miércoles, 29 de marzo de 2017

Ana primera

De recordar se trataba, para mí y quienes la quisieron. ¿Por qué lo muestro así escoja un blog perdido que al publicitarlo ya no es tan quién sabe dónde?
Los visitantes previstos conocen mi empeño por dejar unos cuadernos. Esto no irá en ellos y sí algunos fragmentos útiles para tal y cual cosa.
¿La pregunta obligada a quién escribe estos cuadernos es cuánto de verdad hay en lo que cuenta?
Poco mérito si miento ahora.
En cualquier caso a Ana, Luisa y T les tiene sin cuidado el tema.
(Fatigado, el blogger hace cuanto se le viene en gana.)

La hija de Ana -advierto de vuelta que los nombres reales pueden ser otros- y yo resolvimos nuestras diferencias. Regresaré, pues, lo que escribí y aclaro por tercera vez:
Moriste un año que no fue 1998, como afirmo aquí para recordar mi segunda expulsión del paraíso. Por tanto no teníamos cincuenta y uno y los veintiséis que te tomaron hacer una familia fueron algo más o algo menos. 
A contados hablé de ti y nadie conocía la historia completa hasta la enfermedad de tu madre, Luisa. Me decidí para acompañarla de cierta manera, acariciando al paso mi herida.
Hay un solo disco para acompañar el primer año juntos. Irá después. Lo que escuchamos era muy apreciado como extensión de la época previa, merecidamente, pienso ahora. Sensibilidad gay oculta, arrollando a las multitudes. En ese tiempo nos conocimos.
Dieciocho años los dos y vivíamos juntos. Eso era muy precoz en la época, al menos entre las clases de donde procedíamos.
Terminó tu curso en otro país, llegaste un domingo y el lunes me buscabas en la universidad. Espía experta, te tomó nada encontrarme. Nuestro enero benévolo arropaba al sol sin que yo lo percibiera. De verdad había muerto en noviembre y la joven a mi lado por el enorme jardín intentaba entender los motivos. Junto a ella un mutuo amigo ocasional.
Imagino que calculaste cómo sería mejor tu acercamiento hacia mi espalda.
-J -escuché a cinco metros.
No sabía qué hacer.
-Jamás nos separaremos -habías dicho un año atrás, sin que yo entendiera bien a bien, y nuestras cariñosas, prudentes cartas se interrumpieron cuando la Princesita hizo su obra.
Estabas todavía más hermosa que antes y tuve miedo. Yo tan pequeño, tú un producto incomprensible para quien fuera. No guardaba expectativa alguna, excepto la amistad incondicional, y aun así quise correr.
Nos miramos, los ojos se te enjugaron por primera e inesperada vez. El llanto no era para ti, sabía cualquiera que no entendiera, incluido yo, el personaje en que me convertías.
Espera, corrijo la mala manera de contar. Lo intentaré, siquiera, mientras la Inesperada hace un esfuerzo de comprensión y no porque "lo que no fue en tu año no fue en tu daño".
Nuestra historia, Ana, resulta excepcional gracias a sus continuas fracturas y a los papeles que representábamos. Debe sacársele partido.
-Caminamos porque tropiezas -afirmarías después.
Empecé a hacerlo con la Princesita y seguí al convertirme en universitario. Nada tenía sentido para mí y aquél año ni me inscribí. Quemaba las naves, como se dice, sin objetivo.
Conocía ya el falso barrio bohemio en gestación y robaba en casa, pequeños ahorros de mamá, por entonces, y no todavía caras botellas y centenarios. Era mero vil desastre y el dolor no me justificaba.
Tú, perfección personificada, enajenabas el futuro en nombre del pasado familiar, renunciando a lo único que querías, que te urgía para andar como dios manda: hundirte en el país, en sus pestes y maravillas.
Vivirías a través mío y ahora quién sabe cuánto contaba salvarme y cuánto el aprovechamiento de mis infortunios.
Conté antes cómo hicimos el amor en donde primero se pudo, por iniciativa tuya. No nos habíamos besado una sola vez.
La Señorita Todo lo Puedo y Calculo hizo planes en el avión y me llevo a nuestra casa. Así de simple. Para las doce del día J sin oficio ni beneficio, muerto en vida, tuvo la más hermosa joven y un elegante departamento -al mes nos cambiaríamos al cuarto de servicio, cierto-. Nos faltaban meses para cumplir los dieciocho. 

