOLO CASI) LO QUE
PUEDA HACERSE PARA QUE ESTXS PUERCXS SE VAYAN SIN LLEVARNOS AL MATADERO, BIENVENIDO.
Ahí
está, el gran momento de Obrador hasta ahora. En fondo debería sonar la
famosa canción con Robert Plant y Jymmy Page al frente.
A
otros no se nos fueron tres pequeños detalles del en verdad gran
momento escenificado anoche, pues AMLO ciertamente se vio bien. A saber,
jeje: 1. "Yo
creo que si se aclara lo de Ayotzinapa (...) se va a fortalecer una
institución que es muy importante (...) el ejército", dijo el candidato y
uno, sacástico y como mero ciudadano, pregunta ¿hablaba de depurar a
las fuerzas armadas o estaba validándolas y se acabó el ¡Fue el Estado!,
que documentan el Grupo Interdisciplinacio de Estudios Especiales,
perteneciente a la CIDH, periodistas especializados y organizaciones
nacionales expertas en la cuestión -bueno, quizá lo fue, sin uniformes
militares, responderá quién sabe quién, mintiendo tanto como la "verdad
histórica" oficial y sus ¿dos? lígeras correcciones-? 2. Hincada, escuchando el requinto, Pejezombilandia tiene un orgasmo:
¡Carambolísimas, Chomsky está de acuerdo! Se deben "distinguir dos sistemas de poder: el político y el económico”.
El tema es complejo, al parecer, en palabras de un tercero: el poder
político es "divino" y "está por encima del bien y del mal, y el poder
económico: el material. Marx se llevaría las manos a la cabeza pues "no dividía al poder de la clase dominante que se ejerce a través del Estado capitalista". Haiga
sido como haiga sido, el Peje no piensa en éste o aquél. Quiere
conciliarlo todo. Agua y aceite, se entiende, nacieron para ayuntarse. La frase, digamos por no dejar, es ge-nial, ¿o no, Sr. Sentido Común? 3.
El que así habla compara su proyecto, ahí nomás, con nuestras
Independencia, Reforma y Revolución. La Cuarta República, según le
llama, llegará haciendo tabla rasa del pasado y con órdenes giradas
desde Los Pinos a nuevos Melchores Ocampo, Riva Palacios, Guillermos
Prieto, Ignacios Zaragoza y síganle por el magnífico paseo que corta
esta ciudad capital, estatua tras estatuta de hombres cuya generación
será única hasta el Apocalipsis, jeje -y eso que no me cae bien su obra. La
significación de lo que apreciamos este viernes se subraya tras las
contundentes declaraciones hechas por el gran empresariado contra
Obrador: VA DESPLEGADO DEl CEE. LUEGO, SERA. PERDONARÁN, ANDO CANSADO, JEJE. (Y ora sí llegó el último viaje sin más, para este firmante individuo, pues me odian bien y bonito, jeje. (Que por fortuna AMLO ganará electoralmente, ni duda, como advierte el operador de la guerra sucia en contra suya durante 2006: https://twitter.com/Megafono_Mx/status/992217860876488704)
PD de la PD PD "alivíante, Yo", jeje. 1.
En ciertos ciertos círculos muy altos del poder, cuentan los chismen,
se asegura que Videragaray y otros negocian en Washintong un buen
recibimiento de AMLO. 2. El propio Consejo Coordinador Empresarial declaró hoy que no tiene problemas con quien llegue. 3.