Usabas el auto de tu hermano, para su coraje y sin que supiera. Pedí ir atrás porque mi placentera confusión se sustentaba en la certeza de que no te merecía.
Nuestra casa, subrayé, pues eso sería y eso dijiste al arrancar. No entendía nada. Estaba destinado a ello, pensé meses atrás, y he aquí la confirmación, dije en silencio mientras mirabas por el retrovisor.
Lo intuías y evitabas convencerme de otra cosa con discursos. Tu gesto se planta en mi ventana, cincuenta y dos años más tarde.
Paramos para hacer la compra. Era un perrito tras de ti.
-Deme tal y cual -pedías a la dependienta sin consultarme por respeto.
El día regresó a su viejo esplendor en nuestro valle. Te espié. Las cien intensas jornadas juntos enviaban mensajes encontrados. Me extendiste una moneda.
-Llama a tu casa.
Cumplí la orden.
-¿Por qué, Ana? -pregunté sin palabras.
-Eres de una ceguera increíble -responderías después.
Entonces, todos los demás estábamos ciegos. Ese romanticismo tuyo lo envidiaría la literatura francesa del siglo XIX. Yo tenía con boleros y Beatles. Paul Nizan y Jules et Jim estaban por llegar para mí.
Sigo contando mal. No tengo remedio. En fin.
Mil cosas me rondan la cabeza, de cada uno de los dos. ¿Cómo fueron tus primeras experiencias sexuales, con el púber pescador? Las mías empezaron todavía más temprano, madurando gracias a María, tan joven como yo, quien trabajaba de sirvienta -sin eufemismos- en el hogar paterno. No la compelí y se enamoró. Darme cuenta produjo honda tristeza pues para mí solo había atractivo sexual y terminaba siendo un aprovechado más con una de esas semiesclavas campesinas sirviendo a los apapachados, detestables sectores medios.
Nuestros encuentros eran primitivos a pesar de mis juegos con otras y otros, que anunciaban cierta perversión.
No hubo más hasta ti. Conocía bastante bien tu cuerpo por la confianza en el trato, que permitió verte desnuda o semidesnuda -cuando te bañabas sin saber que había entrado a tu cuarto o al cambiarte la ropa.
Me inquietaba de un curiosa manera. En ella habrías apreciado lo que significabas para mí. O, más bien, lo confirmarías, pues por fuerza te dabas cuenta. ¿A qué tu sorpresa ante la ceguera de J? Esa seguridad al buscarme y decidir por los dos es elocuentísima. 
 
Es complicado hablar de mis sensaciones ante tu cuerpo en un tiempo en que la Princesita, L, lo ocupaba todo, parecía. Ella y yo tendríamos la vida entera para esculcarnos, según reglas sobrentendidas, y el intenso deseo que experimenté muy pronto se transformó en vaya a saberse qué.

B, la sensual, atrevida compañera a quien servía de cómplice, extraordinariamente madura para mí, fraterna me alentaba a recrearla con los ojos y la imaginación. Gracias a ella presumía cuán lejos puede irse en el placer -tanto como B misma, a quien sus padres mandarían a un psiquiátrico para curar "sus furores"-. Con L llegó la esquizofrenia. Moría por su boca, sus pequeños senos, sus bien torneadas piernas, sin apremio. Apenas eso.
Jamás me masturbé con ninguna de las dos y no recuerdo si continué una práctica desarrollada a conciencia hasta entonces, que seleccionaba a una amiga de mamá, a una falsa prima mayor que yo; a la madre de un compañero y una joven vecina. (Contar en primera persona tan a menudo como yo crea vicios terribles.) Tampoco contigo, Ana, desde luego. 
Vivía en un permanente columpio sensorial sin solución. 
Verte contra el auto abriendo la blusa fue una de las más desquiciantes experiencias en mi vida. Por el camino me habías besado largo, con tibieza y pasión -puf, qué mal lo digo, jeje.
-Intenta curarme -pensé. -Está conmovida.
-Te quiero -decías y confirmabas mi idea.
La entrega fue otra cosa. En verdad me deseabas y no tenías prudencia alguna.
-Al mundo lo tomo. No hay diversiones ni cotos.
Tardaría mucho para encontrar alguien cercano a ti en el sexo, en su desinhibición.
La clase social y la estirpe se manifestaban también ahí. Tu novio aquel, con quien te conocí, lo fue realmente, así su romance durara unos meses. L, niña rica de primera generación, y yo, un clasemediero modesto, en año y medio nos limitamos a escarceos. Santa Virginidad mandaba tanto como el presidente de la república. Imagino los encuentros con el muchachito costeño.
Cuanto guardaba se explayó en ese momento, sin faltar mis fantasías al autosatisfacerme. Un ancho camino quedaba despejado.
 
Me pregunto si nuestra
casa
 estaba en veremos antes de tomarte. No, claro. Dos años antes habías decidido quererme y aplaudirías hasta mis tropiezos amatorios.
Siempre manso cordero vi cómo pasabas tu hogar, donde presumí me llevarías con la protección de Luisa. Barrio señorial arriba, hasta el parque, te detuviste.
Era un edifico de cuatro plantas y otros tantos departamentos. Pertenecía a la familia. Llevabas llaves, el portero bromeo contigo y subimos por ascensor. Más besos, yo azorado.
-No lo rentaron todavía.
Para variar confirmaba: sí que hay abismos sociales. Tu tratabas de no aprovecharlos.
-Luego iremos al cuarto en la azotea, que está más bonito. Pica cebolla y jitomate.
-¿Yo? -pensé. Nunca moví un dedo en la cocina. Por supuesto los abismos existían, también a mi favor, ya vimos con María. 
En breve sabría que contigo era capaz de encontrar el camino, si evitaba la inseguridad que me producía saberte superior. Imposible evitar ese miedo, A. Experto en túneles, agujeros y tropiezos, las premiadas vías rectas resultaban un laberinto para mí. Debías guiarme entre rumbos discordantes. Fracasaríamos sin remedio. Mientras, nos esperaba un año ideal.

  ¿Dolía? No.
Los departamentos estaban semiamueblados pues los rentaban quienes debían pasar en la ciudad un año o dos, o menos.
Recibidor, clóset para visitas, baño completo a izquierda, que servia a una pequeña habitación, y en el extremo contrario la amplia cocina obligada para gente de bien. Detrás, bordeando por un costado -los alimentos tienen que llegar como en secreto y sin anuncio de olores- o subiendo tres peldaños al otro, sala y comedor con vista a oriente, el parque y así el gran bosque urbano y las montañas. Dos espaciosas recámaras compartían baño y vestidor. Balcón reglamentario, que doblaba al norte.
-No hagas caso. Nos mudaremos arriba -dijiste. -Es mucho más bonito, verás. 
Yo hablaba a monosílabos.
Un par de jovencitos jugándose la vida. Nadie vendría al rescate, quedaba claro por fin. Mamá, papá, el valle, dieron cuanto les correspondía. Ahora a bregar, tú y yo solos. ¿Que teníamos un techo gratis? Para dormir y nada más, entre la tormenta cuya furia terminaría con nosotros en cualquier descuido. En resumen: nos sumamos a los millones obligados a encontrar una respuesta donde no la había.
Desde luego no sólo para ti, rica y disciplinada, sino para los dos, la mesa estaba puesta. El tema era lo que nos servirían.
En apariencia yo no soportaba más y lo con mucho peor llegaría después, año tras año. Ese nuestro era la salvación. Nutriéndonos permitiría resistir luego, hasta que con empeño y ayuda de otros construyéramos un camino, retando, siempre retando.
Vaya orgullo que siento, mi señito.

Conocí a Dylan un año antes por un vecino tuyo. A mi clase le estaba vedado lo que las disqueras no promovían en países tercermundistas. Andabas lejos, te hablé del descubrimiento y enviaste esto, previo a lo que traerías. Nos gustaba muchísimo también. En palabras decía cuanto se me daba la gana, lerdo en idiomas, como era. Todo termino, niña "triste". Vaya, vaya, para nosotros.
"La autopista es para los jugadores", prevenía el Mr. Esa frase sí que la entendí. ¿Quién pagaba por el aire en mis pulmones? Millones, y yo allí, sin dar golpe. No era necesario decírtelo: la culpa roía a tu compañero.
El optimista irredento yo pensaba cada vez más en cuán duro golpean los vientos contra nuestras pobres humanidades. La primera infancia supo del asunto quizá como nunca después, y enseguida tuvo confirmación en mi hermano pequeño. Ahora venían para rompernos por fuera, completando su trabajo. Pobres. Y dicen que quienes salen adelante tienen mayores méritos. Eran y son Mrs. Jones. 
"Entras a la habitación
con un lápiz en la mano,
ves a alguien desnudo
y te dices "¿Quién ese hombre?"
Intentas entenderlo
pero no lo consigues (...)
Porque algo está ocurriendo aquí
y no sabes lo que es,
¿cierto, Mr. Jones?"
Peladitas y en la boca lo tenían quienes sacaban dieces en mi ex salón o, perdona, Ana, esos que se apuraban a ayudar a papá en su negocio. Cultura del esfuerzo. Menuda mierda.
Cuando ya juntos llegué feliz porque había encontrado trabajo, pateaste el mueble más próximo -un fino trinchero.
-¿Qué te pasa?
-No estamos para tonterías -fue tu respuesta.
Bueno, miento: estabas dispuesta a dejar todo (ahí va una señal, T), si bien hacías una primera apuesta por profesionalizarme en la experimentación.
Caí en cuenta.
-Lo haré donde quiera, poquito. No nos alcanza con eso que ganas.
Habías renunciado a la mesada familiar para cobrar dos horas diarias como ayudante de tu papá.
-Cumpliré lo prometido con la fábrica también porque es una manera cómoda de tener ingresos.
-¿Me mantendrás? Estás loca.
-Qué típico eres. Macho, finalmente.
-¿Eh?
-¿Ves? Ni entiendes.
Hablabas del gran enemigo que Luisa te señaló desde niña: la sociedad patriarcal.
Yo tardaría décadas en escuchar del tema. En cuanto a lo de macho, aquí entre nos, ¿cuál?, si tenía una formación femenina y nuestra intimidad sexual lo mostraba.
-Antes muertos qué dóciles -declaraste un poco demasiado pasada en el discurso, jeje.
-¡No, mamá! -fueron las palabras iniciales a Luisa, quien nos avisó que tu padre había descubierto no vivías sola.
-Me marcho... nos marchamos.
-¿Adónde?
-Adonde se debe.
Te traicioné con mi llamado a la prudencia y de ahí tu coraje.
Hoy comprendo. Esperabas que hiciera otro tanto: decidirme. No tenía idea cómo. El país era todavía una incógnita absoluta. Encontrarla obligaba a dejar la ciudad, aventurándonos, probé cuatro años luego. Sordo a Dylan y su Autopista 61, debía saberlo ya.

Aquí la gran canción de nuestro año. La mejor en los anales del rock, aseguran equivocadamente. La más influyente sí.