En la entrevista Don Peje hizo propuestas muy interesantes. Hasta
Cuarta República le ando creyendo, tras enojarme, si como él mismo
advierte: Será obra de millones de héroes anónimos. Si
tiene el talante, amigo, bienvenido sea. Mesías autoconcebidos y
creados por las mayorías no aparecen cada tercer día... durante unos
meses, nomasito. Sirva usted de Madero, pues, de quien su señora -¡Dra,
válgame dios!, ¡e historiadora y escritora! (mala, jeje) dice: El pueblo
no lo mereció (no pongo comillas por no certificarlo en un video) ((no
mereció a Madero, no merece a AMLO y, en consecuencia, no la merece a
ella, jeje) ((en esto tal vez se parece a la muy pilas y honrrada
Tatiana Clouthier, mano derecha de Obrador (((¿o inconsciente cerebro, a
estas altura?; ¿es ella la que lo anima a recibir a Espino y antes a
Germán Martinez y Tal Cuevas, también ultraderecha panista?; ¿debe
tenerse cuidado de la además muy guapa mujer?). -0- Ahora sí debemos volver a lo pospuesto.
¿Una novela?
-Ya está la cena,
B. Las sirenas, las
voces del abuelo, Agustín y los demás discutiendo. -"Esta es la
cara del Katún, del Trece Ahau: se quebrará el rostro del sol. Caerá
rompiéndose sobre los dioses de ahora...” -dice un coro quién sabe dónde. -"El mar será
un fluido rojo y el cielo como sangre "Sangre roja de guerra teñirá el mundo hasta la cumbre de los
montes..." Nuevas frases se suman, hasta el infinito. -Ya está,
siéntate. ¿Cómo describir a
A entre titubeos, para tenerla en el momento que sólo puede darse una vez, si
hay suerte? Aunque sea aparición, no la dejaré marchar. ¿De exigirme
abandonar mi sueño, el otro, lo haría? Imposible imaginarla pidiéndolo. Creo
aun que sin él yo carecería de sentido a sus ojos. -Ella. -Él. Apenas
nos hemos tocado, ¿te das cuenta? ¿Sabes con quién pensó mi mamá que iba a
casarme, cuando le conté? Contesta mi
rostro, gesto de muchachito, según el espejo.
-Por la noche me
descubrió llorando. Algo estalla lejos
con una fuerza inusitada. -¿Qué tan duro va
a ser?
-Ni idea. Quien se sorprende
soy yo. A puede pensar que conozco en detalle cómo evolucionan los hechos, y
con trabajos dispongo de información sobre este lado ahora a la espera. -Mando un mensaje
a mi hija. Yo recibo.
"¿Y eso, pa?" "¿Dónde fue? ¿Estás bien?" Quisiera a los
nietos cerca. Porque la explosión se produjo, más allá de mi demencia mayor o
menor. Nunca escuché una en este país acostumbrado a sangre por toneladas. La
muerte adquiere otro rostro. Llegan mensajes en
retahila y juntos precisan el instante. El poder apuesta por una lucha interna. Congratulémonos. Había la impresión de que golpearían sin medida en un
sector popular organizado, provocándose. -Esta noche
pensemos sólo en nosotros -digo para ganar el minuto a minuto que
necesitan muchos años madurados entre ambos. Despierto otra
vez. ¿Soñé reglamentariamente o con los ojos como platos? ¿Y Ella? -A -grito por ver
si solo salió del cuarto. Amanece y el abuelo se planta en la puerta. -Seguimos
esperando. Ando tras sus
pasos. Allí están todos. Representan a La corte de medianoche que surgió
de unos escritos para los nietos. -Llegó el momento
-dice él. Callo pues quizá
mal interpreto. Mi compromiso es contar sus historias, no más. -"El mar será
un fluido rojo" -recita O´Donnel y El niño de piedra se encima: -Los blancos no
son huéspedes de un momento; han llegado para hacerse amos de todo y es preciso
liquidarlos. ¿Recuerdas la revuelta del jefe Pontiac?
-No debe bajarse
la guardia ni cuando se cree el triunfo en las manos -vuelve mi abuelo. -¿Triunfar? Ahí
afuera están al principio. -El principio del
final. -¿Sabes algo que
no me hayan dicho? -De hoy y de
mañana. Se escuchan pasos.