Tienes razón: él a nuestra edad no se atrevía aún.
Cuán difícil, realmente. Yo pasaría antes por los suelos lodosos tras un mostrador bancario y el horror de la fábrica-pueblo, para casi ser cirquero y traficante. Perdón, Mr, aquí hay quien se convirtió en piedra rodante, sin dirección adonde escribirle, completo desconocido, a la manera de millones, sin alardes de niña rica antes; Ana jamás presumió y no apostábamos a la fama, Did´t you?
En cualquier caso el año de idilio nadie nos lo quita.
Eras odiosa, hasta cocinar bien sabías. Ratatui llamaban en Francia a lo que en tierras de Luisa le decían... ¿cómo? Cuatro generaciones francofóbica, aludir al guiso aquel de solo hortalizas podía costar la vida -no lo conocía y presencié un altercado mayor cuando a un invitado a Luisa y F place se le ocurrió asemejarlos-. Eso comimos sentados sobre el piso del balcón.
Llevabas una cinta rodeando tu tobillo izquierdo. Detalle hippie que no había llegado a estos lugares, me ponía mal. Artera provocación señalando los bellos rubios por los cuales asesinaría, apenas algo llegó a mi estómago parecía gato en celo. Levanté la falda con el pie y recordamos que no llevabas ropa interior. Lo demás del no ratatui quedó para después.
Había un abismo entre los dos años transcurridos desde que nos conocimos y puede apreciarse en la música de estas memorias. Lo conocían como brecha generacional y operaba solo para algunos.
El México periférico no permitía irrumpir a la adolescencia sino caricaturéscamente y los aires nuevos llegaban a cuentagotas. Tema complejo ése, que solo cito. Vivíamos la dictadura perfecta y se necesitaría un 68 para conmoverla.
Semanas después A y J estaban en el limbo y por la ventana del cuarto de azotea se hacían preguntas sobre la ciudad y su país, perfectos desconocidos. Algo sabíamos, sí, algo, nada más.
Hablábamos mucho, entre semana desaparecías cinco o seis horas diarias y un par el domingo, para comer con tus padres.
-Ven con nosotros -pediste una vez. No hubo contestación. -¿Estás enojado?
La pregunta sobraba y no porque en mi casa me esperaran.
-¿Qué no entiendes tú o qué no entiendo yo? -me dije o nos dije, vaya a saberse, pues en ese momento dejamos de ser uno y volví a los miedos. Sonaba la canción que se escucha aquí, con mi particular, mudante letra.
-Perdón, J. Mejor cocino y...
-Anda ya, te van a regañar -agregué sin mala fe.
-Cuan frágil compañero escogí -parecías pensar.
-Tú más -respondí en el mismo plano.
Ahí estaba nuestra primera y única pelea matrimonial, capaz de dar al traste con todo.
Ibas a validarnos.
-¡No! -contestarías si me hubieras escuchado.
-Sí -insistiría yo.
Imagina la escena en sacrosanto día, yo con dudas sobre qué cubierto tomaría, ambos mintiendo hasta por los codos. ¿De trastabillar, habrías vomitado la verdad sobre la mesa? Quizá.
El recuerdo me agota, A. ¿Seguiré, como prometo? Debería volverlo novela. Hago un intento, no suena mal. Menudo alambicado cuando escribo de mis cosas.
Contigo se me ocurrió por primera vez que cada puerta al abrirse descubría otras. Ana interminable temblando en la mirada de J. 
Sin alardeos: solo el de Luisa puede compararse al conocimiento que él tuvo de ti. Distintos, desde luego, porque yo te deshojaba quizá sobre todo gracias al sexo.
-Ven -decías por dentro, asomando para desparecer. Escuchaba tus pasos que corrían, iba tras ellos hasta torcer vaya a saberse hacia dónde, y de vuelta... Los ojos se me iluminaban con angustia también.
Si de mañana esa primera vez te guió la prudencia o el amor o tu sentido maternal o nuestro cariño fraterno, y no evitaste mostrar lo lejos que iríamos, ahora, platos a un lado, no hubo misericordia.
Dolía.
-Trabaja, trabaja -decía tu rostro, la liquidez del cuenco, los giros, el respirar fatigoso, cada bello demanda, pues eso eran, terminaciones nerviosas capturando a su presa. Hablabas a mi oído con palabras incomprensibles y por ello más sugestivas. Ibas a desgranarlas poco a poco, al dictado del mutuo deseo.
En verdad dolía.
Te buscaba arriba y abajo, hecho boca, manos, miembro y piel, mucha piel frotándose contra la tuya. Atardecería cuando termináramos para recomenzar apenas repuestas las fuerzas.
El clítoris no existía en la época, ni punto G ni mujeres fuente que otros países daban por mitológicas y no este, que lo silenció desde no puedo decir cuándo. Tú manabas.
El tapete bajo nosotros estaba empapado diez minutos después de empezar -exagero posiblemente, jeje-. Yo palpaba, sin creerlo.
Hacía el amor con un mito y no me daba cuenta ni podía contárselo a nadie, aunque quisiera, pues dudarían de mí.
Dedos y lengua se esmeraban más que la varonil representación.
-¡Dios! -exclamaste en un momento y estuve a punto de reír, apóstata maldecida.
Tampoco a ti se había revelado tu don hasta entonces.
No atinaba adónde ir, pez Ana, y lamía con los labios y el sexo, restregándome. De espaldas, por favor, era mi ruego, y enseguida nos enrevesábamos.
En un cuaderno me burle del sexo con bagaje beisbolero: mete y saca, jeje. Bueno, cada quien sus gustos, si bien no alcanzó a concebir algo tan placentero como aquello.
Paro pidiendo perdón a quienes leen. El pobre hombre recuerda y tiene una Inesperada que agradece a Ana su legado.
Ahora pongámonos de rodillas. 
Que traduzca su abuela.