Es A, que viene por el pasillo. En un parpadeo
quedo a solas, ella entra. -¿Sientes mi
ausencia en la cama el primer día? -Pierdo la razón,
veo cosas que no existen, soy incapaz de distinguir entre fantasía y
realidad... incluyendo a ti. Pega su cuerpo al
mío. -J, no desconfíes
en nada de lo que pienses o sientas. Pagaste el derecho. A mí, por ejemplo. -¿Ves? Esa frase
es puro delirio. -De los dos,
entonces. -¿Nos encontramos
en el sueño de cada quien? -Sí. Unos que
empezaron hace muchísimo. -Demasiado diálogo -pienso. -¿Novelo y en consecuencia da lo mismo? Ella atiende con
amoroso detalle mis gestos, el ritmo de mis silencios y palabras. Suena la música
africana que me embelesa. Sobre una sencilla, repetitiva base, es hipnótica y
nuevamente ideal. Daría la vida, sí,
por Ella. Vengo haciéndolo hace ya no importa cuántos años o segundos. Siempre
en el tiempo el secreto, hoy se trata de transgredirlo. Finalmente "todo
lo sólido se desvanece en el aire", ¿cierto? ¿Por qué pienso o
escribo eso? Anda, dímelo, A, si estás en mi cabeza y no ahí, cuerpo contra
cuerpo, tan marea el tuyo, bamboleándome sin moverse. Ya caigo. Nos
hablamos en silencio, ambos a través mío, y el tiempo... -Dime algo sobre
el tiempo -le pido. -¿Reinó? Tú dictas, yo
escribo, y los demás hacen otro tanto, ¿niéguenlo? Dije que amanecía
porque los pájaros así indicaron. El sol es un presagio por su pálido anuncio
tras las montañas y la ciudad tiene calidad de sombra. ¿Cómo pasaron las horas,
si Ella llegó casi apenas anochecer? Luego del
estallido busqué fuego inútilmente y ahora hay humos en columnas por varias
partes. ¿Fue un golpazo simultáneo? Imposible con tal precisión. ¿Por qué nadie
llama o mensajea? El celular está descargado. ¿Sí? -¿Y tu computadora?
-pregunta A volviendo a adivinar. -Se fue la red. Reviso el
teléfono. Muerto. Queríamos una batalla a ras de suelo. Ya está. ¿Quién produjo
los humos?, ¿ellos o nosotros? ¿Y cuáles nosotros? La organización tiene una
extraordinaria horizontalidad y así el impulso queda en manos de cualquiera. -Ni un murmullo. ¿Y los vehículos militares?
La policía quedó fuera, sin duda. ¿Así nada más? ¡Tampoco pasan aviones, todo
en una ciudad gigantesca! Antes en mis fantasías salíamos de entre la
tierra. El país a minutos
de que empezará este enredo era tangible, como mi participación en él. -También lo demás
-dice el abuelo.
Volteo hacia A,
quien lo contempla sin asustarse. -¿Se pueden ver? Contestan con un
movimiento de cabeza. -¿Contento? Ahora
atendamos nuestros asuntos. Estás adelantado varios días y así tienes tiempo de
informar a los demás. -¿Quién crees que
soy? Tú dirigiste una república en guerra. Mi lugar es muy modesto. -Hoy todos están
obligados a trascenderse. Está en juego una nueva civilización. -Sé, pero no aquí
y ahora. -Aquí y ahora, o
ayer para tus efectos. Entre la explosión y esta madrugada se decidió el futuro
en buena parte. En buena parte, nada más. -¿Y qué pretendes
que haga? -Cuéntalo. -¿Cómo? -Ten. Pasa un legajo:
actas, publicaciones, fotos, mapas, en papel. La era cibernética parece
recuerdo. -¿Nuestros hijos
cómo están, y mis nietos? -Bien, los cinco.
Marcha de una vez.