"Well, I ride on a mailtrain, baby
Can't buy a thrill
Well, I've been up all night,

 Leanin' on the window sill
Well, if I die on top of the hill
And if I don't make it
You know my baby will

Don't the moon look good, mama
Shinin' through the trees?
Don't the brakeman look good, baby
Flagging down the "Double E"?
Don't the sun look good goin' down over the sea?
Don't my gal look fine
When she's comin' after me?

Now the wintertime is coming
The windows are filled with frost
I went to tell everybody
But I could not get across
Well, I wanna be your lover, baby
I don't wanna be your boss
Don't say I never warned you

When your train gets lost

No más. Hasta siempre, amor.

La gran canción queda en nuestras cabezas. A cambio va otra no menos buena.


-0-

Cumplo setenta hoy, Cosa, y te extraño más que nunca. 
Sigo sin creerlo. No lloro al recordarte, ¿sabes? Hasta a un sentimentalón como yo las lagrimas le sirven para nada cuando apareces.
Abrí tu cesto y el vació no tenía fondo. Cinco fotos, piedritas de los últimos viajes, sin mí todos; una nota donde me recordabas pendientes. Apenas eso. Se diría que alguien conspiró contra la memoria. Están los correos, cierto, diarios, y muebles y adornos venidos a rastras hasta aquí, cuyo significado solo yo conozco. Más de una vez estuvieron a punto de romper tal y cual, o tirarlo, a lo llano. ¿Que para qué conservo las sillas desarmadas o mis casetes o el sillón de madera y bejuco, bamboleándose por mi descuido; o el equipal roto hace tres años durante una fiesta, o la hamaca mal envuelta o la hermosa mesita de noche despostillada, que arreglarías al regresar?
Ayer hice el paseo acostumbrado cuando nos conocimos. Contemplé por fuera "nuestro" departamento de jóvenes y la casita donde al final pasamos once meses.       
Claro, ¿por qué no desear la muerte al primer descuido? Quien marcha prematuramente abre un agujero a mitad del mundo.
Terrible injusticia hay que decir en cada caso y hoy lo sabe bien este país de mierda. Cuando treinta y cinco años se daban lo prometido, recién empezabas (conmigo o sin mí, da igual, aunque dirás Tal fórmula no existe)...   
Y yo aquí ando, enamorándome y todo, a diez minutos de lo que esperábamos. Vale verga.   
¿Ridículo creer que no habría cansancio en la relación diecinueve años después? Ni idea tienen de tus capacidades.
-¿Cuáles son los planes con los hijos? -preguntaste poco antes del viaje. Respondí. -Entonces me iré un año.
Te referías a la montaña, para ser profesional en derechos humanos. 
Reunirnos sería muy difícil en esas circunstancias, así yo transladara mis inquietudes al campo, invirtiendo nuestros papeles. 
-Nos convertiremos en un uno que recorre dos caminos -pensé. -Cuán sabia.
Cada quien daría pasos doblemente orgullosos de sí por la conciencia en los otros. Imaginaríamos nuestras mutuas jornadas para encontrarnos a ratos, durante largos plazos a veces, y reconocer los cambios como nutrimento: seres y lugares por decir y sospechados, proyectos que se confrontaban con cariño, y deseo cuya acumulación resultaría una pequeña bomba, pues la fidelidad quedaba reconocida como prerrequisito.
Sí desde luego todo estaba sujeto a prueba pues ni tú -ni tú y eso es muchísimo decir- podías comprar el destino, tengo mágníficos motivos para creerlo. De hecho era así ya. Te ibas, imaginaba tus andanzas y al volver pasábamos días sin asomarnos a la calle. 
Parasité a los jóvenes para "ser más joven que lo viejo que era". Basta. 
Queda el resto de nuestras vidas y muertes para nosotros. Tu obra no fue en vano, amor de amores, el único si la existencia no se hiciera con entrañables y malhadados accidentes.
-Caminamos porque tropiezas -debo decir ahora yo.
Aquí tendría que ir la Ana primera. Fallé otra vez. Ya no importa.
-0-
Puse al final la canción que debió sonar desde el principio y no aclaro las razones de su importancia, a más de lo muy buena que es y así cuánto representó en los fanáticos como nosotros.
Apareció seis meses después de separarnos. 
Me odiaste por ceder y volví al hogar paterno con el rabo entre las patas no a ojos de papá y mamá, a quienes vendía cualquier mentira, sino ante los míos.  
-Si ayer valía nada hoy no merezco estar en la tierra -pensaba sin mínima intención suicida pues Uno me sembró a conciencia la fe y bastaba el vuelo de una mosca para que vivir fuera experiencia inenarrable. 
Tuve pretexto para no entregar el trabajo, hasta mi fiel patrocinador se cansó y tú no llamabas ni lo harías nunca, tenía por seguro a pesar de lo que dijiste al despedirnos. 
Volvieron las manifestaciones por Vietnam y fui más atrevido, marchando a solas, yo, un cobarde natural. De darse todos los días el ánimo andaría relativamente bien y como las convocaban según había necesidad, para encontrarlo debía seguir bebiendo, cantando y jugando futbol en nuestra universidad, y como habitual del falso barrio bohemio.
Advertí que esta historia pertenece a tres y la tercera persona, Luisa, me buscó. Conociéndo mis miedos, sabía que resultaría inútil invitarme adonde era obvio estuvieras y hurdió una pequeña trampa. 
-¿Al mercado de Portales? -le pregunté con suspicacia, pues si ella tenía por nueva manda conocer la ciudad, el sitio me pareció exótico para sus lecciones.
Tu mirada y la mía estuvieron a punto de asesinarla cuando nos encontramos. Llevaba una bolsa reglamentaria para el supuesto objetivo y sacó el álbum envuelto en uno de los hermosos papeles que discurría, con un lazo rojo encendido que anudó dibujando la intrigante figura cuyo mensaje tardamos en descifrar.    
-Es para los dos -dijo y dio media vuelta.
-Qué dificil eres, J.
Bajé la cabeza cuando tu mano acarició mi cabello. 
-Levántala. 
J lloraba y eso te derrumbó. Los hombres, hasta yo tan poco masculino, estrujan al verlos llorar. 
-¿Lo oímos?
-Sí -conseguí responder. 
Buscamos a Luisa porque hacías de su chofer y no estaba, claro.
-Esa mamá... Se fue en taxi.
Habíamos alcanzado la calle y frente a nosotros se alzaba un hotel de paso. 
-¿Tendrán tocadicos? Ven... Ya sé, pero por una vez -preguntaste y contestaste buscando una tienda. 
Tu clase aborrecía los derroches y la mía no podía permitírselos. La diferencia era la tarjeta de crédito.
Escuchamos repegados sobre la cama y sin movernos. No habría álbum mejor para nosotros y esa media mañana lo supo apenas hasta el último track. 
La canción se repitió muchas veces en automático y volvió el idilio que ahora detendría tu curso -mira cuán casualmente afortunadas las palabras- sobre herramientas de precisión, tomado lejos. Empalmaría con mi viaje y así la vida decidió por nosotros.
Eso sí: yo no sería más el simple aturdido. En adelante tropezaría con un propósito, aunque solo tú lo entendieras.
Demos gracias al Mr. -que en honor nuestro por única ocasión debió dejar el original a la mano.

"¿Quién de ellos piensa que podría enterrarte?"
-0-
Leí esto, así recuerdo que fue y algo no cuadra.
Diecinueve años después, explico en otra parte, me expulsaron por primera vez del paraíso. ¿Dónde estabas, amor perfecto? ¿O dónde yo cuando no sé que sucedía contigo?
Si ahora no nos separamos más será para comenzar. El pasado está en contra nuestra. Pedí perdón a P al escribir aquí y después desapareció por mi marcha. Imposible amar a dos mujeres a la vez aunque sea en ausencia. ¿Juntarnos me obliga a morir también? Te traicionaré dos días cada semana y todo el tiempo en la fantasía sexual, sabes. ¿Y aquella promesa de fidelidad? 
¿Cómo imaginarte vieja o haré trampa de nuevo y a capricho tendrás diecisiete o espléndidos cincuenta y uno?
Disculpa, estoy un poco enfermo y mal alimentado. 
¿Tuvimos una conversación de tú a tú, a lo macho, o fuiste siempre Ana milagro y yo J mito? 
Llegó la hora de discutir, amadísima, saca los platos.
-0-
Costó trabajo pegar esto otra vez. En qué poquita agua me ahogo.
 
Perdona por tan pésima forma de recordar. Quizá dándome licencias literarias, pienso, y el problema no está ahí. Un día que no tengo intentaré nuevamente. 
Como de perdones pidiendo la llevo, vale un ruego más a ti y a tu hija, quien no debe hacerme caso. Por fortuna andamos perdidos en el híper.
Dieciocho años. ¿La imaginaste alguna vez tan joven, T? Quizá, pues no puedo concebirla sino como el continuo que conocí. Jugaría entonces contigo al modo de cuando niña y sería tu par en la adolescencia. Representaba la perfección y odiaba a doña Perfecta.
Claro, menudo engorro para ti entenderla. Tranquila. Fue un quebradero de cabeza universal, jeje. Tan maravillosa la individua -sabes cuán poco exagero-, solo dios, a quien no tengo el gusto, podía medio darse idea de por dónde iban los tiros con ella.
 Misma combinación. Arriba se lee, abajo se escucha.