-¿Adónde? -Tú sabrás. Ella me extiende
una chamarra. Está preparada para salir. Sí que trabajé por
ti, seguro de que no te tendría, y sí que llegas a lo exacto, le digo sin
decir. -¿Cómo es el
diálogo de nuestra película? -"¿Cuánto
dura el mañana?"
-"La
eternidad y un día." La mujer murió, él es derrota social pura. -Abrázame. Fin del primer
capítulo, debería escribir pues así conviene al relato. Estando en presente no
hay modo. A menos que...
-Ven, durmamos. De súbito la
ciudad susurra y se le enciman sirenas y un pesado andar mecánico. -El ejército. ¿Qué
día es? -Jueves.
-No, la fecha. -Dieciocho. Reviso. Sesenta y
tres mensajes. -Ya hay señal. ¿Tu
computadora tiene clave? -Vamos.
-Dejas esos
documentos. -Imagina cuando
los muestre: actas de asamblea celebradas dentro de dos semanas, etcétera.
Luego ideo la manera. En la calle
gorriones y tórtolas festejan de una extraña forma. -Te quiero -dice
ella y nos besamos aprovechando el perfume de la jacaranda que se abre al día. Los voceadores
discuten frente al periódico en lugar de trabajar, y en cambio el ir y venir es
común, a cuentagotas por la hora y sombrío, en el país del horror y sus
esfuerzos para continuar como si nada. Recuerdo los
versos: "En la calle codo a codo/ somos mucho más que dos". A no
comparte ni repudia mis ideas, y cree en ese dos, aunque por plazos
pareciera olvidarlo, según yo, que me equivocaba desde aquéllos primeros
días. Amor a primera
vista, dicen con razón y hay casos a millones. Así fue el nuestro. Sería largo
contar los mil pequeños detalles del inicio (Las
mil cosas con M). Tras las primeras
miradas a lo lejos apenas pude aguardar por el recreo, y se notaba. -¡Despabila!
-decía este y aquél compañero, dándome un zape en clases que extrañaban mis
ocurrencias toleradas por maestros. Sonó la chicharra
y corrí al patio evitando el circo que celebraba nuestra efímera liberación. O
pretendiéndolo, porque un payaso no cambia fácilmente de traje frente a los
demás, y así apenas pasados dos minutos ya estaba involucrado en el burro
pateado del día. -Uno por mulo
-decíamos imberbe tras imberbe saltando a quien no escogió la suerte sino las
triquiñuelas del poder, para darle un golpe, él doblado por el talle hasta
tocar tierra con las manos. Luego Dos, patada y coz, hasta el Dieciséis,
muchachos a correr. En el Cuatro
la vi. Sus increíbles ojos grises se gustaban en mí a la distancia, y aproveché
una distracción para aproximarme sin más aspiraciones que sentirla cerca y
amigármele. Pertenecía al selecto grupo de jovencitas cuya madurez o
hermosura volvía inalcanzables, presas solo para universitarios. -Me rindió lo que
evitaba desde niña por sutil, imperiosa orden de mi padre: el desparpajo y la
llana alegría -diría si le preguntara hoy rumbo al Metro. -Está abierto,
funciona. -¿Tienes tarjeta?
Yo, ya sabes... Nuevamente la historia
completa vacila. Uso credencial del instituto para la vejez y A ronda los
cincuenta. -Extraños caminos
de Santa Utopía -pienso animándome y con un poco de humor al fin. Esas cavernas de
la ciudad son su mejor termómetro y cuesta trabajo leerlas por el cansancio
acumulado en cada una y uno y el reparo al espacio público. Hay una tensión
inusual, que no puede traducirse... -0- Cumple tu papel, Franscico I. Madero versión 2018, y hazte a un lado con la entrecomillada Cuarta República. No nos dejarás sin ¿Una novela?, jeje. Ana, nietos, viene como la Inesperada de Última función, en carne y hueso.