Hasta siempre, A, cuando faltan seis días para cerrar la puerta y a solas con el cesto...  
-0-
Por cierto, qué tipo apasionante Dylan, a quien no importa cuánto escucháramos, hasta hoy, no pretendemos comprender.
Por ahí digo que estabas en el Royal Albert Hall cuando dio quizá su mejor concierto temprano. Así fue. Yo no tendría el gusto sino casi medio siglo después. Lo que escuché confirmó: jamás sabría verdaderamente algo de sus canciones. Eco, puro eco, los fanáticos, al menos quienes no nacimos en USA.
-0-
Romperé una promesa que te hice, Ana. Ve hasta el último extremo al cual llegué por respetar tu voluntad.
Los documentos que confundieron a T siguen sin explicarse para ella. Llevabas una cierta vida secreta y efectivamente comenzó en 1971, tiempo de guerrillas. La desesperación hizo presa de nosotros, cada quien por aparte al principio. 
Tu pobre hombre miró hacia el sur. Sabía que no debería hacerlo sino como admiración por el único proceso comprensible a sus ojos: los muchos moviéndose dirigidos por sí mismos.
Detalles a un lado, decidiste tomar la iniciativa. Faltaron segundos para que no tuvieras vuelta atrás. No te lo perdonarías y fui objeto de tu odio.
La carta al hijo o hija sin llegar, era renuncia. Por una vez pude más.
Duró pocos meses la pelea. Suficientes para cerrar el camino. 
Luego, supe tiempo después, te vinculaste a la tragedia. 
Sí, no hacías montañismo como deporte extremo y cuando en el supuesto 1998 llegaste a aquella comisión de derechos humanos eras algo más que una novata.
Hablamos apenas del tema al reunirnos finalmente.
Se simula airear vidas personales, silenciando su auténtica complejidad. 
Dama de ojos tristes de las tierras bajas 
donde el profeta de ojos tristes dice que no se puede llegar
¿puedo dejarme aquí, esperando?
-0-
La Inesperada recibió tu herencia, afirmo en el diario a ella, y lo hizo por encima de mí, quien fui mero intermediario. 
Habrían formado una inmejorable pareja, si se conocieran. Con 22 años llegó cuando llevabas nueve muerta, y al marcharse vivió la gran aventura frente al desierto y tras desarrollar su genial vocación terminó hallando la aldea mágica.
Sentaste las sólidas bases que me permitieron descubrirle el camino y con ella no hubo límites a tus sueños. Ambas fueron confidentes únicas de mis viajes a Fez y por ahí.
Se les suma ahora la Atrevida, "mi chamaquita". En una semana visitará a la Tic en su pueblo costeño, lee estas memorias y hoy le abriré tu cesto.
Tres juntas quién sabe si al fin se despejará el paso Santa Utopía.
¿Quieres unirte, T? 
¿Ana, puedes presentarles la música que aprendiste a querer?
¿Aprendí la lección sobre la sociedad patriarcal, Luisa?
¿Basta ser un buen hombre? Sí.
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Y continúo sin el punto final.
Respeto muchísimo a los campesinos que tomaron las armas por primera vez en abril de 1968, casi tres meses antes que naciera el movimiento estudiantil. Para entonces había abandonado hasta los jardines universitarios, quería morir en la fábrica-pueblo, no tenía idea de lo sucedido con aquéllos y alguien distinto se me acercó. ¿Desesperado personal y socialmente?; existen salidas que casi una década atrás probaron en Cuba.
Hay linajes económicos y políticos y nací entre uno muy sólido, presidido por una figura intachable, cuyos mensajes implíticitos escuchaba desde la cuna: organizaciones de masas, sindicalismo revolucionario...
A los culteranos politizados no les creía ni media palabra, así fueran honestos y tuvieran razón, y en las sistemáticas discusiones con mamá y en la única que el ultradespótico papá permitió -no me mató de casualidad, jeje-, les reprochaba todo -¿por qué no quedaron en España o siquiera Francia?, y estupideces similares- y jamás que estuvieran asociados a la sacrosanta institución conocida como mayorías contruyéndose por sí solas -socialistas obreras, anarquistas o lo que fuera, si tal extra existía (no conocía al consejismo alemán, leía mal a los soviets y China estaba ausente de mi mapa, todavía).
Llegar a la escuela revolucionara por antonomasía en el país fue una decepción absoluta. Sus magras asambleas y sus grupos eran de guardería, jeje. ¿Qué participaban en las marchas primero por el movimiento médico y luego por Vietnam? Media docena.
En eso Ana no tenía pedegree, usaba los cubiertos con todavía peor tino que yo en la mesa de F y Luisa y a cambio, fiel a su clase cuando se encoleriza, era ideal para una guerrilla urbana.
El tipejo que intentó convencerme vía fábrica-pueblo, puso los ojos como platos giratorios cuando la vio conmigo un día por accidente, pues informé ya que entonces yo rehuía a mi amada, y revoloteo a su alrededor.
Para junio ella volvió a buscarme. Ahí estaba la oportunidad de que no solo J persiguiera el sueño. Gracias al cielo el mes a continuación pasó en un tris y ya estaban los estudiantes asaltando nuestra ciudad.