¿Tengo
nietos naturales y adoptivos, una Tic y una relación con ella como la
que describo? ¿Fumo, al menos?
Aquí todo está sujeto al debido proceso,
dirían los leguleyos.
Hay unos parrafos dedicados a A, por Ana, que recuerdan cómo escuchamos por primera vez ese disco: Pusé al final la
canción que debió sonar desde el principio y no aclaro las razones de su
importancia, a más de lo muy buena que es y así cuánto representó en
los fanáticos como nosotros. Apareció seis
meses después de separarnos. Me odiaste por
ceder y volví al hogar paterno con el rabo entre las patas no a ojos de papá y
mamá, a quienes vendía cualquier mentira, sino ante los míos. -Si ayer valía
nada hoy no merezco estar en la tierra -pensaba sin mínima intención suicida
pues Uno me sembró a conciencia la fe y bastaba el vuelo de una mosca para que
vivir fuera experiencia inenarrable. Tuve pretexto para
no entregar el trabajo, hasta mi fiel patrocinador se cansó y tú no llamabas ni
lo harías nunca, tenía por seguro a pesar de lo que dijiste al
despedirnos. Volvieron las
manifestaciones por Vietnam y fui más atrevido, marchando a solas, yo, un
cobarde natural. De darse todos los días el ánimo andaría relativamente bien y
como las convocaban según había necesidad, para encontrarlo debía seguir
bebiendo, cantando y echando cascaritas futboleras en nuestra universidad, y como habitual del
falso barrio bohemio. Advertí que esta
historia pertenece a tres y la tercera persona, Luisa, me buscó. Conociéndo mis
miedos, sabía que resultaría inútil invitarme adonde era obvio estuvieras y
hurdió una pequeña trampa. -¿Al mercado de
Portales? -le pregunté con suspicacia, pues si ella tenía por nueva manda
conocer la ciudad, el sitio me pareció exótico para sus lecciones. Tu mirada y la mía
estuvieron a punto de asesinarla cuando nos encontramos. Llevaba una bolsa
reglamentaria para el supuesto objetivo y sacó el álbum envuelto en uno de los
hermosos papeles que discurría, con un lazo rojo encendido que anudó dibujando
la intrigante figura cuyo mensaje tardamos en descifrar. -Es para los dos
-dijo y dio media vuelta. -Qué dificil eres,
J. Agaché la cabeza
cuando tu mano acarició mi cabello. -Levántala. J lloraba y eso te
derrumbó. Los hombres, hasta yo tan poco masculino, estrujan al verlos llorar. -¿Lo oímos? -Sí -conseguí
responder. Buscamos a Luisa
porque hacías de su chofer y no estaba, claro. -Esa mamá... Se
fue en taxi. Habíamos alcanzado
la calle y frente a nosotros se alzaba un hotel de paso. -¿Tendrán
tocadicos? Ven... Ya sé, pero por una vez -preguntaste y contestaste buscando
una tienda. Tu clase aborrecía
los derroches y la mía no podía permitírselos. La diferencia era la tarjeta de
crédito. Escuchamos
repegados sobre la cama y sin movernos. No habría álbum mejor para nosotros y
esa media mañana lo supo apenas hasta el último track. La canción se
repitió muchas veces en automático y volvió el idilio que ahora detendría tu
curso -mira cuán casualmente afortunadas las palabras- sobre herramientas de
precisión, tomado lejos. Empalmaría con mi viaje y así la vida decidió por
nosotros. Eso sí: yo no
sería más el simple aturdido. En adelante tropezaría con un propósito, aunque
solo tú lo entendieras. Demos gracias al
Mr. Teníamos dieciocho años y el lazo representaba ¡el fin del patriarcado!
Mauritania El blog apenas puede con la primera entrega de nuestro diario: Inesperada. ¿En cúal va hasta aquí? Entre
Féz y Nuevo México quedamos no recuerdo dónde. ¿Y si la marcha ahora me
condujera a ese fantástico viaje que reúne dos, uno tuyo y uno mío
compartidos de distinta manera? A Mauritania, insistirás otra vez, jeje. La luz. Los secretos están en ella. Era
1991, Tic, y andar por allí tenía muchos riesgos, dijeron. Hay paises
en que un hombre como yo puede confundirse con los lugareños. Desde
luego ni soñarlo esa vez, jeje. Espera, busco fotos de internet.
Mientras encuentro: sino llegaba al Atlántico y veía siquiera algo del
desierto, no tenía caso -en un decir, dese luego; cualquier cosa venía a
cuento para un completo extraño. Qué importa qué vi. Tal vez nada, jeje. -0- Entre Fez y Nuevo México. Tengo que traer aquí algo de eso, nietos e Inesper, a quien sumo como interlocutora siéndolo desde el principio, ¿verdad, amita? Por esos años, amita, te hacía de chivo los tamales, según decimos en nuestra tierra, para lo ya explicado. Con la llamada T.
¿ESTO VA, PARA ILUSTRAR LOS DÍAS ANTES DE El último viaje? Interferencia
REPORTERO:
Aquí Reporteando. ¿Me escuchas cabina? La señal es terrible. Estoy en
Titilichín Tadeo, estado de (INFERFERENCIA QUE NO DEJA ESCUCHAR LA
SIGUIENTE PALABRA). (PASOS SOBRE TIERRA.) Voy a acercar el micrófono a
la boca del cráter. (VA APARECIENDO UNA ESPECIE DE CREPITAR DE LAVA,
ENTRE LA SEÑAL SIEMPRE MALA. CAMBIOS DE TONO DEL REPORTERO, OBVIOS SEGÚN
EL TEMA.) Cabina, no puedo comunicarme con mi familia... (VOCES
IMPRECISABLES, QUE SUGIEREN ALARMA. IR Y VENIR DE MÁS PASOS SOBRE LA
TIERRA, INQUIETOS.) ¿Escuchan? El cráter lo produjo el meteorito o el
proyectil extraterrestre o de algún grupo malévolo de la oposición o del
gobierno, no se sabe... (AHORA LOS PASOS SE CONVIERTEN EN CARRERAS Y
HAY FRANCOS GRITOS Y LLANTOS.) Cabina, por favor, comunícame con mi
mujer... Habrá un estallido infernal, dicen los especialistas... No
cabina, no tengo modo de salir de aquí a tiempo; además es inútil...
Piden guardar la calma... No, cabina, no sé sabe cuántos morirán...
(TODO ES ABSURDO.) Dicen que desaparecerá el continente entero...
¡Cabina, cabina, ya viene! FADE DE EFECTOS EN FONDO A "LA GUERRA DE LOS MUNDOS", DE ORSON WELLS. SALTARSE LAS BABOSADAS DE LA PRESENTADORA.
CONDUCTOR:
La radio es el mayor mago, el gran ilusionista en la historia del
mundo. Con solo sonidos puede hacer que creamos cualquier cosa. SUBE Y BAJA "LA GUERRA..." A
las ocho de la noche del domingo 30 de octubre de 1938, una sombría voz
interrumpió una emisión radial para advertir a los estadounidenses:
«Señoras y señores, tengo que hacer un grave anunció… "Las palabras que
siguieron, emitidas en un programa que se difundía a través de una red
que abarcaba todo Estados Unidos, causó pánico. El conductor anunciaba
que los marcianos habían aterrizado y barrían toda resistencia que se
les oponía, en sangrientas batallas. Así inició la fama de Orson Wells, entonces director de teatro, que luego produciría extraordinarias, inolvidables películas. Setenta
y ocho años después aquí estamos, en Radio Warrior, y puedo decirles
tantas verdades o mentiras como quiera. Eso hacen las estaciones
comerciales, ¿no? (FADE DE WELLS A
En nuestro caso el compromiso es con la neta, que no es verdad así nomás, sino la verdad que en buena onda creemos. Uy, me estoy poniendo filosófico, y no se trata de eso. La música que escuchamos es de un grupo de talentosas mujeres de Nuevo León, que tocan en la calle.