El hombre, X+nada, no cejaría, usando la culpa como resorte, y así llegaríamos al 1971 de esa carta, T.
Aclaro que tengo queridísimos amigos o conocidos cuya apuesta fue por el guevarismo y estoy a años luz de tomarlos por juveniles, frívolos equivocados, a la manera de X+nada, y otros más sin duda, pues en todos lados se cuecen habas.
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Curioso, ¿verdad? Era consciente de ser poca cosa en relación a ti y los celos no se me dieron. Tal vez pensaba que nadie te merecía. Como ese X vi acercársete montones de galanes. Disfrutaba ya intuir sus propósitos.
-No sabe la que le espera -me decía, siguiendo cuidadosamente las escenas. -¿Irá con rápida o curva, el individuo? ¡Oh, se va, se va del estadio la pelota!
En eso Ella, según le llamo en los cuadernos, se parecía mucho.
Para el cuerpo diplomático, A, nomás en el departamento Diviértase con el enemigo.
Más aclaraciones. Ana no perseguía la revolución, al menos como solía presumirse, y su aliento hacia mis búsquedas eran por el viaje interior y el país en hondura. Todo andaba desastrosamenente para nuestras tierras, tenía clarísimo desde siempre, pues eso le mostró Luisa y hasta F, su empresario padre. Y más: este mundo estaba compuesto por mierda ancestral, que el patriarcado representaba.
Vivir era lucha no por prosperar sino para cambiar hacia afuera y adentro. El estatus dentro de la fábrica que tenía su familia estaba sostenido en una máxima: el equilibrio entre el trabajo individual y colectivo para bien de la sociedad, tanto como se pudiera. 
Por supuesto me costaba un gran esfuerzo entender tal razonamiento, viniendo de donde venía, y coincídiamos casi perfectamente pues yo aspiraba también al gran cambio. Filiberto y los suyos y el Santo Lugar serían la firme promesa de ello.
Mientras, caminábamos a ciegas y para Ana mis tropiezos eran virtuosas batallas contra lo establecido. De una profunda ignorancia ambos, íbamos a la deriva y cualquier viento fuerte podía conducirnos a callejones sin salida. ¿Muy elaborado para un par de jovencitos? Pregunten a quien sea en esa edad.
Digo que el año juntos nos permitiría resistir los siguientes, aunque en ellos nos veríamos poco o nada. Es cuestión de confianza. Todo se puede, nos aseguró la apuesta. No te apoyé al plantearse seguir a cualquier costo pues había ganado algo nuevo: el futuro, ni más ni menos. Si volvería a perderlo, en efecto, al tocar fondo encontraría días y días a tu lado diciéndome Cree. Eso no se lo debo a Uno, porque lo suyo era, es, el presente perfecto. ¿Había otras Anas aguardando? No, producto único. Había seres y cosas que confirmaban hasta mis mayores, optimistas delirios. ¿El mostrador bancario y la fábrica-pueblo devenían en tortura? Solo para mí, mal colocado. En torno, vida palpitando. Y con ella tu imagen, quién sabe cómo cada momento y segurísimo dedicándose a lo que debía, sin renunciar ni por sospecha. 
Cuando, por ejemplo, tras nacer T tuve mi primer hijo me preguntaba ¿cómo hace ella para vencer el patriarcal designio? Se burlaban de mis métodos, como luego con los nietos. Basta una mirada ahora. 
Tú hacías otro tanto. Si 1998 no es el año, en 97 me buscaste pues sabías que pasaba mi segundo peor momento, capaz de llevarme -ese día te escuché otra vez tu La mejor etapa será nuestra, y nuevamente quedé en babia, jeje, mientras prepabas al fin el camino-. Quien apareció por la ventana al escuchar el timbre, apenas se tenía en pie y ni duda te cabía de que volvería a ser un cascabel a ratos insoportable, jeje.  
I believe in you, teníamos tatuado bien dentro. 
No pude tenerte tras descubrir la luz. Al salir de tu casa esa frase rebotaba en mis oídos, dirigida a los dos. Nada, ni el rechazo de la que llevaba amando ocho años, me detendría, y no fue la facilidad quien te decidió; cada jornada representaba un reto. En el otoño de 1972.
Nuestro Mr. la pasaba muy mal por entonces.
Después sacaría un álbum con esa y otras muy buenas cosas.
La mejor, claro:
Nos sí forever, en cada época, como él pedía y no solo al llegar la vejez, según suelen creer. 
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¿Quién te perdió más al morir? Tú. Parece obvio y termina olvidándose. Tendrías setenta años y por fuerza en plenitud, siendo como eras. 
Ventinueve años o algo así llevo atestiguando la marcha de los hijos, libres de una buena vez y en vuelo; recibiendo a esa segundo fascinante amor llamado nietos y el etcétera que hilan momentos jamás repetidos, uno a uno de sobra para dar gracias al universo -como este en que de madrugada el humo hace espirales imprevisibles y al borde mis dedos teclean contra una luz a su vez sin igual, entre tres focos distintos y la ventana prodigiosa, donde se echa Suertudo y sus siete meses batallando contra viento y marea entre puro gozo y aventuras libertarias...
Debería reconstruir ese tiempo que perdiste, imaginarlo, como si tu propuesta se hiciera buena y esperara el próximo encuentro.