Cambiemos
de tema para escuchar a un gran escritor (EDER, NO SÉ SI SE PUEDEN USAR
ESTE TIPO DE MATERIALES, POR DERECHOS DE AUTOR; POR SI ACASO DESPUÉS
PONGO EL TEXTO, PARA LEERLO):
Julio Cortázar, se llamaba este gran escritor argentino. Lo que escuchamos es de su novela Rayuela. (CAP. VII: Toco
tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si
saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y
me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer
cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la
cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí
para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco
comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la
que mi mano te dibuja.
Me
miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al
cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan,
se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando
confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose
con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus
recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un
silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar
lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si
tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de
fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos
en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea
muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y
yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.)
Ahora vamos a la asamblea nacional que nació en enero con el gasolinazo y que ahora se propone un gran cambio en el país. Antes
expliquemos brevemente. Los cinco últimos gobiernos de la república
prepararon la privatización de Petróleos Mexicanos, que como sabemos
pertenece hace mucho al Estado. O sea, vender la empresa, petroleo
incluido, desde luego, como hizo con Teléfonos de México, bancos y otras
muchas más cosas. De
Pemex depende gran parte del presupuesto público y para justificar la
venta por pedazos y a largo plazo, se dedicaron a ordeñarla sin dejarle
un peso para reinvertir. Mientras,
los encargados la saquearon, de plano, y hoy no es un secreto que los
carteles de la droga controlan una buena porción de los ductos. Dejamos
en gran parte, pues, de refinar el petroleo para gasolina, diesel y gas
LP, y hoy nuestras refinerías trabajan al 37% de su capacidad. Así nos
convertimos en el primer comprador internacional de esos productos a los
Estados Unidos. Grandes empresas se benefician con ello. A su cargó queda el manejo del 70 por ciento de los combustibles. Reforma
energética, se llama al conjunto del proyecto que fue dándose por pasos
y se hizo ley en 2016. Resultó ya inevitable la liberalización de la
compra y venta y para festejar el año nuevo los precios aumentaron en 20
por ciento, para continuar los incrementos en febrero. Y con ellos, la
respuesta popular más intensa en décadas. Este es un resumen de la primera Asamblea Nacional contra el gasolinazo. EDER, TE ENVIARÉ DOS O TRES MINUTOS EDITADOS): https://soundcloud.com/jorge-belarmino-fern-ndez-287233220/asamblea-nacional-contra-el-gasolinazo
Pasando a otra cosa, ¿se han dado cuenta cómo la gente se pone loca en las redes sociales? Un tipo anuncia que le van a operar el ojo y al día siguiente publica: ¡Me dejaron viendo de más! Ora traspaso la ropa hasta en fotos. Aguas, vecinas. Esa cicatriz no se lo conocía a la Wadda. Uy, la Dan se depiló.
De
todo como en botica en este particular espacio de nuestra radio, van
unos datos de la pavorosa situación de los derechos laborales en México. DATOS Alguien
llamo a la ciudad de México "Asamblea de Ciudades". Son tantas y tan
distintas que en realidad forman un país. ¿Cómo suenan? Porque casa una
tiene ruidos y voces particulares. Hoy nomás por probar, preguntamos de
qué estación a qué estación va quién se subió a este Metro: GRABACIÓN EDITADA. Me dedico a investigar la historia, ¿saben?, y un día escribí: En la posrevolución la ciudad de México crea una
o varias nuevas noches. ¿Que
quería decir? Que en la capital del país, que en las ciudades mexicanas
en general, la Revolución transformó la forma de vivir y de imaginar la
noche. Continuo
con lo que decía en un artículo. Perdonen el tono, intelectualón. Había
que impresionar a los especialistas. Si algo no se entiende, lo aclaro. (EDER: LA PRESENTACIÓN SE ESCUCHA EN PRIMER PLANO Y LUEGO BAJA A FONDO.)
Durante
el porfiriato el teatro de revista es un animado, picaresco entredicho nocturno
que se airea. Pero cuanto de lo demás puebla ese mundo que nace al caer el sol,
transcurre en el silencio o el vilipendio público. La prostitución callejera,
la cantina y la pulcata proliferan por los barriales, muy lejos física o
prácticamente de lo que la sociedad presume. No importa si están a espaldas de
calles de buena educación, un sólido muro invisible se alza entre ellas.
A
partir de 1920, en cambio, los tugurios, los burdeles en regla y las hileras de
cuartuchos que sirven a las “perdidas” son esencia misma del Centro y se asientan
sin remilgos aquí y allá, acompañando al festejo de la autóctona modernidad
siglo XX, de cines, carpas, cabaretes, salones de baile, estaciones de radio, convertidos
en escuelas y laboratorios de comportamiento entre los cuales la población no
para de reinventarse, haciendo de las calles pasarelas.
La
música popular, las tandas, las piezas del renovado teatro ligero, la prensa
que alcanza su madurez como primer medio masivo y es no menos multifacético que
la futura televisión; la literatura, la plástica, el cine nacional, la
historieta y luego la fotonovela románticas y de aventuras, en camino a
convertirse en las lecturas más extendidas del país, habitan la nueva noche con
seres y sendas materiales y fantásticos. ¿Me
expliqué? Tiene su chiste agarrarle la onda a ese tipo de lenguaje, que
permite observar cosas distintas a las comunes. En todo caso, ¿va
quedando claro que la la vida nocturna de ciudad de México se transformó
muchísimo tras la Revolución. Continuo: Estamos en1938, digamos, un año antes de que un reglamento
intente liberar la vía pública de la epidemia de besos. Sobre San Juan de Letrán, en los años 1980 convertido en origen del Eje Central, un hombre
se echa a la celebración de los entresijos de luz y sombra de la calzada. Su
cabeza se agita con el alcohol apurado no sabe si en el barullo de mesas y
parroquianos a su lado o en el de diez metros atrás, y con unas ganas a las que
el cancionero de la época vuelven apremio por una de las “flores
de la maldad y la inocencia”, frutos que chorrean miel y hiel, sendas hacia el
cielo y el infierno, con las cuales se adorna la calzada.
Todo alrededor, de más allá de Salto
del Agua a Peralvillo, abunda en quienes para el discurso complaciente de los
tiempos son románticas “aventureras”, “vírgenes de medianoche”, “Santas”. Allí
y por muchos rumbos de lo que alguna vez fue afueras de la ciudad, sin recato y
en cifras oficiales, a las “callejeras” de cerca de 200 lupanares se suman las
que deambulan por tres mil o más cabaretes, entre millón y medio de habitantes.
Difícil decir cuántas son, si las detectadas con enfermedades venéreas están
próximas a las 40 mil.
SIGUE
PARA EL PROGRAMA CON QUE RADIO WARRIOR SE INAUGURARÁ A FINES DE
FEBRERO. RADIO INTERNET, RADIO BOCINA, RADIO FM. DE TODO SEREMOS
LO QUE SIGUE SERÁ... LO QUE SIGUE, JEJE, DESPUÉS -0- Reviso lo que llevo ordenado del cuaderno y me siento bien. Al fondo suena
SIGUE
1. La película es de Luis Buñuel. 2. Poema que en 1921 ganó el certamen convocado para empezar a mentirnos, organizado por un cretino. 3. Así llamaban los Aztecas a México-Tenochtitlan.